Fui, vi y escribí: Un infierno tan grande

Hubo muchos que abusaron de Marilyn Monroe. El director de “Blonde” es uno de ellos. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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Marilyn Monroe, por Cecil Beaton.
Marilyn Monroe, por Cecil Beaton.

Hola, ahí.

(Hoy arranco un poco enojada, aviso).

Soy de las que piensan que no hubo ni habrá una mujer más hermosa que Marilyn Monroe, así de poco original es mi gusto. Desde siempre caigo rendida a sus pies —de seis dedos, según dice— y no hay nada como su rostro o sus curvas o su voz o su mirada en una foto o en una película para dejarme detenida en el tiempo de su belleza pero también de su padecimiento. Así es la fascinación; soy fan y, como tantos otros, quiero que deje de sufrir y que sea feliz de una vez; me gustaría socorrerla, ayudarla a salir de ese destino de puro dolor que la marcó desde el origen y terminó con su cuerpo apenas cubierto por una sábana en la cama de su casa de California en la que la alcanzó la muerte, 60 años atrás. Alrededor de ella y de ese final tristísimo, misterio, teorías conspirativas y maltratos que no cesan.

Voy al grano: no me gustó Blonde, la película de Andrew Dominik basada en el libro del mismo nombre de Joyce Carol Oates que se publicó en el año 2000. Sé, todos sabemos, que Marilyn tuvo una vida plagada de oscuridad pero sé, y muchos sabemos, que hubo también momentos de placer e incluso voluntad de cambiar las cosas de su parte.

La película del director australiano solo recupera el lado oscuro de uno de los mayores mitos del cine y eso no sería grave en sí; lo que particularmente me molestó es lo que quedó en mí después de las dos horas y cuarenta y seis minutos que dura el filme y que es una sensación irreductible de fastidio y de bronca.

Y una idea perturbadora: es cierto, hubo muchos que abusaron de Marilyn. Dominik también.

Ana de Armas como Marilyn Monroe en una escena de "Blonde". (Netflix vía AP)
Ana de Armas como Marilyn Monroe en una escena de "Blonde". (Netflix vía AP)

Abuso sobre abuso

Ya se ha dicho que la película tiene muy buena fotografía y una muy buena actuación de Ana de Armas. La actriz cubana reproduce fielmente el universo de mohínes de MM en su faz de figura pública y en la producción han logrado exactitud inapelable en movimientos, vestuario, maquillaje y peinados. La pregunta es si no faltan matices —más allá de gritos y llantos desencajados— en la Norma Jean Baker más íntima, si su permanente daddy como vocativo para llamar a sus amores y/o maridos no es un recurso algo tosco para exhibir su fragilidad y su necesidad de un padre. Y si no hubiera estado bien, de pronto, recuperar algo de esos momentos, no importa si fueron los menos, en los que la chica más linda del mundo fue modestamente feliz o encontró acaso algún momento de placer.

De hecho, lo que más se acerca a esto último puede verse en escenas sexuales en el marco de un trío con dos jóvenes hijos de grandes estrellas de Hollywood, ambos gays. Aunque no hay pruebas de ese vínculo en la biografía de MM, se percibe allí algo de esa alegría privada del sexo. Dominik puede estar satisfecho con su Marilyn guarra, esas escenas ya son meme de muchachotes de todo el mundo ansiosos por descalificar el deseo de las mujeres.

En el festival de desagrado que me dejó la película, el tratamiento de los supuestos abortos de Marilyn está bien arriba en la lista con embriones que hablan, que piden no ser dañados y videos que bien podrían haber sido arrancados de la más violenta campaña en contra del aborto legal. Las respuestas que dio el director al cuestionamiento de estas elecciones estéticas (¿ideológicas?) al menos a mí no me resultan satisfactorias. Tampoco sus dichos sobre la escena de la violación de un ejecutivo de los estudios de cine que, siempre se dijo, habría habilitado el ingreso de Marilyn al mundo del espectáculo a lo grande. El problema no es la escena en sí, el problema siempre es el cómo fue filmada y qué provoca eso en el espectador. Estamos hablando de morbo, no de arte.

