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Hace tiempo se sabe que la escritora argentina Ariana Harwicz escribe para incomodar, para descomponer lo establecido. En sus ficciones, apunta siempre a lo perturbador y lo hace en tiempos de una corrección política que le pone candado a las ideas, mientras que en sus intervenciones públicas y ensayos se le anima temas sobre los que la mayoría prefiere no expresarse, para evitar el riesgo de equivocarse y perderlo todo en el imperio de la cancelación.
Harwicz nació en Buenos Aires, en el año 1977. Desde el año 2007 vive en Francia, en el campo. Es autora de las revulsivas, premiadas y celebradas novelas Matate, amor, La débil mental, Precoz y Degenerado. Junto con Mikael Gomez Guthart escribió el ensayo Desertar.
Sus libros fueron traducidos a varias lenguas, sus novelas fueron adaptadas al teatro y Matate, amor será llevada al cine en 2024, producida por Martin Scorsese y protagonizada por Jennifer Lawrence. Habitualmente publica ensayos y relatos en diarios y revistas de todo el mundo.
Publicado por la editorial Marciana, El ruido de una época fue libro visto, antes de producido. En lugar de que la autora lo ofreciera a una editorial, fueron los editores quienes buscaron a la escritora. En los últimos años Harwicz viene publicando en redes y en medios su mirada crítica del arte biempensante, así que los editores le propusieron reunir escritos, reescribir y escribir ad hoc, con el propósito de publicar un libro que pusiera a la vista este conjunto de ideas subversivas.
En el centro de los textos hay un cuestionamiento fundamental: según Harwicz, para todo artista es una contradicción lógica someterse a las reglas impuestas por la sociedad de su tiempo.
Lejos de cualquier matiz de corrección política y sin miedo a las palabras, Ariana interviene de manera activa en el debate público para discutir lo que se da por sentado y para encender el fuego de la discusión artística e intelectual, que parece haber sido reemplazada por los likes de las redes.
“Lo políticamente correcto es la gangrena del arte de este siglo”, dice al comienzo de su nuevo libro. Y luego avanza, cuchillo en mano, intentando desbrozar las nuevas reglas de la cultura, en las que la posible ofensa por discriminación u odio domina el territorio por encima de la ambigüedad y la necesidad de todo artista de crear un lenguaje.
Lo que sigue es la charla que mantuvimos hace algunas semanas en Radio Nacional, durante el último viaje que hizo Harwicz a la Argentina, su país.
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— Venís bastante, supongo que también porque en estos años estuviste participando en varios festivales y ferias en América latina.
— Sí, un montón, y siempre de manera absolutamente absurda, ¿no? Porque la geografía no es lo mío. Pero siempre pienso: bueno, ya que estoy en Monterrey, ya que estoy en la frontera de México con Estados Unidos, estoy cerca de casa. No, no estás cerca de casa. Siempre la idea como si todo fuera Chile o Uruguay. Y ya que estoy cerca… Estás en Bogotá, no estás cerca, es ridículo.
— Pero estás de este lado del océano.
— Eso te iba a decir, estoy de este lado del muro, ¿no? Ya que cruzás el muro, vas.
— El ruido de una época es un libro preparado, justamente, para hacer ruido. ¿Qué te llevó a salir de esa especie de cuarto propio en el que estuviste tantos años, en donde produjiste las novelas que te hicieron conocida y en donde te dedicaste básicamente a la ficción? ¿Qué te llevó a querer intervenir en la discusión pública? Porque ese cambio se pudo advertir y yo diría que, incluso, a partir de Degenerado, se intensificó.
— Ah, sí, que bueno que lo decís. Es cierto que nosotras nunca rompimos el contacto, siempre hay ahí un lazo, un diálogo con intermitencias. No me había dado cuenta, gracias… Fue todo lo que charlamos sobre todo a partir de Degenerado, en 2019, luego de la trilogía. No me había dado cuenta de eso ni tengo conciencia de la temporalidad ni de la cronología.
— Creció además tu participación en las redes.
