
En 1994, Cameron Díaz era una modelo de 22 años, muy bonita que había protagonizado decenas de publicidades, una portada para una revista de adolescentes y un cortometraje softcore como “chica desnuda”. Para esa misma época Jim Carrey era una actor de 32 años que en apenas diez había saltado de contar chistes en clubes nocturnos a pasar desapercibido en Peggy Sue, su pasado lo condena de Francis Ford Coppola y alcanzar bastante fama con Ace Ventura: detective de mascotas. La modelo y el actor se encontrarían en La Máscara. Para Cameron sería su salto a la fama y para Carrey, su consagración como el actor más gracioso de la década.
Para los que la vieron y para los que no (no es spoiler), La Máscara narra la historia de Stanley Ipkiss, un bancario desabrido, sumiso hasta el extremo con las mujeres, los jefes y hasta su mascota que un día encuentra una antigua máscara vikinga que le da facultades explosivas. Su vida se cruza con la de Tyna, la novia de un mafioso.
La idea no era un guion original sino que estaba basada en un comic creado por Mike Richardson. La historieta tenía cierta fama y varios estudios se interesaron en adaptarla al cine. New Line Cinema se quedó con los derechos. El proyecto inicial era filmar una película de terror con mucho zombie, violencia y poco argumento, pero como en esa época reinaba Freddy Krueger decidieron virar para el lado de la comedia. Primer gran acierto.

Como recopila el portal películas de culto para el protagonista se pensó en Nicolas Cage, Matthew Broderick y Robin Williams que parecía “número puesto”. Pero Chuck Russell, el director elegido, era fan de Jim Carrey desde que el canadiense actuaba en sucuchos nocturnos haciendo sus rutinas de humor. Russell además calculaba que “la capacidad física espectacular” del actor les permitiría ahorrar por lo menos un millón de dólares. Segundo gran acierto.
Al leer el guion, Carrey no dudó encarnar ese personaje al que definía como un “Fred Astaire con ácido”. La paga era 450 mil dólares, poco si se lo compara con los siete millones de dólares que recibiría por aceptar ser parte de Tonto & Retonto, la película que vendría después.
Para el papel de Tyna, los productores buscaban una belleza rubia de rostro angelical pero con curvas contundentes. La primera opción para el papel fue Anna Nicole Smith, pero su prueba no los convenció. Mientras tanto Cameron Díaz era modelo desde los 16 años, cuando un fotógrafo la descubrió en una fiesta era modelo de la agencia Elite. Con 22 estaba aburrida de posar para las revistas de moda y avisos de ropa cuando en la oficina de su agente encontró un guion que de curiosa se puso a leer. Lo había enviado la directora de casting, Fern Champion buscando una modelo para protagonizar La Máscara. Diaz terminó convenciendo a la agencia que la propusiera para el casting.

Para Champion, Cameron cumplía con creces lo de rostro angelical pero no lo de curvas contundentes. La rubia no las tenía, lo que sí tenía era un corpiño de esos que prestan lo que natura no da. Tercer gran acierto.
El problema es que Cameron no era actriz sino modelo. Llegó a la prueba pensando que le darían un papel secundario, pero le gustó tanto el proyecto que con una autoestima o una confianza a prueba de rechazos, se postuló para el protagónico. Apenas Russell la vio dijo “no busquen más es ella”. Lo mismo pensó Champion, los que no pensaron los mismo fueron los productores. Cameron tuvo que realizar 12 audiciones antes de conseguir el papel. Entre audición y audición tomó clases de actuación y baile. Estaba tan nerviosa que hasta se le produjo una úlcera, pero no se rindió. Siete días antes de comenzar a filmar le confirmaron que el rol era suyo. Cuarto gran acierto.
“Cuando comencé a filmar La Máscara no tenía idea de que estaba formando parte de un proyecto tan importante, y preguntaba ‘¿Habrá algún lugar donde mis padres puedan ver esta película?’, contaría muchos años después la rubia. No podía dimensionar que su rostro se vería en simultáneo en 2700 cines solo de los Estados Unidos.

La película comenzó su rodaje el 30 de agosto de 1993, y terminó en octubre de 1993. Se cuenta que lo más difícil era no mantener la cordura sino la seriedad. Es que Carrey lograba tentar a todos, pero Cameron no se quedaba atrás en popularidad. Con cara de ángel pero actitudes de diablita era garantía de pasarla bien en cualquier momento. Todo el equipo la quería no solo por su belleza evidente, sino también por su personalidad entre dulce y pícara, elegante y guarra, celebridad y vecina de al lado que la convertían en una criatura sencillamente adorable.
Siempre de buen humor, pasaba de ser una elegante damisela a mostrar un humor guarro y escatológico. En medio de las conversaciones mutaba de hablar con un tono suave y pausado a largar una risotada, lanzar un insulto o eructar sin disimulo y mucho menos culpa. Libre y desprejuiciada jamás usaba corpiño. “La gente me pregunta por qué no lo uso como si detrás de esta decisión se escondiese una declaración de principios. Y no, la verdad es que toda la vida me la pasé entre varones, fui criada en un ambiente de mucha testosterona y entre los varios rasgos de tomboy (poco femenina) que tengo está el de andar por la vida así, sin ataduras de ningún tipo”, comentaba en una entrevista.

