De la Ucedé a Manes: la parábola de Emilio Monzó, el cazador oculto de la política argentina

Es uno de los armadores más pretendidos por todos los espacios. Hizo del pragmatismo una forma de construir poder. Sus inicios junto a Alsogaray y el menemismo y sus rupturas con Kirchner y Macri. “Lo mejor que me pasó en mi vida fue entrar a una unidad básica”, asegura

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Emilio Monzó y su perro "Coco" en su piso del barrio de Recoleta donde en otra época armó la alianza entre la UCR y el PRO y ahora diseña la estrategia electoral junto a Facundo Manes para las próximas legislativas
Emilio Monzó y su perro "Coco" en su piso del barrio de Recoleta donde en otra época armó la alianza entre la UCR y el PRO y ahora diseña la estrategia electoral junto a Facundo Manes para las próximas legislativas

Si hay una razón por la que el mundo acaso recuerda qué pasó el 8 de julio de 2014 es por el fútbol. Aquella tarde la selección de Alemania castigó a Brasil con la goleada más impúdica y escandalosa de su historia: 7 a 1 en su propia casa durante las semifinales del Mundial. Aunque es un futbolero efervescente, para Emilio Monzó aquel partido es una apenas referencia, un cono fluorescente ubicado en el medio de la avenida de su historia, un dato colateral del día de su “gran jugada”, la que consolidó al macrismo más allá de la General Paz y que encaminó a ese partido “vecinalista” hacia la experiencia de gobernar el país durante cuatro años.

El joven liberal que había empezado en la Ucedé con Alsogaray, el pragmático e intuitivo que descubrió las unidades básicas y aprendió a armar estrategias y alianzas durante el menemato y después siguió con Néstor Kirchner y más tarde triunfó en la efímera primavera de De Narváez, aquel hombre, este mismo, de ojos claros, pecas y hablar campechano, coronó su fama de gran “armador” el día del tsunami de goles alemanes.

Esa tarde de invierno Monzó, que había sido contratado por Macri para armar su estructura nacional, suspendió el plan de ver el partido con sus hijos en Capital y voló de raje a la ciudad cordobesa Marcos Juárez en un jet privado. Allí había logrado aliar por primera vez la UCR con el PRO y un triunfo en esa ciudad aumentaba las chances de concretar la obsesión del ex presidente de Boca: la Casa Rosada.

El caldo se cocinaba a fuego lento pero un llamado de Nicolás Massot alertó el peligro de que todo se quemara: “Emilio, está viajando De la Sota a Marcos Juárez. Va a participar de un acto, pero es para convencer al intendente de que su candidato se baje y lo apoye. A mí me dieron la palabra de que no iban a arreglar, pero no sé”.

Monzó, que a esa altura ya había sido intendente de la ciudad de su vida, Carlos Tejedor, ministro de Asuntos Agrarios de Daniel Scioli en la Provincia y ocupaba en ese instante el cargo de jefe de Gabinete del gobierno de Mauricio Macri en CABA, vio la película antes de que abriera el cine. “Este lo va a convencer con miles de cuadras de asfalto”, pensó. Entonces voló a primerearlo.

Llamó a un amigo y le pidió que los llevara a él y a Massot en su avión hasta Marcos Juárez. Si hubiera podido aterrizar directamente en la puerta de la casa de Eduardo Avalle, el intendente de aquel momento, lo habría hecho. Llegaron. Monzó tocó el timbre y, en pantuflas, salió la esposa del jefe comunal de esta ciudad de 27 mil habitantes y 10 mil electores. “Buen día, señora, ¿está su marido? Me gustaría hablar con él”, se presentó Monzó y entró. Avalle, que no los conocía personalmente, dormía la siesta. Él y Massot esperaron en la mesa del comedor hasta que lo vieron bajar un poco despeinado por una escalera.