— Sí. No de manera exponencial. A veces veo a colegas o a actrices, gente con la que presento cosas y ves lo exagerada que es la diferencia de seguidores. No obstante, igual si hay una intervención mía que se replica, eso me gusta. Por ahí publico algo en Twitter y no es solamente los likes, sino cómo eso se replica en discusiones. Hay gente que te escribe por privado, por ejemplo. Toda esa cosa subterránea que sucede a nivel de discusión. O que después voy a un festival en cualquier otro lado y está alguien que te leyó. Son lectores, finalmente. Lo que me llevó a hacer este libro fue una necesidad casi de orden. De decir: bueno, ya que todo esto está disperso y en las redes en cualquier momento me pueden -a mí, como a cualquiera- bloquear y desaparecer… Yo no entiendo nada de lo tecnológico, no tengo nada protegido; en cualquier momento me bloquean y desaparece todo. Y me daba pena no darles forma literaria a esas intervenciones políticas.
— Está bien, entiendo. Esa también es una pregunta que yo te podría hacer, pero lo que te pregunté es qué te llevó a participar de la discusión pública.
— Y ella contestaba lo que quería, ¿no?
— (Risas) Y ella contestaba lo que quería.
— La tradición de contestar siempre otra cosa y la desviación.
El cinismo de mis contemporáneos me molesta muchísimo. Me pone nerviosa. Me parece de una impunidad...
— Hay otra tradición, que es la tradición judía de contestar una pregunta con otra pregunta.
— Eso no me animé. Ay, lo voy a empezar a hacer. Lo que me llevó a intervenir -para contestarte- y a tratar de decir algo es el cinismo de esta época. A El ruido de una época le podría haber puesto de título El cinismo de una época, pero me gustaba más la idea de ruido porque es más amplia y, obviamente, más musical. Yo no sé cómo era el cinismo en la época de mis padres, en los años 70. O el cinismo en la década del 40 o del siglo XIX. Yo conozco el cinismo, el runrún de los pasillos y las bambalinas de mi época, de mis contemporáneos. Lo que se dice antes de entrar en una charla. Lo que se dice en cafecitos privados. Y, seguramente, toda época tuvo su cinismo, porque somos cínicos, tenemos doble moral todos. Pero bueno, lo que me llevó a la intervención es escuchar el cinismo: escucho mucho cinismo, mucha doble cara. Tengo muchas anécdotas con diferentes escritores de diferentes países, no solo de la América Latina, que dicen una cosa tras bambalinas, en lo oscuro de un pasillo afuera del escenario y, cuando suben y se prenden las cámaras para presentar un libro, ponen el casete de lo aceptable. Y ese cinismo me molesta muchísimo. Me pone nerviosa. Me parece de una impunidad… Entonces dije: bueno, pensemos la época. Tratar de pensar la época de mis contemporáneos. Esa es una de la labores del escritor.
— Sí, bueno, es una de las tareas. Y también es cierto que en tu ficcióm ya se veía algo muy disruptivo. Porque tus novelas también habían llegado como para romper un estado de cosas en términos de la narrativa argentina. No se parecía mucho a nada, digamos.
— Pero eso no fue consciente. Lo otro, sí. Yo soy muy consciente de estas intervenciones políticas o de este tratar de decir algo, de meter bocadillo. De lo primero, o sea, de la ficción, para nada, en absoluto. Una inconsciente total. Era como una cabrita saltando.
— Hablás del bloqueo. Por ejemplo, en Twitter -o como se llame ahora- no podés ni mencionar el título de ese libro.
— No. Matate, amor y Degenerado tampoco, hay que ponerle un asterisco en vez de la “O” o doble “G” o tres puntos.
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— Esas cosas te deben haber encendido también ¿no? Son los títulos de tus novelas.
— Sí, justo. Parece un chiste. Justo los títulos que elijo, La débil mental también, parece que es una especie de burla o de bullying a las personas con problemas mentales, o sea. Así que todos los títulos tienen algo. Excepto El ruido de una época. Pero sí, cuando escribí Matate, amor no era consciente en absoluto, sería mentir decirlo. Ni de se iba a convertir en una trilogía, ni de que iba a convertirme en escritora, ni de que ahí había algo de un estilo o de una forma de escribir, como una singularidad. Para mí uno no es consciente al principio de que está manejando una lengua singular. Uno la arma, ¿no?
— Hay autores que sí reflexionan sobre estas cuestiones y, de hecho, en este libro lo estás haciendo. Pero pensaba, por ejemplo, en alguien como María Teresa Andruetto, que es una escritora que escribe para diversos públicos y en diversos géneros. Que escribe ficción y no ficción. Que es, además, una gran promotora de la lectura y permanentemente habla de ese inventar un nuevo lenguaje que se propone un escritor cuando piensa que lo que hace forma parte del arte, ¿no?
