Cocaína y prostitución: la fiesta en un karaoke secreto de Once vinculado a la mafia china

Un salón privado detrás de una puerta de metal en la calle Lavalle fue anfitrión de un encuentro donde 10 ciudadanos asiáticos terminaron detenidos por la Policía Federal: encontraron a ocho mujeres, armas, alcohol y una variedad de drogas. La historias de los karaokes vinculados a los delincuentes orientales, sin embargo, no es nueva

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Una Taurus 9 milímetros y pasaportes chinos en un cuarto del salón.
Una Taurus 9 milímetros y pasaportes chinos en un cuarto del salón.

La luz negra de la sala principal seguía encendida. Lógicamente, la luz cumplía su función, resaltaba cualquier cosa blanca que tocara. Había una mesa en la sala principal con botellas de agua mineral y preservativos, botellas de espumante, algunas pastillas. Había, también, cuatro platos en la mesa. La cocaína en los platos, bajo la luz negra, con pequeñas líneas armadas con tarjetas de chips de teléfono, se veía de una manera muy particular.

Alrededor de la mesa, la Unidad Federal de Investigación sobre Trata de Personas de la Policía Federal detenía el viernes pasado a 17 hombres de nacionalidad china, varios de ellos indocumentados; un dato los había llevado hasta ahí bajo las ordenes del juez Marcelo Martínez De Giorgi, entre supuestas vinculaciones a la mafia china. El lugar sobre la calle Lavalle, ubicado detrás de una puerta de acero azul flanqueada por dos cámaras de seguridad era, básicamente, un karaoke, algo común en las comunidades asiáticas argentinas, un salón de fiestas que se alquilaba para diversas ocasiones. En este karaoke, sin embargo, se hacía de todo menos cantar. La Unidad de Trata de la Federal estaba ahí por un dato específico, sexo por dinero, encontraron a ocho mujeres, cinco de ellas de nacionalidad china, dos argentinas, una brasileña, que fueron puestas a resguardo.

Tres de las mujeres encontradas en el karaoke de la calle Lavalle.
Tres de las mujeres encontradas en el karaoke de la calle Lavalle.

Una pareja china dedicada en los papeles al rubro de los supermercados regenteaba el lugar. Quedaron detenidos también. La Federal llevó un traductor: los hombres en el piso comenzaron a hablar, aseguraron que alquilaron el lugar para “un cumpleaños”, sin aclarar más. Algunos reconocieron domicilios en el conurbano: Laferrere, Merlo, Pilar. Otros ni siquiera dijeron dónde vivían.

Los policías también incautaron una Taurus 9 milímetros con varias balas, un frasco de ketamina, dos bolsas de nylon con garras de pollo frescas, 370 mil pesos en efectivo. El procedimiento terminó en la tarde del sábado. La vinculación a la mafia china, si es al local en sí, o a los detenidos en la fiesta, queda por determinarse.

De todas formas, no era la primera vez que la Federal entraba a un karaoke asiático atravesado por la droga y el sexo pago.

En julio de 2016, la vieja división Defraudaciones y Estafas irrumpió en un pequeño local de la calle Carabobo al 1100 en el Bajo Flores. Supuestamente lo controlaba una de las mafias más poderosas del país, y una de las más violentas. Encontraron a tres mujeres, dos argentinas y una de nacionalidad paraguaya. También, seis armas de fuego ocultas en una Renault Kangoo estacionado en la puerta. Había escopetas y pistolas, dos de ellas con pedido de secuestro de tribunales de Morón y San Isidro, uno de ellos tras una denuncia de robo de un ciudadano chino. Un hombre de esa mafia estaba mencionado como contacto del karaoke en una revista de la comunidad.

Otro dato en otra causa revela cómo los delincuentes chinos encargan mujeres. En este caso no lo hacen ellos mismos, sino a través de sus sicarios.

