Schumann, Korngold y Richard Strauss en un brillante concierto de la Sinfónica Nacional

La Orquesta se presentó bajo la dirección de Stefan Lano, en el marco del ciclo Solistas Internacionales. El chelista Alexandre Castro-Balbi participó del concierto

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Anoche, la Sala Sinfónica del CCK estaba repleta de gente todas las edades; entre ellos, los 56 chicos de entre 6 y 8 años de la Orquesta folclórica "Herencia Musical" de Garupá, Misiones. ¿El motivo de esta afluencia masiva? El director norteamericano Stefan Lano dirigía la Sinfónica Nacional en un concierto generoso, de más de una hora y media de duración, con obras de alta dificultad instrumental y concertante, que un público heterogéneo supo apreciar con su empatía y entusiasmo habituales. Entre otras obras, la propuesta incluía el estreno latinoamericano de la Sinfonía en fa sostenido mayor, op. 40, del compositor austríaco Erich Wolfgang Korngold (1897-1957).

Stefan Lano al frente de la Sinfónica Nacional. Foto: Alba Barelli (Organismos Estables – Ministerio de Cultura de la Nación)
Stefan Lano al frente de la Sinfónica Nacional. Foto: Alba Barelli (Organismos Estables – Ministerio de Cultura de la Nación)

Pero el programa comenzó con la Fantasía Sinfónica que un ya anciano Richard Strauss concibió a partir de materiales de su ópera La mujer sin sombra. Strauss había compuesto esta mágica alegoría sobre la maternidad, según un libreto de Hugo von Hofmannsthal, entre 1914 y 1917, aunque la ópera recién pudo estrenarse una vez finalizada la Guerra, en 1919. La  Fantasía, sin embargo, es una pieza de 1946 que representa una forma eximia –y tardía– del bricolage. Más que con la arquitectura rigurosa de sus grandes poemas sinfónicos, esta obra se emparenta con aquellos popurrís que Strauss habilitó a realizar con pasajes de sus propias óperas (tal fue el caso de más de una Suite sobre El caballero de la rosa).

La instrumentación de esta rapsodia es extraordinariamente opulenta. De las cuerdas se exige lirismo y expansividad para sostener grandes líneas melódicas; de las maderas, agilidad para entretejer texturas sutiles, y un espíritu lúdico y alerta al momento de desplegar una filigrana de contramotivos. En cuanto a los metales, se requiere de todo lo que en ellos suele faltar: sobre todo, afinación y brillante precisión en los ataques. La posibilidad de ejecutar esta obra equivale a un certificado de buena salud para una orquesta: hay que decir que la Sinfónica Nacional pudo cumplir ayer con esos altos requerimientos. (Fue impecable, en particular, la intervención del trombonista al reproducir la melodía que, en la ópera, canta el tintorero Barak en el gran dúo del tercer acto.)

Alexandre Castro-Balbi. Foto: Foto: Alba Barelli
Alexandre Castro-Balbi. Foto: Foto: Alba Barelli

A continuación, el joven Alexandre Castro-Balbi ejecutó con arrojo y musicalidad el Concierto para chelo y orquesta de Robert Schumann. Los tres movimientos de esta "pieza de concierto" o Konzertstück carecen de solución de continuidad. El comienzo reclama total dominio del contraste entre el registro grave y agudo del instrumento, a la vez que profundidad y destreza para dotar a los temas de su apropiado carácter elegíaco. (En esta obra, es el propio solista quien debe asumir casi por entero los antagonismos del fraseo y la construcción musical, sobre todo porque la orquestación de Schumann, relegada a una función de acompañamiento, exhibe un carácter un tanto rutinario.)

En el segundo movimiento, una suerte de Lied en donde el concertista dialoga sutilmente con otro chelo solista, Castro-Balbi proporcionó la esperable poesía. También cumplió con las proezas del arduo final, aun si interpretó el tempo del movimiento –sehr lebhaft, es decir: muy animado– de una manera tal vez demasiado impetuosa. (Como bis, Castro-Balbi ejecutó el Abendlied de Josef Rheinberger en una delicada versión para ensamble de violonchelos.)

