
Compró el Salón Marabú antes de que lo remataran y le devolvió el esplendor que supieron darle Troilo, Manzi, Mores, Contursi y Darienzo. Todos los años organiza el festival de tango más importante de Estados Unidos y con su Fundación lleva realizados más de una docena de documentales. Su próxima acción: va a donar 12 bandoneones AA a la Orquesta Escuela Emilio Balcarce.
Joe Fish apenas pasa el metro y medio de estatura. Ayudado por un elegante sombrero Panamá, coronado por una cinta animalprint, que lleva durante toda la charla y solo se sacará para bromear: “Ven que tengo pelo”. Un elegante saco azul cruzado sobre una camisa a cuadros y un pantalón beige completan su atuendo, que concluye con zapatillas azules de suela blanca. Todo impecable.
Inglés de nacimiento, habitante por adopción de Stowe, un pueblo de cuatro mil habitantes en el estado de Vermont, Estados Unidos, Fish camina por los rincones del Salón Marabú, en Maipú 365, del que es propietario, con un justificado aire de orgullo. Posa frente a una foto de Osvaldo Pugliese con Roberto Goyeneche colgada en una de las paredes donde se acumulan imágenes de famosos del tango a modo de galería. La última que se incorporó fue la de María Nieves.

Habla perfectamente un español pausado. Y así va contando los detalles de su enorme obra filantrópica, que tiene como destinatario exclusivo al tango tradicional. Sus acciones le valieron el reconocimiento de la Legislatura porteña, en una velada que se llevó a cabo este viernes en el Salón Dorado.
Tal vez la obra más importante de Joe Fish fue precisamente comprar el Salón Marabú para refaccionarlo y devolverle su esplendor. Aquel que tenía el cabaret de Maipú y Corrientes en 1935, cuando fue inaugurado, o en 1937, cuando en su escenario debutó Aníbal Troilo y su orquesta. O el que inspiró a Homero Manzi y Mariano Mores, quienes se conocieron sentados en sus mesas. Allí José María Contursi conoció la historia que luego dio nacimiento al tango “Como dos extraños”. Allí Carlos Di Sarli se hizo llevar un piano de cola para poder ensayar en el lugar que consideraba su segundo hogar. Las paredes del Marabú respiran historia tanguera
Parado frente a las fotos, Fish señala una y explica: “Este era mi amigo Héctor Chidíchimo, el dueño de la milonga Gricel. Él me contó que el Salón Marabú estaba en quiebra e iba a remate. Lo iban a convertir en un McDonald’s o en una pizzería. Yo le pedí que me averiguara cuánto costaba salvarlo y entonces decidí comprarlo”, recuerda.

Eso fue hace más de veinte años. El incendio de República de Cromañón, que costó la vida de 193 jóvenes, estaba demasiado fresco y los bomberos no otorgaban habilitaciones por temor a una nueva catástrofe. Pasaron 10 años y muchas inspecciones, idas y vueltas, para que el Salón Marabú volviera a estar habilitado para funcionar.
“Lo primero que hicimos fue arreglar los baños. Yo venía a Buenos Aires y cuando iba a una milonga no iba al baño porque eran un desastre: tenía que esperar hasta volver al hotel. Le dije a Silvina, andá al Hotel Alvear y fijate qué marca de sanitarios tienen y comprá esos”, cuenta. Silvina es su mano derecha en Buenos Aires. Se conocen hace muchos años y ella coordina que todo funcione bien en Salón Marabú. Él le está muy agradecido.
Resuelto el tema baños, avanzaron con todos los detalles. “Mi amigo Juan Lepes me ayudó con la cabina del Disc Jockey. Y poco a poco lo fuimos arreglando. Compramos un piano acústico. Trajimos el mejor sistema de sonido con los mejores ingenieros de sonido de Buenos Aires. Construimos un sistema eléctrico y de luces que es de última generación. Todo está hecho para que Salón Marabú sea la milonga top de Buenos Aires, y del mundo entero”, afirma con orgullo.