G.V es un viejo narco de nacionalidad peruana, oriundo de Quillabamba en Cuzco. Lo habían detenido hace varios años, cuando le encontraron 33 kilos de cocaína en su departamento de la zona de Almirante Brown, junto a una escopeta doble caño. Estuvo preso en Devoto, luego salió. Ahora está preso de vuelta, con una causa a cargo del juez Sebastián Casanello. Dos policías porteños lo sorprendieron en Juan B. Justo y Warnes a bordo de un Ford Focus negro. Tenía una granada aturdidora y unos papeles con las amenazas típicas de la mafia china. Lo más curioso de todo vino con los papeles del auto: había entre los documentos una cédula de autorización de conducir con un nombre asiático que correspondía a un hombre de 28 años, registrado en la AFIP como comerciante de bazar.

Le incautaron el teléfono, las pericias al aparato revelaron varias conversaciones. El 21 de septiembre de 2017, el hombre mantuvo una charla con una mujer de su misma nacionalidad. G. le dice a su interlocutora que “necesito chicas para trabajar de noche” en “un karaoke de puros chinos” que “pagan por noche mil por estar en el local” y “si piden ir a un hotel vos ponés el precio, el mínimo es 2.500”.

Las pipas en la mesa del salón.
Las pipas en la mesa del salón.

La Federal, por otra parte, encontró tres pipas de vidrio con boquillas de goma en la fiesta. No eran para fumar marihuana, ciertamente. Pipas similares aparecieron en un tenedor libre de Boedo sobre la calle San Juan ligado a una temida mafia, un tenedor libre con mesita de paño verde para jugar al poker, que servía como depósito de armas. Hace un tiempo que las autoridades sospechan que las tríadas asiáticas locales crearon su propia ruta para sustentar el más problemático de sus gustos recreativos: fumar metanfetamina, la de Breaking Bad, un hábito que viene de Asia.

El problema es que, en Argentina, la metanfetamina no se produce y tampoco se consigue. Entonces, hay que importarla.

“My Pony”, de 40 centímetros de alto, con silla de montar de cuerina y formas un poco toscas, no era exactamente un caballo de competición. Servía más para carga que para otra cosa. El pony de juguete había llegado al aeropuerto de Ezeiza desde Bélgica en un envío de la firma DHL, en una caja de cartón, dentro de un avión de Iberia que provenía desde Madrid. Su remitente era un hombre chino que declaraba un domicilio en la zona de Mechelen, en el distrito de Antwerp en Bélgica: la caja estaba dirigida a D., una mujer de nacionalidad boliviana de 30 años, el domicilio de entrega era un dúplex de Liniers. Las indicaciones pegadas en la caja eran particularmente puntillosas, tenían hasta el número de CUIT de D., todos sus datos personales.

Los platos con la cocaína en el salón.
Los platos con la cocaína en el salón.

Autoridades de Interpol dieron aviso a la Argentina de que el caballo era un paquete para ser vigilado. Así, el sistema AIRCOP en el Aeropuerto, que depende de la Secretaría de Seguridad y vigila tanto envíos por encomienda como pasajeros sospechosos, encendió sus alarmas de inmediato. El caballo ni siquiera pasó del scanner de paquetes, que mostraba las vigas de metal en sus piernas, sus moldes de plástico interior. También, mostraba unas curiosas bolsas en su interior.

Las autoridades abrieron al juguete: tenía 2260 gramos de metanfetamina cristal.

Así, llegó al país. El juez en lo penal económico Pablo Yadarola y la PROCUNAR montaron una entrega controlada a la mujer de Liniers, que no parecía ser más que una prestanombres. En el dúplex detuvieron a tres hombres chinos y dos mujeres uruguayas. La PSA encontró una escopeta, casi 40 mil pesos en efectivo, un Audi A5, un Mercedes Benz C200 y algo que un investigador definió como “una guasada”: 44 kilos de ketamina en polvo, una cantidad insólita para esa droga.

En el karaoke de la calle Lavalle la Federal encontró bolsitas con polvo blanco. Las pericias determinarán si es efectivamente cocaína o algo más.

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