La extraordinaria vida de Catalina de Erauso, la “monja alférez”, pionera de la diversidad

Escapó de un convento, se hizo pasar por varón, peleó en las calles, escapó de la Justicia y recorrió Sudamérica. Fue monja, militar, escritora y uno de los personajes más legendarios del Siglo de Oro español

Compartir
Compartir articulo
Retrato de Catalina de Erauso (hacia 1626), atribuido a Juan van der Hamen (Wikipedia)
Retrato de Catalina de Erauso (hacia 1626), atribuido a Juan van der Hamen (Wikipedia)

Fue una mujer pionera que, en tiempos de extremo sojuzgamiento femenino, para encontrar su lugar bajo el sol asumiría la identidad masculina: “Nací yo, doña Catalina de Erauso, en la villa de San Sebastián, de Guipúzcoa, en el año de 1585, hija del capitán don Miguel de Erauso y de doña María Pérez de Galarraga y Arce, naturales y vecinos de aquella villa”. Así puede leerse en la solicitud de “jubileo”, es decir de perdón por sus faltas, que Catalina dirigió al Papa.

Su infancia estuvo presidida por el abandono de sus padres. Desde los cuatro años convivió con las monjas del convento de dominicas de “San Sebastián el Antiguo” porque una tía suya deseaba encarrilarla hacia la vida contemplativa. Cuando ya era novicia, tenía quince años, tuvo un altercado con una monja, según ella misma anota: “Era ella robusta y yo muchacha; me maltrató de mano y yo lo sentí”. Aquella misma noche, 18 de marzo de 1600, Catalina robó las llaves del convento y se escapó mientras las monjas rezaban maitines.

Convencida de que ninguna ventaja era ser mujer y decidida a hacerse pasar por varón se enroló como grumete en la flota de don Luis Fajardo y partió a la aventura americana. En Nombre de Dios (hoy Panamá), punto final de su viaje, decidió abandonar la vida marinera, “cogiéndole quinientos pesos” al capitán.

En Saña ejerció de tendero y fue allí donde inició su vida de espadachín propenso a los altercados. Cierta vez había ido a presenciar una obra de teatro a un “corral de comedias” pero el corpulento espectador de la fila delantera le impedía ver el escenario. Catalina le pidió que se moviera para despejarle la visual pero recibió una respuesta amenazante: “O te vas o te corto la cara”.

Al día siguiente la Erauso volvió al “corral” para encontrar al insolente, se le acercó por detrás y cuando el otro se dio vuelta “dije yo: ‘Esta es la cara que se corta’ y dile con el cuchillo un refilón que le valió diez puntos. Él acudió con las manos a la herida, su amigo sacó la espada y vino a mí y yo a él con la mía. Tiramos los dos y yo le entré una punta por el lado izquierdo, que lo pasó y cayó”.

Monumento a Catalina de Erauso en el Parque de Miramar de San Sebastián, País Vasco (Wikipedia)
Monumento a Catalina de Erauso en el Parque de Miramar de San Sebastián, País Vasco (Wikipedia)

Las consecuencias de esta trifulca la obligaron a buscar refugio en una iglesia, de donde la sacó su amo bajo la condición de que matrimoniara con una tal Beatriz de Cárdenas. Muy atractiva debía de resultar Catalina con su indumentaria de hombre pues tuvo que quitarse de encima a la tal Beatriz de malos modos: “Y una noche me encerró y declaró que a pesar del diablo habría de dormir con ella; apretándome en esto tanto, que tuve que alargar la mano y salirme”.

