Víctor Jara cumple 90 años y la estela de su obra se mantiene viva en toda América Latina

En el aniversario del nacimiento del gran cantor chileno del siglo XX, esta producción especial de Infobae Cultura reúne los testimonios de Silvio Rodríguez, Gepe y Bruno Arias entre otros, para resaltar la potencia de su legado artístico y el compromiso social de sus canciones

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Víctor Jara nació el 28 de septiembre de 1932
Víctor Jara nació el 28 de septiembre de 1932

La figura de Víctor Jara constituye una bisagra para la música de América latina. De la misma forma en que artistas folk como Alan Lomax, Pete Seeger o incluso Bob Dylan recuperaron en los Estados Unidos las canciones del pasado y las trajeron al presente con arreglos frescos y novedosos, el cantautor chileno hizo lo suyo con el folklore de todo el continente, en especial del Cono Sur. En poco más de una década creó una extensa obra en la que no solo rescató del olvido antiguas melodías muy arraigadas a los pueblos latinoamericanos, sino que creó un movimiento que fue definitorio de su tiempo con un discurso que, a 90 años de su nacimiento, se mantiene completamente vigente. Revisitar su obra es también analizar la historia de un país y, por qué no, de una región que aún hoy continúa luchando por la igualdad y la justicia social.

“¿Qué es, en definitiva, la música comprometida, la música revolucionaria, la ‘Canción de protesta’ o la ‘Nueva Canción Chilena?”, se preguntó Víctor Jara durante una entrevista en 1972 sobre la música que hacía. “¿Por qué tantos nombres? Quedémonos con uno: ‘Canción popular’. Popular porque el objetivo fundamental de su existencia en interpretar al pueblo, a la clase trabajadora en su conjunto, narrando sus historias individuales y colectivas que la historia oficial ha ignorado e ignora”. Pocos artistas han logrado comprender y dar voz a la sociedad como él. A lo largo de sus álbumes y sencillos describió como nadie la realidad del hombre trabajador de Chile y América Latina, y cada etapa de su vida, desde su niñez hasta su militancia política, han quedado registradas en sus composiciones como un espejo de la realidad que lo rodeaba. Su música, en definitiva, puede leerse como su propia biografía, pero también como la de un millón de personas más. Nano Stern, posiblemente el músico chileno que mejor supo traer la esencia de la Nueva Canción Chilena al siglo XXI, destaca la capacidad de Jara “de volverse universal desde lo íntimo”.

Víctor pasó su infancia en el campo. Su padre era campesino, analfabeto y alcohólico, y su madre, que se encargaba de las tareas del hogar, era cantora y, según relató en el Encuentro de Música Latinoamericana realizado en la Casa de las Américas en 1972, era quien animaba las fiestas y los velorios de Lonquén, localidad ubicada a 50 kilómetros de Santiago. Más tarde, se trasladó con su progenitora y sus cinco hermanos a Los Nogales, actualmente Estación Central, una comuna ubicada al lado de la capital. Fueron muchas las familias que se vieron obligadas a trasladarse a la ciudad en aquellos años para escapar de la pobreza, y el músico ha retratado esas experiencias en muchas de las canciones de su primera etapa, como “El arado” y “El lazo”, que, tal como afirma Horacio Salinas, director del mítico grupo Inti-Illimani (actualmente al frente de Inti-Illimani Histórico), “hablan con una poética más o menos simple pero muy profunda de su vida, de sus parientes y de su padre y tienen que ver con una radiografía del campo y de la vida agraria dura”. Stern, por su parte, realza su don “de tomar elementos rurales y darles una vuelta que estaba en sintonía con los tiempos que corrían, vinculados al fenómeno de migración del campo a la ciudad”. Se trata “de una reivindicación de quienes trabajan la tierra, pero que en el fondo también trabajan la esperanza”, agrega.

Cuando tenía tan solo 15 años, su madre falleció y él, frente a la desolación, optó por ingresar al Seminario Redentorista de San Bernardo, donde aprendió canto gregoriano. Dos años después, abandonó la vida religiosa e hizo el servicio militar obligatorio. Se acercó al mundo artístico cuando fue aceptado en el Coro de la Universidad de Chile para formar parte de la versión coreográfica que hizo Ernst Uthoff de Carmina Burana de Carl Orff. Fue su punto de partida en la dramaturgia.

Víctor Jara (1932-1973)
Víctor Jara (1932-1973)

En 1954 ocurrió un hecho que los textos biográficos de Jara suelen mencionar casi al pasar, pero que fue fundamental para su formación musical. Junto con unos amigos del coro, viajó al norte de Chile para investigar la música popular de esa región y redescubrir la herencia musical de su país, melodías que su madre cantaba cuando él era pequeño. Sus discos están llenos de canciones de origen desconocido, de esas que se transmiten de boca en boca, de todo el continente. Sin ir más lejos, en su primer LP, homónimo, editado en 1966, está “La cocinerita”: “es una versión de una canción argentina que él trajo y la hizo de una manera muy tierna, muy juguetona y muy chilena también”, describe el músico Gepe, uno de los cantautores más importantes del pop chileno actual.

