De no aceptar la ceguera a ser récord argentino de salto en largo: la conmovedora historia de Alexis Acosta

En diálogo con Infobae, habló sobre su dura infancia alejado de su padre y sus hermanos, la enfermedad que le hizo perder la vista, sus logros como atleta y sus sueños

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El atleta, durante uno de sus entrenamientos (@acostaaleok)
El atleta, durante uno de sus entrenamientos (@acostaaleok)

No contó nada hasta que, del miedo, se hizo pis en el aula. La maestra le gritaba: no había hecho la tarea y no era la primera vez. Con el pantalón húmedo, Alexis rompió en llanto y se confesó ante su papá: "No veo".

Hace 28 años en un aula de una escuela primaria de Catriló, un pueblo pampeano de 4200 habitantes a 82 kilómetros de Santa Rosa, Alexis Acosta tenía 6 años y tan pronto como empezó a leer y a escribir comenzó a "ver mal, algunas palabras las veía, otras no y tenía miedo de que me cargaran. Por eso no dije nada". Para entonces era 1 en 25 mil en el mundo, pero lo sabría tiempo después: además de terror, lo que tenía era uveítis, una inflamación en el ojo que puede llevar a la ceguera.

Con anteojos negros y tomado del hombro de su entrenador, Alexis llega hasta un banco del gimnasio del Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo). Antes de recostarse boca arriba y después de tres horas de entrenamiento en la pista, toma una barra con dos discos de 25 kilos de peso. Con la cadera empuja los 50 kilos una y otra vez. Con pesas también, en ambas manos, camina corto y pausado. Sobre el final de la rutina una cinta de goma le impide que las rodillas se separen: el repiqueteo es rápido, alto y prolijo. De nuevo, guiado por su entrenador, llega a su mochila y se despide hasta mañana a las 7, cuando todo vuelva a comenzar con un solo objetivo: meterse en una final olímpica de salto en largo.

Alexis tiene el récord argentino en salto en largo

El primer oftalmólogo que lo trató en Santa Rosa lo derivó a Buenos Aires. "Algunos oculistas querían operar, otros no". Al cabo de una semana, su papá volvió a Catriló donde habían quedado los otros 6 hijos y Alexis permaneció en Buenos Aires junto a su mamá. "Yo no me daba cuenta porque era chico".

—¿De qué debías haberte dado cuenta?

—Mi mamá empezó a salir con otro hombre, salía a la noche y me dejaba solo a mí, encerrado en un entrepiso. El hombre éste era encargado de edificio. Él a veces él se iba a una casa en Avellaneda, entonces nos dejaba a nosotros. Era como un sótano en el que guardaba cosas. Mi mamá se iba a los boliches y yo me quedaba ahí. Me la pasaba llorando porque tenía miedo y extrañaba un montón a mis hermanos.

— ¿No hablabas por teléfono con ellos?

—El primer año sí. Después perdí contacto por completo. Nosotros nos íbamos moviendo. Estuvimos viviendo en Quilmes, después en Florencio Varela. También en Adrogué.

Alexis tenía 16 años cuando, en medio de una clase, notó que no podía ver siquiera una palabra (@acostaaleok)
Alexis tenía 16 años cuando, en medio de una clase, notó que no podía ver siquiera una palabra (@acostaaleok)

— ¿Le preguntabas algo a tu mamá?

—Le decía que me quería ir a Catriló para estar con mis hermanos. Ella hacía cosas para que me olvidara. Como ir a la Plaza de los Dos Congresos. Una vez me compró una pelota. O me ponía a agarrar las palomas. ¡Yo no podía creer que fueran tan mansitas! En el campo teníamos que andar buscándolas. Me llevé unas palomas de la plaza, después las largué por la ventana.

— Aún veías.

— Sí, tenía un resto de visión. Hacía tratamientos en el hospital de Clínicas. También me llevó a unos cubanos. Ahí me acuerdo que hicimos otro diferente y me dio un poquito más de visión pero seguía perdiendo.

La banda Eruca Sativa se inspiró en la historia de Alexis y la contó en uno de sus videoclips

Después de tres años de haber dejado Catriló, Alexis y su mamá regresaron al pueblo. Que su papá había hecho la denuncia y la policía los buscaba lo supo por sus hermanos. Fueron ellos también los que con un fibrón negro engrosaban los renglones del cuaderno en blanco de Alexis. La enfermedad avanzaba y el colegio se hacía cada vez más difícil: "Cuando volví a la primaria, porque en Buenos Aires no iba al colegio, hice un esfuerzo muy grande con la vista. Llegó un momento en que no veía los renglones. Mis hermanos me ayudaron marcándolos".

Fue inevitable que a los 9 años su papá decidiera hacer la consulta para, finalmente, operarlo. De regreso en su casa Alexis estaba feliz: a través del parche se colaba una claridad que no vivía hacía tiempo. En el consultorio lo comprobó: "Vi la cara de papi".

