El paraíso natural conocido como la ‘Isla de las cobras’ en el que la entrada está prohibida por su mortalidad

Se estima que en este enclave viven más de 400.000 cobras y a pesar de ello está considerado como Área Relevante de Interés Ecológico

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Isla da Queimada Grande, en
Isla da Queimada Grande, en Brasil (Montaje: Infobae España).

Se suele decir que se necesitarían varios siglos de vida para explorar todos los rincones del planeta, y no parece exagerado: la diversidad y el número de lugares recónditos parecen no tener fin. Sin embargo, existen puntos en los que el acceso humano está vetado, enclaves donde cruzar el umbral puede equivaler a no regresar jamás.

Uno de los escenarios más extremos y legendarios en ese sentido es la temida isla de la Quemada Grande, más conocida por su siniestro sobrenombre: la Isla de las Cobras. Situada frente a las costas de São Paulo, en Brasil, esta pequeña porción de tierra —de apenas 430 kilómetros cuadrados— guarda una de las mayores concentraciones de serpientes venenosas del mundo y una historia que combina peligro real y leyenda.

Un territorio dominado por serpientes

El apodo de Isla de las Cobras no es ningún capricho. El territorio, aislado y asolado por la naturaleza, alberga miles de ejemplares de Bothrops insularis, conocida popularmente como serpiente de Isla Quemada. Se trata de una de las especies más venenosas del planeta y, lo más inquietante, su densidad poblacional es simplemente sobrecogedora. Existen estimaciones que indican que hay como mínimo una serpiente por cada metro cuadrado de isla, lo que supondría la presencia de hasta 430.000 reptiles dispuestos a inyectar su potente veneno si detectan una amenaza.

Pisar la isla es, hoy por hoy, una temeridad. La presencia de los Bothrops insularis no solo convierte cualquier paso en una potencial trampa mortal, sino que además hace imposible recorrer el territorio sin exponerse al ataque de estos reptiles, cuya letalidad es temida incluso por los expertos en herpetología.

Un ecosistema único y prohibido

Isla da Queimada Grande, en
Isla da Queimada Grande, en Brasil (Adobe Stock).

Más allá de su peligrosidad, Isla Quemada Grande representa un enclave de valor ecológico incalculable. Esta isla se ha mantenido aislada del continente desde hace unos 11.000 años, cuando una subida del nivel del mar la separó por completo de las tierras brasileñas. Este aislamiento motivó que sus serpientes evolucionaran para adaptarse a un entorno hostil donde la supervivencia dependía de presas escasas y muy ágiles, principalmente aves migratorias.

Fruto de esta evolución, el veneno de la serpiente de Isla Quemada es cinco veces más letal que el de sus parientes del continente. El cóctel biológico responde a la necesidad de capturar a aves de paso, dotando a los reptiles de una toxina capaz de acabar con sus presas con asombrosa rapidez. Sin embargo, mientras la ciencia observa con asombro este proceso evolutivo, la especie enfrenta un grave peligro: solo puede encontrarse en este diminuto enclave brasileño, lo que la ha llevado a ser considerada en peligro de extinción.

Debido tanto a su singularidad como a su amenaza para el ser humano, las autoridades han prohibido el acceso a la isla, catalogándola como Área Relevante de Interés Ecológico. Investigadores que acceden con permisos especiales trabajan bajo estrictas medidas de seguridad, ya que cualquier accidente podría resultar fatal.

La isla habitada desde hace 5.000 años con senderos entre acantilados.

Leyendas, advertencias y misterios

Un lugar tan inhóspito y desconocido no podía estar exento de relatos y supersticiones. Las historias de pescadores sobre la Isla de las Cobras abundan entre los habitantes del litoral brasileño y suelen advertir sobre fatídicos encuentros. Una de las leyendas más populares cuenta cómo una familia pereció por completo tras pisar la isla, reforzando el temor y el halo de misterio en torno a Quemada Grande. Otras historias aseguran que los piratas, en su afán por proteger tesoros ocultos, habrían introducido intencionadamente cientos de serpientes para salvaguardar sus riquezas de los forasteros.