La cumbre de mayo: Trump vuelve a sorprender gratamente

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El presidente Donald Trump lo ha hecho de nuevo. Sorprendió al mundo con su decisión de aceptar tener una cumbre cara a cara en un día a determinar del mes de mayo con el líder norcoreano o "el hombre cohete", como le gusta llamarlo en Twitter. Con ello, muestra buena predisposición al aceptar la desescalada que desde fines del 2017 el presidente surcoreano y la diplomacia presidencial de la Casa Blanca vienen gestando. Esto se acentuó en las recientes Olimpíadas de Invierno con ambas Coreas desfilando juntas, y donde la hija y el cuñado de Trump compartieron un palco con un enviado especial del líder de Corea del Norte.

Desde su asunción, en enero de 2017, el mandatario norteamericano ha llevado a cabo un mix de elogios y amenazas a su rival. Incluyendo un recordado mensaje de mediados del año pasado donde destacaba que el monarca rojo era un joven inteligente y formado, y que le gustaría, llegado el momento, conversar con él.

En los últimos dos años, Corea del Norte ha desoído cada uno de los ultimátums que la administración Trump formuló. El último hito para el punto de no retorno sería una evidencia empírica del ensamblaje y la puesta operativa de la cabeza nuclear en un misil balístico de largo alcance, o sea, 10 mil kilómetros o más, o ICBM, con lo cual territorio continental de los Estados Unidos quedaría formalmente al alcance de esta amenaza.

Las estimaciones sobre Corea del Norte hablan de un mínimo de 15 a un máximo de 60, pero hasta el momento sin confirmación de que puedan usarse en misiles de mediano y largo alcance de manera segura. ¿Qué cambia con que Corea del Norte se sume a este reducido club? Para empezar, de todos los antes mencionados es el único aún técnicamente en guerra con los Estados Unidos. El armisticio de 1953 nunca fue coronado por un tratado formal de paz. Otro factor no menor es la posición estratégica que presenta, vecino tanto de la principal potencia emergente que desafía la hegemonía norteamericana, o sea, China y de Rusia, que, si bien distante en cuanto a su poder económico e ideológico de la época soviética, todavía conserva el estatus de superpotencia militar.

Un veterano conocedor de la forma de pensar y actuar de China, así como hombre de consulta del presidente Trump, nos referimos al mítico Henry Kissinger, en una entrevista televisiva, a fines del 2017, afirmaba que la Casa Blanca debería poner todas sus fuerzas diplomáticas y persuasivas, incluyendo la amenaza militar, en un plan junto a China y Rusia para la desnuclearización de la península coreana, a cambio de garantías políticas y económicas al régimen de Corea del Norte. De fracasar, proseguía Kissinger, no había otra alternativa que la guerra.

Quizás o, mejor dicho, es casi seguro que Kissinger les recordó a Trump y a su yerno, con el que también se reúne, según trascendidos, que Corea del Norte dista de haber sido o ser una marioneta de China. Es más, hasta el fin de la Guerra Fría el abuelo del actual dictador optó por alinearse con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) cuando, en el último tramo de la década del 50, comenzaron fuertes tensiones ideológicas y geopolíticas entre Moscú y la Beijing de Mao. Solo con el colapso soviético en los 90, Corea del Norte no tuvo más opción de acrecentar más y más la relación económica y diplomática con China. Este diálogo directo con Trump seguramente no ha de ser una alegre noticia para el ajedrez diplomático de la ascendente China, que siempre ha jugado hábilmente su papel de canal comunicante, selectivo y parcial, entre Washington y Pyongyang.

