¿Está terminado Mauricio Macri?

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(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

En el comienzo del libro Sinceramente, Cristina Kirchner se enorgullece por la despedida que tuvo el 9 de diciembre de 2015. 12 años después de que su esposo asumiera la presidencia, una multitud la despidió en la Plaza de Mayo. El orgullo de Cristina tenía una razón de ser: esa plaza no era entonces un símbolo de victoria -más bien todo lo contrario- pero sí era una constatación de la existencia de una identidad que no se disolvería en el tiempo y que resistiría en los años siguientes. Mauricio Macri podría decir lo mismo. El importante acto que realizó ayer en Barrancas de Belgrano no cambiará las cosas: hay motivos evidentes para pensar que el próximo presidente se llamará Alberto Fernández y que su triunfo será por una gran diferencia. Pero la plaza que se llenó ayer, y las que se se llenarán en los próximos 30 días para vivar a Macri, reflejan que aquellos que serán oposición en pocas semanas podrán apoyarse en una identidad muy enraizada, que no se evaporará en una derrota electoral.

Por numeroso que haya sido, el acto que encabezó Macri no representaba a la mayoría de los argentinos: así quedó clarísimo el pasado 11 de agosto. Sin embargo, tiene una dimensión llamativa. Macri está claramente en su peor momento. Acaba de sufrir una derrota inapelable, en medio de una crisis económica terrible. ¿Qué hacían tantas personas rodeándolo y agitando banderas argentinas? Desde aquella derrota se inició una cuenta regresiva dramática: de repente pareció imposible que Macri pudiera entregar el poder el 10 diciembre. Para intentar el milagro, tomó medidas que contradicen el espíritu de todo su Gobierno: decidió posponer los pagos de la deuda, limitar la compra de dólares y, el último día hábil, escrachar a quienes superado ese límite. El consumo volvió a caer violentamente y la inflación se aceleró. El contexto no podía ser peor. ¿Y entonces? ¿Cómo es que lo rodean multitides?

(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

Es que esas multitudes existen. La plaza de ayer es la continuación de otras movilizaciones muy potentes que se realizaron en la última década, como fueron las muestras de apoyo al sector agropecuario en el 2008, los cacerolazos masivos de 2012, o aquella enorme manifestación bajo la lluvia que pedía justicia por el fiscal Alberto Nisman a principios de 2015. La aparición de aquel fenómeno fue subestimada una y otra vez: eran los que preferían no pisar el pasto, los que no conseguirían una expresión política y se manifestaban por impotencia, los que estaban más preocupados por viajar a Miami que por lo que ocurría en Misiones, los aliados de Cecilia Pando, los gorilas y oligarcas. Así es la grieta: solo entiende que los otros sean garcas o choripaneros. Sin embargo, aquellas manifestaciones se corporizaron en triunfos electorales contundentes.

Ahora todo cambió. Son expresiones de una minoría. ¿Por cuanto tiempo?

Un dirigente de Cambiemos imaginó esta semana dos escenarios posibles para la oposición a partir del 11 de diciembre. El escenario negativo contempla la disgregación de la alianza luego de una derrota muy dura, En esa dinámica, el radicalismo, el PRO y la Coalición Cívica tomarían caminos diversos. La hegemonía peronista sería abrumadora. El escenario positivo para la futura oposición parte de otros datos. “Cambiemos tiene hoy un punto de partida mucho mejor que el que Macri tenía meses antes de ser Presidente. Con solo repetir la elección, Cambiemos tendrá cuatro provincias, alrededor de 110 diputados, y una candidata, María Eugenia Vidal, muy competitiva en la provincia de Buenos Aires. Vidal sacará cerca de 35 puntos en la provincia el 27. En dos años, en elecciones legislativas, sin Macri en la boleta, tal vez sume 40. Lo demás dependerá de cómo le va al gobierno peronista. En la Argentina todo cambia de manera muy rápida”.

En todo caso, movilizaciones como las de ayer tal vez sirvan para despejar un error muy común en la historia política argentina: quienes ganan una elección creen que la historia terminó ese día. Así sucedió con Cristina Kirchner cuando triunfó en 2011 con el 54 por ciento y con el propio Mauricio Macri en 2015. En un caso, se dijo “vamos por todo”. En otro, “no vuelven más”. No ocurrió ni una cosa ni la otra. La ilusión de que una elección salda definitivamente la pelea histórica que divide a la Argentina se ha demostrado fallida una y otra vez. Y esa perspectiva -la idea de que el triunfador gobierna solo y para siempre- ha producido graves daños a los distintos gobiernos que la creyeron y al país que intentaron gobernar.

Macri ha demostrado ser un político muy perseverante desde que arrancó su periplo en Boca Juniors hasta que llegó a la presidencia de la república. Algo de esa perseverancia se pudo ver en el acto de ayer. Le ganó varias elecciones consecutivas al peronismo hasta que logró llegar a la Casa Rosada. Construyó el primer partido político exitoso desde que Juan Perón, en 1945, creó el suyo. Su mala gestión como Presidente debilitó al máximo esa construcción. Su egoísmo personal, además, arrastró hacia la derrota a María Eugenia Vidal, quien tal vez podría haber tenido alguna chance más de haber podido desdoblar la elección. En todo el país, los intendentes y gobernadores tratan de despegarse de su imagen. Acaba de recibir un cachetazo tras otro. Es un dirigente desprestigiado. Su discurso es cada día un poco más sectario: él es quien representa valores, él es el honesto y él es el democrático. ¿Y los que no creen en él? ¿Son mafiosos, tontos, antidemocráticos, corruptos? Sin embargo, así como fue un error sostener que Cristina estaba terminada, tal vez lo sea pensar que el actual Presidente está en el final de su carrera política. Eso solo lo puede decir el tiempo.

Pero más que eso: los dos sectores en que se ha dividido la política argentina en las últimas décadas, siguen vivos y vitales. Los líderes que los han representado, en algún momento, sostuvieron que si los otros no existieran, podrían gobernar bien, y que si no lo hicieron es porque había gente que se oponía. El peronismo siempre soñó con gobernar un país sin antiperonistas. Los aniperonistas soñaron con gobernar un país donde el peronismo no existiera. No pudo ser. El país sufrió por las consecuencias de esos sueños.

La movilización de ayer demostró una vez más que los otros existen.

Será un dilema para Alberto Fernández qué hacer con ellos: ¿ignorarlos, combatirlos, seducirlos, entablar con ellos un diálogo? En la última década ya Cristina y Macri probaron lo que no funciona.

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