— Sí, totalmente Andruetto y tantas otras, que antes, en otras generaciones, lo hicieron. Por ahí idealizo también, no sé; uno siempre trata de pensar con mayor lucidez su época y las épocas pasadas pero siempre hay corrimientos, idealizaciones. Pero yo crecí escuchando eso. Iba escuchando que un escritor era ante todo alguien que se oponía a la lengua oficial, que se distanciaba de la lengua común, corriente, la lengua de la comunicación, el idioma. De la lengua que no está trabajada. Que no está procesada, que no está intervenida, que no está curada o transformada por un flujo literario. Yo crecí pensando que un escritor era ante todo eso. Pero después veo, bueno, que en la contemporaneidad -obviamente, no todos-, no se trata de escribir, para nada.
— Justamente uno de los capítulos habla de eso, reflexiona acerca de qué es hoy un escritor. Y aparece una de tus autoras siempre citadas, Marguerite Duras, y esta idea de escribir contra lo que quieren que escribamos. ¿Qué es un escritor para vos?
— Claro, sí. Y, un escritor, sí, una poeta, Anna Ajmátova, o un escritor es Imre Kertész, que no paro de citarlo. Un escritor es Joseph Roth. Un escritor es Ágota Kristóf. Un escritor es alguien que hace una operación singular, única e irrepetible en la lengua que tiene eso, que ejerce una violencia. Ahí sí, Marguerite Duras y tantos otros, dicen que escribir es es ejercer una operación de una violencia única en la lengua. En general eso demanda mucha valentía.
Yo soy pro dignidad humana, incluso mucho más de lo que se piensa.
— Hablás de valentía y de escritura y también del arte. Y lo que estás diciendo es que el artista no puede estar pensando que lo que va a hacer ofende al otro. Un artista no es una ONG, quiero decir. Hay algo que tiene que ver con el arte que va más allá y cuando un artista crea, no necesariamente está pensando en el otro.
— No, no está pensando en absoluto en el otro, por eso no piensa tampoco en la máxima o la idea paradigma de no ofender, de no hacer daño, de que el otro no se sienta señalado, vejado en su integridad, en su dignidad. Esos son valores de derechos humanos maravillosos para diferentes agrupaciones, ministerios, asociaciones. Yo estoy de acuerdo, yo soy pro dignidad humana, incluso mucho más de lo que se piensa. Soy absolutamente moralista en la vida. Todo lo que no soy en el arte, que justamente para eso existe, si se homologa a la vida no tengo la menor idea de para qué serviría que haya cuadros o sinfonías. Entonces sí, es cierto, yo lo pienso tanto escritores, pintores, cineastas, es un poco lo mismo. Cuando pienso qué escritor me gusta, pienso en un jarrón de flores pintado o en un campo de maíz. El gesto es el mismo. Y lo de ofender… toda la historia de la pintura está hecha de ofensas porque cambiaban de estilo, se rompía la forma o cuando hacían un desnudo escandaloso. Cuando le cortaban la cabeza. Cuando las mujeres tenían tres ojos. El arte está hecho de ofensas. Bueno, los salones de los “degenerados”, los pintores rechazados, relegados, marginados. Antes, hasta el siglo XX, era así, ¿no? Ser marginado era un atributo del artista. Después pasó a ser algo malo, en el siglo XXI.
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— ¿Los colegas te enfrentan o te buscan? Por ahí no lo hacen públicamente, pero tal vez te escriben en contra de las cosas que decís o se sienten tocados por algo en particular. ¿Te pasa algo de eso?
— Vine exactamente hasta acá, Maipú 555, para que me lo digas vos. Porque vos las conocés a todas. Digo “a todas” porque los hombres están medio out. Están out. No quiero convertir esto en un programa de chimentos, aunque podría, porque me encantan los chimentos. La literatura está hecha de chimentos, no invento nada. Insisto, digo “las” porque por supuesto que hay grandes escritores, me aburre aclararlo, pero no vamos a mentir y es también lógico que hoy hay más interés por las mujeres. Se siente acá, en Georgia, en Polonia.
— Total.
