
El primer debate presidencial por ley en Argentina se caracterizó por un formato acartonado que reducía la interacción entre los candidatos, por la presencia de seis candidatos hombres, y por discutir la gestión del presidente Macri. La conclusión es que, si bien no hubo información nueva sobre las propuestas de los candidatos, el debate mostró sus estrategias electorales, y proveyó señales sobre el grado de institucionalización de la democracia argentina.
Primero, el formato del debate daba lugar a monólogos o repeticiones de anuncios de campaña y reducía los diálogos entre los candidatos. Peor aún, no otorgaba la posibilidad de que los periodistas pregunten y re-pregunten como ocurre en otros países, lo que fuerza tomas de posición por parte de los candidatos. A raíz de eso no hubo nueva información para los votantes, aunque tuvo la virtud de obligar a quienes lo miraban a escuchar a todos los candidatos en lugar de cerrarse solamente a los mensajes del candidato que reflejan sus grupos de pertenencia.
Segundo, la presencia de 6 candidatos varones —en contraste con la elección de 2015 cuando Margarita Stolbitzer fue candidata o las dos elecciones anteriores ganadas por Cristina Fernández de Kirchner, la primera de ellas cuando la segunda más votada fue otra mujer, Elisa Carrió— no solamente es llamativa, sino que lamentablemente marca una tendencia en toda la región. En la discusión de derechos humanos, género, y diversidad, solamente Del Caño mencionó por primera y única vez a dos mujeres de su lista antes de proclamar su apoyo al aborto legal y mostrar su pañuelo verde (con lo que parecía querer empujar la campaña a diputada de Myriam Bregman que se focaliza en el corte de boleta). Si bien Fernández dijo que había que ‘tender a la legalización del aborto’, no sintió la necesidad de mencionar a su candidata a vicepresidenta Cristina Fernández. No nombrar a su compañera de formula fue parte de una estrategia deliberada de centrar la discusión en la administración de Macri e ignorar mayormente las menciones alusivas a la gestión que lo precedió. Ignoró tanto las menciones implícitas a Cristina Fernandez hechas por el presidente como por los otros candidatos (todos los cuales se cuidaron también de usar el nombre de la expresidenta cuando se referían a ella). La simultaneidad con el encuentro nacional de mujeres hace ese vacío de figuras femeninas tal vez más evidente y nos lleva a pensar en la reacción que tal vez provocaron dos administraciones seguidas de una presidenta mujer en un sistema político dominado aún por varones.
Tercero, Alberto Fernández se enfocó en acusar a Mauricio Macri de mentir respecto tanto a sus promesas pasadas como a su descripción de la gestión que está terminando. Frente a una recesión que explica los resultados de las PASO, repitió en sus intervenciones su mensaje de campaña: empujar el consumo y consensuar con los actores económicos para levantar la economía. Lavagna sumó a las acusaciones de descalabro económico, el hambre de la mitad de la población menor de edad. El contraste con la admisión presidencial (Macri: “Pensé que iba a ser más simple ordenar la economía”) y la renovada promesa de un futuro mejor en el terreno económico fue notable. El partido se jugó todo en el área del gobierno, lo que es habitual, pero eso puso en riesgos sus votantes y no los de Fernández. De hecho, Fernández, gracias al formato pudo eludir también las acusaciones que Del Caño, Espert y Gomez Centurión hacían de sus actuales aliados sindicales y provinciales y centrarse exclusivamente en reproducir sus ideas de campaña.
Finalmente, más importante que la información que no aportó el debate, fue lo que mostró sobre las opciones políticas argentinas. El único verdadero ‘outsider’ fue Espert, quien como bien dijo no tenía un pasado en política como los otros candidatos. Dado el escaso apoyo electoral de Espert, esto es una buena noticia para la Argentina. Si bien él llamo a imitar a Perú, país donde los partidos políticos no proporcionan opciones a la ciudadanía y donde el cierre de su legislatura ha sido apoyado por 85% de la población, la representación política requiere de partidos. Los partidos en Argentina han sabido no solo sobrevivir sino también reconstruirse tras la crisis del “que se vayan todos” y eso es una novedad en una región donde muchos sistemas de partidos colapsaron frente a crisis similares. Gómez Centurión hablo del fracaso de la clase política argentina (de la que él forma parte), pero su apoyo electoral es mínimo y no pareciera que fuera a convertirse en un Bolsonaro. Pese a la famosa “grieta”, el debate sin debate mostró que la campaña se está centrando en juzgar el desempeño de la actual administración y las promesas del principal partido de oposición de mejorar dicha performance en el terreno económico. Que la campaña se centre en el desempeño económico del gobierno no es privativo a la Argentina, sino que es típico de las democracias. En ese sentido, el eje del debate y la debilidad de los outsiders proveen señales sobre el grado de institucionalización de nuestro sistema político.
La autora es directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos y profesora de Ciencia Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Columbia
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