
El vino es clásico, sin embargo, está demostrado que lo clásico, funciona. No obstante, para ello es necesario estar siempre al día, atendiendo las nuevas demandas de los nuevos consumidores que, en definitiva, son los que generan las nuevas tendencias. Para muchos, la nobleza e historia ancestral del vino no son compatibles con la actualidad. Y si bien es cierto que la innovación no es la característica más saliente del vino, la industria siempre se las arregla para quedar bien parada de cara a lo que viene.
El año se cierra con un sabor amargo, pero con la esperanza renovada por la nueva cosecha, pero también porque las complicaciones no están dentro sino fuera del universo del vino. Esto quiere decir que los problemas son ajenos y, cuando se solucionen, el vino estará preparado para recuperar el terreno perdido.
Claro que el 2025 será recordado como el peor de los últimos 25 años en cuanto a ventas, tanto en el mercado interno como en el externo. Y quizás, el consumo per cápita se siga erosionando. Pero no por culpa del vino sino de la economía, ya que el vino no es una necesidad básica y, por ende, es una de las primeras cosas que se suprimen en las casas ante una crisis. Esto seguramente complicará los presupuestos del 2026 de las bodegas, ya que cuentan con más stock del estimado para encarar la nueva temporada, y eso las va a obligar a cosechar menos cantidad de uvas para poder equilibrar la producción de vinos en el futuro cercano.

A su vez, esto complicará a los miles de pequeños productores de uvas que viven de cuidar sus viñedos a lo largo del año para proveer de uvas a las bodegas. Por eso, se sabe que el panorama será complejo, al menos hasta mediados de año. Pero todo esto es porque el vino es parte de un contexto que se llama país. Y si las variables macro se siguen equilibrando y la gente recupera poder de compra real, lo primero que hará, será volver a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, como beber una copa de vino en las comidas. Y para eso, el vino está preparado, ofreciendo a su vez distintas alternativas para distintos tipos de consumidores.
Esto se vio reflejado a lo largo del 2025, porque las bodegas (sobre todo las grandes) siguieron apostando a la diferenciación para consolidar su imagen y lograr mayor competitividad. Y esto derivó en diversos vinos que mantuvieron viva la llama de la industria, a pesar de los magros resultados cuantitativos. Por eso, este 2025 también será recordado por el gran impacto que causaron los vinos nacionales en el ámbito internacional, y por cómo las bodegas siguen adelante, apostando al mercado e invirtiendo en el país.

Las siete tendencias en vinos del 2025
Vinos blancos world class: Sin dudas, es la gran sorpresa, porque más allá que se venían dando durante los últimos años, en este 2025 quedó demostrada no solo la gran calidad a la que pueden llegar los vinos blancos sino también el gran potencial que ostentan. Cabe destacar que los vinos no se fabrican y, por lo tanto, su creación y producción lleva años. Si se empieza de la nada, se tarda al menos cinco años para tener un vino decente y diez para lograr algo serio, siempre y cuando el terroir lo permita.
Esto explica que algo que viene sucediendo, se termine consolidando en un momento determinado. Pero no deja de ser un proceso que se veía venir. Y la mejor manera de comprobarlo es degustando esos blancos que pueden competir de igual a igual con los mejores exponentes del mundo. No es con el Torrontés, porque más allá de haber evolucionado un montón y contar con tres o cuatro exponentes de excepción, es un vino que no deja de ser una “curiosidad argentina”. No solo por ser un blanco aromático sino también por ser una variedad autóctona.

Y, por lo tanto, no hay contra que compararlo. Por eso, la gran calidad de los blancos argentinos se debe medir principalmente por sus Chardonnay; la reina de las variedades blancas y protagonista de los mejores y más prestigiosos vinos blancos del mundo. Hoy, varios Chardonnay de Mendoza (Gualtallary, San Pablo, etc.) y Patagonia (Alto Valle de Río Negro) están a la altura de los grandes exponentes de Borgoña. Con austeridad, elegancia, equilibrio y una tensión moderna dada por una acidez natural muy bien lograda, gracias a mejores manejos de los viñedos. Y sin el protagonismo o co-protagonismo del roble, gracias a un mejor manejo de la crianza en distintos tipos de barricas. Además, estos vinos blancos ostentan un gran potencial de guarda.
Pero el Chardonnay no es el único blanco argentino que se luce en el mundo. Hay otra variedad que en silencio está haciendo mucho ruido. Una uva clásica de Burdeos (Francia), de la cual hay varias hectáreas en la Argentina, incluyendo algunos viñedos viejos. Se trata de la uva Semillon y, si bien no es tan reconocida como la Chardonnay, también es una variedad global.
Claro que el know how adquirido con estos dos vinos deriva en toda la categoría, pero son esas dos variedades las que están demostrando que aún no se conoce el alcance de los blancos argentinos.
Vinos rosados para todo el año: Estos vinos gozan cada vez de mejor imagen y más adeptos, sobre todo porque son ideales para consumir en ocasiones informales. El rosado es el vino que “abre el juego”, pero para hacerlo bien, no solo debe ser atractivo por fuera, sino también por dentro.
Esto llevó a las bodegas a mejorar sus propuestas, ser más precisas en la elección de las uvas y los puntos de cosecha, en busca de vinos más frescos y secos, vibrantes y entretenidos en sus expresiones frutales y florales. Por estar en Argentina, el Malbec domina la categoría rosé, pero el Pinot Noir y el Cabernet Franc también logran destacarse. Y ya sean varietales o blends, queda claro que los rosados argentinos actuales, están pensados para ser disfrutados sin complicaciones. Aunque es cierto que hay algunos con más pretensiones, que vienen en botellas especiales y están concebidos para lucirse en la mesa. Lo cierto, es que ya ha dejado de ser un vino primaveral, para convertirse en un vino para todo el año.