— Digo, en África y en Canadá. Hay más morbo, más curiosidad. Hay un redescubrir a la mujer aunque existimos desde siempre. Pero hay esto de entrar en la psique femenina. Tiene un poco más de interés, lo cual es comprensible. Pero bueno, vos las conocés mucho más que yo.
— Yo no te preguntaba por el mundo de la literatura argentina, eh.
— Ah, en general.
— Claro, quería saber si en las mesas de las que participás hay estallidos o ruido, ya que estamos, con las cosas que decís.
— Sí, te diría que sí. Hace varios años, en la Feria de Guadalajara, estaba en una mesa de mujeres, Viste que siempre ponen a las mujeres juntas, era una mesa sobre feminismo. Ahora siguen siendo así las temáticas en literatura, pero antes era mucho más.
— Porque no nos quejábamos.
— Porque no nos quejábamos, exacto. Y bueno, ahí había muchísima gente, era en la sala más grande, y por ánimo de ser abogada del diablo yo traté de entrar en colisión, de discutir.
— De animar la fiestita (risas).
— Porque si no es tan aburrido, porque todas mujeres juntas que se supone que piensan igual hablando y pensando igual. Y sí, hubo enfrentamientos, Laura Restrepo y no me acuerdo quiénes más estaban. Y, después, a veces me torean pero la mayoría de las veces no. Porque una de las estrategias del que no quiere discutir es hacer de cuenta de que no existís.
— Interesante esa estrategia que señalás.
— Sí, totalmente. Bueno, podríamos hablar horas de cómo eran antes las mesas. Yo me acuerdo de que era jovencita, iba a las Ferias del Libro o prendía la tele y se estaban peleando autores de derecha, de izquierda, ¿no? Vargas Llosa con Cortázar, Beatriz Sarlo, Piglia. Chomsky con Foucault, no sé. Bueno, estoy diciendo los grandes. Pero se peleaban. Y había esos enfrentamientos, esos retos a duelo, ni hablar el siglo XIX: me la paso en París yendo a los lugares donde los poetas se retaban a duelos retóricos. Bueno, toda la tradición de los grandes debates acalorados. Y ahora, decime si me equivoco, yo hago un diagnóstico por ahí contemporáneo, pero no veo ese ánimo, ese deseo vital de confrontar, de discutir, de no estar de acuerdo. Entre hombres y entre mujeres, me da lo mismo, no tengo una perspectiva de género en la discusión literaria.
— ¿Y a qué lo atribuís? ¿A que hay alguien que determinó qué es lo que ofende, qué es lo que no ofende? ¿Por qué no queremos discutir más? ¿Nos cansamos de discutir?
— No, bueno, yo pienso simplemente una cuestión de poder. La época no habilita errores porque en cualquier momento podés derrapar. Antes no estaban las redes, ahora hay una especie de foco puesto en las redes donde en cualquier momento sos mucho más visto y, si derrapás, si te equivocás con la palabra, si la pifiás en la forma de nombrar o encima está el modo de hablar, inclusivo, no inclusivo. Eso te puede llevar casi a una muerte social, una especie de destierro. Son formas simbólicas, metafóricas, pero reales en el impacto en la persona. Antes no estaba ese circo armado. Y, entonces, ante el miedo de equivocarse y de dar un mal paso, muchos eligen ir despacito y con precaución. Yo creo que es eso, miedo a perder lectores, seguidores, contratos. Pero en la tibieza de la precaución no se piensa nada.
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— Me gustaría volver un poco a lo que hablábamos en relación a la literatura como forma del arte y la necesidad de ir en la dirección que el propio concepto de arte a cada uno le indica y no a lo que te indica el espíritu de los tiempos. Pero pensaba que desde siempre, y si vas a los cuentos de Henry James te encontrás también con esas discusiones, existieron escritores, a veces llamados profesionales, más vinculados a los géneros tradicionales, tal vez, con una literatura que llegaba a más gente, y estaban los otros, más en secreto, más en sordina. Muchas veces se envidaban unos a los otros porque, de pronto, los que más vendían tenían como ambición ser celebrados por la crítica. Y viceversa. ¿Por qué hoy sería distinto?
