El posmodernismo feminista contra la mujer

Bertie Benegas Lynch

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En nuestro contexto, han tomado fuerza varios temas cuyas derivaciones y enfoques periodísticos, en la mayoría de los casos, causan preocupación. Los cimientos más elementales de una sociedad civilizada deben ser el principio de igualdad ante la ley y el respeto irrestricto a los derechos que toda persona tiene sobre su vida, su propiedad y su libertad. Sin embargo, es alarmante notar cómo el concepto de derecho se tergiversa y se corrompe sistemáticamente de forma creciente. A diario somos testigos de innumerables reclamos quiméricos vestidos de justos que, en realidad, no son más que pseudo-derechos promovidos por quienes apuntan al poder para así disponer de la vida, la propiedad y la libertad de otros.

Aquella conocida expresión de Eva Perón: "Donde existe una necesidad, nace un derecho" fue y lamentablemente sigue siendo un efectivo discurso para la caza de votos y la arenga populista. Sin embargo, es la piedra angular de la debacle de la civilización y el respeto por el prójimo. A cada derecho corresponde una obligación. Si tengo derecho a una casa, el resto de mis semejantes tiene la obligación de respetármela. Pero, si se sostiene que tengo derecho a una casa que no poseo, implicaría que el resto de los ciudadanos tiene la obligación de trabajar para proveérmela. Esto ni más ni menos es el espíritu del artículo 14 bis incorporado a la Constitución por el llamado constitucionalismo social; un buen ejemplo de la diferencia entre lo legal y lo legítimo, la diferencia entre la ley y la corrupción de ley. Dicho sea de paso y a propósito de la expresión "constitucionalismo social", vale recordar al Premio Nobel y economista de la escuela austríaca, Friedrich Hayek, que sostenía con razón que todo sustantivo seguido del adjetivo "social" se convierte en su antónimo.

Esta corriente del feminismo posmoderno que presenciamos solo propone el odio y la destrucción del derecho y todos los buenos valores del feminismo original, aquel que ha luchado en una adversidad insultante para afirmar los derechos compatibles con todo ser humano.

Muy desafortunados son los conceptos de la igualdad remuneratoria por igual tarea (otro punto del injerto socialista que conforma el artículo 14 bis) y la reciente arremetida para igualar remuneraciones entre hombres y mujeres. Además de afectar libertades civiles por medio de lamentables intromisiones estatales en los contratos privados, se está dejando con ello los incentivos más elementales al esfuerzo y los resultados. ¿Qué pasaría si pretendiéramos que el tenista alemán profesional Cedrik Marcel-Stebe tuviera la misma bolsa de premios a fin de año y los mismos términos contractuales por publicidades que Roger Federer? Al fin y al cabo, se dedican a lo mismo.

La consigna de igualar remuneraciones para la misma tarea, sea entre mujeres, entre hombres o entre hombres y mujeres, resulta una forma de salario mínimo aplicado al trabajo brindado por los menos eficientes. Si se cumple a rajatabla la imposición oficial, aquella persona cuya productividad se corresponda a un salario de mercado inferior al mínimo impuesto quedará desempleada, sea hombre o mujer. Solo la creatividad de las áreas de compensaciones en recursos humanos para establecer categorías o conceptos que justifiquen ante el Estado un trabajo distinto entre dos empleados posibilitará que el menos productivo mantenga su trabajo con un salario acorde a sus capacidades y sus competencias.

También se ha instalado el término "violencia de género", expresión para referirse a actos de violencia de un hombre hacia una mujer. Estos hechos aberrantes y cobardes deben ser castigados de forma ejemplar, pero resulta absurdo tener categorías de violencia conforme a quién sea el perpetrador del hecho o quién resulte su víctima. ¿Acaso no condenamos la violencia en todas sus formas?

En el plano laboral, en algunos países, se impone por ley el cupo femenino de las mujeres en las empresas. Estas políticas, además de restringir la libertad de los dueños de empresas para seleccionar los recursos humanos de la forma que crean conveniente, a mi modo de ver, resultan sumamente ofensivas para la mujer. Su invaluable talento, agudeza, ingenio, creatividad e inteligencia no necesita de cupos.

Los propietarios de una empresa deberían tener el legítimo derecho de contratar solo a hombres para sus puestos de trabajo si eso es lo que ellos deciden, aun cuando esos puestos pudieran ser también ocupados por mujeres. Valen, claro está, las mismas reflexiones para el caso de una empresa cuyos accionistas acepten solo mujeres como empleadas. Cabe destacar que, si en las contrataciones laborales ha primado la consideración del sexo por sobre el talento, la capacidad y otras ponderaciones productivas, se verá reflejado en el cuadro de resultados de las empresas del ejemplo.

El reclamo en favor del aborto, que también se esgrime en esta embestida feminista, es el más aberrante y vergonzante de todos sus postulados. Todos somos dueños de nuestro cuerpo. Es cierto. También es dueño del suyo un ser indefenso que vive en el seno materno esperando el afecto natural de la madre y no a su propio asesino. Causa estupor cuando se pide legalizar el crimen del aborto para evitar las muertes de madres que practican abortos clandestinos y "poco higiénicos". Es lo mismo que un criminal reclame protección para contar con una menor resistencia de su víctima y tener una escena del crimen prolija y saludable.

No caen fuera de este análisis aquellos hombres timoratos, de serios problemas de inseguridad y complejos de inferioridad cuyo patético recurso se reduce a denostar a las mujeres porque se ven amenazados en distintos aspectos de la vida cotidiana por mujeres seguras, inteligentes y de personalidad avasallante. Lo que aquí se quiere poner de relieve es lo nocivo que resulta para la vida y los intercambios pacíficos que otros financien nuestras necesidades o imponerles nuestros gustos y preferencias.

El autor es magíster en Economía y Administración de Empresas.