A 35 años del título Intercontinental de Independiente, el recuerdo de Percudani: “Dios quiso ponerse de nuestro lado”

Un apodo y un rival. Mandinga y Liverpool. Fue el primer enfrentamiento futbolístico entre un representante de Argentina y uno del Reino Unido tras la guerra de Malvinas

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Un apodo y un rival. Mandinga y Liverpool. No se necesita mucho más en el universo del fútbol para saber que hablamos de José Percudani y su histórico gol al equipo inglés, en la final de la Copa Intercontinental 1984, del que se cumplen 35 años y fue uno de los puntos más altos en la legendaria historia bañada de gloria del Rey de Copas.

El recuerdo sigue nítido de aquella medianoche en nuestro país, cuando los rojos, como campeones de la Copa Libertadores, debían enfrentar al duro cuadro británico. La final era en Tokio, pero no fue un partido más. Iba a marcar el primer enfrentamiento futbolístico entre un representante de Argentina y uno del Reino Unido tras la guerra de Malvinas.

Los detalles están presentes en la memoria de Percudani como si se hubiesen sucedido hace un puñado de horas: “Luego de una larga concentración viajamos hacia Japón, donde llegamos una semana antes del partido. El pato Pastoriza nos dejó varios momentos libres para hacer compras y conocer. La idea era poder descansar lo más posible para estar tranquilos de cara a una final que era importantísima por todo lo que estaba en juego por el tema Malvinas. Gracias a Dios nos salió bien. Entre nosotros se hablaba poco de eso en la previa y sentíamos el lógico amor propio de los argentinos. Es justo decir que los ingleses se portaron 10 puntos, ya que supieron perder y nos saludaron con corrección cuando terminó”.

Las postales que nos traía la señal de la televisión eran las clásicas de esos choques en el estadio Nacional de Tokio: lleno total en las tribunas y un ensordecedor ruido producido por unas cornetas que no cesaban ni un segundo. El sol brillaba a pleno en ese imperio nipón y cuando iban poco más de seis minutos, llegó el momento eterno: “Burruchaga trabó un pelota justo en el círculo central que derivó hacia la posición de Marangoni, que me puso un excelente pase de primera. Corrí unos 20 metros controlando dos veces con la derecha para definir cruzado con zurda ante la salida del arquero. Hice todo a una gran velocidad y el toque fue justito, porque me había achicado casi a los pies. Lo grité antes que entrara y salí corriendo como loco de alegría. Era una situación increíble para mí que tenía solo 19 años y estaba haciendo el gol de la final del mundo integrando el mejor equipo de la historia de Independiente”.

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El final los encontró unidos en el centro de la cancha y festejando otra copa más para la abarrotada vitrina de la mitad roja de Avellaneda. Muchos se sumaban desde las tribunas: “El partido fue uno típico de copa, bien trabado y disputado, donde nos defendimos a morir y Dios quiso ponerse de nuestro lado y poder gritar que éramos campeones del mundo. Habían viajado un montón de hinchas, a quien nos cruzábamos por las calles y dentro del hotel. Fue una fiesta de la familia de Independiente”.

La empresa automotriz auspiciante tenía por costumbre entregar un automóvil (con enorme llave simbólica incluida) al mejor jugador de la final. Obviamente fue para Percudani: “Recuerdo sacarme las fotos con el auto en medio de una gran emoción. Estaba hablado de antemano que si uno ganaba ese premio, se vendía y repartía la plata, en escala según los minutos que habíamos jugado entre Libertadores e Intercontinental. Como estuve poquito en la copa, te diría que me tocó apenas una tuerca del auto (risas). Son lindos recuerdo, sobre todo para mis hijos y la gente que me quiere de verdad”.

El viaje fue extenso y muy particular. La sagacidad del entrenador convirtió aquella travesía de 36 horas en algo inolvidable: “Teníamos un cuerpo técnico fabuloso encabezado por el Pato Pastoriza, que tenía una picardía única. Había hecho preparar un cargamento de salames y quesos para que no olvidáramos nuestros hábitos y seguir compartiendo lindos momentos con las cosas de todos los días. Lo raro fue que estábamos vestidos impecables con trajes en el avión cortando esas cositas para la picada improvisada a miles de metros de altura (risas)”.

Uno podría imaginar una llegada apoteótica y luego sí, el merecido momento de disfrutar varios días con la familia luego de tan extenso trajín. La realidad fue bien distinta. Hubo algarabía en Ezeiza, pero nada de descanso. Al día siguiente se presentaron en Caballito para enfrentar a Ferro en la anteúltima fecha del metropolitano: “Ellos peleaban el título con Argentinos y Estudiantes. Nosotros decidimos estar y empatamos cero a cero. Éramos los campeones del mundo y no había excusas para no jugar, pese al viaje. Ahora los futbolistas tienen dos partidos en una semana y se cansan. Una cosa de locos”.

