Argentina, otra vez vidriera del mundo: ¿se podrá evitar el “bluff” de Menem?

La presidencia del G-20 es un espaldarazo al gobierno de Mauricio Macri. Pero si no se atacan rápido los déficit gemelos no habrá apoyo que alcance para evitar una nueva crisis

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Haber asumido la presidencia del G20 revolucionará la agenda política y económica de la Argentina. En los próximos 12 meses se sucederán reuniones de ministros de economía, presidentes de bancos centrales y finalmente el país recibirá la visita de los 20 presidentes de las naciones más poderosas del mundo. Pero además vendrán diplomáticos, hombres y mujeres de negocios y ambientalistas. Tiene razón Mauricio Macri cuando destaca que el país se transformará en una "gran vidriera" internacional.

Que la presidencia del G20 recaiga por primera vez en un país latinoamericano es todo un mensaje. Una especie de premio para un Gobierno que es por ahora más valorado por lo que evitó que por lo que consiguió: cambiar el rumbo justo a tiempo y no estrellarse como Venezuela.

La mejora de un escalón en la nota decidido por Moody's también resultó un espaldarazo, que días antes también había anunciado Standard and Poor's . La victoria del oficialismo en las elecciones permitirá, según la calificadora, seguir adelante con el plan de reformas económicas y avanzar hacia el crecimiento sostenido.

Dejarse encandilar por las palmadas de los grandes líderes internacionales puede resultar peligroso, como en su momento lo aprendió Carlos Menem. Ni bien empiezan los problemas rápidamente las potenciales te pueden dar la espalda.

Incluso Moody's es optimista con alcanzar el 3,5% de crecimiento en 2018. Algunos bancos de inversión internacionales hablan de una expansión de hasta el 4% de expansión para la economía. Los analistas locales son bastante más cautos: advierten que los nuevos aumentos de tarifas en la zona metropolitana y de tasas como el ABL o el impuesto inmobiliario le quitarán poder adquisitivo al salario. Y eso mantendrá el consumo planchado, con lo que el año próximo ya empieza con un problema de origen. Por eso pronostican que el PBI crecerá 2,5% o como mucho llegará al 3%. Y la mitad estaría explicado por el "arrastre estadístico" del 2017.

El respaldo global por supuesto viene bien. Sobre todo cuando todavía hace falta mucho financiamiento para la reducción gradual del déficit fiscal. Y al menos en el 2018 no correría peligro la estrategia. Las tasas de interés en el mundo permanecen bajas y los inversores buscan rendimientos por encima de la media, como los que ofrecen los bonos argentinos. Los u$s 30.000 millones de financiamiento nuevo saldrían en parte de crédito internacional, pero la estrategia del ministro de Finanzas, Luis "Toto" Caputo, es que sobre todo provenga de fuentes locales.

El Gobierno está entusiasmado con una verdadera “reforma silenciosa”: la baja de los costos burocráticos para las empresas en su relación con el Estado. Aseguran que podría ahorrar un 1% del PBI el año en dos años.

Pero ni siquiera el apoyo de los países más desarrollados del mundo es una garantía. Hace veinte años a la Argentina ya le había tocado estar en la gran vidriera internacional. Carlos Menem fue invitado en 1998 a inaugurar la reunión anual del FMI en Washington. El presidente argentino fue presentado como el "campeón de las reformas". Casi al mismo tiempo –y como parte de ese reconocimiento- la Argentina era invitada a formar parte del G20, en aquel momento la nueva agrupación para que mercados emergentes y desarrollados tuvieran un ámbito acorde de discusión. México y Brasil fueron los otros dos latinoamericanos invitados a formar parte del foro.

Nada de eso evitó que tres años después el mismo Fondo Monetario le negara al país un nuevo desembolso. Lo que vino después es conocido: corralito, luego el default y enseguida el estallido de la Convertibilidad.

La lección es clara: dejarse encandilar por los elogios internacionales y las palmadas en la espalda de los grandes líderes globales puede resultar peligroso. Un exceso de confianza puede resultar letal si no se avanza rápidamente en los desequilibrios. Los déficit gemelos (fiscal y de cuenta corriente) son la principal manifestación de los problemas que arrastra la economía.

El bache fiscal obliga al Tesoro a tomar grandes cantidades de deuda del exterior y el ingreso de esos dólares profundiza el atraso cambiario. El dólar planchado en medio de un contexto inflacionario perjudica la competitividad de las empresas. Por eso no es sorprendente que las exportaciones no reaccionen. O que este verano arroje un récord de viajes al exterior. La balanza de turismo del país terminará con un impresionante déficit de 11.000 millones de dólares en 2017. Los dólares que entran por la deuda se terminan fugando, ya sea por atesoramiento, por viajes o por importaciones.

El presidente del Central, Federico Sturzenegger, atiende su juego pero agrava esta rueda peligrosa. Con tasas de interés muy altas atrae más capitales especulativos, que buscan ganancias de corto plazo en moneda local.

Estas preocupaciones estuvieron presentes en la Conferencia Industrial que se realizó esta semana. Pero el titular de la UIA, Miguel Acevedo, se cuidó especialmente de no pedir una devaluación o de sugerir la necesidad de un dólar más alto. La preocupación de la industria y de los hombres de negocios en general es cómo hará la Argentina para lograr el salto competitivo con un tipo de cambio que seguirá atrasado y con una carga impositiva que tardará en el mejor de los escenarios varios años en bajar.

El ministro de la Producción, Francisco Cabrera, promete por su parte una verdadera reforma que no hace tanto ruido pero que podría ser significativa para la vida de las empresas: una gran reducción de los costos burocráticos que deben asumir las empresas en su relación con el Estado. Habría una importante simplificación de trámites. Según sus cálculos, el ahorro en los próximos dos años para el sector privado podría llegar a 1% del PBI, es decir sería más aún más significativo que la propia reforma impositiva.

Se trata de una suerte de "deja vu" con la década de 1990. La consigna es "devaluar sin devaluar". Mejorar la competitividad de las empresas pero sin concentrarse en el dólar. El objetivo es por supuesto que esta vez la historia termine mejor que hace veinte años. El tipo de cambio flotante, o al menos la inexistencia de un esquema rígido como era la Convertibilidad, es un amortiguador importante que antes no existía en caso de una crisis.

 

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