En busca de la justicia para los “locos bajitos”: breve crónica de la visita de Joan Manuel Serrat en Casa Garrahan

En plena gira por Sudamérica, el cantautor catalán se hizo un hueco y visitó el hospital, donde lo consideran un amigo. En diálogo con Infobae Cultura, aseguró que son tiempos difíciles para la solidaridad pero que, pese a ello, hay que ser insistentes. Una tarde de música, selfies y locos bajitos

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(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)

—¿Quién? ¿Serrat?
—¿En serio?

Tres jubiladas en la vereda de la Casa Garrahan observaban con más sorpresa que fascinación una trafic negra que subía a la vereda rodeada de tres grandotes de traje y un puñado de periodistas y fotógrafos. Hasta que lo vieron bajar. Joan Manuel Serrat sobre la calle Pichincha de elegante sport, con su sonrisa de titanio, su voz suave, su altura y sus ilusorios 74 años. Ahí, en el barrio. Una de las señoras, jubilada ella, apuró el paso con su bastón de madera y se acercó a verlo de cerca.

—¡Pero qué lindo que está! —decían, como murmurando, en voz alta, y levantaban las cejas, ahora sí: fascinadas.

(Nicolás Stulberg)
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(Nicolás Stulberg)
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La primera vez que Serrat y el Garrahan se pusieron en contacto fue en 2007. Con una carta titulada "Joan Manuel Serrat, para nosotros tan querido" se le hacía un modesto pedido al catalán que en ese momento estaba de gira por estas tierras australes:

Que venga al hospital, que se acerque, que llene con su música el ambiente donde todos estos chicos se tratan sus serios problemas de salud. Que aquí, en este establecimiento público de alta complejidad pediátrica, donde llegan pacientes de bajos recursos de distintas partes del país, y también sus familiares —¿conocen la voluntad de un padre, de una madre que acompaña a su hijo en estas duras circunstancias?— lo estaban esperando.

No se hizo esperar. Vino enseguida. Desde entonces, se generó una afectuosa relación. La carta la firmaba Ana Paunero, en ese momento jefa de prensa, y Beatriz Resnik, directora de relaciones institucionales. Ahora, once años después de enviársela a Serrat y minutos antes de que llegue en esta nueva visita, Resnik le dice a Infobae Cultura que "es un gran amigo".

Con una sonrisa indisimulable, agrega: "Vino varias veces. Una vez con Joaquín Sabina, vino cuando estábamos inaugurando el centro de atención oncológico en noviembre de 2015… Siempre estuvo, nunca dijo que no. Para la Casa Garrahan es un amigo".

(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)

"Con la pediatría siempre estuve relacionado. Barcelona es una ciudad que pediátricamente ha tenido siempre lugares fantásticos, de grandes méritos y de gran participación popular. Lugares que han crecido en búsqueda de las necesidades. Cuando conocí el Hospital Garrahan reconocí enseguida esta misma búsqueda de lo que podría ser una justicia infantil", dice ante un puñado de periodistas.

Después de hacer un breve recorrido por las habitaciones y los pasillos del lugar, visitando pacientes y hablando con los familiares, Serrat cuenta con ironía que algunos chicos lo recibieron "con indiferencia, otros con sorpresa, y unos cuantos con aburrimiento. Los niños tienen esa naturalidad que es fascinante", y ríe.

"Este es un mundo difícil. Estás en contacto con esta historia dura que son las enfermedades infantiles y con las familias que sufren una parte importantísima. Todo con lo que pueda colaborar será muy saludable para mí", agrega.

Serrat, que está de gira por Sudamérica —en Argentina aún le quedan varios Gran Rex, Mendoza, San Juan, de nuevo Gran Rex—, es un hombre de espalda erguida e impecable. Hoy, seguramente como siempre, viste con saco y zapatillas. Usa anteojos pero se los quita ni bien empieza la conversación. Habla despacio, con suavidad, y sus ojos denotan una tranquilidad insólita para cualquier artista que coqueteo con la masividad.

(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)

Son las cinco de la tarde y el calor de la tarde ha amainado. Estamos en el patio: un lugar enorme donde los juguetes de mil colores ocupan más de la mitad de la superficie. Entonces se le da por recordar sus padecimientos oncológicos. Le han detectado cáncer tres veces: en 2004, en 2010 y en 2013. Pese a todo, aquí está, conversando con nosotros, Militando la solidaridad.

"Mi experiencia es mi experiencia: intransferible. Cada quien tiene una experiencia y es única. Tiene algunas ventajas: me tengo que hacerme revisiones cada x cantidad de tiempo y eso me permite detectar otros problemas, cosa que otros que se creen sanos no lo pueden hacer. Me someto al rigor científico", dice.

—¿Son tiempos difíciles para la solidaridad?

—Uff, sí, bastante, muy difíciles. Estamos viendo los resultados que se producen en las circunstancias políticas, las razones por las cuales la gente se manifiesta de un sentido u otro. La solidaridad evidentemente parecería ser un valor en baja, lo cual no quiere decir que no debamos ser más insistentes todos en que no sólo la solidaridad debe ir en alza sino también que es una situación de lesa humanidad y de obligado cumplimiento.

(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)
(Nicolás Stulberg)

Entonces, antes concluir su visita, llega la música. La acompaña un músico al teclado. Él, parado frente al micrófono, ofrecerá lo que mejor saber hacer en este mundo: cantar.

La sala de juegos —así dice un cartelito en la puerta— está llena de chicos. Un ventanal enorme da a la Plaza La Vuelta De Obligado, el gran pulmón de Parque Patricios. También hay muchos libros y una gran biblioteca de VHSs y DVDs con películas infantiles. "Dentro de todo el sufrimiento que encierra la enfermedad es bueno tener una casa, esta casa… gracias por invitarme a esta casa", dijo y empezó a cantar "Esos locos bajitos", un clásico, una conmovedora oda a la importancia de la felicidad de los niños, que todos disfrutaron, incluso algunos con un lagrimón.

Ante los aplausos, saludó a los chicos y a todas las madres que estuvieron cantando y filmando este breve show con sus celulares. La recepcionista, que hasta ese momento había mantenido la compostura institucional, le pidió, emocionada, una foto, a la cual accedió halagado.

Y se retiró, finalmente, en la misma trafic que lo trajo. No estaban las tres señoras esperándolo afuera. Seguramente estarían tomando mates, contentas, hablando de lo lindo que está Serrat.

 

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