Jugaba a la pelota, andaba a caballo. Munido de una gomera, salía a cazar con sus compañeros de colegio. Aprendió a despostar en la carnicería de su cuñado y a arreglar autos en el taller de un amigo.

Después de tres años de haber dejado Catriló, Alexis y su mamá regresaron al pueblo. Que su papá había hecho la denuncia y la policía los buscaba lo supo por sus hermanos. Fueron ellos también los que con un fibrón negro engrosaban los renglones del cuaderno en blanco de Alexis. La enfermedad avanzaba y el colegio se hacía cada vez más difícil

"¿Viste cuando se pusieron de moda los pizarrones blancos? Ahí fue, en una clase de inglés", recuerda. Tenía 16 años cuando, en medio de una clase, notó que no podía ver siquiera una palabra. Aunque su compañero de banco era amigo, no le dijo nada. Con el pánico en el cuerpo, intentó copiar desde su carpeta. Al principio lo logró, pero al cabo de unos días ya no veía. "Copiaba cualquier cosa, algo más o menos relacionado con el tema pero no era nada de lo que estaba en el pizarrón. Llegó un momento en el que no lo pude ocultar: se notaba en las pruebas", agrega.

Duró todo lo que pudo, un par de días. Dejó de ir a la escuela y se refugió en la casa de un amigo. A diez años de aquella confesión la escena se repetía: "No soy vago, papi: no veo. De nuevo", le dijo a su papá que no comprendía la rateada.

El atleta es oriundo de Catriló, un pueblo pampeano de 4200 habitantes a 82 kilómetros de Santa Rosa
El atleta es oriundo de Catriló, un pueblo pampeano de 4200 habitantes a 82 kilómetros de Santa Rosa

En una de las operaciones le pusieron un aceite. "En otra, gas. En ambas me estiraban la retina, porque se despega y se arruga. Cortan las partes que cicatrizaron, que ya no sirven, y la vuelven a pegar", apunta.

Meses atrás, su padre, fletero de una cervecería, se había desvanecido mientras estiraba la lona que cubría los cajones de que transportaba en su camión. Alexis y sus hermanos lo supieron mucho después. Para cuando llegó el diagnóstico, el cáncer estaba muy avanzado. En medio de su tratamiento de quimioterapia, quiso acompañarlo a Buenos Aires para una última chance.

Esta vez no había claridad a través de los parches ni cuando se los quitaron. Alexis veía como si estuviera bajo un agua verde y muy turbia. El médico le explicó que era por el aceite y que debía esperar un tiempo.

De camino a la terminal de micros de Retiro, el agua sucia fue aclarando. Sentado, a la espera de su papá que había ido a la boletería a comprar los pasajes de regreso a Catriló, Alexis notó que las luces del lugar se encendían. "Aunque no les distinguía la cara. comencé a ver personas que pasaban. Una venía directo a mí. Y lo reconocí al toque por la remera blanca con las mangas azules. Era mi papá. Salté de alegría y le dije: '¡Papi, papi, estoy bien de los ojos!'".

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Cuando lo tuvo aún más cerca no pudo parar reír. "No sé si vos te achicaste o a mí me pusieron algo para verte más chico, pero te veo re enano", le dijo. "Yo había crecido y le había sacado como una cabeza. La última vez que lo había visto él era más alto que yo. Le acaricié la cabeza pelada y le dije que le quedaba muy linda".

Vivió unos pocos meses más. Alexis cree que sabía que volvería a quedar ciego: "Por lo que había hablado con el oculista. Pero hizo su último esfuerzo para que yo pudiera ver".

Un desprendimiento de retina fue el diagnóstico final: ya no había nada que planchar, que estirar, que pegar. Encerrado en su casa, no quería que lo vieran ciego. Desde su cuarto escuchaba cómo los chicos del barrio invitaban a su hermano a jugar a la pelota. "Yo decía que no iba a ser ciego, pero ya lo era", recuerda.

En el primer torneo que compitió saltó 5,68. El récord nacional era 5,10. El récord mundial es de 6,73. El nacional actual es de 5,77, y es suyo desde 2017
En el primer torneo que compitió saltó 5,68. El récord nacional era 5,10. El récord mundial es de 6,73. El nacional actual es de 5,77, y es suyo desde 2017

La promesa de ser abanderado que le había hecho a su papá fue lo único que lo hizo salir del cuarto para ir a la escuela en Santa Rosa, aprender el sistema braille y lograrlo: fue el mejor promedio. Ahí conoció a Germán, el profesor de Educación Física. Que tenía buen físico, le dijo, y que en diez días se iban a un torneo de atletismo en Mar del Plata. "¿Querés venir?", le preguntó. De atletismo poco y nada –corrió en alpargatas y con un traje de baño floreado-, pero quería conocer el mar.

— ¿No te dio miedo meterte?