En la segunda mitad de la década del 50 los hechos en la vida de Víctor comienzan a suceder demasiado rápido y sus dos carreras, la musical y la teatral, se van desarrollando de forma paralela. Luego de ese viaje, se sumó a la Compañía de Mimos de Enrique Noisvander y estudió en la Escuela de Teatro Experimental de la Universidad de Chile. En 1958 formó parte del Conjunto Cucumén, un grupo de folklore en el que se desempeñó como cantante, bailarín y director artístico. En ese tiempo profundizó sus investigaciones y recopilaciones sobre cantos populares y se acercó a Violeta Parra -quien, según dijo en su última aparición televisiva en 1973, fue quien “marcó el camino” para el desarrollo de la Nueva Canción Chilena- y a sus hijos, Ángel e Isabel.

Con el Conjunto Cucumén grabó la primera canción que compuso, “Paloma, quiero contarte”. Según Nano Stern, “a diferencia de muchos de sus contemporáneos, que tenían influencias más latinoamericanistas, Víctor, sobre todo en su primera etapa, estaba muy arraigado a la música campesina de Chile” y esta canción “bebe del lenguaje y de la estética de la música del campo, pero al igual que los grandes poetas que están conectados con su tierra y con su gente, logra desde allí trascender”.

Tras la grabación de su primer álbum, fue convocado por Quilapayún para ser su director artístico. Con ellos grabó en 1967 Canciones folclóricas de América. Durante ese período, Jara participó asiduamente de La Peña de los Parra, que habían abierto Ángel e Isabel tras su regreso de Europa. Ángel Parra (hijo), antiguo miembro de la banda de rock Los Tres y líder del Ángel Parra Trío, recuerda del músico: “Era como un miembro de la familia, por la amistad que tenía con mi papá. Él también era amigo de Violeta, pero con mi padre tenía un compadrazgo muy especial y se quedaban hasta tarde conversando cuando cerraban la peña. Ellos dos eran pares, estaban a la misma altura como compositores”. Ese espacio fue fundamental para la consolidación del nuevo género musical del país trasandino gracias a que propiciaba el intercambio entre los artistas que se presentaban allí todas las noches, como Patricio Manns y Rolando Alarcón. Como destaca Horacio Salinas: “Compartimos juntos momentos creativos importantes y creo que esa fue una de las características de la Nueva Canción Chilena, instantes de colaboración y de sentirnos todos parte de este movimiento que nadie fundó, sino que se instaló por la fuerza de las propias creaciones”.

En 1969 su música empieza a llamar la atención del público y sus letras empiezan a ser más comprometidas políticamente, sin tantas referencias personales. Con el sencillo “Plegaria a un labrador” ganó el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena. La canción, que en 1971 integró el álbum El derecho de vivir en paz, tiene a Quilapayún como banda de apoyo y en sus estrofas el trovador llama a los campesinos a la lucha por una sociedad más justa: “Ubico el rezo con la llamada a luchar. Conozco la mística de mi pueblo y sé que gran parte de él es demasiado apegado a creencias religiosas, es por eso que hago esta combinación que es una bella forma de darse a entender por estos compañeros”, explicó.

 Víctor Jara (EFE)
Víctor Jara (EFE)

Víctor Jara nunca olvidó sus orígenes y siempre buscó transmitir sus ideas de forma clara para que pueda entenderlo todo el mundo. Con su música buscaba interpretar a su pueblo y, para lograrlo, decía que antes debía captar su alma. “Quiero que mi canto haga vibrar a esa gente modesta, porque a ellos está dirigido el mensaje de mis canciones”, declaró. “Soy folklorista, soy un hombre de extracción popular. Aprendí desde pequeño el lenguaje de los más, que son los más humildes y humillados. Conocí las sílabas del viento, de la poesía hermosa y natural de la vida allá en el campo”.

Ese mismo año editó Pongo en tus manos abiertas a través del sello discográfico de las Juventudes Comunistas (Jota Jota, luego rebautizado Discoteca del Cantar Popular) que tiene algunas piezas fundamentales de su discografía. Una de ellas es “Preguntas por Puerto Montt”, una de sus letras más directas, en la que interpela con nombre y apellido al ministro del Interior del gobierno de Eduardo Frei Montalva por la muerte de once personas –entre ellas un bebé- por parte de Carabineros durante el desalojo de un terreno ocupado en el sur del país en marzo del 69.