Por aquel entonces se buscaban soldados para seis compañías que iban a Chile y Catalina sentó plaza en una de ellas a las órdenes del capitán Gonzalo Rodríguez. Allí su destino estuvo en el presidio de Paicabí, uno de los más peligrosos, donde combatió contra los indios a lo largo de tres años. En un ataque, los naturales mataron al alférez y capturaron la bandera. Catalina y dos soldados de a caballo fueron a recuperarla, y murieron en la acción todos menos ella, que quedó gravemente herida: “Yo, con un mal golpe en una pierna, maté al cacique que la llevaba [la bandera], se la quité y apreté con mi caballo, atropellando, matando e hiriendo a infinidad, pero malherido y pasado de tres flechas y de una lanza en el hombro izquierdo; en fin, llegué a mucha gente y caí luego del caballo”.

En reconocimiento a su heroísmo se la nombró alférez y durante cinco años desempeñó tal cargo; incluso mandó la compañía cuando el capitán Rodríguez murió en Puren. Es que Catalina era un verdadero “pacificador”, como lo demuestra este párrafo de su “jubileo”: “Me topé con un capitán de indios, ya cristiano, llamado don Francisco Quispiguaucha, hombre rico, que nos traía bien inquietos con varias alarmas que nos tocó, y batallando con él, lo derribé del caballo y se me rindió. Yo lo hice al punto colgar de un árbol”.

Cronistas de la época registran que en otra de sus acostumbradas pendencias, la mujer a quienes todos creían hombre mató a su propio hermano, también soldado. Huyendo de la justicia se afincó durante un tiempo en Tucumán para luego seguir camino hacia el Alto Perú. Otro grave incidente lo protagonizó en La Paz, donde despachó con su espada al criado del corregidor Barraza y fue condenada a muerte por ello, aunque logró escapar a la misma mediante un truco eficaz y escandaloso: antes de ser ejecutada solicitó la gracia de confesar y comulgar y cuando le dieron la hostia se la quitó de la boca y la apretó en su mano, amenazando con dejarla caer al sucio suelo. El revuelo consiguiente fue extraordinario, Catalina nos lo cuenta en su informe al Papa: “Me rayeron la mano y me la lavaron diferentes veces y me la enjuagaron, y despejando luego la iglesia y los señores principales, me quedé allí. Esta advertencia [el truco empleado] me la dio un santo religioso franciscano, que en la cárcel había, dándome consejos y que últimamente me confesó”.

Monumento a Catalina de Erauso en Orizaba, México (Wikipedia)
Monumento a Catalina de Erauso en Orizaba, México (Wikipedia)

Fue expulsada con la promesa de no regresar jamás. En Cuzco, indomable, participó en otro incidente por causa del juego, dando muerte a un individuo llamado Cid, que había intentado robarle dinero. En la reyerta resultó herida de gravedad y ante situación tan comprometida en que se hallaba reveló su condición de mujer al obispo Carvajal.

Imaginable es la incredulidad del religioso. Por ello decide verificar tan extraordinaria confesión: " Como a las cuatro entraron dos matronas y me miraron y se satisfacieron y declararon después ante el obispo, con juramento, haberme visto y reconocido cuanto fue menester para certificarse y haberme hallado virgen intacta, como el día en que nací”. El obispo decidió acoger a Catalina bajo su protección y fue así como nuevamente esta pionera del “travestismo” volvió a vestir el hábito.

De regreso en España, ya célebre, despertó la curiosidad de Felipe IV, quien no solo la escuchó con atención sino que, además, mandó darle “cuatro raciones de alférez y treinta ducados”. Allí la retrataría el afamado pintor Francisco Pacheco, suegro de Velázquez.

Los últimos años de su azarosa vida los pasó la Erauso en Veracruz, ejerciendo como arriera, transportando pasajeros y equipajes a México. Uno de sus clientes fue fray Diego de Sevilla, que nos proporcionó el último retrato de la “monja alférez”, antes de su muerte en 1650: “Andaba en hábito de hombre, traía espada y daga con guarniciones de plata y me parece que sería entonces como de cincuenta años [...] era de buen cuerpo, no pocas carnes, color trigueño, con algunos pocos pelillos por bigote”.

SEGUIR LEYENDO