
Exiliado desde 1976, Andrew Graham-Yooll (Buenos Aires, 1944) recién tuvo la oportunidad de volver a la Argentina como corresponsal del diario inglés The Guardian durante la guerra de Malvinas. Entre abril y junio de 1982, tres veces por día enviaba cables con lo que veía en las calles: la reacción popular, los comunicados del gobierno militar, el espíritu "surrealista" que alternaba entre la euforia y la desilusión.
De aquella experiencia quedó un libro magnífico, Buenos Aires, otoño 1982 (Editorial Marea), que, antes que una crónica periodística, es el ejercicio de una memoria en carne viva, tensada entre el amor a la tierra en donde nació y la de sus antepasados —su padre era escocés, su madre inglesa.
Ayer por la tarde, conmemorando los 35 años del hundimiento del Crucero General Belgrano, Graham-Yooll viajó desde Córdoba, donde reside actualmente, para participar en una entrevista pública a cargo de Patricio Zunini en el stand de Leamos en la Feria del Libro (pabellón amarillo, stand número 1722). Estas fueron algunas de sus frases más destacadas:
"Yo estaba deseoso de volver a la Argentina. Necesitaba volver, estar en mi país otra vez. Pero, al mismo tiempo que quería estar acá, todo alrededor me parecía infame. Uso la palabra infame con cuidado pero con conocimiento. Creo que la infamia mayor fue del Almirante Anaya, que le vendió el paquete al General Galtieri. Creo que la infamia fue de la gente que pensó que eso iba a arreglar el país. Creo que la infamia fue que si Galtieri ganaba de repente era Colón".
"Tengo también en la memoria el recuerdo de un colega del New York Times, bastante mayor que yo, que venía de Vietnam, y que el día que fue el hundido el Belgrano me dijo '¿No te indigna que todos esos chicos, sin poder hacer nada, hayan ido a la muerte?' Estaba tristísimo. Tres meses después volvió a Estados Unidos y se suicidó. Vietnam y Malvinas fue demasiado para él".
"En el último medio siglo ha habido sólo dos gobiernos, nada más, que hicieron algo verdaderamente dirigido a mejorar la relación en torno a Malvinas. Uno fue el del tan querido pero tan fracasado Don Arturo Illia, que, por acuerdo de Naciones Unidas de 1964, logró que se instalara Gas del Estado, el Correo Argentino, que hubiera vuelos y docentes y hasta había dos camas permanentes en el Hospital Británico por si se enfermaba algún isleño. La otra única seria intención de llegar a una buena relación con los isleños fue durante el gobierno de Carlos Menem con el canciller Guido Di Tella. Nos podemos reír de los vhs del pingüinito Pingu y del osito Winnie-the-Pooh, pero me consta que eso lo pagó Di Tella de su bolsillo. Guido era un tipo con el que los isleños podían hablar".
"la infamia mayor fue de Anaya q le vendió la idea de Malvinas a Galtieri" Graham-Yooll @pzunini #BAOtoño1982 #Leamos pic.twitter.com/QJY8kx50t7
— Marea Editorial (@mareaeditorial) May 1, 2017
"Nos puede gustar o no, podemos pensarlo como una traición horrenda, pero recordemos una cosa muy simple y muy ofensiva: las islas Malvinas no son argentinas. Están ocupadas por gente que habla otro idioma desde hace casi 200 años. No son nuestras. Están en la plataforma continental, no lo voy a negar: deberían ser argentinas pero no lo son. Por más ofensivo que sea no van a cambiar las circunstancias".
"En 1981, Margaret Thatcher anuló y cambió la ley de nacionalidad porque quería terminar con todos los islotes de colonias. Su política, en grandes rasgos, era tener un país fuerte para negociar dentro de Europa sin los resabios de las colonias. Claro que con la crisis del 82 restableció la ciudadanía de los malvineros. Perdimos una gran oportunidad en el 81 y encima siguieron los gritos hasta el gobierno de Cristina Kirchner. La estridencia muchas veces es útil para el populismo, pero no para la diplomacia. Recuerden que a Thatcher le gustaba los militares. Ella quería negociar con esos tipos y hay documentos, que tal vez sean falsos, pero que dicen que buscaba encontrar una salida: un territorio compartido, doble bandera. El resto es historia".
"No quiero usar la palabra 'héroes' para los chicos que se embarcaron en el Belgrano. Fueron mandados, fueron arreados. Yo estaba en Bahía Blanca cuando en Buenos Aires salía por la radio 'Ahí van los bravos correntinos' y veía un camión militar lleno de chicos correntinos llorando y cagados de frío. Era un abuso, era una humillación. Estaba mal por donde se lo mire. Héroes… ¿ahora los quieren llamar héroes? No tenemos cara. Yo quisiera que el gobierno —hubiera sido el de Cristina o ahora el de Macri— sacara un decreto homenajeándolos de alguna forma y que haga algo con esos 60 tipos que están en la Plaza de Mayo en una lucha absolutamente desperdiciada. Dejémonos de embromar y abramos la posibilidad de análisis de una situación que hemos mirado mal, que hemos leído mal. Hagamos las cosas un poco mejor, peleemos todo lo que sea necesario, pero verbalmente, no tiremos más bombas".
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