¿Qué hacemos con Centurión?

El delantero de Racing abre un profundo debate

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Ricardo Centurión
Ricardo Centurión

"¿Y sí, qué querés con este negro? Es un cabeza". Es esto lo primero (y único) que dice uno que ve por TV la reacción del delantero de Racing ante la provocación de Enzo Pérez en el partido con River de vuelta de octavos de final de Copa Libertadores. ¿Cuántos como ese? Muchos, casi todos. De otros dirán que están locos, que se les salió la cadena, que debería haber hecho esto o aquello, que era roja directa, que amarilla, el más osado dirá que qué pelotudo más como expresión de bronca personal, de gratuidad de palabras, que por descalificación. En su caso, en el de Ricardo Centurión, el factor común de la reacción a sus acciones es la ofensa.

Adrián Ricardo Centurión (25) nació y creció en una villa miseria (¿todos saben de qué se trata la miseria?), vio morir allí a su mejor amigo en medio de una pelea de bandas. También a su padre, esto cuando tenía cinco años (¿qué les pasa hoy a los chicos de cinco años, qué hacen, a qué juegan, qué es lo normal?). A su madre casi ni la vio mientras se forjó como ser humano. Ella, que era el sostén de la familia, trabajaba 12 horas en un hotel. Más las dos que viajaba para llegar. Más las dos para volver. 16 de 24 horas fuera de su casa.

(@pablocarrozza)
(@pablocarrozza)

En Villa Luján, el barrio de Centurión, es lujo vivir en la manzana que tiene cordón cuneta. La terminación de las casas es el revoque. Algunas, ni puerta tienen. ¿Cloacas? ¿Qué es eso? Allí, como en tantos otros lugares de la Argentina, elegir qué comer no es un derecho. Comer todos los días no lo es. ¿Ir al colegio? Casi un capricho de la perseverancia, del que resiste. Es que lo que parece común, lo que parece lógico, aquellas cuestiones básicas y casi inherentes al ser humano en otros sitios, no tienen cita ni espacio en otros. Aquí no han venido. ¿Por qué? Porque no. Y esa respuesta que no es respuesta es sentencia.

Claro que son reprobables muchas de las acciones de Centurión. Mostrarse públicamente con armas, agredir física y verbalmente a su pareja, la provocación permanente, la exposición en redes, querer coimear a un agente de tránsito. Porque hubo un momento en la vida en el que él decidió salir del lugar que a otros los condena. Fue independiente, quiso y pudo. Fue su abuela la persona que lo acompañó a probarse en Racing y la que le insistió para permanecer cuando quiso dejar todo. Tuvo Ricardo, como no tienen mucho aquellos con los que compartió su vida, una posibilidad, dos, tres, y en cada una eligió, también, el casillero que no es escalera sino tobogán y lo devuelve siempre al principio de todo.

(Télam)
(Télam)

Adrián Ricardo Centurión tiene apodos. Ricky, Caco, Centu, Wachiturro. El último es el más elegido. Le dicen así por su aspecto. Su imagen lo define y causa gracia, si no rechazo. Si no fuera futbolista sería chorro, aunque no robara. ¿Qué obligación tiene en la vida una persona atravesada por la exclusión? ¿Por qué habrá de exigírsele que sea lo que nunca le enseñaron, lo que no vio para copiar? En el barrio manda el pícaro, el que conoce los códigos, el que no se caga encima. Gana el que contesta mejor (o peor). El que pega más fuerte, el que la consigue fácil.

A él lo preserva una característica de la que no muchos podemos presumir: el talento. Esa capacidad lo diferencia de tantos otros, los que lo miran por TV y señalan si culpable o inocente. Si víctima o se lo merece. En febrero de 2018, cuando regresó a Racing tras su final en Boca producto de sus actos de indisciplina, el jugador brindó a Radio Mitre una entrevista muy extensa, de esas que permiten pensar ante la pregunta y, sobre todo, contar cómo ocurrió todo (y entonces por qué). Dijo Centurión entre otras cosas:

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• "Viví 16 o 17 años en Villa Luján, mi barrio, y ocupa un lugar muy importante en mi vida. Nunca me voy a olvidar de dónde salí pero yo hoy en día ya no puedo ir más por cuestiones de que uno crece, de que la vida te cambia y de que hay muchas cosas en el barrio que por ahí no se ven porque, como siempre digo, es un hueco que si no salís de ahí te vas perdiendo. Yo tuve el deseo de salir y tuve la suerte que otros por ahí no tienen".

