
Todos conocemos la vida del gran sanjuanino pero, exceptuando la de su madre, inmortalizada en Recuerdos de provincia, sabemos muy poco sobre la familia que lo rodeó.
Domingo Faustino Valentín Sarmiento pertenecía a una antigua familia relacionada con los primeros habitantes de San Juan, especialmente por su madre, Paula Zoila Albarracín Irrazábal, cuyos ancestros pueden rastrearse hasta el siglo XVII.
Su padre, José Clemente Cecilio Sarmiento estaba emparentado con el Dean Funes. Fue uno de los primeros sanjuaninos en plegarse al movimiento patrio apoyando en sus campañas a Belgrano y a San Martín, quien lo nombró capitán del ejército. Con ese grado asistió a la batalla de Chacabuco y fue el encargado de llevar el parte de la victoria a su provincia natal, además de custodiar a 300 prisioneros realistas. De hecho cuando su hijo visitó al Libertador en Francia, el General le hizo saber que recordaba a su padre a la perfección.

Junto a su hijo, Clemente participó en la batalla del Pilar donde fue apresado y condenado a morir, aunque su pena fue conmutada a último momento por el mismo Facundo Quiroga. Obligado a exiliarse, viajó a Chile con su esposa, pero una intervención quirúrgica sin buenos resultados lo devolvió a su provincia, donde fue atendido por Guillermo Rawson antes de vivir allí sus últimos días. A pesar de este notable desempeño, su único hijo hace pocas menciones de su progenitor, quien dejó eclipsada su imagen por la de su madre.
Si bien el matrimonio tuvo quince hijos, muchos de ellos murieron en la infancia, y Domingo fue el único varón, que tuvo una relación destacable con sus hermanas -Paula, Bienvenida, Procesa y Rosario- con quienes compartía la pasión docente.

Bienvenida fue la segunda hija del matrimonio. Al lado de su madre se convirtió en una consumada artista del tejido. Autodidacta por excelencia, asistió a su hermano a fundar el “Colegio de Santa Rosa”, una casa de estudios para señoritas, donde también se formaron y actuaron como docentes en los primeros grados sus hermanas Rosario y Procesa. Cuando Sarmiento se vio obligado a exiliarse en Chile, sus hermanas lo siguieron y fundaron en San Felipe de Aconcagua otra escuela de señoritas, llamada “San Juan y Santa María”.
En 1846 Bienvenida volvió a su provincia y abrió otra institución con las mismas características. Este colegio, que también era un internado, funcionó en lo que había sido la casa natal de Sarmiento, que hoy es un museo que lleva su nombre. Por persecución política, Bienvenida debió volver a Chile hasta 1857. Cuando su hermano fue gobernador de su provincia natal, ella ya estaba de vuelta por su tierra y creó la “Escuela Modelo”, a fin de formar maestras.
Al igual que Bienvenida, Rosario era diestra en el telar, habilidad que le ganó muchos elogios, y acompañó a sus hermanos en la cruzada docente. Rosario era la preferida de Domingo, quien durante su presidencia la llevó a Buenos Aires para hacerse cargo de la atención de su hogar, tarea que llevo adelante desde 1868 a 1874.

Procesa, por su parte, se destacó por sus dotes para el dibujo y la pintura, desempeñándose como profesora de dibujo en las distintas escuelas que fundaron. Aprovechó su permanencia en Chile para tomar clases con el pintor francés Raymond Monvoisin. En ese taller tuvo como compañeros a artistas de la talla de Benjamin Franklin Rawson y Gregorio Torres.
En 1850, Procesa contrajo matrimonio con el ingeniero Benjamin Lenoir y por un tiempo se dedicó a cuidar a su familia, hasta que su marido sufrió un accidente que le afectó la visión y ella se vio obligada a volver a la actividad como docente y retratista para solventar los gastos de su familia, y tan bien le fue que llegó a pintar el retrato del presidente Montt. Después de Caseros, Procesa volvió al país y se instaló en Mendoza, donde abrió una escuela de arte mientras su esposo se hacía cargo del correo local.

Apodada como “La Santa” por los demás miembros de la familia, Paula era la hermana mayor de Domingo. Se casó con Marcos Gómez y tuvo cuatro hijos. Uno de ellos, llamado como su padre, luchó como oficial del ejército en el Paraguay y dio su vida luchando contra las huestes de Felipe Varela. Al recibir la infausta noticia de su fallecimiento, Paula contestó serenamente que la consolaba el hecho de que hubiera muerto en defensa de las instituciones de la Patria. Al igual que todas sus hermanas, Paula murió siendo mayor, en su ciudad natal.
Entre los miembros de tan extensa familia, Domingo contó con el apoyo de dos de sus sobrinos. El homónimo Domingo Sarmiento Soriano fue alumno del maestro inmortal, estudió derecho en Chile sin completar la carrera, aunque por su extensa experiencia Sarmiento lo nombró ministro de la Cámara de Justicia durante su período como gobernador de San Juan. Lamentablemente, terminó sus días por mano propia al sentir comprometido su honor. El otro sobrino, Tomás Sarmiento, fue doctor en jurisprudencia y actuó como secretario de Domingo Faustino durante su presidencia. Tomás tuvo una prestigiosa actividad como funcionario.

La historia del hijo de Sarmiento, Domingo Fidel es más conocida por sus disidencias con su padre adoptivo -aunque algunos digan que fue su padre a secas-, por los notables artículos que escribió a pesar de su juventud, y el trágico final en Curupaity. Pero menos famosa es la de su hija, Ana Faustina, habida en una relación con una alumna llamada María de Jesús Canto. Muerta la madre, Sarmiento la llevó a San Juan, cruzando la cordillera con ella en brazos.
Como fue proscripto, Domingo viajó nuevamente a San Felipe de Aconcagua con la niña, donde fue educada por sus tías, quienes la cuidaron mientras su padre viajaba por el mundo. Estando en París, Sarmiento conoció a Julio Belín, quien tenía interés en instalar una imprenta en Chile. Al llegar y conocer a la hija de su amigo, se enamoró a primera vista, y tuvieron juntos seis hijos. Todos ellos honraron la memoria de su ilustre abuelo. En 1865 Faustina quedó viuda y se asoció a su tía Bienvenida en su emprendimiento educativo. Fue Faustina quien cuidó de su padre hasta su último aliento, siendo partícipe ineludible de cada acto, busto o monumento que se erigía en nombre de Sarmiento.

La familia que lo rodeó a lo largo de su larga existencia fue sostén de sus ambiciones, contención en sus sinsabores y regocijo en su reposo. No sabemos si Sarmiento hubiese brillado con tal fulgor sin todo el apoyo de sus hermanas y sobrinos, de sus hijos y nietos. Todos ellos y ellas avivaron su fuego, dieron brillo a su luz y propagaron sus ideas.
*Omar López Mato es historiador y autor del sitio Historia Hoy
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