Sobre la violación, Dominik —quien habla de Marilyn como de la “Afrodita del siglo XX”— básicamente insiste con que su película tomó todo del libro de Joyce Carol Oates y como plus apeló a algunas teorías clásicas sobre el trauma.

Marilyn Monroe (Getty)
Marilyn Monroe (Getty)

”Está casi hecho como un número musical, en cierto modo. Y creo que así es como suceden las cosas traumáticas. Simplemente sucede y, solo vas a sentir una especie de shock entumecido, ¿sabes? Mientras pasa, ella está buscando en su cabeza un ejercicio de actuación para superar la situación. Los sentimientos continúan más tarde, cuando está haciendo prácticas de memoria sensorial en la clase de actuación. (...) Las personas que están traumatizadas están un poco acostumbradas al trauma, y luego siempre lo están reprimiendo para seguir adelante. En algún momento, esas cajas tendrán que ser desembaladas o explotarán”.

En cuanto a las acusaciones por el modo en que trata el tema de los abortos voluntarios y también el espontáneo, en un momento en el que en Estados Unidos hay un retroceso en materia de derechos de las mujeres sobre la elección de la maternidad, esto dijo Dominik. (Si yo fuera más mala de lo que soy, diría que hasta suena psicópata por el modo en que responde).

”Su infancia fue extraordinariamente traumática porque su madre no la quería. Ella es una niña no deseada. Para Norma, tener un hijo es increíblemente embriagador, porque significa que puede volver a ser madre por sí misma. Ella puede deshacer el daño que le hicieron. (...) Pero también creo que su experiencia de maternidad es su propia madre. Desde el punto de vista de su madre, tener un hijo destruyó su vida. La abandonaron, se volvió loca e intentó matar a Norma. Siento que Norma está condenada si lo hace y está condenada si no lo hace. Pero siento que ambos sentimientos son igualmente verdaderos: este tipo de alegría de poder deshacer algo malo y este tipo de terror por las posibles consecuencias”.

”Lo que dice la película es que ella no está viendo la realidad. Está viendo sus propios miedos y deseos proyectados en el mundo que la rodea. Y creo que este deseo de mirar ‘Blonde’ a través de esta lente de Roe v. Wade es que los demás están haciendo lo mismo. Tienen una cierta agenda en la que sienten que la libertad de las mujeres está siendo comprometida, y miran ‘Blonde’ y ven un demonio, pero en realidad no se trata de eso. Creo que es muy difícil para las personas salir de las historias que llevan dentro y ver las cosas por su propia voluntad. Y eso es realmente de lo que trata la película. Pero ya sabes, es difícil para las personas tener dos cosas en mente a la vez. Es blanco o negro”.

”A nadie le hubiera importado una mierda si hubiera hecho la película en 2008, y probablemente a nadie le importe dentro de cuatro años. Y la película no habrá cambiado. Es solo lo que está pasando”.

Por su parte, Oates, de 84 años, elogió la película y dijo que es una obra de arte. Y explicó: “No es una película para sentirse bien. Muchas películas sobre Marilyn Monroe son optimistas y tienen mucha música y canciones. Ella es muy hermosa y dulce. Esta película es quizá más cercana a lo que ella de verdad vivió. Los últimos días de su vida fueron brutales”.

El libro de Joyce Carol Oates se publicó en el año 2000 (The Grosby Group)
El libro de Joyce Carol Oates se publicó en el año 2000 (The Grosby Group)

Me gustaría saber si la gran escritora, una de las más relevantes de la narrativa contemporánea y candidata perenne al Nobel, volvió a leer su libro.Y, si es así, si nada de lo que escribió en su momento le hizo ruido. La verdad, sería extraño que con todo lo que cambió nuestra cosmovisión en materia de género, JCO no haya encontrado escenas, ideas, focos que seguramente hoy no abordaría del mismo modo.

