
Francesca y Pau
En la casa que Pau Casals (1876-1973) –destacado violonchelista catalán, considerado el mejor de todos los tiempos– tenía en el Barrio Marítimo de Sant Salvador, en la localidad de El Vendrell, el músico reunió una colección de arte muy personal. Entre esas pinturas se encontraba este Retrato de Francesca Vidal (1909), muy significativo para él, dado que Francesca (1880-1955) había sido una de sus mejores alumnas y una gran compañera durante muchos años, con quien se casó poco antes de que ella muriera.
A comienzos de 1895, el maestro Casals, con sólo 19 años, dio clases de música a la familia Vidal. Así se conocieron el violonchelista y Francesca, quien se casó con Felip Capdevilla, un amigo de su profesor. Cuando en 1920 Pau Casals fundó la Orquestra Pau Casals, nombró tesorero a Capdevila y Francesca se encargaba del archivo. A pesar de enviudar en 1921, ella continuó trabajando, con una fuerte vinculación tanto con la orquesta como con el maestro.
Al estallar la guerra civil española, Casals debió exiliarse y trabajó para ayudar a otros refugiados. En ese tiempo y en las actividades que desarrolló mantuvo siempre una estrecha relación con Francesca Vidal. También compartieron el nuevo hogar, la Villa Colette de Prada, hasta que Francesca enfermó gravemente. El músico avisó a la familia para que se pudieran despedir de ella; se casaron en 1954, y en enero de 1955 Francesca murió. Pocos días después, Pau Casals pidió permiso a las autoridades españolas para ir a Cataluña a enterrarla junto a su madre. En la frontera lo esperaba la guardia civil para acompañarlo a Vendrell; sería la última vez que el maestro visitara su país.
Francesca y Lluïsa
El cuadro, sin embargo, nos habla de una época anterior; en 1909, cuando fue pintado, Francesca se casaba con Felip Capdevilla. El padre de la violonchelista no aprobaba el matrimonio –le negó la dote–, y su hermana Lluïsa Vidal (1976-1918), muy unida a ella, le hizo como regalo de boda un retrato que reflejaba con intensidad su tristeza. La obra, de 171 por 197 centímetros, se encuentra en la Fundación Pau Casals de la localidad de Vendrell, en Barcelona.
Las hermanas eran dos de los doce hijos del reconocido ebanista Francesc Vidal y Mercé Puig, una mujer más instruida de lo habitual en esa época, hija de un músico y compositor de música sacra. Efectivamente, Francesca y Lluïsa se habían formado con el apoyo de una familia cultivada donde –hecho inusual en la época– los doce hijos, tanto los varones como las mujeres, recibían la misma educación. Y esto, que les permitió desarrollar sus talentos, tenía como contrapartida tener que pasar el filtro de un padre exigente y excesivamente controlador.

De todos modos, tanto el ebanista como su esposa creyeron en la igualdad a la hora de ofrecer a sus hijos e hijas la misma educación, y Lluïsa tomó provecho de esta situación excepcional. Desde pequeña acompañaba a su padre al taller en el que veía trabajar a los artistas y artesanos y pronto despertó en ella la pasión por la pintura.
Siendo todavía una niña, recibió clases de pintura de diferentes artistas que le enseñaron a perfeccionar el arte del dibujo, la pintura y la ilustración. En 1892 viajó a Madrid con su padre. En el Museo del Prado visitó las obras de artistas como Goya o Velázquez, del que pudo copiar una de sus obras. En su proceso de aprendizaje, Lluïsa fue perfeccionando su técnica y acercándose al retrato gracias a las pinturas que realizó a los miembros de su propia familia.
En 1898, con veintidós años, exponía por primera vez su obra públicamente en la IV Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona. Fue muy bien recibida por la crítica, que definió su obra como muy “viril”, adjetivo con el que pretendían alabar su talento cercano al de un hombre. En pocos meses mostró su obra en otras exposiciones.
En 1901 Lluïsa se trasladó a París para continuar con sus estudios artísticos en la Académie Julian, una prestigiosa escuela de arte en la que podían estudiar las mujeres. Sin embargo, no se adaptó a la mecánica del centro y tras un viaje a Londres, donde entró en contacto con artistas ingleses y disfrutó de los museos de la City, retornó a París y terminó escogiendo la Academia del pintor Georges Humbert como nuevo lugar de estudios. Lluïsa pasaba mucho tiempo en el Louvre, observando y copiando las obras de arte de la gran pinacoteca, o paseando por los jardines parisinos. Además de dedicar su tiempo al arte, entró en contacto con el feminismo que se propagaba con fuerza por aquel entonces en muchos lugares de Europa.

Lluïsa fue la única mujer de su época que se dedicó profesionalmente a la pintura y la única que fue a París a estudiar. Un año después volvía a su Barcelona natal donde continuó con su vida artística. Consiguió independencia económica haciendo retratos a los miembros de la clase acomodada catalana y vendiendo sus ilustraciones a distintas revistas, como Feminal. En ella ilustró cuentos de las mejores escritoras catalanas del momento (Dolors Monserdà, Caterina Albert, Carme Karr, entre otras).
En 1911 abría su propia academia de pintura para jóvenes artistas. En aquellos años, también se involucró con los movimientos feministas de la ciudad, afiliándose al grupo de feministas católicas lideradas por Carme Karr. En ese círculo se movió desde entonces y muchos de sus retratos fueron de las mujeres de este entorno, de su familia y de amigos, como los de Dolors Monserdà o Margarita Xirgu, publicados en junio de 1914 en Feminal. Durante la guerra, entró en contacto con artistas europeos fugitivos que se habían establecido en Cataluña; así, su compromiso social también se extendió hacia los refugiados de la guerra y se convirtió en una activa pacifista formando parte del Comité Femenino Pacifista de Cataluña.

Vidal fue también una excelente pintora de la vida cotidiana enmarcada en el modernismo de principios del siglo XX. En sus lienzos, al óleo o utilizando la técnica de la sanguina, plasmó la realidad de las mujeres de su tiempo retratándolas dentro de sus hogares mientras realizaban tareas típicas de su género, como Maternidad (1897), e inmortalizó momentos populares en escenas al aire libre como fiestas o bailes.
Lluïsa Vidal murió a los 42 años en Barcelona, el 22 de octubre de 1918, víctima de una pandemia de gripe española.
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