—¡No! Me encanta el agua. Quería que me chocaran las olas, sentir qué grandes eran. En ese momento me olvidé que era ciego. Estaba disfrutando como hacía mucho tiempo que no disfrutaba algo así. En ese torneo conocí gente a la que le faltaban las dos piernas, un brazo. Y ellos no están pendientes de su discapacidad. Competían, hacían chistes. Se juntaban a cantar. A mí me costaba. Cuando me chocaba con algo, pensaba que un profesor me estaba viendo. Hasta que me di cuenta lo boludo que era. Yo mismo me limitaba. Ahí acepté que era ciego y empecé a hacer un montón de cosas.

—¿Como qué?

—Empecé a salir a correr por el pueblo. Le pedía a mi hermano que me guiara y acompañara con la bicicleta. A un amigo le pedí que me llevara a la cancha aunque sea a patearle penales.

El atleta es un activo usuario de Instagram, donde con frecuencia deja mensajes motivacionales al público
El atleta es un activo usuario de Instagram, donde con frecuencia deja mensajes motivacionales al público

A otro amigo le pidió que enviara un mail a Javier Álvarez, el entrenador nacional de atletismo para ciegos. Quería mostrarle sus marcas sin saber siquiera cuáles eran los récords. La respuesta llegó a los pocos minutos: si estaba de acuerdo, le enviaría la planificación de entrenamiento hasta que llegara el torneo en el que pudieran conocerse.

Un desprendimiento de retina fue el diagnóstico final: ya no había nada que planchar, que estirar, que pegar. Encerrado en su casa, no quería que lo vieran ciego. Desde su cuarto escuchaba cómo los chicos del barrio invitaban a su hermano a jugar a la pelota. “Yo decía que no iba a ser ciego, pero ya lo era”, recuerda

Al comienzo se probó en 100 y 200 metros y fue récord nacional. En esas pruebas de velocidad, junto a un guía, la dificultad es sincronizar los apoyos y el braceo (corren agarrados de una soga de 30 cm). En su especialidad, el salto en largo, la asistencia llega desde más lejos: el entrenador lo guía con su voz y aplausos desde el costado del cajón de arena. Alexis cuenta los pasos y sigue el sonido, corre hacia lo que escucha.

En el primer torneo que compitió saltó 5,68. El récord nacional era 5,10. El récord mundial es de 6,73. El nacional actual es de 5,77, y es suyo desde 2017.

Acosta entrena a diario en el Cenard (Centro nacional de Alto Rendimiento Deportivo), en el barrio porteño de Núñez
Acosta entrena a diario en el Cenard (Centro nacional de Alto Rendimiento Deportivo), en el barrio porteño de Núñez

—¿Por qué querías conocer Estados Unidos y Brasil?

—Porque cuando era chico veía en la tele la serie de un auto descapotable en Miami. Se veían las playas, las palmeras. Quería ir a esas playas y al mar de Estados Unidos. Y las playas de Brasil. Mis primeros dos torneos fueron ahí, Estados Unidos y en Brasil.

— ¿Fuiste a la playa?

— En Brasil sí. Después de competir nos la pasamos en el mar en Fortaleza. Le pedí a uno de los profesores que me subiera a los hombros porque ahí las olas eran mucho más grandes que en Mar del Plata. Le pedí que nos pusiéramos de espaldas a la ola para que cuando viniera me tirara bien lejos. Y volver a subir y que me revoleara.

En julio competirá en los Parapanamericanos de Lima. Luego vendrá el Mundial de Dubai en noviembre, y en 2020 el sueño máximo: los Juegos Olímpicos de Tokio. "Quiero meter mi cuarto mundial, salir del séptimo lugar, en Londres (2012) estuve cerca pero no pude. Me da cosa cuando putean a la selección de fútbol. Hay que estar ahí. Uno pone todo el esfuerzo y por ahí te levantás mal ese día y los cuatro años de entrenamiento quedaron ahí. A veces me pasa que arranco mal el torneo, pero escucho a mi hija que me grita afuera 'Dale, papi, saltá!" o se me viene la imagen de mi viejo… Es increíble pero me lleno de energía y le doy, le doy, y hago el salto de mi vida.

(@acostaaleok)
(@acostaaleok)

—En tu cuenta de Instagram publicás las filmaciones que hacés de los lugares que visitás.

—Es porque si alguna vez llego a recuperar la vista quiero comprobar si los lugares eran como yo los imaginaba. Quiero ver todos los cambios y de mi nena también. De ella me hago una imagen. Tiene muchos rulos. Lo que me costaba mucho era cuando salía del baño con el pelo mojado. Le decía a mi mujer, Rocío: parece otra nena con el pelo lacio.

—¿Fantaseás con volver a ver?

—No tendría problemas en pasar por operaciones. Me encantaría verle la cara a mi nena, a mi señora. Ver a mis hermanos y a mi abuela, aunque eso sería duro: la imagen que tengo de ellos es de cuando éramos chicos. Me encantaría ver para poder jugar al fútbol y mirar fotos de mi viejo. Pero no ahora. Ahora tengo un sueño máximo que es la final en el juego olímpico y no voy a parar hasta que se cumpla.

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