— Sí, para mí es distinto hoy pero lo digo mientras vamos viviendo, así que la posta va a estar el siglo que viene, cuando miren retrospectivamente este siglo. Pero no creo que sea recordado como un siglo con mucha valentía en el campo del arte ni en el campo de la política. No, yo creo que lo que decís es cierto, antes estaban históricamente los escritores clásicos, de género, de tomos grandes, de bestsellers, mainstream -no se decía así-, y los escritores de buhardilla, marginales, tapados. Pero hoy no es así, hoy la escritora que tiene éxito es una escritora que vende mucho. Hoy esas dos categorías están rotas. Se supone que son prestigiosas escritoras que venden mucho y que tratan de decir lo menos posible, ofender lo menos posible. Creo que se rompió esa división.
— Estás yendo al género. ¿Por qué es claramente escritoras y no escritores?
— No, para incluir a las dos. Para mí hay que hablar todo con “A” pero alguien me dijo pero la “A” es binaria, y es toda una discusión eso.
— Bueno, Betina González escribió La obligación de ser genial todo con “A”. Es un libro de ensayos maravilloso que también, de algún modo, reflexiona sobre estas cuestiones y está escrito todo en “A”. Y al principio te resulta rarísimo y después vas entrando, eh.
— Vas entrando y lo normalizás y la “A” se vuelve universal.
— Total. Pero entonces vos lo decías en relación a los escritores en general.
— Sí. Que se rompió esa división. Ahora es mucho más difusa, más difícil de distinguir. Ya no está el escritor profesional, de género, comercial, y los más prestigiosos, más literatos, más cultos. Ahora, los que son vistos o las que son vistas como más prestigiosas, más literatas, son también las que más venden y es difícil, hay mucho miedo para pensar. Es raro. Es paradójico, hay miedo a pensar en una época en plena democracia: 40 años de democracia es un montón para nosotros.
— Eso, acá. Lo que pasa es que en la Argentina estamos muy acostumbrados a mirarnos a nosotros mismos pero hay cuestiones que están ocurriendo acá y vos, que vivís en Europa, sabés que están ocurriendo en el mundo en general.
— Ah, sí, allá pasa exactamente lo mismo, pero por otras razones sociológicas, que entiendo menos que las de acá. Pero es cierto, no tuvieron dictadura, no son latinoamericanas, y sin embargo el chip, el dispositivo mental, porque todo se trata del hardware mental, el dispositivo con el que estamos pensando es el mismo. Cómo pensamos una época. Cómo se piensan épocas pasadas. Cómo leemos a los que escribían antes, a los muertos. Sí, yo veo exactamente la misma ideología, con realidades políticas y económicas distintas. A veces ni siquiera me doy cuenta de que estoy allá o acá porque como se piensa igual, ya sabemos que se come y se viste uno igual. Acá, por supuesto, con más pobreza, por supuesto, 50, 60% de pobreza, allá no tanta, pero es como que estamos estamos parasitados, no sé cómo se dice, como si hubiera un miedo. Allá tenés miedo de que te tilden de racista y, sobre todo, de islamofóbico y tenés miedo de decir algunas cuestiones sobre el judaísmo. Acá las cuestiones sobre las que se tienen miedo son otras. En definitiva, se opera desde el miedo. Eso llega a la literatura.
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— ¿Pensás que ensayos o modos de intervención como los tuyos, y como los de otra gente que, de pronto, también aviva este fuego, puede llevar a terminar con esos miedos y hacer que la gente hable más? Yo misma acabo de borrar hace dos noches un tweet porque no podía soportar las barbaridades que me empezaba a decir.
— ¿Ah, sí?
— Es como que uno dice sabés qué, me pongo a hablar solo de perritos y gatitos. Recomiendo algún libro, una película, y se acabó. No se puede hablar de ideas.
— No se puede ser osado. Porque, claro, pensar es poner en riesgo todo. Si no, lo otro no es pensar, es describir, retomar, asentir, confirmar lo confirmado, subrayar lo subrayado. Pensar, eso es lo que aprendimos todas leyendo, ¿qué pensador que te cambió la vida o te ayudó a ser más inteligente no puso todo en riesgo al pensar? Y se mataban entre los pensadores, se acusaban de todo. Bueno, eso era pensar. Se rompió esa dialéctica. Yo creo que sí, que todos estos libros o estas corrientes empujan un poco a destrabar ese miedo, ¿no?
