“West Side Story”, el regreso: 60 años del musical Shakesperiano que sigue enamorando

Con la remake de Steven Spielberg a punto de ser estrenada, un recorrido por las claves de una de las más asombrosas películas de la historia

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Trailer de "West Side Story"

Parece una historia sencilla (no con la morosidad de un tractor, sino más bien con la ignición del jazz y el octanaje de la música latina): chico-conoce-chica, nada demasiado complicado. Pero, se presiente, todo será especial desde el momento en que él, Tony, canta emocionado Tonight: “¡Podría ser! / ¿Quién sabe? / Hay algo que puede pasar cualquier día de estos / Lo sabré enseguida / Tan pronto como aparezca / Puede que caiga a través del cielo / Al final de la cuadra, en una playa … tal vez esta noche”. Al final de la cuadra, de la noche de esta “tragedia americana” -cual el título de la novela de Theodor Dreiser- con baile lo esperará María. Es un amor moderno, de la calle (como el de la famosa canción de Bowie: “Camina a mi lado, amor moderno / Pasa de largo, amor moderno / Me preparo para una fiesta, amor moderno”). Amor bendito y maldito entre bandas rivales. Se trata de una pasión para los tiempos modernos. Un “¡podría ser!”... pero no. Lo que aguarda, lo que cae a través del cielo, al final de la cuadra, es Shakespeare en estado puro: amor y violencia, lealtad y traición. Vida, muerte y tragedia. Es West Side Story, una de las más asombrosas películas de la historia que está cumpliendo 60 años y cuya remake, nada menos que dirigida por Steven Spielberg, se estrena en estos días.

A fines de 1961 el mundo asistía a una película que sería un éxito. Y que, paradójicamente, comenzaba de manera cuasi-experimental: con una pantalla a oscuras. Como si tuviéramos los ojos cerrados. O mejor dicho, como en los sueños. No un fundido en negro para indicar que la escena termina, sino todo lo contrario: esa oscuridad era el comienzo de todo. De a poco y con un silbido tribal (de pandillas callejeras que parecía venir de lejos) se revelaban las sombras del lugar de la acción: Manhattan, Nueva York. Es el inicio, ciego y silente, de todo lo que acontecerá, en forma de una explosión cromática de música, baile, pasión, drama, amistad y, por supuesto, muerte. Luego de esa primera escena, obertura cinematográfico-operística sin igual, oscura y casi abstracta (como una extraña película intelectual del situacionismo francés) la cámara cenital hace un tour de force desde los barrios más ricos hasta llegar a los bajos fondos del Upper West Side. No es ni La hora de los hornos ni las películas de León Hirszman, pero el mensaje no difiere tanto: en América hay riqueza y pobreza, hay centro urbano y periferia olvidada. Hay excluidos. Y ambos en este caso pueden ser tanto nativos como inmigrantes.

Imagen de "West Side Story" de Steven Spielberg
Imagen de "West Side Story" de Steven Spielberg

Y donde al fin la cámara baja y se detiene, luego de ese travelling y secuencia que recorre autopistas, avenidas principales, suburbios, (a años luz de la invención del dron a control remoto), hallamos a Shakespeare en zapatillas: una cancha de basket y dos tribus, Los Sharks y Los Jets. Y, pelota en el aire, tiempo, ¡swing! Hay un chasquido de dedos que enciende la mecha y marca las reglas de ese juego llamado vida (en tu rostro, El juego del calamar). Parafraseando el famoso poema de T. S. Elliot (“Así es como acaba el mundo / No con un estallido... sino con un gemido”), podríamos decir que “así es como comienza la acción en el séptimo arte, no con estallido… sino con un chasquido de dedos”.

Porque lo que se juega no es un partido, sino el orgullo y el derecho a pertenecer, entre una clase media americana empobrecida y los puertorriqueños que llegaron para probar mejor suerte. Y el amor imposible y trágico que parará la pelota para siempre entre esas tribus urbanas y enfrentadas. West Side Story (o en la Argentina, Amor sin barreras) para quien nunca la haya visto, es Romeo y Julieta en el siglo 20 hecho cine, danza contemporánea y choque de clases en zapatillas de basket. Romeo y Julieta ahora son Tony y Maria.

