Argentina, un barco que no sabe adónde va

El mundo cambió y que los modelos del pasado ya no sirven, aun aquellos que lograron tener éxito. Necesitamos reconstruir nuestra matriz productiva en sintonía con el siglo XXI

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“Si navegas sin rumbo ningún viento te será favorable”. Séneca

Con el paso del tiempo esta frase tuvo distintas versiones, como “no hay viento favorable para un barco que no sabe adónde va”. ¿Nuestro país sabe adónde va? ¿O hace rato que somos un barco sin rumbo? Somos una Nación que supera los 200 años desde su formación, y suele caerse en la tentación de pensar que “siempre fue así”.

Soy de los que creen que no siempre fue así. Hubo momentos de nuestra historia donde la Argentina tuvo rumbo y supimos hacia dónde dirigir el barco.

Tuvimos hombres que fundaron nuestra Patria, los que lucharon por nuestra independencia y la organización nacional con nuestra Constitución, que fueron los pilares fundamentales de nuestra identidad y existencia como Nación.

Vivimos también otros procesos políticos en nuestra Patria que en su tiempo, en el contexto internacional de la época, cumplieron sus objetivos y tuvieron el apoyo y reconocimiento de sus contemporáneos. La denominada “Generación del 80” (1880-1916) fue una elite política que gobernó la Argentina 36 años casi como partido único (PAN) y cuyo mayor exponente fue Julio Argentino Roca (dos veces Presidente).

Sus bases centrales fueron la federalización de Buenos Aires, la consolidación del Estado Nacional, un modelo económico agroexportador y el fomento de la inmigración. Sus espejos de época eran Inglaterra y Francia. Esta generación proveyó varios Presidentes, como Roque Sáenz Peña, Carlos Pellegrini y Juárez Celman entre otros.

Empujados por nuevos tiempos, ya entrado el siglo XX, sancionando entre otras la Ley del Sufragio Universal, Secreto y Obligatorio. La Argentina era un barco que tenía rumbo, sabía adónde se dirigía, tenía consideración internacional y un proceso económico de crecimiento y acumulación.

A mediados de los años 40 empieza otro proceso con rumbo, el Peronismo, que contempla también los vientos internacionales post Segunda Guerra Mundial, y desarrolla en el país el Estado de Bienestar, con una incorporación masiva de las clases populares a mejores condiciones de vida.

El modelo económico era una mixtura entre el New Deal americano con las corrientes europeas de reconocimiento de nuevos derechos sociales y la incorporación de los trabajadores como sujetos centrales en el proceso productivo y de industrialización.

El Estado de Bienestar instaurado por Perón duró 30 años, fue la etapa de la movilidad social ascendente, la clase media, compuesta por trabajadores, profesionales y comerciantes que era el factor predominante de la sociedad entre 1946 y 1976. Allí concluyó aquel proceso.

Ambos proyectos, en tiempos distintos tuvieron algunas cuestiones comunes. En primer lugar, conducción. La generación del 80 mediante una elite política destacada; el Peronismo con un liderazgo inteligente, carismático, popular e innovador de su tiempo.

Ambos generaron expectativas, ilusiones y estimularon el progreso y el desarrollo, representaban los valores culturales de la época, pensaron una Argentina grande, como factor relevante en el marco internacional y vinculado al interés nacional.

En la década del 90, Menem generó un proceso que intentó juntar a finales de siglo XX aquellos dos modelos, con una coyuntura mundial diferente (posterior a la caída de la URSS) y en cierto modo lo consiguió, logrando un tiempo de estabilidad económica e institucional, modernización, apertura comercial e inserción internacional.

Alumbró una moderna Constitución en 1994 que tuvo el consenso de todas las fuerzas políticas, incorporó los pactos internacionales de Derechos Humanos, nuevos Institutos de Garantías y Defensa de Derechos Ciudadanos, reafirmando los conceptos de libertad y pluralismo con un sistema de gobierno bajo la forma representativa, republicana y federal.

Le faltó tiempo para reformas estructurales y algunos desajustes políticos y sociales truncaron una oportunidad inmejorable cuando habíamos empezado a volver a tener rumbo.

La crisis económica de comienzo del siglo XXI generó una implosión de las estructuras políticas, económicas y sociales que desencadenó un largo derrotero que nos trajo a esta actualidad lacerante.