— ¿Vivir afuera te ayuda a poder hacer estas cosas? ¿Si estuvieras acá estarías bastante más contenida?
— Sí, creo que sí. Obvio que es contrafáctico pero son hipótesis sobre uno mismo. Yo creo que sí, que el hecho de entrar y salir como en un teatro, como en una escena porque un campo literario es una escena, entrar y salir, estando adentro, estando afuera, te permite otra mirada, otra distancia y otra impunidad.
— ¿Qué te pasa en los festivales? Porque lo que aparece alrededor de la literatura es también la exhibición de los autores. A veces les va mejor no necesariamente a los mejores escritores sino a quienes mejor se saben mover en esos lugares. Cómo te sentís vos en esos lugares. ¿Te cuidás mucho? ¿No te cuidás nada? ¿Tratás de ser la que sos siempre?
— Bueno, por supuesto no es lo mismo cualquier país de América Latina que cualquier país de Europa, en el sentido del lugar que ocupás en el campo. Porque allá te conocen menos, estoy editada -como muchas otras- en un montón de lenguas, por suerte, pero hay que pagar un derecho de piso y, además, la estigmatización de latinoamericana. No tengo ningún problema con ser latinoamericana pero cuando es desde el estigma sí me molesta porque es absurdo, hay que luchar contra eso. Entonces, siempre me siento y digo: bueno, voy a tener que luchar contra la identificación de que soy mujer, de la edad que tengo y, además, latinoamericana. Entonces, allá la lucha es otra. Pero sí, siempre me siento a contracorriente; la mayoría de las veces trato de hacer reír pero me siento a contracorriente de lo que se supone que hay que decir. La otra vez en un festival en Bruselas estaba en una sala cercana a donde estaba la francesa Annie Ernaux, que acababa de ganar el Nobel, así que imaginate cómo la recibían, y yo quería discutir ideas políticas que ella manifiesta, no en su literatura, pero está mezclado. Bueno, imaginate cuánta gente fue a verla a ella y cuánta fue a verme a mí. Y ella no me contestó, qué me va a contestar… Yo siempre trato de enfrentar, de ir al enfrentamiento. Un poco a boxear. Pero muchas veces no tengo con quién boxear.
— ¿Tenés espalda para bancar que te hablen mal de tu obra o te argumenten y te hagan sentir de pronto que estás derrapando, como decías antes?
— Sí, aparte tomar posición siempre es difícil. ¿Te acordás que una vez hicimos un comunicado por un tema de antisemitismo? Eso, en Argentina, y en cualquier país, hoy veo como que no es muy mainstream. No va a quedar bien como autora contemporánea mujer hablar de antisemitismo. No es lo más popular. Es mucho más cool hablar de otras cosas. Y sin embargo lo hice y muchas me decían no, prefiero no meterme en política. Pero siempre estamos metidos en política.
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— ¿Y tenés espalda para bancarlo?, te preguntaba. ¿O te bajonéas?
— Sí, me bajonea si son escritoras que conozco. Una vez critiqué un concurso en el que había amigas. Yo no sabía que estaban mis amigas ahí, una de jurado. Yo lo que quería era que discutiéramos juntas desde la amistad, amorosamente como se dice hoy, violenta y amorosamente, el amor también puede ser violento, ¿no? A veces es un lugar común, pero bueno. Yo quería que entre amigas, entre colegas, entre compañeras, compañeres, discutiéramos ideas. Por qué en un concurso literario se pone en una de las cláusulas que había que presentar los textos en un lenguaje moderado, o moral, o no ofender. Eso afecta a las generaciones que vienen. A mí, no; a ella, tampoco. Para mí es como burlarse de los próximos escritores. Es no ayudarlos a pensar bien o a escribir literatura. Pero yo hubiera querido que ese debate se diera y no se dio. Otros debates si se dan. En la Feria de Editores hace unos años estuvo Beatriz Sarlo discutiendo sobre el lenguaje inclusivo. Hay debates que se dan pero en general lo que reina es más el conformismo.
— Decime en dos palabras quién te gustaría que leyera El ruido de una época.
— Me gustaría que lo leyera la gente que piensa distinto que yo. Aquellos que creen que hay que alienarse o que hay que ir con la época porque también tiene sus beneficios. Me gustaría que lo leyera alguien que está en contra de lo que yo pienso, que piensa distinto.
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