”Oates no se cansa de decir que Blonde es una ficción, pero cómo se atreve. Su personaje es una persona real, una figura hoy legendaria y amada en todo el mundo. Ella, Oates, tal vez crea que la redime al presentarla humillada y vencida, sin capacidad alguna de goce, convertida en un monumento a la víctima”, escribió Cecilia Absatz en Viejo Smoking, su maravilloso newsletter de los domingos a la hora del crepúsculo.

Estaba enojadísima, creo que incluso más que yo.

No hace falta un contrato para besarse

No me considero una fanática; no creo que mi cabeza y mi gusto hayan dejado de valorar el arte. Sí, por supuesto, sé que mi manera de ver el mundo y pensar la historia no es la misma desde que pude ponerles palabras a las cosas y dejé de naturalizar, minimizar y resistir en silencio las descalificaciones y las violencias hacia las mujeres.

No creo que haya que hacer contratos por escrito para besarse, abrazarse o tener sexo. No creo tampoco que se necesiten condiciones legales para tener intimidad con otra persona ni que hoy sea imposible seducir al otro o atreverse a una conquista amorosa. Lo que me molesta y me resulta profundamente perturbador sigue siendo la falta de respeto a las mujeres y la ausencia de un cuidado especial cuando se trata de hablar sobre mujeres que fueron víctimas de abusos.

Marilyn Monroe en 1953. (Alfred Eisenstaedt/Pix Inc./The LIFE Picture Collection/Getty Images)
Marilyn Monroe en 1953. (Alfred Eisenstaedt/Pix Inc./The LIFE Picture Collection/Getty Images)

Creo que todo lo que sea ficción o creación merece un tratamiento aparte y estoy absolutamente en contra de aquello que se engloba bajo el concepto de “cultura de la cancelación”. Pero ahora y acá estoy hablando de una película basada en un personaje real, que puede tomarse libertades hasta cierto punto y en donde se hace difícil despegarse del referente. Más allá del estilo y de la estética, identifiqué morbo en varias secuencias y, por eso, en el tratamiento de la historia.

Hay una palabra que en castellano no suena particularmente linda y, en honor a la verdad, confieso que tardé bastante en comprender el concepto. La palabra es revictimización, es decir, seguir atacando a la víctima ya no en el plano físico sino retórico o mediático o legal. Incluso culparla por lo sucedido. En estos casos hay frecuentemente dosis de morbo y/o perversión, algo que es absolutamente lo opuesto a la empatía con quienes fueron protagonistas de padecimiento, delito, violencia. En Blonde, Marilyn es revictimizada, eso sentí.

Trampas del morbo

En 2018 un grupo de nueve mujeres presentaron una denuncia contra dos de sus profesores de una escuela de teatro de Lleida (Cataluña) por abusos sexuales ocurridos entre los años 2001 y 2008, cuando ellas eran adolescentes. Lamentablemente la denuncia llegó cuando ya era tarde, había prescripto. Pero las muchachas habían hablado y siguieron hablando.

En estos días acaba de estrenarse en España El techo amarillo, un conmovedor documental filmado por la gran directora Isabel Coixet (Mi vida sin mí, Cosas que nunca te dije, La vida secreta de las palabras, La librería) en el que siete de las nueve víctimas cuentan su historia y relatan el modo perverso en que se manejaba uno de los abusadores.

Trailer del documental El techo amarillo, de Isabel Coixet

En una entrevista para el diario El español, Coixet le puso palabras a algo que vengo pensando hace rato, cada vez que leo o escucho artículos o testimonios de víctimas de violencia sexual y siento que en ese relato hay de pronto detalles o información que no necesito; es más, detalles o información que terminan cayendo en el morbo que supuestamente pretenden denunciar. Y más aún, detalles o información que pueden llegar a estimular a alguien, pienso también y me incomoda el solo hecho de pensarlo.

Ella lo explica muy bien.

”Yo no quería lágrimas, de verdad. Esta cosa de ‘de repente, rompe a llorar…’. No”, dice Coixet en la charla. “No quería revictimización, no quería detalles morbosos, no vaya a ser que le des ideas a alguien. Tenía muy presentes todas esas trampas para intentar, al menos intentar por mi parte, no caer en ellas”.