Podría describir las múltiples falencias del actual Gobierno y seguramente me faltaría espacio en esta columna para hacerlo, es muy pobre la acción gubernamental, pero creo que perdemos energía y tiempo en criticarlos, no veo que puedan cambiar y es posible que aun empeoren.

Por eso prefiero referirme al futuro y contribuir a que pensemos cómo damos vuelta esta página paupérrima y comenzamos a reconstruir nuestro entramado político, económico y social. Lo primero es entender que el mundo cambió y que los modelos del pasado ya no sirven, aun aquellos que lograron tener éxito. Necesitamos reconstruir nuestra matriz productiva en sintonía con el siglo XXI.

Nuestra actual estructura de producción es anacrónica, no genera trabajo, es deficitaria a la hora de exportar, no tiene incentivos de inversión y hoy nuestros empresarios invierten fuera del País y no acá. No estamos en el radar internacional. El mundo post pandemia entrará inexorablemente en un cambio de paradigma tecno-productivo y será una gran oportunidad para nuestro país.

Hay tres factores en ese cambio:

Primero: la población mundial se incrementará exponencialmente en Asia y África requiriendo más comida, con lo cual vamos hacia una nueva geopolítica de los alimentos.

Segundo: el cambio climático obliga a los países desarrollados a tender a buenas prácticas ambientales, esto lleva a los biocombustibles y a los bioproductos a ser exigencias del nuevo comercio internacional.

Tercero: el mundo requerirá de una dinámica más multipolar, creando oportunidades para países intermedios, todos vamos a necesitar de todos, la globalización se profundizará.

El nuevo escenario es nuestra gran oportunidad, poseemos los activos necesarios para proyectarnos: diversidad de biomasa y abundancia de recursos físicos, una agroindustria de las más competitivas del mundo, un sector biotecnológico muy dinámico, y un sistema científico-tecnológico con capacidad para relacionarse positivamente con los territorios.

Hoy ya tenemos en estas materias algunas experiencias en cadenas de valor del interior del país en materia agrícola, forestal, pesca, alimentos, papel y celulosa, química, energía, farmacéutica, medicina, textil, minería, entre otras. Y seguimos sosteniendo una industria automotriz razonable, además también somos competitivos internacionalmente en materia nuclear y satelital.

Se trata de avanzar hacia un proceso de reindustrialización moderna e inteligente intensificando la producción exportable de nuestro país, sin agravar el equilibrio ambiental, y en paralelo, compatibilizar los avances tecnológicos con la generación de trabajo digno y el desarrollo territorial armónico.

En otras palabras, ser proveedores de alimentos e insumos, pero también y, sobre todo, de tecnología. Recuperar un patrón de desarrollo e insertarnos en el mundo desde una nueva y moderna matriz productiva.

Antiguamente la capacidad de manufactura era un emblema de poder, hoy se trata de controlar el conocimiento de cómo producir, tener capacidad de financiar, diseñar y comercializar nuevos productos y servicios; y manejar la distribución de los bienes y servicios intensivos en conocimiento.

Las naciones del mundo hoy debaten y acuerdan sobre estos temas, más los vinculados a los ejes productivos, tecnológicos, de intercambio comercial de bienes y servicios, enmarcados en los desafíos demográficos, ambientales y en los nuevos marcos de las relaciones internacionales.

Nosotros debemos salir de pobres y falsas discusiones de cabotaje, que mezclan ideologismos devaluados con medidas y acciones de gobierno del siglo pasado. Los vientos son favorables, solo hay que empezar a navegar con rumbo y para eso requerimos un gobierno que concrete unos pocos objetivos.

En el plano internacional, rescatar nuestra política exterior a la cultura occidental a la cual pertenecemos y al ámbito latinoamericano de nuestro accionar más inmediato. Necesitamos una Cancillería involucrada en el comercio exterior.

En el plano económico, terminar con la inflación, una reforma fiscal con incentivos a la producción, control del gasto público y modernización laboral.

Un acuerdo nacional por la calidad y la equidad de la educación, donde el Estado recupere el manejo del sistema educativo.

Una reconfiguración de la política social con dos ejes centrales: una desconcentración de los centros urbanos junto a la incentivación de proyectos asociativos (fuera de los conglomerados poblacionales) en sectores populares que generen empleo y mercado para su producción.

Estoy convencido que con estas realizaciones en una o dos décadas la Argentina volverá a ser una gran Nación, pero depende de todos nosotros concretarlo y un gran aporte está en los ciudadanos cuando votan.

Una Argentina distinta a la de hoy es posible.

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