¿Neoperonismo indie? ¿PJ tradicional? Entendiendo la visión política de Alberto Fernández

Jonathan Thea

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(Nicolás Aboaf)
(Nicolás Aboaf)

Nota escrita en coautoría con Nahuel Sosa

Si algo caracteriza a la política argentina, es su dinamismo, por no decir ciclotimia. Probablemente, haciendo honor a nuestra idiosincrasia del ser argentino, somos inquietos, hiperquinéticos y estamos en un estado de permanente conflicto. Nos cuesta la calma y si bien la anhelamos y la deseamos en nuestro día a día, el apuro nos gana.

La política es intempestiva y tanto la astucia como la sorpresa suelen ser factores determinantes para el éxito o el fracaso de una estrategia. Cuando asomaba el sol de la semana de mayo, Cristina Kirchner publicaba en su cuenta de Twitter un video que rompía con todas las profecías; con la polarización y con todas las especulaciones y los análisis que se habían hecho: se presentaba como candidata a la vicepresidencia para acompañar la candidatura a presidente de Alberto Fernández. Propios y ajenos no salían del asombro y hasta el día de hoy la jugada tiene más preguntas que respuestas.

Sin embargo, hay algo seguro y es que esta audaz decisión abre una cantidad de escenarios impensados y reconfigura el mapa de la política argentina. Quizás sea la mejor apuesta para que la atención vuelva a girar hacia el fracaso de la gestión económica del oficialismo y se desplace al kirchnerismo del epicentro de la discusión.

A su vez, la nueva fórmula expresa una decisión de ampliar y de colocar como protagonista a un reconocido actor: Alberto Fernández, que llega con los siguientes interrogantes: ¿Qué expresa su figura? ¿Quiénes ganan y quiénes pierden con su candidatura? ¿Es un neoperonismo indie o es el retorno del PJ tradicional? ¿Qué otras identidades políticas encuentran lugar, además del peronismo? ¿Es solo un producto de las circunstancias o es parte de una estrategia a largo plazo? Las respuestas posibles son múltiples, pero podemos pensar una serie de ejes para comprender mejor el panorama.

Alberto expresa la necesidad histórica de articular una respuesta al proceso político que se inició con la asunción de Mauricio Macri, por parte de todos los sectores de la sociedad que fueron agredidos por las políticas de ajuste, hambre y exclusión. Este colectivo contiene a una pluralidad de identidades políticas: kirchneristas, peronistas, independientes, progresistas, siendo la diversidad lo que marca su pulso. Alberto abre, a su vez, la posibilidad de ampliar los consensos y de generar renovadas narrativas de futuro y horizontes políticos para convencer a quienes no están convencidos.

De la misma manera, como todo proceso político, se inscribe en un contexto y hoy la singularidad de esta etapa es la heterogeneidad. Esto supone comprender que no hay una mayoría social uniforme y constante, configurada con base en procesos sociales estables, sino una serie de sectores a convocar, por eso de lo que se trata no es de construir una mayoría popular homogénea, sino de transformar minorías dispersas en nuevas mayorías.

Una parte de asumir una política para el siglo XXI es entender que las luchas sectoriales, de la vida cotidiana son también —y fundamentalmente— luchas contra las formas privilegiadas de acumulación del capital y de la precarización estructural de la vida.

Por otro lado, existen sujetos políticos que, sobre la base de luchas concretas, expresan de forma clara el nuevo carácter que adquiere la disputa. Nos referimos, por ejemplo, a los trabajadores y trabajadoras de la economía popular y a los feminismos que confrontan con las formas de opresión actuales. En la actualidad, estas luchas ya no son periféricas ni corporativas, sino que están demostrando ser puntos de acumulación que interpelan al Estado para que adquiera un rol que no sea el de subordinación respecto a la agenda neoliberal new age.

Una de las causas principales por la que se formó el binomio Fernández-Fernández fue la necesidad no solo de construir unidad para ganar, sino sobre todo para gobernar. Y en ese sentido es que aparece con fuerza la necesidad de elaborar un nuevo contrato social que, situado en este aquí y ahora, pueda garantizar ambas cosas: ganar y gobernar.

Transitamos una época en la que los reclamos de la sociedad civil están hiper fragmentados: ya no existen luchas de primera y otras de segunda, las personas se apilan en centros urbanos y están cada vez más cerca físicamente y más lejos socialmente. Es en este contexto que un contrato social tiene la tarea fundamental de recomponer los lazos sociales desde la heterogeneidad y la diversidad para poner en un primer plano valores como la solidaridad, la sensibilidad, la igualdad y la democracia.

Necesitamos un contrato que contenga a las subjetividades contemporáneas, que ponga a la individualidad en el centro de la escena para combatir al individualismo; es decir, que nuestros deseos y formas de identificarnos y autopercibirnos nos sean tabúes en un proyecto popular. Porque vamos a una disputa electoral, pero sobre todo cultural, en la que se ponen en juego hegemonías, valores y formas de ver el mundo. Es imprescindible disputarle a Cambiemos la idea de orden, progreso individual y buen vivir para evidenciar que, sin un Estado que garantice condiciones de igualdad, la meritocracia es mera ilusión; que sin una pedagogía del cuidado, la autorrealización es autoexplotación, y que el mejor progreso individual no es el "sálvese quien pueda", sino aquel que se hace en comunidad.

Fernández-Fernández es una fórmula audaz que ha puesto a Cambiemos en una situación delicada. Pero todavía no alcanza. El principal desafío sigue siendo convencer a las y los indecisos y al fragmento del electorado de Cambiemos desilusionado. Para esto, será fundamental, como se dijo en Merlo, no solo las combinaciones posibles entre ambos dirigentes, sino el aporte del conjunto de la oposición. Y en este punto hay una nueva generación de referentes del pensamiento crítico, la cultura, el activismo y la academia que tiene una tarea crucial: articular las demandas latentes en la sociedad civil con la política institucional, hacer de los nuevos emergentes una parte de la agenda que falta.

Jonathan Thea es gestor cultural, integrante del equipo de investigación Escenarios y Debates Políticos del Siglo XXI-Génera. Nahuel Sosa es sociólogo, director del Centro de Formación y Pensamiento Génera e integrante de Agenda Argentina.