Un momento del “Concierto para chelo” de Schumann. Foto: Alba Barelli
Un momento del “Concierto para chelo” de Schumann. Foto: Alba Barelli

Luego de un breve intervalo, arribamos al corazón del programa: el estreno de la Sinfonía en fa sostenido mayor de Erich Korngold. A pesar de sus dimensiones (casi una hora de música: la versión de Lano duró exactamente 55 minutos), esta Sinfonía es una obra extremadamente atractiva y accesible, cuyas ocasionales disonancias no alcanzan a perturbar el tenaz lenguaje tonal en el que se inscriben sus incesantes evoluciones.

Desde muy temprano, la condición de niño prodigio llevó a Korngold a desplegar una brillante carrera europea tanto en el terreno de la interpretación como en el de la composición. Con la llegada del nazismo, el compositor de origen judío logró exiliarse en EEUU, donde fue igualmente exitoso como creador de música para películas. Más tarde, volvería al terreno de la  música absoluta con su lírico Concierto para violín, su Concierto para chelo, su Serenata sinfónica para orquesta de cuerdas y, sobre todo, su vasta Sinfonía en fa sostenido mayor (1947-1952), que sólo pudo ejecutarse una vez –y muy insatisfactoriamente– durante su vida.

Aunque hoy podemos apreciar sin prejuicios su inmediata belleza, la Sinfonía encarnó en su momento una discordancia estilística con el mundo que la vio nacer y que ya no estaba preparado para apreciarla. Porque, al volver a Austria después de su experiencia hollywoodense, Korngold ya no reencontraría el apoyo del público: su efusivo estilo tardorromántico casaba mal con el panorama experimentalista de la posguerra. (Acaso como tributo al presidente de un país que le brindó hospitalidad en tiempos difíciles, el compositor dedicó la obra a la memoria de Franklin D. Roosevelt.)

Stefan Lano. Foto: Alba Barelli
Stefan Lano. Foto: Alba Barelli

Stefan Lano nos instruyó acerca del equívoco lugar que ocupa Korngold en la historia de la música del siglo XX: "Hay que tener en cuenta que, a fines de los años 40, comenzó el Festival de Darmstadt. El filósofo Theodor Adorno enfrentaba a Schönberg versus Stravinsky. Pierre Boulez, Milton Babbitt tomaron las palabras de Adorno y las expandieron… Así estaba la escuela de Nadia Boulanger en París, más a la manera de Stravinsky; o, por otro lado, la Segunda Escuela de Viena. Korngold pensó que tenía que ubicarse en otro lugar, pero en vez de escribir en su idioma habitual –que es muy lírico, muy melódico– trató de escribir algo más moderno". Lano no duda en trazar una analogía con el caso local de Antonio Ginastera, "que cambió su fabuloso estilo folclórico –muy argentino– en óperas como Don Rodrigo o Bomarzo". Y de allí deriva una conclusión melancólica: "A veces, tengo la impresión de que Korngold perdió la voz nacional luego de su experiencia en Hollywood". ¿Esa voz nacional era estrictamente austríaca, vienesa?, le preguntamos: "Sí, porque su ópera La ciudad muerta, por ejemplo, proviene directamente del mundo de la opereta, de Johann Strauss; de hecho hay mucho de Franz Léhar, Emmerich Kálmán o Strauss en la música temprana de Korngold".

Erich Korngold (1897-1957)
Erich Korngold (1897-1957)

Por lo demás, Stefan Lano conoce a fondo las sutilezas del lenguaje musical de este compositor prolífico y entrañable. Precisamente sobre él recayó la responsabilidad de dirigir la primera versión argentina de La ciudad muerta, en 1999: un estreno radiante, aunque inexplicablemente tardío, tratándose del Teatro Colón y de una ópera compuesta en 1920. En 2010, en un programa doble junto a un ópera en un acto de Zemlinsky, Lano también dirigió Violanta, otra de las obras tempranas de Korngold para la escena (de esa producción, contamos con un excelente registro).