Y este año, cuando en apenas unos días se cumplan 60 años de su estreno original, West Side Story seguirá conmoviéndonos. El 9 de diciembre además se estrenará la versión de lo que parecía un film imposible de clonar, ahora dirigido por Steven Spielberg. Hasta Rita Moreno, la “Anita” de la película original, además de tener un papel secundario es la productora ejecutiva en esta remake. Vale la pena ver el trailer. Y vale también dejarse llevar y no contener ni las lágrimas ni el aliento, de la que parece ser la película del año.

Trailer de "West Side Story", de Steven Spielberg

La versión original de este amor sin barreras y de este clásico sin altibajos fue dirigida por Robert Wise (el dotado editor de El Ciudadano de Welles, que entre otras audacias logró un montaje en el que su protagonista, el magnate Kane se reúne con Hitler y que tuvo la idea de “gastar” el negativo contra el pavimento para simular el efecto de film documental) pero también por el coreógrafo Jerome Robbins. Y está, por supuesto, basada en el musical de Broadway del mismo nombre, con canciones de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim. Pero ¿por qué West side story se niega a envejecer? Acaso porque tomó su influencia de uno de los mayores creadores de mitos del arte moderno y del cine: William Shakespeare. Tanto como de la mitología griega y de la tradición narrativa judeo-cristiana, casi todo lo que procede del bardo de Avon, perdura y se moderniza y se añeja cual fino vino. Y además de esta original mirada de origen, ¿es posible elegir una sola canción en una película de dos horas y media que parece filmada ayer? ¿Con cuál escena musical quedarnos?

Todo en sus melodías es jazzero, endiablado, urbano. Con ritmo y percusión latina, vibráfono y bongós. Además de la mencionada “Something ‘s Coming”, está “Dance at the Gym” (¡Mambo! y atención al “árbitro” de ese baile entre bandas enfrentadas: es John Astin, el queridísimo Homero Addams de la serie Los Locos Addams de los 60). Se la escucha cuando Tony y María se enamoran y el mundo, los amigos y las tribus, literalmente se borronean (con el simple efecto de untar con vaselina los bordes de la cámara) desaparecen, enmudecen. Es el momento en que los enamorados danzan un vals de mirarse a los ojos, contorneados, igualados, imantados en sus movimientos, hasta que la música casi desaparece. “El amor es el silencio más fino” escribió en Los amorosos el poeta mexicano Jaime Sabines como si estuviera allí, sentado en una butaca y viendo la escena.

"America", de West Side Story

También tenemos una canción de protesta inusual, humor y swing como “America”, la misma que cita con ironía el enorme Rubén Blades (otro latino en tierras yankis) al final de su himno “Pedro Navaja”: “I like to live in America...”. La escena de la canción “Maria” pone en escena la importancia de ese nombre de mujer en los musicales: la María de buenos Aires de Ástor Piazzolla o la María Von Trapp / Julie Andrews de La novicia rebelde, como si algo mitológico y trágico uniera a las Marías, con la música y el amor. Y hay, casi de manera inverosímil para un musical pensado ATP, hasta para la sociología (no sin humor). Es la canción “Gee, Officer Krupke”

Vaya, oficial Krupke, estamos muy alterados

Nunca tuvimos el amor que su niño debería tener

No somos delincuentes

¡Somos malentendidos!

En el fondo somos buenos

Estimado juez, Su Señoría

Mis padres me tratan duro

Con toda la marihuana que fuman

No me convidan nada...

No querían tenerme

Pero de alguna manera me tuvieron igual!

¡Por eso soy tan malo!

Oficial Krupke, usted es realmente un “básico”

¡Este chico no necesita un juez, necesita la atención de un analista!

Es sólo su neurosis la que debe ser frenada

¡Está perturbado psicológicamente!

Estamos enfermos, estamos enfermos

Estamos enfermos, enfermos, enfermos

¡Como si estuviéramos sociológicamente enfermos!

La versión original de la canción finaliza entonando”Gee, Officer Krupke – fuck you!”. El sello Columbia no se atrevió a tanto y le pidió a Stephen Sondheim, que la cambiara por un más suave y metafórico, “Gee, Officer Krupke – Krup you!”

West Side Story
West Side Story

“I Feel Pretty” es el himno a la belleza que Natalie Wood / Maria canta frente al espejo (Nicole Kidman la interpreta en Moulin Rouge) y la que nos prepara para el desenlace final y fatal de “Somewhere”. Es la canción que Tom Waits elegiría para abrir, en una estupenda versión noir y personalísima, su obra maestra Blue Valentine.