Días atrás, la gran escritora mexicana Cristina Rivera Garza me explicaba así lo que pensaba cuando comenzó a trabajar en El invencible verano de Liliana, el desgarrador libro en el que pudo narrar el femicidio de su hermana menor, treinta años después de ocurrido, y en el que pudo mostrar que hay formas de escribir sobre estos crímenes y estas violencias que se alejan de los estereotipos y del morbo. Y en el que consiguió no solo contar la muerte de Liliana sino también lo que había sido su vida y lo que podría haber sido si no se hubiera cruzado con su asesino.

“Yo no quería volver a contar esta historia como ha sido contada tantas veces”, dijo. “Hay una industria entera en Hollywood, una industria editorial también; se producen grandes cantidades de dinero y de poder a partir de los cuerpos violentados de las mujeres, sobre todo de las mujeres jóvenes. Lo sabemos muy bien. Es la historia que, encapsulada en la narrativa patriarcal, se conoce como crimen pasional. Uno en el que, de una manera implícita, siempre se está culpando a la víctima y se está exonerando al perpetrador. Y yo no quería hacer eso porque creo fundamentalmente que estas violencias son estructurales, que son sistémicas y sistemáticas”.

No a la revictimización

Hace unos días participé de una visita guiada por la muestra Ser mujeres en la ESMA, una segunda exhibición sobre el tema, que de algún modo continúa la que se llevó a cabo en el año 2019. La muestra está basada en los testimonios judiciales sobre la violencia de género y diversos delitos sexuales cometidos por el Grupo de Tareas de la ESMA y busca profundizar sobre aspectos que no han tenido mucha visibilidad en términos sociales, como las consecuencias en la vida de las sobrevivientes, después de salir del centro clandestino.

Una imagen de la muestra "Ser mujer en la ESMA II". (Gentileza 
Museo Sitio de Memoria ESMA)
Una imagen de la muestra "Ser mujer en la ESMA II". (Gentileza Museo Sitio de Memoria ESMA)

Hay pantallas en las que se pueden ver y escuchar los testimonios y hay también paneles en los que pueden leerse fragmentos de las declaraciones de las sobrevivientes. Lo que se escucha, lo que se lee, se hace necesariamente en contexto porque la muestra se lleva adelante en el mismo edificio que fue escenario de los crímenes y hoy es prueba judicial.

Uno de los testimonios dice así:

”Las mujeres éramos su botín de guerra. Nuestros cuerpos fueron considerados como botín de guerra. Eso es algo bastante habitual, por no decir muy habitual, en la violencia sexual. Y utilizar o considerar a las mujeres como parte del botín es un clásico en todas las historias represivas de las guerras. Son innumerables los casos, forman parte de la cultura de la guerra y en esto no fue una excepción. Hubo muchas variedades. Y sí hubo un tratamiento diferencial entre secuestrados hombres y secuestradas mujeres, evidentemente”.

(S.L.

Secuestrada del 29 de diciembre de 1976 al 16 de junio de 1978

Testimonio Juicio ESMA, Causa Unificada, 18/11/2013)

Esa tarde de la visita nos acompañaban Silvia Labayrú, Betina Ehrenhaus y Laura Reboratti, sobrevivientes del campo de exterminio por el que pasaron 5.000 personas. Silvia Labayrú fue secuestrada el 29 de diciembre de 1976. De familia de militares, era militante de Montoneros, tenía 20 años y estaba embarazada de casi seis meses. El parto fue en abril, quien lo condujo fue el obstetra y represor Jorge Luis Magnacco —excarcelado en 2017, al cumplir dos tercios de la condena unificada de 24 años— y la beba fue entregada a la abuela materna ocho días después, luego de convenir la cita en una iglesia a través de una llamada telefónica.

A Labayrú la liberaron en pleno Mundial del 78. Fue el propio Alfredo Astiz quien la llevó un año y medio después de su secuestro a Ezeiza, donde fue subida a un avión rumbo a Madrid. Su testimonio para la CONADEP fue clave para la condena del ex almirante Massera en el Juicio a las Juntas de 1985.

