
El shoplifting, o hurto en tiendas, es un fenómeno que se ha vuelto popular en redes sociales. Consiste en sustraer productos de tiendas digitales sin pagarlos, con métodos que algunos influencers publican en sus redes. Esto incluye estrategias para desactivar alarmas o justificar devoluciones fraudulentas.
En muchas ocasiones, estas técnicas se enfocan en alegar inconvenientes como errores en el proceso de pago, retrasos en los envíos o incluso asegurando que nunca recibieron el producto. De esta manera, algunos usuarios logran que los sistemas automatizados de tiendas como Amazon o Temu procesen reembolsos, permitiéndoles quedarse con los artículos.
Un estudio reciente muestra que parte de la generación Z ha normalizado este tipo de hurto, influenciada por los trucos en los que se exponen vacíos en los procesos de compra para conseguir productos de manera gratuita.
De acuerdo con una encuesta que Socure realizó a 2.000 estadounidenses cuyos ingresos superan los 100.000 dólares anuales, casi el 50% de los jóvenes nacidos entre 1995 y 2010 admitieron haber utilizado métodos sugeridos por influencers para evitar pagar productos.

El impacto financiero para las empresas es considerable. En Estados Unidos, la Federación Nacional de Minoristas (NRF, por sus siglas en inglés) informó que las pérdidas por hurto en tiendas alcanzaron los 112.100 millones de dólares en 2022. Estas pérdidas no solo incluyen los productos robados, sino también los costos adicionales en seguridad, seguros y medidas preventivas que deben implementar los comercios.
El fenómeno está vinculado a múltiples factores sociales y tecnológicos. En primer lugar, la proliferación de contenido en plataformas como TikTok o Instagram ha dado visibilidad a métodos para sustraer productos sin ser detectados. Aunque muchas redes sociales prohíben explícitamente este tipo de contenido, su viralización es difícil de controlar debido a la naturaleza efímera de las publicaciones o a los códigos que emplean algunos creadores para eludir las normas.
Además, la percepción del shoplifting ha cambiado entre ciertos grupos demográficos. Mientras que en el pasado se consideraba un delito asociado a circunstancias económicas extremas, algunos especialistas señalan que ahora está siendo visto como un acto de desafío o incluso de “justicia social”.
Este último argumento se basa en la idea de que las grandes corporaciones no se ven perjudicadas significativamente por el hurto de sus productos, una noción que no refleja el impacto real en las cadenas de suministro, los trabajadores y los consumidores.

En paralelo, el aumento del comercio electrónico ha abierto nuevas oportunidades para prácticas relacionadas con el hurto. Por ejemplo, el uso de devoluciones fraudulentas o pedidos falsos ha crecido junto con el comercio en línea.
Un informe de Appriss Retail indica que en 2021 las devoluciones fraudulentas representaron más del 10% de las transacciones de devolución en Estados Unidos, generando pérdidas adicionales para las empresas.
Las medidas para combatir el shoplifting varían según el contexto. En algunos países, los minoristas están invirtiendo en tecnología como cámaras de vigilancia con inteligencia artificial, sistemas avanzados de etiquetado y capacitación específica para sus empleados.
Sin embargo, estas estrategias tienen limitaciones y costos elevados, especialmente para pequeños negocios que no pueden absorber estas inversiones sin repercutir en el precio de los productos.

Por otro lado, expertos en criminología han señalado que el endurecimiento de las sanciones legales no siempre resulta efectivo como medida de disuasión. Algunos proponen enfoques preventivos que aborden las causas estructurales del hurto, como la desigualdad económica o el acceso limitado a oportunidades laborales. También destacan la importancia de campañas educativas dirigidas a los consumidores, con el objetivo de sensibilizar sobre las consecuencias éticas y legales de estas prácticas.
En términos culturales, el rol de las redes sociales en la normalización del shoplifting sigue siendo un desafío. Aunque muchas plataformas han implementado herramientas para denunciar contenido inapropiado, el control sobre estas publicaciones aún es limitado.
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