Al poco tiempo del éxito del film, las canciones de West Side Story se convirtieron en nuevo alimento para el jazz moderno, en sus nuevos standards. Basta solazarse con las versiones jazzeras de sus canciones que, en álbumes totalmente dedicados a la película, grabaron artistas de la talla de Oscar Peterson, Dave Brubeck, Stan Kenton o André Previn. Más cercanas en el tiempo, son imperdibles las versiones del trío Keith Jarrett para un álbum perfectamente titulado Somewhere. Y la conexión argentina: Alberto Favero grabó todas las canciones en un álbum editado por Acqua Records y Minino Garay, el más anfibio de los percusionista (jazzero, folk y tanguero) registró picantes versiones junto al pianista francés Baptiste Trotignon en un disco llamado, con justicia, Chimichurri.

Hoy lo comprobamos: las artistas de West Side Story, románticas, trágicas, socioculturales, musicales, jazzeras, ensayísticas... son infinitas. Desde reposiciones en Broadway (al calor y adaptación más de la versión cinematográfica que del musical original) hasta los videos de “Beat it” o “Bad” (dirigido por Martin Scorsese) hasta el final de la película The Warriors de Walter HIll, “en una playa” como canta Tony en “Something’s coming”, su influjo persiste.

Rita Moreno
Rita Moreno

Y los que quieran continuar aprendiendo de ella no deberían perderse (busquen y buceen en internet) Rita Moreno: Just a Girl Who Decided to Go for It. El documental sobre la actriz, pionera en abrirse paso en Hollywood, primera mujer latina que se alzó con un Oscar (Mejor actriz de reparto por West Side Story) ilumina tanto ese pasado clásico (y tenebroso también) de los grandes estudios de cine, como el presente aún injusto con ciertas “minorías”. Con un montaje almodovariano de música de La Lupe, Nina Simone y Bola de Nieve, en el documental vemos a la diva de ¡89 años! contar y repasar su vida, mientras no teme ponerse la peluca frente a cámara para tapar su casi total calvicie, bailar cha-cha-cha o rememorar su pasado militante a favor del aborto o recordar como fue violada por su manager y no denunciarlo “porque era el único dispuesto a trabajar con una portorriqueña”.

La nonagenaria, que luce aún hoy una belleza singular y unas piernas de envidia (sólo comparable a nuestra María Concepción César, que nos abandonó hace apenas dos años) detalla la explotación hollywoodense de ser obligada a trabajar siempre de latina, polinesia o india, remarcando su acento latino como si fuese el ratón Speedy Gonzalez. “¿Saben lo que es sentirse tan enamorado de alguien y sentir que si no está cerca tuyo te morirías? Así se sentía Marlon Brando… consigo mismo” cuenta con humor y desparpajo quien fue durante 8 años años pareja del gran actor y cuyos maltratos la llevaron a un intento de suicidio.

Trailer de "Rita Moreno: just a girl who decided to go for it"

En una secuencia escalofriante que utiliza fragmentos de West Side Story Rita explica lo que siempre estuvo allí y nunca vimos: la escena en que los Jets, en el drugstore del comerciante judío “Doc” (acaso la única voz de la consciencia en la película) se abalanzan a ella para amendrentarla, es literalmente una violación en manada. Anita, el personaje, lagrimea furiosa después del ataque. Rita Moreno, la actriz, confiesa haber caído en un llanto interminable de horas luego de haber filmado la escena. Acaso, tanto o más que los personajes de Tony, María o Bernardo, la gran heroína moderna de esta tragedia es Rita Moreno.

West Side Story ganó 10 de los 11 premios Oscar a la que se la nominó y acrecentó la fama y gloria de sus protagonistas Natalie Wood, Richard Beymer y George Chakiris. Hoy podemos seguir encontrándole nuevos significados, signos e ideas a este clásico. Dichosos y envidiados los que nunca lo vieron: ellos podrán cerrar los ojos y abrirlos en un escenario en Manhattan de color y drama, de danza y corazones en fuga. Justo antes del silbido y el chasquido inicial. Del latido de vida de una película que con su swing aún sigue marcando el ritmo. En un lugar, el cine, ese “somewhere” que amamos y que es tan ficticio como real. Donde al final de esta película, como escribió Jaime Sabines, “Los amorosos se ponen a cantar entre labios / una canción no aprendida, y se van llorando, llorando / la hermosa vida”.

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