Burbujas que enorgullecen: Cuando la calidad se ha logrado, solo queda el estilo y el carácter del vino para poder diferenciarse de los demás. Esto en vinos espumosos es más difícil. Porque a diferencia de los demás vinos, acá se intenta mantener un estilo a lo largo de las cosechas. Poniendo el foco en los vinos base primero, luego en la toma de espuma (segunda fermentación) y al final con el licor de expedición.
Ya desde hace algunos años que en la Argentina se producen vinos espumosos de gran calidad, con un carácter y estilo definido. Y esto, a lo largo de los años es lo que consolidó su prestigio, pero también las preferencias de los consumidores. Por eso, las publicidades de estos vinos hablan más de estilos de vida que del vino en sí mismo, porque la calidad y el carácter ya están logrados. Y, los consumidores, van en busca de eso cada vez que descorchan una botella de su espumoso favorito. Sin dudas, el Champagne sigue siendo el vino más famoso del mundo, y el ícono de todo francés. Y, con los años, se convirtió en ícono de las celebraciones. Por suerte, en la Argentina ya se elaboran varios vinos espumosos que, además de ser muy disfrutados, pueden hacer tan sentir orgulloso a cualquier argentino, como el Champagne a los franceses.

Cabernet Sauvignon; la hora del rey: Si bien es una de las uvas tintas más plantadas en la Argentina, y supo ser protagonista de los (pocos) grandes vinos nacionales hasta el siglo pasado, recién ahora se está recuperando su prestigio. Es cierto que el auge del Malbec lo opacó un poco, pero eso solo fronteras adentro. Porque en el mundo es el vino más consumido (18%) y es la uva fina tinta más plantada.
Con íconos en Burdeos (Francia) y también en Napa Valley (Estados Unidos), Australia y Chile, la Argentina debía volver a estar en la discusión. Y si bien el Cabernet Franc lo primereó, captando la atención de hacedores y consumidores, su estirpe es indiscutible. Y, gracias a que las bodegas que siempre apostaron a él volvieron a salir con exponentes de alta gama, se puede decir que el “el rey ha regresado”. Y que este es solo el principio de algo que puede ser muy grande. Porque si la Argentina puede lograr lo que Chile; colar algunos Cabs en los top de los rankings internacionales; no solo se abrirá un nuevo capítulo para la variedad, sino que ese impacto derramará en el Malbec, por nombrar al tinto más reconocido por estas tierras.
Malbec, siempre el mejor vino argentino: Los grandes vinos del mundo son aquellos que están consolidados, con su prestigio a lo largo de las cosechas, manteniendo calidad, carácter y estilo, además de evolucionar muy bien con la estiba. Y, se puede decir que el Malbec argentino, con varios exponentes de alta gama, lo ha logrado. Sigue siendo el vino tinto fino más elaborado de la Argentina y, a su vez, el más sorprendente.
Porque siempre aparece un lugar nuevo, un estilo nuevo, una interpretación nueva de un lugar clásico, etc. Pero lo más importante es poder cimentar el prestigio alcanzado. Es el vino que más 100 puntos cosecha año tras año de la prensa internacional. Lo que significa que la calidad es la máxima posible para un vino. Y por eso es el vino argentino que abre puertas. Claro que hay muchos más, pero el Malbec fue, es y será el mejor vino argentino.

Diversidad que se concentra: Como la Argentina posee varias regiones vitivinícolas, con sub regiones bien diferentes en cuanto a climas y suelos, la diversidad siempre estuvo garantizada. Pero hacer algo original o diferente no garantiza el éxito; hay que hacerlo bien. Es por ello que, luego de varios años de intentar con un sin fin de variedades, las bodegas se empiezan a concentrar en aquellas con las que pueden hacer buenos vinos, más que solo vinos diferentes.
En tintos, las uvas “alternativas” que más suenan hoy son Garnacha, Criolla y Syrah, en algunas regiones. En blancas, Chenin, Viognier y Pedro Giménez. Con estas uvas se hacen tintos, blancos, rosados y hasta naranjos (blancos vinificados como tintos). Pero la diversidad también puede estar dada por el terruño, el manejo del viñedo (orgánico, biodinámico, etc.), el método de elaboración con más o menos intervención, y los distintos tipos de crianza. No obstante, poco a poco, la oferta se concentra en esos vinos que tienen una aceptación real en los consumidores.
La nueva diversidad: Sin dudas, está dada por la flamante propuesta de los vinos bajos en alcohol o desalcoholizados. Todos elaborados con métodos naturales y partiendo de los mismos viñedos, pero pensados en nuevos consumidores. O aquellos consumidores que en ciertas ocasiones se quieren cuidar más o directamente no pueden consumir alcohol. Es una tendencia que va a crecer y que a la industria le va a venir bien, no solo porque se utiliza la misma materia prima (uva) sino porque genera nuevas ocasiones de consumo, derivando en más volúmenes de venta de vinos. Sin embargo, nada hace pensar que la demanda crezca exponencialmente, sino más bien que se consolidará como un nicho. Eso explica por qué la gran mayoría de las bodegas no se involucre en el tema, prefiriendo ser fieles a lo que siempre hicieron; vinos.
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