Roma, 26 de junio de 1947. El arribo del aéreo estaba preparado para el día anterior, según ilustraba en tapa el diario La Stampa de Torino con una imagen de ella sobresaliente en la edición: "Una ciudad se prepara para recibirla".
El entonces presidente de la república, Enrico De Nicola, se encontraba en Torre del Greco, en vistas de retornar a la capital para acompañar a la Signora en una Italia dividida en dos opuestos: la que aclamaba y se enorgullecía de su presencia y la que, herida por una reciente salida del nacionalismo fascista, veía en Perón la imagen del "Duce" Benito Mussolini.
Italianos y argentinos le abrirían el paso a Eva Perón. Irían a recibir a una de las figuras más importantes del siglo XX, quien luego de su paso por la España franquista llegaría a Roma. La comuna capital preparaba esa mañana el salón de Orazi e Cuariazi, donde por primera vez una mujer sería recibida y honrada con la Loba Capitolina de bronce, de manos del entonces Sindaco Mario de Gasperi. La agenda en la ciudad de los césares estuvo colmada de actividades y visitas.
Pero la principal tuvo encuentro en la Ciudad del Vaticano. La ansiada cita privada con el entonces papa Pío XII en la Santa Sede. Un poco por el perfil de Perón en la Argentina, desde la óptica de la justicia social y los guiños positivos del gobierno a la iglesia católica, por ejemplo en materia educativa y principalmente en derechos sociales, el entonces papa Pacelli tuvo grandes consideraciones a la hora del recibimiento de la enviada argentina.
Los diarios del día siguiente dedicaron tapas y columnas al encuentro. La Stampa titulaba que "La Perón" había sido recibida con los máximos honores por Pio XII.
"En el Vaticano todo transpira santidad", escribiría la Primera Dama al presidente Perón en una de sus cartas. El Papa mantuvo una charla amena en lengua española con ella, remarcando el agradecimiento a la Argentina por su respuesta a los países devastados en la posguerra y, en especial, al trato que habían tenido con Italia en las relaciones bilaterales.
Y aunque las voces de algunos sostienen que la visita de Evita a la Santa Sede fue frustrante, el Vaticano se encargó de refutar dicha versión. La entonces publicación jesuita que era observada por el mismísimo Pontífice, La Civiltá Cattollica, consideró la audiencia a la altura de los honores del recibimiento de una jefa de Estado.
Por otro lado, se observó que Eva pretendía el título de Marquesa Pontificia, ostentación que portaba, por ejemplo, María Unzué de Alvear, y que solo el Sumo Pontífice podía entregar. A pesar de ello, le fue entregado un rosario y una medalla de manos de Su Santidad (además de una condecoración para Perón).
De todos modos, Evita volvería a la Argentina con un deber mayor: crear la Fundación que llevaría la bandera del bienestar social. Durante el transcurso de su viaje por Europa pudo cultivar ese proyecto, aunado a las palabras de quien sería futuro papa (Juan XXIII) –el Papa bueno-, Monseñor Roncalli, en Francia: "Si de verdad lo va a hacer -le dijo-, le recomiendo dos cosas: que prescinda por completo de todo papelerío burocrático, y que se consagre sin límites a su tarea". Algo que la historia, posteriormente, observó cumplir a Evita al pie de la letra.
Su gira por Roma tuvo otro eje claro: el encuentro con las mujeres. El fortalecimiento de lazos con los grupos feministas en todos los aspectos. Desde las mujeres del movimiento "Fe y Familia", hasta las que no simpatizaron con su presencia pero que igual lograron escucharse mutuamente. Pues Eva Perón recibió de parte de la diputada socialista italiana Lina Merlin un telegrama, solicitándole – en nombre de las mujeres socialistas-, que se considerara el caso de Alicia Moreau que, en Buenos Aires, denunciaba ser perseguida políticamente por el peronismo.
Muchos historiadores toman esta parte del viaje del arco iris como una parada hostil, principalmente por el comportamiento de los grupos socialistas italianos para con ella, pero también es cierto que nunca antes en el siglo XX Italia había recibido a una mujer de otro continente rindiéndole los honores pertinentes como en este caso.
El viaje tiene un punto por fuera de la agenda oficial. Eva se hizo presente en la Galería de Arte Borghese. En ella se encontraba la obra de Tiziano Amor sacro y amor profano, que data del año 1515. Según los periódicos de la fecha, Eva se detuvo unos largos y sentidos minutos a interpretar esta escena artística sobre el óleo renacentista.
Tal vez porque la obra muestra la presencia de dos mujeres y un niño, seres más que presentes en su pensamiento, y en lo que vendría después de su viaje: el comienzo de su Fundación y los pilares de Roma; el encuentro con las mujeres y las promesas de entrega cristiana. O ciertamente desde una visión romántica recordaría con aquella imagen el 17 de octubre donde, desde la filosofía peronista, el amor terrenal se unió con el divino para hacer de esa historia presente la razón de su vida.
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