Ramón Dupuy levanta su celular, lo da vuelta y lo revisa. La lista de mensajes nuevos es larguísima. El aparato también suena. Lo mira, pero lo deja. Tiene los ojos rojos. Silvia Gómez, a su lado, ceba mate. Hace días que casi no duermen y, cuando logran hacerlo, los periodistas llaman a la puerta de su casa en General Pico, en La Pampa.
No se quejan. Era la exposición que estaban pidiendo y la consiguieron a pocos días de la lectura de la lectura del veredicto por el aberrante homicidio de su nieto de 5 años, en manos de Magdalena Espósito Valenti y Abigail Páez.

“Mi primer nombre también es Lucio”, dice el abuelo del nene asesinado, con pena. Sobre su cuello lleva una cadenita con la imagen de ambos. (Faltan solo horas para la audiencia definitiva que se leerá en Santa Rosa)
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Ramón se levanta la remera estampada con una foto de su nieto y muestra el tatuaje que lleva a la altura de su corazón: otra vez, los ojos y la sonrisa de Lucio, postales que se repiten en varios rincones de la propiedad.
Silvia se resiste, pero a pedido de su esposo -a quien conoció en “un baile” hace 36 años- acepta sentarse junto él frente a la cámara de Infobae.

“Nosotros no veíamos más que su sonrisa sin saber que vivía un infierno”
“Lucio era nuestra felicidad. Si nosotros hubiéramos sabido de los golpes, del maltrato, te puedo asegurar que yo no estaría hablando con vos y ellas no estarían vivas. Cuando ustedes lo ven (en las fotos) a Lucio riendo, jugando, era porque él estaba con nosotros. Él era feliz acá, en casa. Nunca jamás nos dio una señal de lo que estaba viviendo con la madre”.
“Acá tenía sus chiches, sus pelotas. Él sabía que venía y tenía su lugar. Nosotros no veíamos más que su sonrisa sin saber que, puertas para adentro, vivía un infierno”, agrega Silvia.

Pese al silencio, la familia paterna peleaba por la tenencia. “Sabíamos de la vida de ella (de Valenti): que se drogaba, que compraba y vendía droga. Creíamos que lo iba a inducir a vender droga en la calle. Ese era nuestro temor, nunca imaginamos este desenlace”, se lamenta Ramón.
“Cuando la madre lo abandonó para irse de mochilera, Lucio tenía 1 año y tres meses. Cuando retorna, tenía cuatro años. No la conocía, no la percibía como su mamá, si no como a una señora. Sin embargo, la jueza Ana Pérez Ballester, sin hacerse eco de lo que nosotros le decíamos. Solo escuchó la campana de la progenitora. Lo hizo llevar a 140 kilómetros de Pico para matarlo”, agrega.

“El día que se lo llevó y no lo devolvió fue desesperante -sigue-. Lo tenía que traer a las siete de la tarde, estábamos en plena pandemia, nunca más volvió”. “Para ella, su hijo era el signo pesos, un beneficio económico, por los subsidios estatales, la cuota alimentaria y la ayuda que le pasábamos nosotros”.
“Nos obligaron a hacer un acuerdo, como si Lucio fuera un coche. Lucio no era un coche era una vida”, resume Ramón y se refiere a los pasos siguientes en la Justicia de Familia: “No lo escucharon, si lo hubieran hecho, hoy estaría vivo”, dice.
“Lucio disfrutaba de todo: de sus primas, de sus autos de juguetes. Nosotros tenemos un carrito pochoclero, vamos a trabajar todos los fines de semana a un parque, lo llevábamos, hay alquiler de cuatriciclos cerquitas y él amaba eso. Disfrutaba de todo, no lo veías en ningún momento triste”, recuerda su abuela.
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“¿Qué abuelo está preparado para despedir un nieto de esta forma? Para nosotros fue muy difícil dejarlo en un nicho a Lucito. Es desgarrador, una herida que no va a sanar jamás”, agrega su marido. Ambos están convencidos que el alma y el espíritu de su nieto sigue con ellos.
“Despedirlo en la sala velatoria, que lo vimos por última vez, fue el momento más difícil. Quedó grabado en nosotros. Es muy doloroso, nos arrancaron a Lucio, pero también nos mataron a nosotros”, dice Silvia entre lágrimas.
“A nosotros nos han criticado, nos han juzgado, nos quisieron hacer ver como culpables. Mi señora siempre dice: “Que vengan a casa, les explicamos cómo fue el proceso, tenemos todas las pruebas. Estamos hablando porque realmente nosotros hicimos todo lo que pudimos y nos dejaron hacer. Nos ataron de pies y manos”, se queja Ramón.

“¿Cómo imaginarnos lo que iba a pasar. ¿Qué madre puede matar a su hijo y hacer el desastre que hizo con su cuerpo? Eso me pregunto yo”, suspira.
Su mujer continúa: “El día que lo dejamos en el nicho le prometimos a Lucito que íbamos a luchar por los derechos de los niños, por eso creamos la Asociación Civil Todos por Lucio Dupuy y estamos impulsado la Ley. Queremos transformar nuestro dolor en lucha”.
Para este jueves, esperan que el Tribunal de Audiencias considere a Valenti y a su novia culpables. Que sean, además, condenadas a prisión perpetua por el delito de homicidio calificado y abuso sexual ultrajante.
“Durante el día estamos entretenidos: vienen ustedes, nos llaman, pasan vecinos a darnos apoyo, mucha gente nos pide asesoramiento. Estamos acompañados. El problema es a la noche, cuando esa puerta se cierra. Ese es el momento en el que nos derrumbamos”, confiesan.
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