"Yo soy orgullosamente bonaerense de verdad", dice Emilio Monzó en relación a la frase de María Eugenia Vidal y su candidatura en la Ciudad de Buenos Aires
"Yo soy orgullosamente bonaerense de verdad", dice Emilio Monzó en relación a la frase de María Eugenia Vidal y su candidatura en la Ciudad de Buenos Aires

“Avalle quiero que llame al candidato a intendente suyo. Yo vengo acá para confirmar la palabra que él le dio al señor”, le pidió Monzó, mientras señalaba a Massot. El hombre, representante del partido de la Unión Vecinal, obedeció. Llamó a Horacio Latimori, su candidato, y lo hizo hablar por el altavoz. El hombre soltó del otro lado del teléfono: “Yo le di la palabra a Nicolás de que no hacía el acuerdo”. Eso le bastó al Intendente. “Quédese tranquilo entonces, que vamos a cumplir”, dijo.

Pero faltaba el acto con De la Sota. Monzó le avisó a Avalle: “Usted vaya que yo voy a esperar acá hasta que vuelva”. Acá era su propia casa. Siete años después, Monzó ríe echado en un mullido sillón de su departamento de Recoleta. La risa explica lo que él piensa y siente de la política: que es un juego adictivo, que lo que más le atrae es la imprevisibilidad (”¿qué hubiera pasado si Latimori cerraba con De la Sota?”), que las ideologías se mueven como las mareas y que detrás de todo está una satisfacción entre vanidosa y empática por conseguir “hacer cosas”.

Por eso ríe cuando recuerda que vio la tormenta alemana en Brasil en la casa del intendente de Marcos Juárez, con Massot de un lado y la esposa del jefe comunal del otro. Tomaron mate y comieron bizcochos hasta que el funcionario municipal volvió con la palabra empeñada en su bolsillo. Recién entonces, Monzó y Massot le dieron la mano, saludaron y subieron al avión.

Dos meses más tarde el primer ensayo de radicales y macristas juntos dio resultado. Su candidato, Pedro Dellarossa, le ganó por 1.000 votos al hombre de De la Sota. Latimori quedó tercero. Macri viajó a la ciudad para celebrar el triunfo y anticipó lo que venía: “Hoy se abre un camino desde Córdoba, la Argentina va a un cambio. Juntos somos imparables”.

Estaba tan convencido en aquel momento como ahora de que si De la Sota acordaba con Latimori, el macrismo perdía y chau aspiraciones nacionales. Era con la UCR o nada y al partido centenario había que convidarle el caramelo de la victoria. Ganaron. Y desde Marcos Juárez la alianza se extendió a toda Córdoba; de allí a Mendoza y al resto del país.

Mauricio Macri, Emilio Monzó y el cordobés Ramón Mestre, en tiempos de armado nacional antes de las elecciones de 2015 y después del éxito de "la prueba de Marcos Juárez"
Mauricio Macri, Emilio Monzó y el cordobés Ramón Mestre, en tiempos de armado nacional antes de las elecciones de 2015 y después del éxito de "la prueba de Marcos Juárez"

En el piso porteño que habita Monzó firmaron el pacto Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió. Mauricio bailó Gilda en el balcón de la Rosada, gobernó cuatro años Argentina y el ex intendente de Carlos Tejedor llevó su talento de armador a la presidencia de la Cámara de Diputados. Hasta que todo eso también se rompió. Como toda historia, la de este hombre de 55 años es cíclica: lo que se rompe se reconstruye, una y otra vez. El juego adictivo de lo imprevisible tiene también sus reglas, y las escribe él. Todo lo que lo acercó a Macri, menos de una década después lo distanció. También le pasó con Kirchner y con De Narváez.

Emilio Monzó está lejos del arquetipo del militante clásico. Es un profesional de la política, formado y autodestinado para tejer alianzas, generar consensos, imaginar estrategias, “cazar” candidatos presuntamente ideales a partir de la insatisfacción del electorado y sus circunstancias: el sentido de la oportunidad del político.

Hace tres décadas, el hijo del médico, concejal y docente Emilio Monzó vagaba con su vocación incierta por los pasillos de la Facultad de Medicina de la UBA. Los fines de semana se iba a jugar al fútbol por plata a uno de los equipos de su pueblo, Independiente Liberal de Tejedor (”que no tenía nada de Independiente ni de Liberal”, ríe Emilio, hincha fanático del Rojo de Avellaneda y del Barcelona catalán). A veces juntaba unos mangos como extra de programas de TV de la época.