En la misma charla, la rubia saltaba de relatar su infancia solitaria -aprendió a usar el lavarropas a los cuatro años porque sus padres pasaban mucho tiempo fuera de casa- a contar un chiste que haría enrojecer al menos pacato o declarar sincera que su comida favorita no era el sushi sino la miga de pan frita.
La buena onda entre los protagonistas era evidente. Ni siquiera se quejaron cuando durante dos semanas tuvieron que ensayar por más de diez horas escenas de baile que le hicieran creer al público que eran dos expertos bailarines. Carrey hizo del rodaje una experiencia muy divertida, haciendo gala de un gran sentido de la improvisación. “Jim añadía siempre chistes de su propia cosecha,” recordaba Diaz. “En ocasiones, no podía aguantarme la risa y teníamos que parar el rodaje. Entonces, repetíamos la secuencia con el mismo chiste, porque si nosotros nos reíamos, eso quería decir que el público también se reiría.” Quinto gran acierto.

Para la escena en que La Máscara va cambiando de vestuario mientras le disparan (convirtiéndose en un bailarín ruso, un torero y un vaquero), se estaban quedando sin tiempo. “Literalmente iban a apagar las luces porque no querían que rodáramos horas extras,” recordada Russell. “Y le dije a Jim: ‘Bueno, no podemos hacer a Elvis’.” El actor se lo tomó como un reto, se caracterizó como el músico en minutos e hizo su recreación de Elvis esquivando balas, y transformó una escena improvisada en otra clásica. Era una máquina de generar ideas aun estando enfermo. Le tocaba rodar la escena del “Cuban Pete” y aunque con gripe y sin parar de vomitar la logró en menos tiempo del estipulado.
Para convertirse en La Máscara debía someterse a un complejo maquillaje que permitiera mantener su flexibilidad y luego, en edición agregar los efectos especiales. Todos los días y durante cuatro horas permanecía sentado y quieto hasta que las maquilladoras terminaban su tarea. Pero hay más. Se planeó que los enormes dientes de su personaje fueran usados solo durante las escenas silenciosas, pero aprendió a hablar con ellos y logró que su personaje fuera mucho más excéntrico.
Aunque Carrey era un gran profesional muchos se sorprendieron con su talento y mucho más con el de Cameron que jamás había actuado. Pero la tercera gran sorpresa fue Max, el Jack Russell terrier que daba vida a Milo, el compañero de Ipkiss Resultó tan bueno improvisando como el mismo Carrey. En la escena en la que éste trata de ocultar una montaña de billetes en su armario, no estaba previsto que Max mordiera el frisbi que el actor sujetaba, pero fue tan divertido, que decidieron mantenerlo en el montaje final. Su trabajo era tan “profesional” que no se necesitó contar con otros perros -como suele suceder- para rodar las escenas donde intervenía.

La película se estrenó en Estados Unidos el 29 de julio de 1994. Fue la novena más vista de ese año. Sin embargo, algunos críticos la defenestraron y acusaron a Carrey de bajar el nivel de humor cinematográfico a lo que respondió: “Yo soy un payaso. ¿Y qué es lo que hacen los payasos? Un payaso es quien entra en pantalones cortos a un sitio donde todos los demás visten smoking. Los payasos no son siempre inteligentes ni estimulan la inteligencia. Hacen reír es todo. Tienen tanta intensidad como comerse un chocolate. Te estimulan el paladar por un rato y nada más. Un payaso no va a cambiar el mundo. Yo no comparto esa idea de que las películas sirven para transformar a las personas”.
La Máscara encumbró a Carrey que en medio del éxito de la película aseguró en Los Ángeles Times. “Mi vida es una sucesión de momentos de torpeza. He ido a estrenos y he salido de ellos con la expresión de un tipo de éxito, pero resulta que el conductor de mi limusina se había olvidado adentro las llaves, y empieza a correr mientras yo me quedo ahí afuera y todos los que salen me ven. Yo lo llamo Síndrome de Eugenio -reflexiona- porque mi segundo nombre es ese. Siempre pensé que mis padres me habían puesto ese nombre para que no perdiera mi humildad. Nadie puede presumir demasiado llamándose Eugenio”.

A Cameron le trajo la fama grande y el cheque enorme. Lo primero que hizo fue comprar los derechos del material porno softocore para asegurarse de que nadie lo viera. Además, demandó a la productora del filme para evitar que su pasado saliera a la luz. Logró ganar el juicio. Pero en esa bendición pero también condena que es la web, el largometraje terminó filtrándose. Una compañía rusa -aunque con servidores en países del Caribe-, llamada Scandal Inc, lo comercializó por el módico precio de 40 dólares (nos sabemos si al cambio oficial, al blue o al que sea). En paralelo distintos servidores independientes ofrecían gratis la película. Desde hace unos años se alejó de la actuación pero feliz y plena, se sigue rigiendo por tres principios: “Hazlo lo mejor que puedas”, “la fama no es lo que eres, sino lo que haces” y “encuentra la forma de reunirte con tus amigas lo más a menudo posible”. Porque al fin de cuentas, andar contento por la vida es el único y gran acierto que todos buscamos.
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