Junto con Mabel Lucrecia Luisa Zanta y María Rosa Paredes, Labayrú fue denunciante en el primer juicio por crímenes de violencia sexual cometidos en el centro clandestino que funcionaba en el casino de oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada. La Justicia les dio la razón en agosto de 2021, varios años después de la primera denuncia y después de diez meses de juicio oral: los ex miembros de la Armada Jorge Eduardo “El Tigre” Acosta y Alberto Eduardo González, alias “Gato” o “González Menotti”, fueron condenados a 24 y 20 años de prisión, respectivamente, al ser hallados culpables de ejercer violencia sexual contra las tres mujeres que estuvieron secuestradas en la ESMA entre 1977 y 1978. Las condenas se unificaron con sentencias anteriores en prisión perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua.

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Las mujeres que pasaron por los centros clandestinos de detención durante la dictadura militar fueron secuestradas, privadas de su libertad, sometidas a tortura, abusadas y amenazadas. El tema de la violación en cautiverio —esto es complejo y delicado— no siempre se condice con la idea y el preconcepto de violencia física ya que la amenaza por la cual las mujeres no resisten no siempre está representada por un arma sobre la cabeza. Al menos, no literalmente.

Capucha: el lugar en el que los secuestrados eran aislados y recluidos en la ESMA.
Capucha: el lugar en el que los secuestrados eran aislados y recluidos en la ESMA.

La violencia sexual recién fue contemplada por la Justicia como delito autónomo y por fuera del concepto de torturas y tormentos en 2010. Todas las veces que se había intentado denunciar antes, no se escuchó, no se podía escuchar. Las propias mujeres no terminaban de entender que habían sido víctimas de violación al ser convertidas en esclavas sexuales por los represores. La sociedad durante mucho tiempo tampoco lo entendía así, y en el caso de la ESMA, incluso ex compañeros de las sobrevivientes las acusaban de traidoras. ¿Se va entendiendo el concepto de revictimización?

En su libro Putas y guerrilleras, las periodistas Miriam Lewin y Olga Wornat se ocuparon de este tema, áspero e incómodo pero ineludible. Miriam, además, es ella misma sobreviviente de la ESMA.

Por su parte, así le explicaba Silvia Labayrú en 2021 a la periodista Mariana Carbajal de Página 12 esta forma de abuso y violación que demoró tanto tiempo en ser contemplada como delito diferenciado.

”Estas violaciones en su mayoría no ocurrían —porque si hubo otras violaciones que sucedieron en Capucha City por guardias “al uso clásico”, digamos— con una violencia física ni te apuntaban con una pistola en la cabeza. No era así el procedimiento. El hecho de que no te torturaran en la violación no quita que fueran violaciones porque te están obligando a hacer algo bajo secuestro y bajo amenaza de muerte. Eso no tiene otro nombre que violación, pero ha sido difícil de entender incluso para las propias secuestradas. Consentimiento cero. A diferencia de lo que se espera, judicial y socialmente, y es que la violada ejerza una fuerza y se resista y tenga secuelas físicas y heridas, en la inmensa mayoría de los casos, la mujer se deja violar precisamente para salvar la vida y que aquello acabe lo más rápido posible. La pasividad responde a que el tipo acabe lo antes posible, para que no te pegue ni te mate. Esto que ocurre en la inmensa mayoría de las violaciones no cursadas con un secuestro, también ocurría en las violaciones donde estaba la amenaza de muerte y la pistola simbólica puesta en la cabeza, porque a la semana siguiente podías estar en la lista de los miércoles para que te tiraran al mar”.

Esa tarde de la memoria en que la conocí, Labayrú hablaba en voz baja, costaba escucharla. Decía, decepcionada, que los medios casi no dieron cuenta del juicio ni de la sentencia o que, al menos, no fue un tema al que le hubieran prestado especial atención. No tuve respuesta ni explicación alguna para ofrecerle, tenía razón. Estábamos en ronda y al aire libre, la mayoría éramos mujeres. Quise saber qué le pasaba cada vez que iba a ese edificio en el que estuvo secuestrada, en el que tuvo su parto, en el que fue convertida en esclava sexual de su captor.