Se sentía mucho más cerca de la vocación social del hacer y ayudar de Gema Gardiner, su madre, que de la rigídez solemne de papá. Pegado a su casa, su madre comandaba un taller protegido en el que asistía a personas con discapacidades del pueblo, que en definitiva crecieron al lado de Emilio y sus cinco hermanes menores. El corazón de Gema latía al ritmo de la doctrina social de la Iglesia y sin saberlo aun, el hijo mayor absorbía allí los primeros olores de la esencia del peronismo, que poco después lo iba a llevar a una unidad básica por primera vez donde, jura, aprendió todo.

Un joven Monzó (derecha) con la actriz María Valenzuela: mientras estudiaba Derecho en la UBA y daba sus primeros pasos en política ganó dinero como extra en programas de TV
Un joven Monzó (derecha) con la actriz María Valenzuela: mientras estudiaba Derecho en la UBA y daba sus primeros pasos en política ganó dinero como extra en programas de TV

En los años 80 el peronismo cargaba con la pesadez del plomo de los 70: era como el enemigo de Terminator que se había disuelto en partes de mercurio y buscaba angustiosamente la reunificación. Monzó padre encontró en la Ucedé un espacio que se acomodaba a las ideas liberales que traía de España (era hijo de un diplomático de la Corona) y al amanecer del neoliberalismo que marcó los años 90. Emilio hijo empezó a ayudar a su padre en su tarea de concejal y en la búsqueda de la intendencia. No le interesaba la militancia estudiantil, pero había algo en “la política”, algo de las intrigas palaciegas, de la rosca, del poder hacer y conquistar al otro que lo llamaba.

De tanto ir y venir al comité central del partido en Capital, un día de 1987 le avisaron que había un acto en Bragado, que iban a hablar Julio Alsogaray, Federico Zamora y también él. ¿Cómo? Sí, vos, le dijeron. Emilio pensó lo que confundían con su padre. “Tenés que preparar un discurso en nombre de la juventud”. Hasta ahí, él se consideraba un comisionista más que un militante político, un pibe que retiraba cosas para su papá y firmaba. Pero alguien vio que la chispa adecuada la tenía él y no su padre.

No sabía de qué hablar y la solución llegó en un artículo de la revista Visión, vinculada al dictador nicaragüense Anastasio Somoza y dirigida por Mariano Grondona, que estaba en su casa. Se aprendió el texto, titulado “Be careful, young boy” (Tené cuidado, muchacho), y el discurso fue un éxito.

“Empecé con la política desde el escenario, no tuve tiempo de militar. Bajé del escenario y la gente creía que yo era una especie de sabio. No era nada, mi papá no me bajó de ahí de casualidad”, recuerda entre risas. Abajo estaba una chica que se acercó a felicitarlo. Los días diáfanos son así, pasa todo junto: empezaron a salir y tuvieron dos hijos, los dos mayores, entre los que está Ramiro, el que se hizo famoso cuando se metió a gritar un histórico gol del Barcelona con los jugadores.

La vocación de Monzó deambulaba perdida como él por los pasillos de Medicina pero ese día en Bragado todo cambió. Emilio sintió que los que lo escuchaban lo entendían y lo querían seguir. El mandato paterno para el hijo mayor se rompió. No iba a ser médico, iba a ser un político profesional. Su padre se resistió, también porque atentaba contra sus propias aspiraciones pero Gema lo incentivó.

Francisco de Durañona y Vedia fue el primero que vio claramente su talento y fue su maestro en el arte de esta ciencia blanda, en la que la intuición, el pragmatismo y la astucia son ingredientes esenciales. Para solidificar su formación en pos del objetivo, Monzó se metió a estudiar Derecho en la UBA, donde en la materia Derecho Penal tuvo como profesor a un tal Alberto Fernández.

Emilio Monzó, en 1986, con Diego Armando Maradona: "Después de ganar el Mundial lo quería conocer y le fui a tocar el timbre a su casa de Villa Devoto, cuando se despertó de la siesta salió y nos sacamos esta foto"
Emilio Monzó, en 1986, con Diego Armando Maradona: "Después de ganar el Mundial lo quería conocer y le fui a tocar el timbre a su casa de Villa Devoto, cuando se despertó de la siesta salió y nos sacamos esta foto"

- ¿Sintió algo de vanidad cuando lo aplaudieron arriba del escenario?

