La dulce maestra que conquistó corazones y el trágico final: el disparo que acabó con Cristina Lemercier y las dudas sobre su muerte

Fue un de las actrices más queridas de la televisión argentina gracias a su papel en la serie infantil Señorita Maestra, de la década de 1980. Tras cinco días de agonía, murió el 27 de diciembre de 1996

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Cristina Lemercier, la mujer de
Cristina Lemercier, la mujer de mirada dulce

El cuerpo de Cristina Lemercier cayó al suelo con una herida de bala en la cabeza durante la madrugada del 22 de diciembre de 1996, en su casa de San Miguel. Los vecinos del chalet contaron que las primeras horas del día la pelea conyugal no los dejaba dormir y que hubo un grito que los estremeció: “¡Cristina, dejá ese revólver!”... En la vivienda se encontraba su exesposo desde 1991, Raúl Ortega, quien fue el encargado de llamar a la ambulancia.

Cuando los médicos llegaron, la actriz y animadora infantil aún respiraba, aunque ya no estaba consciente. Fue trasladada de urgencia al sanatorio General Sarmiento, donde permaneció internada en estado crítico. La herida era gravísima y los médicos no lograron extraer la bala. Cristina pasó cinco días en estado de muerte cerebral y falleció el 27 de diciembre, a los 45 años. La noticia conmocionó al mundo del espectáculo. Las primeras versiones oficiales hablaron de un intento de suicidio, pero luego se barajaron otras hipótesis: un disparo accidental durante una discusión y hasta la posibilidad de un forcejeo.

Detrás de ese final dramático estaba la figura de la maestra más querida de la televisión argentina: Jacinta Pichimahuida, el personaje que convirtió a Lemercier en un ícono popular para varias generaciones. Su voz suave y su calidez la hicieron inolvidable para quienes crecieron viéndola. Pero su vida, lejos de la apacible escuela de ficción, estuvo marcada por logros profesionales, conflictos familiares, disputas mediáticas y vínculos con el poder político de los años noventa.

"Señorita maestra" fue la serie infantil más aclamada en la década de 1980

De la niña que soñaba con actuar a la maestra más querida

Cristina Lemercier, nacida como Cristina Noemí Perone en José C. Paz el 1 de septiembre de 1951, creció rodeada de estímulos artísticos que marcaron su vocación desde muy temprano. Siendo aún muy pequeña mostró una inclinación natural por la actuación y encontró su primera gran vidriera en 1967, cuando debutó en la televisión en la novela infantil Jacinta Pichimahuida. Allí interpretó a Fermina Piangetti, la suplente de la inolvidable maestra Jacinta, encarnada en esa etapa por Evangelina Salazar. Su frescura y naturalidad frente a cámara no pasaron desapercibidas y rápidamente comenzaron a llamar la atención de productores y directores.

El verdadero punto de inflexión en su carrera llegó en 1982, cuando fue elegida para ponerse al frente de Señorita Maestra, adaptación televisiva de la novela de Abel Santa Cruz.

El personaje ya tenía historia y un rostro conocido, pero Lemercier logró apropiarse del rol y dotarlo de una impronta propia. Su Jacinta —paciente, maternal y comprensiva— conquistó al público infantil y convirtió al programa en un éxito rotundo. Llegaban cartas de chicos de todo el país y, en la calle, muchos la saludaban como si fuera una maestra de verdad. Aquel personaje la marcaría para siempre, incluso después de dejarlo atrás. Con Señorita Maestra, Cristina terminó de consagrarse como una figura central del universo infantil en la televisión argentina, aunque en lo personal y artístico buscara otros caminos.

Cristina Lemercier y sus alumnos
Cristina Lemercier y sus alumnos en "Señorita Maestra"

Tras el éxito televisivo, su carrera se expandió en el cine. Participó en siete películas, entre ellas El novicio rebelde, Una cabaña en la pampa, Destino de un capricho —donde compartió elenco con Sandro—, Hoy le toca a mi mujer, Crimen en el hotel alojamiento y La virgen gaucha. Si bien fueron mayormente de papeles secundarios, su presencia aportaba una cuota de frescura y ternura que el público ya asociaba de manera natural a su figura.