El tango como religión
Pasaron cuarenta años del día en que su novia le propuso ir a ver Tango Argentino al Teatro Sadler’s Wells, en Londres. El espectáculo producido por Claudio Segovia venía de varios meses de éxito en Le Chatelet, de París, y llegaba a la capital inglesa con las mejores críticas.
“Ese día me convertí: cambié de religión”, dice categórico. “Lo primero que me atrapó fue la música. Yo era habitué de los ballrooms (swing). Pero esto era totalmente distinto. Hay estudios de neurólogos de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Colorado, también una neuróloga española llamada Nazareth Castellanos, que explican muy bien el poder del baile del tango, cómo hay zonas en el cerebro captando la música y después el cuerpo la va incorporando y finalmente producen efectos, como aumentar la resistencia al dolor y también mejoran el bienestar de la pareja. Y eso lo sabían los milongueros mucho antes que los científicos”, cuenta y se ríe.
Una vez hecho el descubrimiento, lo primero para Joe fue comenzar a tomar clases de baile. Sus primeros profesores fueron Juan Aurelio García y Elba Natalia Sottile, más conocidos por sus nombres artísticos: Nito y Elba, que por entonces enseñaban en un lugar oscuro de Londres.
Paralelamente, junto a unos amigos que tenían una milonga semanal en una iglesia londinense decidió crear pequeños eventos, bailes con actuaciones de orquestas. Y naturalmente llevó su interés a Estados Unidos. Ya en 2000 conoció a otra profesora argentina, Alicia Cruzado, en una milonga de Manhattan, y al que luego sería su amigo, Héctor Chidíchimo. Su propiedad en Vermont era lo suficientemente espaciosa como para invitarlos a ellos y a otros maestros y bailarines a un evento tanguero: junto a sus vecinos, la familia Von Trapp (los descendientes de la familia que dio origen a la película La Novicia Rebelde) dieron nacimiento a I Tango (Yo Tango), un festival dedicado al 2x4 que se ha transformado en el más grande del género en Estados Unidos, y ya va por nueve ediciones.

“Contraté al equipo olímpico de tango”, describe hoy. “Tuvimos un éxito enorme. Tanto que al año siguiente tuvimos que ir a Boston, Nueva York y Miami con el espectáculo. Las críticas de los diarios fueron espectaculares. Decidí construir dos boliches en el pueblo para que sean las sedes del Festival. Todos los años, en el mes de agosto, vienen los mejores músicos y bailarines de tango del mundo. Pero además vienen muchos músicos de otros géneros, como la música clásica, interesados en aprender a tocar el tango”, describe.
Los boliches se llaman Stoweflake Resort y Palais de Glace y por allí todos los años desfilan personajes destacados del tango, como Horacio Cabarcos, Julio Pane y Víctor Lavallén, por nombrar sólo algunos.
La Fundación
Fish canaliza todas sus acciones filantrópicas a través de The Argentine Tango Society, una fundación sin fines de lucro destinada a promover el tango tradicional argentino. Otro de los pilares de las acciones de la Fundación es documentar el trabajo de importantes figuras del tango.
La colección de documentales realizada es de una riqueza enorme, ya tiene 15 títulos dedicados a importantes autores, músicos y bailarines que se pueden apreciar online. Los títulos: Héctor, el de Gricel. Leyendas del Tango Danza. Ernesto Franco: Bandoneón y compás. Todo el mundo al Marabú. Pane: Divagación y tango. Walczak Agri, violinistas. Nito y Elba, nobleza de arrabal. José Colángelo, todos los sueños. Alcides y Aniceto. Los Rossi, un siglo de tango. Horacio Cabarcos, el contrabajista. Ernesto Baffa, poesía de bandoneón. Podestá Godoy, cantores. El método Naveira. Gloria y Eduardo: El abrazo Eterno. Típico Víctor.
El documental número 16 fue presentado este jueves, se titula Bandoneón, El alma de tango y su tráiler ya está disponible.
Por el relato de Fish desfilan personajes muy importantes no solamente de la historia del tango. Cuenta entre risas que el médico que le hace los controles gastroenterológicos en Londres es también el médico que atendió durante toda la vida a la reina Isabel.
Él menciona a todos esos personajes con absoluta naturalidad.
A lo largo de estos cuarenta años atrapado por el tango, Joe Fish fue adquiriendo, poco a poco, bandoneones AA que fue atesorando en su casa de Vermont. Y ahora quiere darles otro destino.
Son 13 instrumentos. Uno ya lo donó a la Universidad Nacional de las Artes y está en la sede de la calle Sánchez de Loria, para que lo puedan utilizar los alumnos de la cátedra de música criolla (folclore y tango).

Los otros 12, ha decidido recientemente, van a ser donados a la Orquesta Escuela Emilio Balcarce de la Ciudad de Buenos Aires para que sus alumnos puedan disponer de ese instrumento siempre difícil de conseguir. El director de la Orquesta, Héctor Lavallén, es muy amigo de Fish.
“No es fácil trasladar un bandoneón de Vermont a Buenos Aires –explica–. Porque tiene que tener condiciones de presión y temperatura adecuadas. Hay que transportarlo como equipaje de mano, así que ya voy a ir consiguiendo “víctimas” que viajen a Buenos Aires para ir trayéndolos de a uno y que vayan a parar a la Orquesta Escuela Emilio Balcarce. Ahí van a ser más útiles que en mi casa, porque van a servir para la formación de los futuros músicos del tango argentino”, razona antes de despedirse.
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