A un presidente frontal y duro como a Trump le toca la tarea de caminar por este precipicio. Una mirada sobre lo sucedido desde mediados de los años 90 en lo referido al poder nuclear norcoreano y los Estados Unidos nos mostraría la decisión, en 1994, de la administración Clinton de usar guante de seda en ese vínculo y optar por confiar en un conjunto de acuerdos y compromisos en los 12 años posteriores que el régimen comunista hereditario no hizo más que incumplir. El presidente George W. Bush quedó atrapado, desde el 11 de septiembre de 2001, en el pantano que la estrategia de sus asesores neoconservadores le propusieron para tomar revancha del terrorismo de Al Qaeda, impulsando una innecesaria invasión a Irak y una imprudente e idealista agenda de democratización en el Medio Oriente. Así como descuidar la necesidad de focalizar los esfuerzos en Afganistán, donde sí Bin Laden y sus hombres habían hecho pie.

Ese Estados Unidos remando en este fango fue aprovechado por Corea del Norte para acelerar su programa nuclear, realizar media decena de pruebas y mejorar sus capacidades misilísticas. Así como también intercambiar experiencias con Irán y venderle tecnología nuclear ligada al uso militar del plutonio a Siria; instalación que en un ataque preventivo, hace 10 años, Israel redujo a escombros.

Al deporte de moda y políticamente correcto de la izquierda champagne, de los neoconservadores y de los neoliberales pro globalización de criticar y fobizar al actual mandatario norteamericano, cabe reflexionar también sobre los desquicios estratégicos que heredó. Por ello, el régimen norcoreano ha decidido hacer de equilibrista sin red. Subestimar el poder militar de los Estados Unidos para una guerra interestatal sería más que imprudente. Los pantanos de guerrilla y contraguerrilla como tuvo el Pentágono en los 60, en Vietnam o, más recientemente, en Irak y Afganistán, tienden a nublar o relativizar la cortina de fuego y hierro que la principal potencia militar del mundo puede descargar contra un enemigo estatal y con código postal.

Como afirmó Trump hace pocos meses, cuando el dictador norcoreano hizo alarde de tener un botón rojo nuclear en su escritorio, el ex empresario neoyorquino le respondió que su botón era mucho más grande, masivo y operativo 100 por 100, a diferencia de las incertidumbres que aún persisten sobre el de Corea del Norte. Al comparar los más de 700 mil millones de dólares, el equivalente a todo el PBI argentino y chileno sumados, que invertirá Estados Unidos en defensa el presente año con los 7 a 10 mil millones que destina el último enclave del estalinismo en el mundo, pocas dudas quedan. En ese sentido, cabe recordar que los recursos que Washington destina al desarrollo de su arsenal nuclear son una erogación, de más de 50 mil millones de dólares, de la Secretaría de Energía, por lo cual cabría sumar esta cifra a la antes mencionada del Pentágono.

Tanto China como Rusia han expresado su apoyo a la idea kissingeriana de desnuclearización. Como buen equilibrista, pese a su juventud, el líder norcoreano no cruzó la última línea roja que mencionamos al comienzo de esta columna. O sea, una prueba de un ICBM con una cabeza nuclear operativa.

El mundo estará expectante de la cumbre recientemente anunciada entre él y Trump. Desde ya han aflorado y proliferado comentarios y alertas sobre cómo Corea del Norte aprovechará esta reunión y el reciente clima de distensión para ganar tiempo y volver a engañar a Estados Unidos y a la comunidad internacional como ocurre desde comienzos de los 90. Una mirada más realista nos mostraría que, en caso de volver a hacerlo, la administración republicana, y con elecciones legislativas en noviembre, tendrá la vía libre para un masivo ataque.

Tal como afirmó el siempre lúcido y filoso secretario de Defensa, el general James Mattis, una eventual guerra con ese país sería el conflicto más sangriento e intenso para Occidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, pero tampoco cabría ninguna duda de la victoria arrasadora de los Estados Unidos. Por ello, convocó meses atrás a darles máxima prioridad a la diplomacia y las negociaciones, pero al mismo tiempo alistar una tormenta de fuego convencional y, llegado el caso, nuclear. Bien le vendría a Pyongyang recordar una de las máximas de Otto Von Bismarck: "Dios tiene una providencia especial para los tontos, los borrachos y los Estados Unidos de América".