Respondió algo así como que había conseguido disociar el espacio, como mirarlo desde afuera. Y dijo algo más, algo que dio cuenta del estremecimiento que le provocó la impresión que tuvo la primera vez que regresó allí. “Me pareció un lugar mucho más pequeño que como lo recordaba. Y recuerdo que pensé: qué lugar tan pequeño para un infierno tan grande”.

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Marilyn Monroe en Long Island. New York, año 1955, leyendo el "Ulises" de Joyce. Cualquier comentario sobre literatura que hace Marilyn en la película es menospreciado.
Marilyn Monroe en Long Island. New York, año 1955, leyendo el "Ulises" de Joyce. Cualquier comentario sobre literatura que hace Marilyn en la película es menospreciado.

Sigo recibiendo muchísimos mensajes, todos interesantes, algunos muy hermosos además. Me siguen mandando listas, contando anécdotas de estadías en aeropuertos y hasta recibo recetas buenísimas. La película Argentina, 1985 motorizó algo colectivo, veo, y no me parece que solo sea la nostalgia, aunque también. Y es válido. Como me escribió la escritora tucumana María Lobo: “En un punto, somos ese pasado que te avisa cosas todo el tiempo, también, en el presente”.María me habló además de un ensayo fotográfico de Juan Pablo Sánchez —su marido— “hijo de Enrique Sánchez, secuestrado y desaparecido de su casa en Tucumán, el 14 de septiembre de 1976. Aparecido en el pozo de Vargas, en mayo de 2014″. Comparto el link a una revista que publicó esas imágenes del ensayo de Juan Pablo.

Te recuerdo mi correo, por si tenés ganas de escribirme. Es hpomeraniec@infobae.com. Puede ser sobre Marilyn, o sobre la película que puede verse en Netflix (si te gustó, escribime igual y contame por qué, me interesa saber) o sobre lo que te provoque este tema tan delicado de volver a convertir en víctimas a las víctimas.

Y te cuento que la muestra Ser mujeres en la ESMA puede visitarse sábados y domingos de 10 a 17 hasta el 22 de octubre, cuando estará abierta hasta más tarde porque es la Noche de los Museos.

Cynthia Rimsky
Cynthia Rimsky

Antes de irme, quiero dejarte una recomendación cortita de un libro que me gustó mucho, que me hizo bien.

Se llama La vuelta al perro, su autora es Cynthia Rimsky y, aunque nació en Chile, vive en Argentina hace varios años. El libro fue publicado por la editorial Tenemos las máquinas. No podría definir el género y eso es, tal vez, lo que más me gusta, esa hibridez. Está compuesto por textos breves, en una tradición que va desde Walter Benjamin a John Berger y por qué no a Sebald. Son textos que hablan de vida cotidiana pero no solo es eso, es otra cosa, es belleza que no se explica. Hay una casa, hay un pueblo, hay otros pueblos, hay viajes en una moto blanca.

Te dejo como ejemplo uno de los textos, se llama “Caserío”:

Hace como una hora que voy por un camino interior manejando la motoneta blanca, me siento perdida, no pasa ningún automovilista a quien preguntarle si estoy en la dirección correcta. Entro a un campo y un tipo que anda recorriendo parcelas en una camioneta me explica por dónde ir. Por supuesto me lo vuelvo a encontrar varios kilómetros adelante y me dice: “Señora, usted sigue perdida”.

Una hora después llego al paraje que buscaba: cuatro casas y una señora que me da el vaso con agua más fría que tomaré en mi vida.

Hasta la próxima, que disfrutes mucho el fin de semana largo que se avecina.

Marilyn Monroe, en Los caballeros las prefieren rubias, dirigida por Howard Hawks.
Marilyn Monroe, en Los caballeros las prefieren rubias, dirigida por Howard Hawks.

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