Sin embargo, la canción que más se destaca en ese LP es, sin dudas, “Te recuerdo, Amanda”, posiblemente su composición más emblemática. Como dice Stern, en su letra “están el amor en estado puro, sus padres y la historia de tantas familias trabajadoras de Chile. Se entrecruza de manera magistral lo íntimo y lo colectivo: el amor, las luchas sociales y la reivindicación de ese mundo más justo por el que él luchaba”. La artista peruana Susana Baca, que recuerda al compositor como un hombre “amable y culto”, refuerza esta afirmación: “La canté por mucho tiempo y así entendí su rebeldía y su lucha por la justicia”.

Gepe define el sonido de Víctor Jara como una fusión de “folclor latinoamericano profundo y vanguardia anglo”. Para Ángel Parra, “Te recuerdo, Amanda” es un ejemplo de lo avanzada que era su forma de escribir. “Tenía puntos de discrepancia con Violeta en algunas cosas, seguramente porque no era tan tradicional, sino que tomaba lo popular folklórico y se atrevía a poner notas que venían, por ejemplo, de la bossa nova. Su manera de componer y de tocar la guitarra era sofisticada, pero a la vez tenía una admiración enorme por lo popular y lo estrictamente folklórico”.

A pesar de haber sido fundamental en el redescubrimiento de las raíces de la música latinoamericana, él siempre bregó por la evolución del folklore, que se adaptara al presente y pudiera describir lo que sucedía a su alrededor. De ahí que su música suene tan moderna a pesar de su raigambre histórica. “El folklore auténtico es vigente, vivo, actual; no está en absoluto muerto. Nos parece muy peligroso, antojadizo y un poco egoísta considerar que el folklore es una obra arqueológica del siglo pasado, y que debe ser interpretada como tal, o si no, no es válida”, pensaba.

Esa ductilidad de la música popular y de las composiciones de Víctor en particular ha permitido que las canciones adquieran con el tiempo un nuevo significado. En 2019, a raíz de las masivas protestas que estallaron en Chile y que derivaron en la redacción de una nueva Constitución que fue recientemente rechazada mediante un plebiscito, los músicos más importantes del país trasandino –desde Mon Laferte hasta Manuel García- se unieron para grabar una nueva versión de “El derecho de vivir en paz”. El tema, que Jara escribió en 1971 como protesta por la Guerra de Vietnam, en el siglo XXI se convirtió en el himno de una sociedad que aún continúa reclamando más igualdad.

Víctor Jara
Víctor Jara

“Canciones como ‘Plegaria a un labrador’ y ‘Te recuerdo, Amanda’ corresponden a creaciones hechas en medio de lo que fue el movimiento de la Nueva Canción Chilena y de lo que fueron los momentos previos al gobierno de Salvador Allende y la llegada al poder de Unidad Popular”, explica Horacio Salinas, que al frente de los Inti-Illimani fue parte de ese momento histórico. Jara estaba convencido de que la nueva tendencia musical había surgido “de la necesidad total del movimiento social” de su tierra, y de hecho fue la banda sonora de la campaña electoral que le dio el triunfo a la coalición de izquierda que asumió la presidencia el 3 de noviembre de 1970. Su álbum Canto libre es un reflejo de aquellos tiempos de cambio, e incluye “Ventolera”, una adaptación hecha para las elecciones de “Venceremos”, el himno de Unidad Popular. Tras la asunción de Allende, fue nombrado embajador cultural y llevó su música a todo el mundo.

En 1972, grabó La población, un álbum conceptual sobre la pobreza de la clase trabajadora chilena, en especial la de aquellos habitantes de los llamados campamentos, que son el equivalente chileno de las villas, asentamientos informales en terrenos tomados por personas sin hogar. Jara ya había hablado del tema anteriormente, como en “El alma llena de banderas” que, como expone el folklorista jujeño Bruno Arias, “está dedicada a un joven asesinado en Cerro Navia -que en aquel momento era parte de la comuna de Barrancas en Santiago- en medio de la represión policial durante una toma de tierras”. En este disco el músico profundiza esta problemática y, como afirma Nano Stern, “abarca todas las temáticas que Víctor trató de una manera extremadamente vanguardista para su época”, con músicos invitados y testimonios grabados en terrenos como Herminda de la Victoria. De ese trabajo se desprende el clásico y conmovedor “Luchín”, un “himno a la infancia desposeída”, en palabras de Stern. La letra “va pintando un barrio humilde”, analiza Arias. “Cuenta la historia de un niño que tiene la esperanza de poder salir de la pobreza, de romper con ese estigma, y en el futuro ser alguien con estudios y dirigir una fábrica”. Es la historia de Víctor Jara, pero también la de muchísimos otros niños que nacieron sin los recursos para salir adelante (aunque algunos finalmente lo lograron). De hecho, Luchín existió. “Es muy estremecedor saber que se basó en alguien de carne y hueso con quien tuvo la posibilidad de hablar”, reflexiona Nano.

