La nueva centralidad de Alberto Fernandez rumbo a una tormenta perfecta

Las malas decisiones que se tomaron, reiterando recetas que ya fracasaron en el pasado, nos enfrentan a un presente distópico en una sociedad indignada

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La nueva centralidad de Alberto Fernandez rumbo a una tormenta perfecta (Foto: Franco Fafasuli)
La nueva centralidad de Alberto Fernandez rumbo a una tormenta perfecta (Foto: Franco Fafasuli)

The perfect storm, película estrenada en el año 2000, protagonizada por George Clooney, narra la historia real del barco pesquero “Andrea Gail” mostrando como una serie de malas decisiones lo terminaron llevando a enfrentar una tormenta perfecta hundiéndose en el fondo del mar. Ciertamente Alberto Fernández no es el capitán de un barco que está a punto de hundirse, sino el presidente de una Nación con graves problemas que se enfrenta a una “tormenta perfecta” luego de sobrevivir a un proceso electoral que lo tuvo en jaque. Las malas decisiones que se tomaron, reiterando recetas que ya fracasaron en el pasado, nos enfrentan a un presente distópico con una sociedad indignada y que se ha expresado en las urnas por un cambio drástico de rumbo, el cual, a contar por lo que está sucediendo estos días, no estaría sucediendo.

Los primeros 719 días de la presidencia de Alberto Fernández fueron sin dudas un desafío tanto para él como para el resto de los argentinos. La primera mitad esos largos días se vieron signados por la pandemia que, sin lugar a dudas, no vino con un manual del usuario, ha sido un reto no solo para Fernández, sino para todos los presidentes del mundo. Algunos lo transitaron mejor que otros. En nuestro caso la extensa cuarentena a la que nos vimos sometidos terminó por desbarrancar la ya empobrecida economía, alcanzando niveles de pobreza e indigencia intolerables. Luego siguió una emisión de fondos descontrolada, en un fracasado intento de ganar las elecciones de medio término. Ahora, con las reservas en estado crítico, se vuelven a repetir recetas viejas imponiendo un nuevo cepo, en este caso a los viajes al exterior-. Son las malas decisiones del pasado que nos devuelven las consecuencias en el presente. Y es lo que sucede cuando se gobierna para ganar una elección y no para solucionar los problemas reales de nuestra quebrada nación.

Lamentablemente el Presidente con el transcurrir de los días, pese a tener un comienzo más que razonable poniéndose al frente de la crisis, la impericia en el manejo de lo público y los constantes tropiezos consigo mismo, lo dejaron desacreditado y sin credibilidad. Con el paso de los días Alberto Fernández se fue exponiendo a sí mismo reiteradamente y sin sentido político alguno. Como Presidente de la Nación, hablaba como si él mismo fuera su propio jefe de gabinete, demostrando que se siente más cómodo en esa función que en la de mandatario. Sus equívocos, casi diarios, dejaron al descubierto lo que propios y extraños piensan de él y que fuera resumido en los recordados epítetos de la Diputada Fernanda Vallejos al tildarlo de “mequetrefe” y “okupa” entre una variada cantinela de expresiones impropias para una diputada nacional.

Lo llamativo de todo esto es que ahora tenemos, tras la derrota en las urnas, una nueva agrupación política que integran Amado Boudou, Alicia Castro y Gabriel Mariotto, denominada “Sobernxs”, presentada bajo el pretexto de ser “un punto de encuentro político”, pero que se avizora como una línea crítica del “albertismo”, tanto que en la presentación de ese espacio ultra K, estuvo presente la mismísima diputada Fernanda Vallejos. La grieta en el Frente de Todos empieza a crujir cada vez más fuerte. Cruje tanto que al calculado silencio actual de la Vicepresidente, la pantomima de participación de La Cámpora en el acto del pasado 17 de noviembre, se suman las duras críticas de Sergio Berni respecto de la gestión de gobierno, quién aseguró que tiene diferencias cada vez más grandes con Alberto Fernández y no cree en la palabra del presidente. Es un indicador bastante transparente de lo que está sucediendo puertas adentro del Frente de Todos. Debemos sumar el reciente correctivo público del Ministro Kulfas (Alberto) al Secretario Feletti (Cristina) en relación al control de precios, algo que no sucedería si el festejo del 17 de noviembre pasado no hubiera existido, pero que, además resulta un termómetro más que apropiado para tomar la temperatura de la coalición de gobierno que, con el correr de los días, comienza a recalentarse.

En las PASO del 12 de septiembre el electorado votó mayoritariamente repudiando una forma de ser y gobernar. Ese resultado preliminar colocó a Alberto Fernández contra la pared. La carta de Cristina, más la renuncia de los funcionarios allegados a la vicepresidente, y el débil intento de resistir la embestida cristinista por parte del presidente, lo terminaron colocando fuera de la cabina de mando, dejando el timón en manos de Juan “XXIII” Manzur, que junto con otros popes llegaron al gobierno para salvarlo de la catástrofe electoral que se avecinaba. En esas condiciones, el resultado final de las elecciones legislativas del 14 de noviembre fue vivido como una victoria por Alberto. Al verse afuera, se dio cuenta que tenía un segundo tiempo para seguir jugando, e hizo todo lo que tenía que hacer para que se notara. Incluso se dio el gusto de ningunear a Cristina sin mencionarla en “su” acto. Los festejos de Alberto Fernández del pasado 17 de noviembre, no fueron un torpe intento de mostrar una victoria electoral, donde había perdido (con la nada despreciable fuga de cinco millones de votantes), celebró seguir en el cargo, recuperar parte del timón (no todo) y tener una segunda oportunidad.

