La belleza del día: “Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno”, de Camille Corot

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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“Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno” (1861) de Camille Corot
“Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno” (1861) de Camille Corot

I

Cuando Orfeo bajó al infierno se encontró con un gigantesco perro de tres cabezas. Su nombre era Cerbero, el can del dios Hades. Según el poeta Hesíodo, era algo peor: tenía cincuenta cabezas y una serpiente en lugar de cola. Orfeo sabía a lo que se enfrentaba, tenía una misión, por eso sacó su lira y la tocó con virtuosismo y armonía, y el monstruo quedó dormido.

Todo esto forma parte de la mitología griega. Orfeo es el hijo de Apolo y de una de sus musas, Calíope. Cada vez que tocaba su lira las fieras se calmaban y los hombres se reunían para oírlo y hacer descansar sus almas. Orfeo estaba perdidamente enamorado de Eurídice, pero al momento de casarse, cuenta el mito, ocurrió una desgracia.

Un pastor que odiaba a Orfeo, Aristeo, intentó raptar a Eurídice en plena ceremonia. Ella huyó pero en la carrera pisó una víbora que le mordió el pie y la mató. Por eso decidió desafiar las leyes humanas y fue hacia el infierno a rescatar a su amada. Y lo logró. Camille Corot representa esta escena en Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno. Es de 1981 y está en The Museum of Fine Arts, en Houston.

II

Cuando Corot pintó esta obra tenía 64 años. Era, lo que se dice, un pintor experimentado. No fue un camino sencillo llegar a tal dominio de la técnica. Lo primero que tuvo que hacer fue enfrentarse a su familia. Cuando le dijo a su padre que quería ser pintor, lo empleó como aprendiz en el negocio familiar. Pero el joven Corot se pasaba la jornada entera dibujando. Finalmente aceptaron su vocación.

Sus primeros maestros fueron Achille-Etna Michallon y Jean-Victor Bertin. De ellos aprendió el paisajismo, pero también lo que llaman “plein air”, pintar al aire libre, y en esos colores vívidos de la tarde encontró una serie de tonos que lo convirtieron en una referencia para los artistas impresionistas que crearon el movimiento tras su muerte.

A la par cultivó el retrato. Hizo viajes, se relacionó con grandes artistas, nunca dejó de aprender. El éxito le empezó a llegar recién en 1855 cuando le dieron una medalla en la Exposición Universal de París y Napoleón III le compró un cuadro para su colección particular. De esa época es Danza de las Ninfas, donde hace gala de su don para el paisajismo y se mete en la mitología griega (las ninfas son semidiosas).

III

Entonces pinta, en el momento más experimentado y genial de su carrera, Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno. La obra es realmente impecable: tiene un interesantísimo juego con los colores y un dramatismo muy especial. Es un tema muy representado en la pintura. Lo han trabajado Rubens, Nicolas Poussin, Alberto Durero, Émile Lévy, Jean Delville y Émile Bin.

Pero también en otras disciplinas del arte han hecho su interpretación de esta narración mitológica: en la música Claudio Monteverdi, Christoph Willibald Gluck y Jacques Offenbac; en la poesía Virgilio, Ovidio, Góngora, Francisco de Quevedo y Rilke; en la escultura Michele Tripisciano y Auguste Rodin; en el cine Jean Cocteau y Marcel Camus.

En ese sentido, la pintura de Corot es una interpretación más del amor entre Orfeo y Eurídice y su huida del infierno. Sin embargo, es una de las más conmovedoras. “El dibujo es lo primero que hay que buscar. Seguidamente, los valores cromáticos. Estos son los puntos de apoyo. Después el color y, finalmente, la ejecución”, dijo una vez este pintor francés. En la ejecución se juega todo, y aquí eso se nota.

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