El 11 de septiembre de 1973 las fuerzas armadas derrocaron al Gobierno de Allende y cercaron la Universidad Técnica del Estado, donde se encontraba el músico. Al día siguiente fue llevado al Estadio Chile, que los militares utilizaron de campo de concentración y muerte y, tras días de torturarlo, el 16 lo ejecutaron a balazos.

Víctor le cantaba al amor. Al amor de pareja, amor al trabajo, amor a la tierra, y, a mi modo de ver, es precisamente por amor la razón por la que en sus obras se rebela contra la miseria, el abuso y la injusticia”. Con estas palabras resume la obra de Jara el músico Marcelo Nilo, fundador del dúo Schwenke y Nilo, e integrante del directorio de la Fundación Víctor Jara. Su mayor deseo, el mensaje que transmitía en sus canciones, era justamente la paz y la igualdad social, que hubiera oportunidades para que todos tuvieran una vida digna. Para él, la revolución podía hacerse de forma pacífica, tal como lo había planteado Unidad Popular cuando llegó al gobierno por la vía democrática, con el esfuerzo colectivo de cada trabajador. Como bien dijo el trovador cubano Silvio Rodríguez a Infobae Cultura: “Víctor era un hombre de paz interior. Nunca le vi alzar la voz, ni aun discutiendo. Sus canciones, todas, fueron escritas con una elegancia especial, y ni en las más combativas se vislumbra el más mínimo odio”.

Víctor Jara
Víctor Jara

Los militares acabaron con la vida de Víctor Jara, pero su legado sigue más vivo que nunca. “Creo que para algunas generaciones es alguien para descubrir y reivindicar. Esta relación entre arte y vida, y la vida entendida como compromiso, cambio y acción, es algo que cada vez resuena más como contracara de un sistema que no suele dar respuestas a la calidad de vida, sino que apunta a una lógica economicista”, manifiesta Fernando Farina, curador de la exposición Víctor Jara. El mundo gira y crea porque existe el amor, que se está realizando en el Centro Cultural Matta de la Embajada de Chile entre el 22 de septiembre y el 4 de octubre y que destaca todos los aspectos de la figura del artista.

“Su martirización finalmente lo convierte en una luminaria, una estrella que está en el cielo y que guía a todos quienes se arrojan a la lucha social en Chile. Su compromiso social y su absoluta entrega a causas que eran más grandes que su propia individualidad y de sus propios propósitos personales son marcas imborrables, no solo en la música de Latinoamérica sino del mundo entero”, complementa Nano Stern.

Durante su detención escribió un poema titulado “Somos cinco mil” o “Estadio Chile”, donde describió los horrores del terrorismo de Estado. El texto logró filtrarse a través de otros detenidos, se recuperó y con el tiempo adquirió el estatus de clásico, al igual que “Manifiesto”, una composición que fue incluida en el álbum del mismo nombre junto con otras grabaciones destinadas a un disco que quedó inconcluso y que fue editado de forma póstuma. Para Gepe, es “la canción definitoria de la generación a la cual él pertenecía”, mientras que Stern la considera “su legado poético y espiritual”: “resume la esencia del Víctor Jara comprometido”.

Sobre el final, con el verso “canto que ha sido valiente siempre será canción nueva”, el compositor da la definición más acabada de lo que fue la Nueva Canción Chilena, pero también, como observa Schwenke, brindó el marco de lo que vino después, el “movimiento Canto Nuevo, que surgió y acompañó las luchas del pueblo chileno contra la dictadura militar de Pinochet”.

Víctor Jara sigue siendo fundamental en la cultura latinoamericana. No solo recuperó y revitalizó un patrimonio musical que había caído en el olvido, sino que a través de sus letras despertó a las poblaciones y les dio fuerza para luchar por la igualdad y la libertad. Como bien lo recuerda Francisco “Pancho” Sazo, fundador del mítico grupo chileno Congreso: “su voz, su recuerdo imborrable y gigante, sus melodías y letras, son un todo amoroso y grávido de compromiso. Víctor Jara es especial porque lleva a la canción a perdurar como el mar, como las estrellas, como las promesas que se transmiten en torno al fuego. La gracia que enternece, se desliza fuerte en nuestros corazones, su música crece cada día desde el fósil del instante del disco y lo trasciende, sabiendo que todos los que venimos atrás jamás podremos alcanzar la transfiguración de una obra dedicada especialmente, como diría nuestro poeta Jorge Teillier, a la niña que nadie saca a bailar”.

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