
“Los cruceros y los hoteles de todo incluido son dos de las cosas que me producen más terror”, dirá enseguida Katya Adaui, la escritora peruana que vive en la Argentina, la ganadora del Premio Nacional de Literatura de Perú en 2023, la autora de los siete cuentos de Un nombre para tu isla, el libro que acaba de publicar la editorial Páginas de Espuma. En Barcelona lo dirá, donde el turismo masivo dejó de ser un chiste y ya es un problema. Allí habla con la prensa.

Un nombre para tu isla
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Adaui prefiere “distinguir entre el viajero y el turista”. El turista, argumenta, es una consecuencia de la situación creada por los vuelos de bajo costo y añade: “Quizá no tengo que conocerlo todo, no me seduce la idea de un safari fotográfico en África y solo quiero ir a un sitio donde me espere un amigo”.
Como en otras ocasiones, Adaui partió de un primer título, en este caso “Encuentra un hombre para tu isla”, que fue evolucionando hasta el definitivo, y a partir de esa idea fue escribiendo los siete cuentos que componen el volumen.
Durante seis meses compuso esos cuentos con un patrón que podrían simbolizar el vuelo de un avión: “Unos primeros cuentos de despegue, unos centrales que atraviesan una zona de turbulencias y unos finales que hacen aterrizar al lector de manera calma”.
A la escritura, confiesa, se sumó un año y medio de reescritura, porque Adaui asocia la escritura a “pasarlo bien, a pesar de que supone mucho esfuerzo”.

Entregados a la vida, los protagonistas de los siete cuentos inventan las fronteras de sus vínculos, los celebran, los traicionan, los anticipan, los confrontan y, siempre en tránsito, viajan hacia lo nuevo con asombro. Su inspiración suele llegar de “episodios autobiográficos de la escucha”, pues Adaui pasea por la calle en permanente “cacería de escuchas”, bien sean unos niños que hacen comentarios imprevisibles o parejas que parecen que discuten, y cuando aparece un hallazgo en esas situaciones no le importa pedir permiso para utilizarlo.
Su escritura es espontánea, parte de una idea, comienza a escribir inventando los diálogos, pero siempre sin tener el final, que aparece a medida que transcurre el relato. Sin embargo, cree que “lo más difícil como escritora es hacer dialogar”, algo que considera “técnicamente terrible”.
Por eso, dice, desconfía “de los libros en los que no hay diálogo”. Y explica que en su nueva obra quería probarse a sí misma y demostrar “que podía hacer que la gente hablara mucho”, pero no de cualquier manera: “Que hablara bien, que hablara para decirse cosas que importan”.
“Cuantos más años cumplo algo ocurre: cambia en mi forma de ver la vida, cambia mi escritura, cambian mis temas de interés, cambia mi forma de narrar. Pero algo queda de lo que me importa y es siempre cómo la persona responde a sus vínculos con el mundo de lo visible –los amigos, las amistades, las mascotas– y el mundo de lo invisible, lo que no puede controlar”, explica.

Esa evolución le ha llevado a un libro que le ha supuesto más esfuerzo, con más trabajo de la trama –”la trama está acompañando al lenguaje, antes creo que el lenguaje acompañaba a la trama. Ese cambio yo lo noto”, asegura–, y con un esmero especial en los finales.
“Me he demorado mucho en los finales. Me importa sobremanera que el final sea muy natural respecto al fluido del texto. Nunca tengo finales de estocada: son tranquilos y corresponden naturalmente al discurrir del texto”, explica.
Para Adaui, que también es autora de las novelas Quiénes somos ahora y Nunca sabré lo que entiendo, el cuento es el género que le produce mayor satisfacción. Sobre sus inspiraciones, se dividen entre Perú y Argentina, entre los peruanos Julio Ramón Ribeyro, Carmen Ollé y Cronwell Jara, que le brindó “el deseo de escribir’, y los argentinos Borges, Mariana Enríquez, Inés Garland o Vera Giaconi.
(EFE)
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