
¿Qué harías si el político que elegiste para votar ocultase el nombre de quien atropelló a un joven en la calle, para permitir que un buen administrador llegue al poder? ¿Votarías a un candidato que encubre un delito? ¿Es más importante el dolor de una persona o la necesidad de que toda una sociedad tenga un mejor gobierno? Si tu hijo matase, ¿lo denunciarías ante la Justicia?
Estos interrogantes son arrojados con crudeza por Andrea Bauab, la autora de la obra Tres hombres de bien que se estrenará en septiembre en la Sala Cortázar del Paseo la Plaza, en Buenos Aires. El elenco está conformado por Claudio Salama, Freddy Duer, Horacio Vay, Marisa Salerno y Cynthia Att.
Bauab es una escritora argentina que vive en Tel Aviv desde hace 12 años, cosechando éxitos con su trabajo como dramaturga además de trabajar en la formación de nuevos escritores, con cursos en el Instituto Cervantes de Israel. Apasionada por su obra, que vuelve al cartel en la Capital Federal, hurga en un dilema universal sobre si existe un bien superior, de toda una sociedad, que admita aceptar una injusticia individual, de un simple mortal. El sistema liberal de la democracia nacido del capitalismo, ¿tolera cierto grado de corrupción como dosis necesaria para funcionar? Allí está en gran dilema que plantea Bauab.
Tres hombres de bien no se queda en el debate de laboratorio de la mera especulación abstracta. Todos los personajes -especialmente uno de ellos- parecen mirar directo a los ojos del espectador que accede a la sala teatral e interpelarlo sobre qué haría. ¿Denunciaría lo que está mal, aunque eso implicase condenar a un ser amado? ¿Será que todos tenemos un precio? Porque la obra se pregunta si, al fin y al cabo, no es aceptable mirar hacia el costado a cambio de salvar de un castigo a un hijo, en un caso, o conseguir un bienestar material que parece inalcanzable, en otro. Bauab acerca sus propias respuestas.

—¿Cuándo y cómo nade la idea de Tres hombres de bien?
—Muchos años atrás leí una carta de lectores tan breve como impactante. Decía algo así: “Ayer a la mañana temprano, mi hijo venía en bicicleta a ayudarme en las tareas del campo y un conductor alcoholizado que volvía de una fiesta, lo atropelló y lo mató. Sé que nunca lo castigarán porque es pariente del intendente”. Yo recorté y guardé la carta. Cada tanto la leía. Esos dos renglones, ese grito silencioso y desesperado, esa certeza absoluta de la impunidad que rodea los círculos de poder, me martilló la cabeza durante mucho tiempo. Hasta que gracias a otro detonador, otro retazo de realidad que te queda ahí picando, pude sacarlo afuera, martillando las teclas. Mi hijo adolescente escuchaba la canción de Queen “Rapsodia Bohemia” y de pronto me preguntó: “¿Viste lo que dice el primer verso? ‘Mamá, acabo de matar a un hombre…'”, Ahí estaba el otro dilema: ¿qué hace un padre que educa bien ante tamaña confesión? ¿Cómo actúa? ¿Defiende? ¿Oculta? ¿Ocultar lo que hizo el hijo, es hacerle un favor? Esa misma noche, comencé a escribir Tres Hombres de bien.
—¿El contrapunto entre dilema moral y la necesidad electoral son inevitables en un sistema político como el nuestro?
—En cualquier sistema político, lamentablemente, pienso que es inevitable el contrapunto que surge cuando se enfrenta el afán de ganar una elección con algo que puede impedirlo. Un proyecto político busca lo mejor para la mayoría: mejores escuelas, mejores sueldos, mejor sistema de salud. Si en el medio de una campaña electoral hay que “tapar algún trapo sucio” de un particular para lograr el objetivo, el político atenúa el dilema moral alegando “por el bien de todos”; la obra casi se llama así. Y, citando Shakespeare, “ahí empieza verdaderamente lo malo, cuando lo peor ya pasó”. Ahí la Justicia pasa de largo. Eso grita la obra.
—¿Cuál fue el recorrido de la obra, tanto en Argentina como en Israel y el resto del mundo?
—Tres Hombres de Bien se estrenó en 2009 en Buenos Aires en un teatro precioso, el Actor’s Studio, y estuvo varios años en cartel allí y de gira por localidades del Interior. Un productor de Puerto Rico que la vio de casualidad se enamoró de la obra y la estrenó en la isla con actores y dirección de primer nivel. Eso le abrió las puertas para llegar a Miami, donde se estrenó en inglés y en español. En Israel, la versión en hebreo titulada Silencio que truena ganó el festival de teatro más importante del país y se publicó en una colección con los títulos de teatro más conocidos del mundo. Pero lo mejor: durante la pandemia, el Gobierno de Puerto Rico, a través de su departamento de Ética Gubernamental, compró los derechos para filmarla y promover con la obra el debate ético entre sus políticos. Es emocionante saber hasta dónde puede llegar, a veces, lo que escribís en otro rincón del planeta.
—¿Qué expectativa tenés de este estreno en Calle Corrientes?
—El Paseo La Plaza es un espacio con mucha visibilidad, donde siempre quise estrenar. El productor Claudio Salama ha remodelado la Sala Cortázar en un momento muy difícil, y la reabre con esta obra. Es una apuesta muy valiente. Ha elegido un elenco maravilloso y comprometido, y la expectativa es que el público, una vez más, acompañe las tribulaciones morales de estos Tres hombres de bien que se enfrentan con lo más oscuro de sus propias ambiciones.
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