En paralelo, siguió ligada a producciones infantiles y programas familiares. Durante las décadas del ochenta y noventa intentó correrse del encasillamiento, explorando nuevas facetas y aceptando roles más adultos: posó con poca ropa para una revista masculina y participó en la miniserie de terror El pulpo negro. Sin embargo, el lazo con el público infantil nunca terminó de romperse.

Lo continúo con la conducción de ciclos como Dulce de leche, Búmeran y La hora de los pibes, y grabó cuatro discos vinculados a sus programas y personajes, reafirmando un vínculo con varias generaciones que la siguieron reconociendo, ante todo, como la maestra de todos.

Lemercier en el rol de
Lemercier en el rol de conductora

Política, amor y turbulencias

En el plano personal, la vida de Cristina estuvo atravesada por vínculos intensos y una exposición pública constante. A fines de los años sesenta, en plena etapa de crecimiento profesional, se casó con el cantante tucumano Freddy Tadeo —nombre artístico de Raúl Ortega, hermano de Palito Ortega—, con quien tuvo tres hijos: Pablo, Paula y Julia. De militancia peronista, con el tiempo, su historia familiar se proyectaría incluso a la arena política actual: Lemercier es abuela de Agustín Romo Ortega, diputado bonaerense por La Libertad Avanza.

Ortega había alcanzado notoriedad en El Club del Clan, pero con el paso de los años se alejó del mundo artístico, en parte eclipsado por el éxito de su hermano, y volcó su carrera hacia la política y la gestión pública. Ese giro marcó también la vida de Cristina, que quedó ligada a un entramado donde se cruzaban el espectáculo, el poder y la militancia.

Mientras su cuñado Palito Ortega ocupaba cargos de relevancia —primero como gobernador de Tucumán y luego como funcionario del gobierno de Carlos Menem—, Raúl desarrolló una carrera diplomática que lo llevaría a desempeñarse como embajador plenipotenciario en Costa Rica.

Lemercier nunca ocultó su identidad política. Se definió públicamente como militante peronista y sostuvo que esa posición tuvo consecuencias directas en su carrera. En algunas entrevistas dijo que, tras el regreso de la democracia en 1983 y la llegada de Raúl Alfonsín al poder, quedó marginada laboralmente. Según su testimonio, fue señalada por supuestos vínculos con el poder anterior, lo que derivó en un período sin trabajo que describió como “especialmente doloroso”. También aclaró que su cercanía con figuras políticas no implicaba cargos ni responsabilidades propias, aunque reconocía que su familia tenía una fuerte presencia en ese ámbito.

En 1992, un serio problema
En 1992, un serio problema serio de salud hizo que fuera intervenida quirúrgicamente en tres oportunidades

Esa proximidad con Menem fue el caldo de cultivo de rumores persistentes. A mediados de los años ochenta, algunas revistas del espectáculo insinuaron la existencia de un romance entre la actriz y el dirigente riojano. Las versiones fueron desmentidas de manera sistemática por Lemercier y por allegados al político. Sin embargo, un episodio ocurrido en 1985 volvió a colocar su nombre en el centro de la atención mediática: durante una visita a la residencia de Menem en La Rioja, su hija Julia resultó gravemente herida en un accidente con un puma, uno de los animales que Menem tenía en su mini zoológico. La niña logró recuperarse, pero años después Cristina recordaría aquel hecho como el momento más triste de su vida.

Lemercier y Ortega se separaron hacia fines de 1991, en una ruptura compleja y atravesada por tensiones, versiones cruzadas y celos que terminaron por desgastar definitivamente la relación. Aun así, nunca cortaron del todo el vínculo. Durante años mantuvieron un trato cercano por el bienestar de sus hijos y sobrevoló la posibilidad de una reconciliación. Ortega, ya instalado en Costa Rica por su función diplomática, regresaba varias veces al año a la Argentina y solía alojarse en la casa familiar de San Miguel, la misma que habían compartido durante su matrimonio.

Durante los años noventa, con el peronismo nuevamente en el poder en la presidencia de Menem, Lemercier volvió a tener presencia sostenida en la pantalla del canal público ATC. Allí condujo ciclos infantiles como Cristina y sus amigos, Dulce de leche y Búmeran, y retomó su vínculo con el canal estatal también como asesora en contenidos para el público infantil. En 1992 atravesó un delicado problema de salud que la obligó a someterse a varias intervenciones quirúrgicas y a un prolongado período de recuperación, tras el cual regresó al trabajo.