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Hay varios denominadores comunes en el fútbol. Uno de ellos es el agradecimiento y las palabras envueltas en la gratitud que tienen todos aquellos que fueron dirigidos por José Omar Pastoriza: “Uno de los mejores de todos los tiempos. Siempre le voy a estar agradecido a Nito Veiga que me hizo debutar en primera, pero el Pato fue como un padre. Apenas inició aquel ciclo en 1983, lo sacó del equipo a Morete, que era el goleador y se la jugó por mí, que era un pibe. Y cuando llegó el momento de ir a Japón, confió en mis condiciones, pese a que en la Libertadores el titular había sido Buffarini, que lo hizo muy bien. Él Pato tenía como una varita mágica que parecía manejada por Dios. Nosotros lo amamos a Pastoriza”.

Fue un equipo que superó las barreras. Hasta los que no eran de Independiente, conocían a cada uno de sus integrantes. Y 35 años más tarde, mantiene la magia de ser recitado de memoria: Goyén; Clausen, Villaverde, Trossero y Enrique; Giusti, Marangoni, Bochini y Burruchaga; Percudani y Barberón: “Es un orgullo tremendo haber formado parte de ese once inigualable. Jugábamos igual en cualquier cancha: A ganar. Y me pone muy feliz que a cada lugar que voy, la gente me lo recuerda. Sea en la calle, en una cancha o en cualquier peña del interior del país. Es maravilloso”.

Además de su velocidad marca registrada y de sus goles importantes, Percudani aquilata una situación especial que es haber sido compañero de Bochini y de Maradona: “Muchos me decían que jugar al lado del Bocha se hacía fácil, pero yo estuve seis años ahí, no seis meses. Había que estar despierto y atento para interpretar al maestro. Todavía en estos tiempos, él con 65 años y yo con 54, nos prendemos en los picados de las peñas. Es un orgullo ser su amigo. ¿De Diego que te puedo decir? Es lo máximo de todos los tiempos, con respeto por Messi que es un fenómeno, pero Maradona está un escalón arriba de todos. Compartimos la Copa América de 1987 y fue como un sueño”.

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Ese torneo fue su única competencia oficial con la selección argentina, donde fue titular en los cuatro partidos, aunque no pudo marcar goles y se perdió uno increíble delante del arco ante Perú: “Yo venía de otro estilo de fútbol y me costó adaptarme a lo que pedía Bilardo. Tenía que correr hasta nuestra área, por momentos jugar de cinco y cuando llegaba arriba no tenía más aire (risas). Fue totalmente distinto a lo que yo sentía, pero no se le pueden quitar méritos a un entrenador que ganó todo”.

En el calendario rojo van cayendo las imaginarias hojas de un almanaque y ya son 35 años de la fiesta de Tokio: “Como hincha de Independiente lo que más quiero es que vuelva a ser campeón del mundo, pero primero hay que ganar acá. Si no voy a terminar como el Chango Cárdenas en Racing, que van a pasar mi gol por todos los tiempos (risas). Aunque el mío es a color. Cada vez somos más ídolos nosotros, por lo que vino después en el club”.

Su carrera en los Diablos Rojos tuvo muchos momentos altos, más allá de la gloria ineludible frente a Liverpool. La memoria rescata un enfrentamiento contra Boca en La Bombonera en la anteúltima fecha del torneo 1987/88 cuando ambos peleaban el título con Rosario Central: “Estaba en el banco y el Pato me mandó a la cancha con el 1-1. Metí el segundo, Comas nos empató de penal y sobre la hora hice el de la victoria, luego de un pase de Maranga, que había hecho una jugada inolvidable, eludiendo a tres rivales en una baldosa. Fue emocionante. A Boca es el equipo al que más goles le hice y por eso ellos me odian un poquito (risas). Me dicen: 'Cuando jugabas vos temblábamos porque sabíamos que nos vacunabas’. Yo era de esos goleadores que hacían los importantes. Para empatar o para ganar”.

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En la actualidad va a la cancha en los partidos de local y participa de cuanta peña lo invitan porque se siente como lo que realmente es: un símbolo de Independiente: “El afecto de la gente es maravilloso, pero los que tendrían que reconocer un poco más son los dirigentes del club, sabiendo que aquel grupo fue campeón del mundo. En mi casa particular, vengo rojo desde la cuna. Mi viejo siempre fue fanático y escuchaba en la radio a los ídolos del ’70. Imaginate lo que fue para él que su hijo llegue hasta ahí. Yo estoy hecho con lo que logré esa tarde. Yo ya cumplí con Independiente”.

El pasado se hizo presente con tantos recuerdos. Y en medio de ellos, una hendija al futuro: “Le agradezco a Pablo Moyano que nunca me soltó la mano. Sueño con poder trabajar en la institución en el área de captación, recorriendo el país y aprovechando que jugué en varias provincias”.

La ilusión de volver a estar en el club que es la pasión de su vida. Ese mismo barrilete de sueños que remontó de pibe, cuando se hizo realidad la posibilidad de sentir la camiseta roja sobre el pecho. Esa que lució como nadie en la corrida memorable de Tokio hace 35 años y que por siempre será el símbolo de Percudani en Independiente. Cosas que regala la vida.

Cosa de mandinga…