
Corren los últimos días de 1872 o, quizás, los primeros de 1873 cuando desembarca en el Puerto de Buenos Aires un joven de 22 años. Los papeles que presenta ante las autoridades lo identifican como Raymond Wilmart de Glymes d'Hollbecq, nacido el 11 de julio de 1850 en Jodigne-Souvraine, Bélgica.
Quienes registran su ingreso al país no saben que es el vástago díscolo de una familia noble y mucho menos pueden imaginar que su venida nada tiene que ver (o sí, pero ni siquiera él lo sabe) con hacer esa América que habita el sueño de la mayoría de los inmigrantes, sino que trae una misión bien diferente: tomar contacto con la embrionaria sección local de la Asociación Internacional del Trabajo (AIT).
Porque Raimundo Wilmart – como terminará llamándose – es el enviado de Carlos Marx a la Argentina y su objetivo no es otro que hacer la revolución socialista en estas tierras.
En algunas de las páginas de su excelente Marx en la Argentina (Siglo XXI Editores, 2007), Horacio Tarcus redescubre las vicisitudes y el periplo personal e ideológico de uno de los juristas más brillantes de nuestro país. Y publica por primera vez las tres cartas encabezadas con un afectuoso "cher citoyen" que ese hombre, Raimundo Wilmart –elogiado en vida y tras su muerte, en 1937, por lo más granado del establishment local-, le escribió al inventor del socialismo científico para darle cuenta de su tarea revolucionaria en Buenos Aires.
Misión en la Argentina
Wilmart toma contacto con las ideas de Marx en Burdeos, donde conoce a Paul Lafargue, casado con Laura, la mayor de las hijas del autor de El Capital. Convencido militante comunista, participa del Congreso que la AIT realiza en La Haya, Holanda, en septiembre de 1872, donde se le encomienda viajar a Buenos Aires.
Para entonces, el joven comunista ya tenía una orden de captura emitida por la policía belga, de modo que tuvo que cambiar su plan original de partir hacía Buenos Aires desde el puerto de Burdeos y viajó clandestinamente a Madrid, donde se refugió -según la investigación de Tarcus – en la casa de José Mesa, un obrero tipógrafo que fue introductor del marxismo en España. Pocos días después siguió viaje hacia Lisboa, donde el 19 de octubre de 1872 se embarcó hacia la capital argentina.

Pero la realidad local dista mucho de parecerse a la de las encendidas luchas proletarias de las que proviene el joven revolucionario. Por entonces, Europa sigue sacudida por la Comuna de Paris de 1871. Algunos de sus participantes –con condenas a prisión o muerte sobre sus cabezas– emigran obligadamente hacia América latina, donde la mayoría recala en Buenos Aires.
Un cuarto de siglo después, José Ingenieros escribirá sobre la llegada de estos revolucionarios perseguidos. "La represión violenta que siguió al glorioso episodio de la lucha de clases que fue La Comuna de Paris, determinó una fuerte emigración de los miembros de la Asociación internacional, que huyeron buscando en el extranjero un refugio hospitalario contra las iniquidades de un gobierno menos cruel que miserable. Los países del Plata fueron elegidos por muchos emigrados", dirá.
Y también describirá un panorama que es el mismo que encuentra Wilmart a su llegada a Buenos Aires: "Ante la perspectiva seductora de una fortuna fácil de adquirir -relatará- muchos de los internacionalistas archivaron sus hiperestesias y se dedicaron enteramente a 'hacer la América'. Otros, sin duda una ínfima minoría, se preocuparon de organizar secciones de la Internacional".
Los primeros comunistas de estas pampas
Hay pocos comunistas en Buenos Aires para esos días. La mayoría -menos de 100 –están nucleados en la Association Internationale de Travalleurs (AIT), o Sección francesa, conducida por Émile Flaesch, su primer secretario general, de cuya biografía poco y nada se conoce. Es él quien escribe al Consejo General de la AIT en Europa una carta solicitando la afiliación de los comunistas franceses de Argentina.
Flaesch pinta un panorama alentador en sus cartas. "La sección tomó cierta importancia y a esta fecha somos 89 inscriptos –escribe el 14 de abril de 1872-, 60 nuevos adherentes han sido presentados y serán aceptados en la próxima sesión. Muchas sociedades obreras están prontas a aliarse con nosotros".
A ellos se suman otro centenar de activistas nucleados en las secciones española y alemana. Cuando Wilmart desembarca en el Puerto de Buenos Aires, la sección argentina de la AIT que encuentra tiene unos 250 miembros y publica un periódico, El Trabajador, cuyos ejemplares están hoy perdidos. Pero la realidad local dista mucho de parecerse a la de las encendidas luchas proletarias de las que proviene el joven revolucionario belga.
Las cartas de Wilmart a Marx
En la Colección Marx-Engels de Amsterdam se conservan algunas de las cartas que Raimundo Wilmart le escribe a Marx durante su primer año en Buenos Aires. Por ellas se sabe que el joven enviado vivía por entonces "en lo de Miranda", en la calle Chacabuco 296, a pocas cuadras de la Plaza de Mayo. Si hubo otras cartas de Wilmart a Marx, están perdidas.
En esos textos se va claramente cómo la realidad que encuentra en Buenos Aires afecta el estado de ánimo del revolucionario belga. "En tres cartas sucesivas a Marx, Wilmart informa de la situación argentina, pasando del entusiasmo inicial al desánimo", dice Tarcus.