Anoche,  Stefan Lano dirigió por primera vez la Sinfonía op. 40previsiblemente, el resultado fue estupendo. Lano había evaluado la posibilidad de practicar ciertos cortes en el movimiento final: "pero primero, sin embargo, quería hacer la Sinfonía al menos una vez, para determinar desde el podio dónde se podría cortar, si fuera necesario; aunque trato de no practicar nunca cortes en las obras que dirijo". Del Adagio patético y expansivo, señaló la dificultad que acarrea su interpretación, sobre todo a causa de sus ritmos fluctuantes (su ejecución acabaría siendo uno de los momentos más sublimes del concierto). Destacó, en relación con esto, las libertades que Korngold se permitía al tocar el piano: "Como improvisador de jazz, era brillante, al igual que André Previn u Oscar Peterson. Pero si uno toca el piano así y escribe para orquesta, bueno, se vuelve un poquito más difícil reproducir eso con los primeros violines… Sin embargo, estoy muy contento con el rendimiento de la Sinfónica Nacional".

El aura eventualmente hollywoodense que puede asumir esta música se debe a razones nada superficiales. Fue precisamente Korngold quien, junto a Max Steiner y otros émigrés, creó el tipo de sonoridad que hoy asociamos con las películas clásicas de Hollywood. Su música arropó las interpretaciones de Bette Davis, Olivia de Havilland o Errol Flynn. Pero lo que también cambió en esa época fue el estatuto del compositor en la industria del cine. En 1936, Korngold ganó un Óscar por la música de Anthony Adverse: aunque era él quien había escrito la música, el premio lo recibió Leo Forbstein, director del departamento musical del estudio cinematográfico. Dos años más tarde, la Academia le otorgaría un segundo Óscar a raíz de su contribución para la película Las aventuras de Robin Hood: esta vez, Korngold podría recibirlo en persona.

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Aunque existe la tendencia a separar su música "seria" de sus partituras para el cine (unos 16 soundtradcks, compuestos entre 1935 y 1947, para la Warner Brothers), el propio autor desalentaba esa distinción de planos. Escúchense, si no, sus fantásticos cuartetos de cuerda, donde Korngold reutiliza los temas de sus películas. O véanse los films con los que colaboró, donde el compositor reinserta música previamente escrita para la sala de conciertos. La relación fue siempre de retroalimentación, no de antagonismo.

Durante la interpretación de la “Rapsodia Sinfónica” de Richard Strauss. Foto: Alba Barelli
Durante la interpretación de la “Rapsodia Sinfónica” de Richard Strauss. Foto: Alba Barelli

Cuando le señalo algunos momentos particularmente cinematográficos de esta Sinfonía –sobre todo, el motivo de los cornos en el Scherzo–, Stefan Lano conduce el planteo hacia un plano más general, que ilumina la relación entre el cine y  la música de tradición culta. "Hay algunos momentos heroicos que usan John Williams, Hans Zimmer, todos los compositores de Hollywood…", nos dice. "Pero no se trata de un invento de Korngold: es más bien un invento de Wagner. Yo creo que Wagner, Richard Strauss y también Rachmáninov fueron los padrinos de la música de Hollywood". Y prosigue: "En su Crónica de mi vida, Stravinsky dijo que la música no es capaz de expresar cualquier cosa, que es incapaz de expresar nada por sí misma. Definió más tarde lo que quería decir: que la música crea su propia realidad. Y cualquier persona puede conectar sus impresiones con esta realidad. Así, los cornos heroicos pueden aparecer en El caballero de la rosa o en La valquiria, pero también en Star Wars Harry Potter: los cornos dispuestos en cierto lugar siempre evocan algo heroico…  Y algo similar ocurre en esta importante Sinfonía de Erich Korngold".

Stefan Lano. Foto: Alba Barelli
Stefan Lano. Foto: Alba Barelli

* Reseña del concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional, viernes 27 de julio, a las 20, en la Sala Sinfónica del CCK (Sarmiento 151). Director Invitado: Stefan Lano (EEUU). Solista invitado: Alexandre Castro-Balbi, violonchelo (Francia). Programa: Richard Strauss, La mujer sin sombra. Fantasía Sinfónica; Robert Schumann, Concierto para cello y orquesta; y Erich Wolfgang Korngold, Sinfonía en fa sostenido mayor (estreno latinoamericano).

 

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