En 1996, en los últimos meses de su vida, encabezó en ATC el ciclo de entrevistas A los que me quieren, donde se la vio en una faceta distinta, más íntima y reflexiva. Mientras estaba internada y atravesando sus ultimas horas de vida, el canal emitió el último programa que había dejado grabado, casi como un homenaje involuntario, cerrando así una etapa marcada por la exposición pública, la militancia, los afectos y las turbulencias de una vida siempre atravesada por el cruce entre lo privado y lo político.

Las dudas sobre su muerte
Las dudas sobre su muerte fueron reflejas por los diarios que cubireron su muerte

El trágico final

Aquella madrugada del 22 de diciembre de 1996, la tranquilidad de la casa de Cristina, ubicada en la localidad de Muñiz, partido de General Sarmiento, se quebró de manera abrupta. Hubo gritos, un ruido seco y el disparo de un arma Smith & Wesson calibre 38 marcó el inicio de una tragedia que jamás encontraría respuestas definitivas. En la vivienda dormían los hijos menores del matrimonio y también estaba presente una amiga de la familia, testigo involuntaria de lo que ocurriría esa noche.

Pasadas las 3:00 AM, Lemercier fue trasladada de urgencia en ambulancia al sanatorio General Sarmiento con una herida de bala en la cabeza. Los médicos, pese a los intentos, no lograron extraer el proyectil y declararon muerte cerebral. Su exesposo fue detenido y prestó declaración en la comisaría. Sostuvo que la actriz atravesaba una crisis emocional y que la discusión de esa madrugada —motivada por la propuesta de mudarse a Tucumán— derivó en un crisis nerviosa. Según su versión, Cristina tomó el revólver, amenazó con quitarse la vida y, tras accionar el gatillo tres veces, el arma se disparó en el tercer intento. Ortega explicó que había un arma en la casa por cuestiones de seguridad, algo habitual en la zona, y que las peleas eran frecuentes cuando él estaba presente.

Los partes médicos confirmaron que Lemercier tenía muerte cerebral y falleció cinco días después, el 27 de diciembre, a los 45 años. El informe fue muy breve para un país que la lloraba: “El fallecimiento de la paciente se produjo por un paro cardiorrespiratorio. La muerte cerebral ya se había producido hace días”. La noticia de su muerte conmocionó al mundo del espectáculo, a la opinión pública y a miles de niños que aún esperan volver a verla...

Las primeras horas del caso estuvieron rodeadas de incertidumbre. Se barajaron hipótesis sobre un suicidio, un disparo accidental e incluso un posible homicidio. La investigación judicial a cargo de la jueza María Teresa Lumbardini incluyó peritajes y reconstrucciones, pero nunca disipó del todo las dudas. La autopsia reveló la existencia de moretones en el cuerpo de la actriz y una trayectoria del proyectil en línea recta por la frente, una posición inusual para un suicidio... Los medios y periodistas especializados señalaron que, para dispararse de ese modo, Lemercier habría tenido que sostener el arma con los brazos extendidos, en una postura incómoda.

Pese a las sombras que rodearon el caso, la familia se apresuró a aclarar que se trató de un accidente. El hijo mayor de la actriz, Pablo, se expresó a través de una carta pública: “Fue un accidente trágico lo ocurrido; anoche en Navidad entregué y recibí los regalitos que había comprado mi madre para mí y para mis hijitos. Ella ama la vida como nos ama a nosotros y a sus nietitos. Esto es simplemente lo ocurrido. La única y verdadera historia”.

Algunos familiares, como Jorge Ortega, cuñado de la artista, declararon que Cristina atravesaba un proceso de recuperación tras una depresión y que en los últimos tiempos estaba ilusionada por recomponer su matrimonio y unir a la familia. Otros allegados afirmaron que nunca logró reponerse de la muerte de su cuñado Luis Ortega, quien había fallecido meses antes en un accidente automovilístico. La propia Lemercier había confesado en entrevistas que el duelo era profundo y que la pérdida había marcado a ambas familias, unidas por lazos afectivos y matrimoniales.

El misterio alrededor de la muerte de Cristina Lemercier nunca fue completamente despejado y la causa se cerró bajo la carátula de suicidio. La mujer de la sonrisa eterna y mirada dulce fue sepultada en el Cementerio Jardín del Sol.