Esto se ve en la tercera, del 14 de junio de 1873, donde escribe: "Van mal las cosas por aquí: sesiones vacías, falta de buena voluntad. Otros tres (miembros) acaban de partir, el diario no ha aparecido a lo largo del mes último. El número que debía salir mañana, no aparecerá antes del 20. Los fondos faltan (…). No debemos desanimarnos nunca, pero hace falta mucha paciencia para soplar siempre sobre las cenizas que no quieren volver a encenderse".
En una carta anterior, el 27 de mayo, había pintado con gran lucidez las dificultades que encontraba el trabajo revolucionario en la realidad social argentina: "Hay demasiadas posibilidades de hacerse pequeño patrón y de explotar a los obreros recién desembarcados para que se piense en actuar de alguna manera".
Incluso habla de abortar su misión: "En cuanto a mí, estoy deseando retornar a Europa y espero con impaciencia el mes de febrero del año que viene. Si tuviera todo pago (se refiera a una remesa de dinero que le ha prometido la Internacional), sin duda me largo el 30 de ese mes", escribe.
Enfermedad, matrimonio y nueva vida
En el marco de este desánimo, a principios de 1874, una enfermedad pulmonar obliga a Wilmart a viajar a Córdoba. Allí cambia radicalmente su historia: estudia Derecho y se casa con Carlota Correa Cáceres, una joven de la alta sociedad, y luego se traslada a Mendoza, donde ejerce como juez civil y, más tarde, como camarista.
Cuando regresa a Buenos Aires, en 1899, es otro hombre: se dedica plenamente a la actividad privada y se hace cargo de la cátedra de Derecho Romano de la Facultad de Derecho de la UBA.

Tarcus rescata una anécdota que muestra por dónde anda entonces su pensamiento político.
En 1900, integra el jurado que desaprueba la tesis doctoral de Alfredo Palacios sobre la miseria. Allí, el futuro senador socialista se refiere a "la influencia desmoralizadora de las fábricas".
Wilmart le responde con una anotación donde pone en claro su confianza en el papel civilizador del capitalismo: "Fíjese Sr. Palacios, que esas mujeres de las fábricas tendrán un trabajo tan duro y penoso como quiera, pero en su limpieza y hábitos intelectuales y sociales (…) no admiten comparación con esas desocupadas de antaño (…) La industria, aún con el proletariado, es un progreso y una evolución".
Ofuscado, pero con la ironía que lo caracterizaba, Palacios reproducirá años después las críticas de Wilmart, de quien ácidamente dirá que "en otra época dio trabajo a las autoridades francesas por el hecho de haberse declarado socialista".
Abuelo de monseñor Podestá
Raymond Wilmart tuvo seis hijos con Carlota Correa Cáceres: Gerónimo, Raimundo, Angélica, Margarita, Carlota y Clara. Esta última, casada con Antonio Podestá, le dio su nieto más famoso: el sacerdote Jerónimo Podestá, escandalizaría a los sectores conservadores de la Iglesia Católica argentina cuando, siendo obispo, dejó los hábitos para casarse.

Otro de sus nietos, Raymundo Podestá Wilmart, fue funcionario del Ministerio de Economía durante la última dictadura, bajo las órdenes de José Alfredo Martínez de Hoz.
El profesor y doctor en Derecho Raimundo Wilmart murió el 26 de septiembre de 1937. Fue enterrado en el cementerio de La Recoleta donde, al cumplirse un siglo de su nacimiento, se descubrió una placa que lo describe como "notable jurisconsulto, académico, maestro del derecho romano, vindicador de la libertad humana". Nada dice, en cambio, de su pasado ni de sus sueños revolucionarios.
Las cartas que le escribió Marx están perdidas para siempre: una de sus hijas, cuenta Horacio Tarcus, las quemó "temiendo que ese testimonio comprometiese la memoria de su padre y el honor de su familia".
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