
El escultor José Fioravanti pasó a la historia como el autor de la obra y no hay dudas de que lo sea. Sin embargo, no habrían sido sus manos las que le dieron forma a los clásicos lobos marinos de la rambla de Mar del Plata. Un inmigrante eslavo, Janez Anton Gruden, es rescatado por la comunidad eslava en la ciudad balnearia y por uno de sus hijos como el realizador olvidado de los ejemplares.
No fue un robo, ni un plagio, ni un caso de "viveza criolla". Apenas una omisión histórica. "No hay ningún enfrentamiento, Fioravanti tuvo una idea genial y mi padre la realizó", le explicó Eduardo Gruden (82), hijo del escultor eslavo a Infobae. Y amplió: "El creador fue Fioravanti, el que tuvo la idea, el laburo es una cosa pesada y cuando uno tiene varias cosas se las da a un tercero".

"Pasó con muchos extranjeros venidos al país que hicieron obras interesantes pero que no pudieron figurar como autores porque no tenían el título que les permitía firmarlas", agregó en esa línea consultada por este medio Geraldina Kazilari (75), presidenta del Centro Cultural Eslavos Unidos de calle Chile 1324, fundado hace 25 años en Mar del Plata y quien conocía la historia.
La obra "Los Lobos Marinos" es la ornamentación escultórica del Casino y Gran Hotel Provincial y de la Rambla de playa Bristol. Alrededor de ellos desfilan desde que fueron emplazados en ese lugar en el año 1946, familias, parejas, amigos, cursos escolares y hasta equipos deportivos. Todos hacen fila para fotografiarse junto a las esculturas, como si la instantánea fuera la única forma de demostrar que realmente estuvieron en Mar del Plata.

Janez Anton Gruden nació en el año 1897. Su padre había sido propietario de una cantera en la famosa Cava de Aurisina, antiquísima provedora de mármol de primera calidad, ubicada en cercanías de la ciudad de Trieste, al norte de Italia. Fueron las consecuencias de la Primera Guerra Mundial en Europa las que hicieron que, en el año 1928, el entonces profesor de aritmética, dibujo y escultura viajara a la Argentina a buscar un mejor futuro. Sin embargo, llegó en uno de los peores presentes.
"Acá en la Argentina sin darse cuenta saltó de la sartén al fuego, porque llegó para la crisis del 30", contó su hijo en medio de una carcajada cómplice y a la distancia, aunque afortunadamente, aclaró, todavía en el país había intención de realizar obras escultóricas y eso le permitió a su padre poder trabajar.
Además de los lobos Gruden, realizó entre otros trabajos que fueron declarados monumentos históricos, el Escudo Nacional y los provinciales que ornamentan el Patio Cívico del Monumento a la Bandera Nacional en Rosario (obra de Ángel Guido y Alejandro Bustillo). Además, a 100 metros del Obelisco porteño hizo en granito la ornamentación del Edificio Pini, así como la ornamentación escultórica del Edificio ROU y el Monumento a España (en conjunto con Arturo Dresco).

Lo que entonces era una costumbre, apenas un modo de trabajo de la época, terminó haciendo sin embargo que el nombre de Gruden, la fuerza artística que habría moldeado los bloques de piedra que se convirtieron en la imagen marplatense por excelencia, cayera en el olvido. Lo mismo que ocurrió con muchos otros que llegaban de Europa y para los que la prioridad era trabajar.
"Inclusive el nombre de Fioravanti en la obra lo debe haber tallado mi padre, pasa que en aquel momento el que firmaba el contrato se arrogaba la potestad de hacer la obra", explicó Eduardo, que dedicó gran parte de su vida a recopilar la historia de su padre a lo largo de los monumentos. Pistas escultóricas que lo llevaron a encontrarse con Janez Anton de una forma diferente.

"¿Sabés que hizo tu papá? Tu papá hizo los lobos marinos", es el primer recuerdo infantil que Eduardo tiene de una historia que entonces no entendía, comentarios de familias amigas a los que él les daría sentido años más tarde. En un viaje a la región italiana de Trieste, cuando conoció a los descendientes de los familiares que se habían quedado en Europa, llegó a una postal que su papá había mandado desde Mar del Plata, en la que al dorso, de puño y letra, contaba sobre la obra en la que estaba trabajando: "Los Lobos Marinos".
"Fioravanti tenía el sentido comercial que no tenía mi padre, tenía recursos y estaba muy bien vinculado", admitió Eduardo sobre el escultor argentino. A él, como hijo del artista eslavo, le fue muy difícil poder reconstruir la historia, atravesada por el sacrificio y una infancia en la que no le sobró nada a la familia Gruden.
"No era fácil mi padre tenía las manos cortadas, golpeadas, el escultor de talla directa hace un trabajo pesado", describió, antes de cerrar: "El realizador fue mi padre y el creador intelectual Fioravanti. La gloria fue de los dos".
Fotos: Christian Heit
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