En esa “resurrección” radica la nueva centralidad del presidente Fernández luego de 719 días que pusieron al descubierto las principales debilidades de un hombre al que el traje de presidente le sigue quedando grande. Todo lo que hizo y toleró lo terminó colocando frente a su propia tormenta perfecta, y eso es hoy su mayor debilidad. Nunca hasta ahora entendió la magnitud y la gravedad de las consecuencias de las decisiones que se estaban tomando (y si las entendió es más grave aún porque las ignoró). Argentina va rumbo a una crisis de enormes proporciones a consecuencia de la incompetencia en la toma de las decisiones que eran cruciales para no llegar al punto en el que hoy estamos. Los argentinos ya sabemos que, cuando desde el gobierno empiezan a decir que no habrá devaluación estamos cerca de una, seguramente en este caso pasemos las fiestas, pero otra cosa será llegar a febrero o marzo en las condiciones actuales donde todas las variables económicas están en rojo, algo que los economistas se encargan de confirmarnos diariamente y a los gritos, desesperados porque ven como la ola viene de frente y con toda su furia.

Pero cuidado, en las condiciones actuales no debemos subestimarlo porque a pesar de sus gafes permanentes y de ser el Presidente con más memes de la historia argentina, ha logrado sobrevivir a los desafíos de la pandemia, a pesar de su mala gestión, a los constantes embates de la Cámpora, y a las permanentes erosiones de la vicepresidente -recientemente sobreseída en la causa Hotesur, a la espera ahora de la apelación del fiscal y de lo que en definitiva resuelva Casación y luego la Corte en un partido que aún no termina-. Cristina maneja los hilos del poder y la Justicia a su manera. Es la dueña del poder y desde ahora de cinco millones menos de votos, pero es la persona que eligió a Alberto como candidato a presidente, elaborando una estrategia que luego lo catapultó a la presidencia, lo que dejó muy en claro cuando escribió su carta “bomba” en un hecho inédito para nuestra política (los trapos sucios siempre se lavan puertas adentro). También es la responsable de contribuir a las condiciones actuales que nos enfrentan hoy a una tormenta perfecta que puede ocasionarle su propio ocaso.

El resultado de las elecciones legislativas le permitió Alberto recuperar centralidad, quizás momentáneamente, pero centralidad al fin y lo vuelve a colocar al frente de un gobierno que, como el pesquero “Andrea Gail”, debe hacer frente a una tormenta perfecta. Las cinco plagas que azotan a nuestra nación (salud, economía, instituciones, educación y seguridad) son una ola gigantesca que se nos viene de frente con toda su furia, desafío demasiado difícil y duro para una población cansada anímica y emocionalmente, además de empobrecida. En los más de setecientos días de gobierno, el Presidente Fernández es hoy el que hizo el ajuste más feroz para los jubilados y asalariados, quienes ven sus ingresos escurrirse como agua entre las manos a consecuencia de una inflación que no sólo no cesa, sino que es inflada a diario con una emisión monetaria a estas alturas “increíble”. Se suman hechos de gravedad como el descontrol del narcotráfico y el terrorismo de los mapuches truchos que agudizan la tormenta perfecta.

En el segundo tiempo que ya arrancó los desafíos de Alberto Fernández son tremendos. La tormenta está a la vista. Recuperó el timón y deberá ingeniárselas para no hundir el barco. La nueva centralidad de Alberto Fernández, va de la mano con el momentáneo paso al costado de Cristina, guardando un estratégico silencio por estos días, a la vez que prioriza la solución final de sus causas judiciales. Al mismo tiempo los gobernadores e intendentes peronistas junto con los dirigentes sindicales, se han convertido en la nueva “muleta” de un Presidente que llegó debilitado a los primeros 700 días de su gobierno y que intentará retomar la senda de todo lo que quiso ser y no fue. No sea cosa que de tanto paso al costado, los peronistas de pura sepa terminen cooptando los espacios de poder entorpeciendo luego el seguro regreso a la centralidad de la Vicepresidente.

Las elecciones del 14 de noviembre mostraron que mayoritariamente los argentinos quieren un rumbo diferente y una forma de gobernar que no se asemeja a la que nos tiene acostumbrados el “Cristinismo”. Alberto Fernández deberá ahora intentar dejar de ser su “propio” jefe de gabinete, para ejercer el cargo de Presidente de la Nación. Es un tremendo desafío para alguien que carece de credibilidad a consecuencia de sus permanentes contradicciones. Sin peso político propio debe recurrir a muletas ajenas. Todo un experimento donde el “conejillo de indias” es la población. A esa complejidad se suma la derrota electoral en 15 provincias, destacándose las más grandes, y que en la propia cuna “K”, Santa Cruz, el oficialismo alcanzó un magro tercer lugar, algo inédito en las últimas tres décadas. El 10 de diciembre, se iniciará un nuevo período legislativo donde por primera vez en la historia el peronismo no tiene el control absoluto de la Cámara de Senadores y en la Cámara de Diputados la paridad de fuerzas es una realidad a la que deberán reajustarse.

En materia económica el Gobierno se fue a marzo. A una economía devastada se agrega el acuerdo pendiente con el FMI, lo cual requiere enderezar el barco por el canal de la reducción del déficit fiscal, la normalización de los atrasos tarifarios, el cese de la emisión desmedida y el orden general de las cuentas públicas, la tarea que tiene Alberto Fernández por delante es titánica. Deberá elegir entre gobernar una nación rota para sanarla, o gobernar para ganar las elecciones de 2023, cuya carrera ya comenzó -por más que todos los corredores se empeñen en negarlo-. La nueva centralidad de Alberto Fernández es su mayor debilidad, exponiéndolo una tormenta perfecta. El tiempo como el padre de toda verdad y mentira será el testigo y juez de un presidente que quiso ser y aún no lo logra.

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