• "En todos lados está difícil, Buenos Aires está difícil, pero bueno… Es una villa, si bien es una villa chica, como en toda villa se encuentran un montón de cosas. La mirada, la tristeza de los chicos, de la gente que por ahí no tienen el lugar o la oportunidad de salir o que la tiene y no quieren, les gusta estar ahí. Por ahí hace tres años atrás uno no se daba cuenta de las cosas que perdía yendo a ese lugar, pero bueno, cambió mi vida, cambió la de mi familia, ya no soy ese chico que estaba ahí, ya soy Centurión… Pasás a ser otra persona, te ven como un signo $ y bueno, a uno le cuesta, lleva tiempo, pero ya cuando se adapta a encontrar otras amistades, a rodearse de otras personas, uno crece y ya vas por otro camino".

• "No extraño el barrio, pero siempre les deseo lo mejor. Yo no extraño, no quiero volver, ya salí de ahí, ya está, viví 17 años ahí, la pasé muy mal, escuché y vi cosas increíbles, no es que no quiero volver por hacerme el canchero o agrandado. Cualquier persona que sale de ahí no quiere estar de nuevo en el barrio".

Los picados en el barrio. "Eran picantes. Ahí se juegan su prestigio. Teníamos buen equipo, éramos un poco la envidia del barrio. Los campeonatos ahí se hacían si fallecía alguno, por solidaridad, para juntar dinero, porque si no era muy difícil que se unan las partes para hacer un torneo, pero cuando se hacía explotaba el barrio, se llenaba, cuando había penales tenías gente atrás tuyo, rodeándote".

• "Cuando estaba en Reserva perdí a un amigo de la infancia. Fue una pelea del barrio, ya estaba amaneciendo, era domingo. Ahí perdió la vida y eso me cambió la vida en todo sentido. Me toca ir a verlo al cementerio cuando puedo y cuando me siento bien. Uno cuando está ahí adentro quiere crecer pero la misma sociedad no te deja, tenés que ser muy fuerte".

La mirada de los de ahí, la tristeza en ellos. El querer y no poder permanente. Y ese "uno" que está ahí y quiere crecer "pero la misma sociedad no te deja". Ricardo Centurión es el que se pelea en la cancha. El que se tira queriendo sacar ventaja. Es el provocador, el indisciplinado. Pero es, antes que eso, la consecuencia del lugar donde su estrella cayó. De un Estado doloso contra el que no pudo. De ausencia, de abandono.

(Getty Images)
(Getty Images)

Se encuentran ejemplos de supervivencia digna. De, en ese momento en el que hay que decidir, personas que eligen la buena (y más ardua, más difícil) cuando la mala es tan tentadora. De los que se niegan a caer. De los que cayeron y salieron. Hay de los que nunca lo hicieron porque no quisieron, o no pudieron. En definitiva, lo que hay son historias. La tuya, la de cada uno de los que habitan el mundo. Y un contexto, el lugar de donde venimos, aquello que nos tocó sin que pudiésemos elegir. ¿Excusa, justificación? No, la mismísima realidad.

Eduardo Galeano, aquel que dedicó su arte para el que quisiera pensar, escribió un cuento que tituló "La pobreza como delito" y allí dice. "Mucho antes de que los niños ricos dejen de ser niños y descubran las drogas caras que aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños pobres están aspirando pegamento. Mientras los niños ricos juegan a la guerra con balas de rayos láser, ya las balas de plomo acribillan a los niños de la calle", y dijo también "que la muerte ocurre para que el nacimiento sea posible. Y que hay nacimientos para confirmar que la muerte nunca mata del todo (…) La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende. Nacen con las raíces al aire".

Amanecimos hoy preguntándonos o queriendo responder qué hay que hacer con Centurión. Tal vez ayudarlo.

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