
El juego de los mundos publicada originalmente en el año 2000 con una reducida tirada, y ahora -2019- editada por Emecé con correcciones del propio Aira, es una breve distopía en un futuro extrañamente atemporal- tan lejano y tan presente- en el que un padre observa cómo sus hijos se divierten con la realidad virtual mientras "los libros se consideran materia muerta".
César Aira, quien cumple 70 años este 23 de febrero, aseguró en más de una entrevista que la novela es un "género estancado" y, si bien siempre faltan repreguntas ante tamaña aseveración, esa respuesta satisface por el misterio que el autor, nacido en Coronel Pringles, supo crear sobre su persona y su escritura.
A pesar de ese estancamiento, las novelas breves de Aira –ya lleva escritas más de cien– recobran el aspecto lúdico de la prosa de Kafka y Borges, los que, a entender del autor de Cómo me hice monja, "fueron los últimos que cambiaron algo".

La idea de adolescentes atrapados por la adicción virtual de un juego llamado Realidad Total, en el que se dedican a destruir otros mundos y civilizaciones, no parece una novedad. La problemática de las pantallas y su absorción -en oposición al recogimiento de un libro- es un debate instalado hace más de una década. Y lo de destruir civilizaciones, bueno, eso ya es parte de la historia humana.
Pero Aira presenta la trama desde la paternidad: "Yo me esforzaba por contener mi prole, como una configuración atómica, la única que le daba sentido a mi vida", y lo generacional: "los dejaba pensar que yo era un viejo fósil incapaz de entender mi época". A esto le suma una revelación: "lo que vuelve".
Como en la pequeña rareza de Triano, publicado en el proyecto Exposición de la actual narrativa rioplatense en 2014, el autor enlaza la ficción y el ensayo en un monólogo que no se encierra sobre sí mismo sin verosímil sino que hace avanzar la trama: la justicia, el aprendizaje, las nuevas tecnologías, las relaciones "cuando una persona se nos presenta en el mundo", el control tecnológico y religioso, qué hacer con el tiempo.

"Pero la verdad es que nunca quise imponer mis ideas a nadie: al contrario, siempre he cedido, me he acomodado; en el fondo, no le doy importancia", dice ese padre que parece reírse de la condescendencia de sus hijos; y que permite pensar en ese Aira que esquiva con picardía cuando le exigen definiciones sobre la literatura.
"Dejo actuar el misterio sobre mí, me baño en él como en una cascada de montaña". ¿Es posible separar al autor del escritor, del personaje? Es una pregunta tonta para hacerse en la lectura de esta novela, porque justamente lo que pretende Aira es que juguemos con la literatura.
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