- Algo de eso seguro. Debe haber sido para mí una oxigenación porque no la estaba pasando bien, porque estaba cambiando de carrera. Iba a la Virgen de San Nicolás una vez por mes para que me ayude y de repente pasar de muchas dificultades a sentirme que toqué el cielo en ese momento. Y a partir de ahí empezó mi carrera política con mucha pasión.

La ilusión liberal de la Ucedé duró lo que Menem presidente tardó en fagocitarla. Durañona y Vedia pasó a las filas del nuevo peronismo neoliberal, que obtuvo una banca como diputado nacional por la Provincia entre 1987 y 1995 y con él fue su joven promesa. Así, Emilio obtuvo un posgrado en rosca adentro de la Cámara y aprendió lo que es “el territorio” en el territorio. “Yo soy orgullosamente bonaerense de verdad”, dice con ironía que quema.

Monzó se jacta de que él, su amigo Sergio Massa y Felipe Solá (con quien también trabajó) son las tres personas que mejor conocen la Provincia: “Desde arriba en un avión sabemos en qué cabecera de la provincia estamos. Sergio es bueno, pero Felipe te dice las delegaciones, te dice ‘eso es Colonia Seré', al lado de Tejedor; Felipe es el que más conoce la provincia de Buenos Aires”.

En ese camino, Monzó comprendió que en política es fundamental el manejo de la empatía, de hacer un esfuerzo para entender el interés del otro y saber ceder para que se compatibilicen los intereses de ambos. “Fue lo que falló después del 10 de diciembre de 2015″, lanza, otra vez, el dardo de la ironía contra Macri. Pero admite que ese ejercicio, entender al otro no es fácil.

Lo aprendió con Durañona y Vedia en una unidad básica. La cosmovisión de la política cambió en Monzó cuando se abrazó, por pragmatismo esencial, al peronismo. “Lo mejor que me pasó en mi vida política fue entrar a una unidad básica, nunca hubiera sido el armador que fui si no hubiera entrado a una unidad básica”, reconoce Monzó.

Emilio Monzó en 1990, los años en que conoció las unidades básicas y empezó a trabajar dentro del peronismo junto a Francisco de Durañona y Vedia
Emilio Monzó en 1990, los años en que conoció las unidades básicas y empezó a trabajar dentro del peronismo junto a Francisco de Durañona y Vedia

La unidad básica le mostró toda la sociedad argentina, no sólo la anatomía del peronismo. Monzó dice que aquel peronismo menemista era más abierto que el kirchnerista. Iban a buscar a los mejores y punto. El peronismo le abrió no sólo la cabeza sino la puerta de las oportunidades. Lo llevó de la exclusión por derecha de la Ucedé hacia el centro inclusivo del justicialismo. “Por supuesto que yo soy parte de la guerra fría, de la guerra ideológica de la derecha y la izquierda, y por supuesto que fui de la derecha y fanático, producto de la juventud. El entender al otro tiene que ver con la madurez, y con los golpes y con las derrotas, pero ingresar al peronismo para mí fue lo mejor que me pasó en mi vida, porque en la unidad básica encontrás todo”, dice.

Bajo el cartel de Perón y Evita, Monzó entendió que más allá de la ideología si quería trascender como político tenía que entender a las personas, sus necesidades. “Y una cosa es que te atiendan en la puerta, pero cuando sos peronista te invitan a tomar unos mates, entonces todo eso te cambia mucho”, reconoce sobre la que considera fue su capítulo más enriquecedor, y desde donde partió hacia las esferas más altas sin romper el esquema que considera esencial y obligatorio: pasar por todos los peldaños, no saltar ni uno.

Así fue concejal y en 1995 se sentó a solas con su padre y le explicó, en un acto freudiano por el que todo hijo pasa con su padre, que el candidato a Intendente de Carlos Tejedor tenía que ser él, el hijo, y no él, el padre. Al Monzó mayor le costó aceptarlo. Su primogénito le daba la jubilación anticipada.

En las elecciones de 1997, ya electo concejal, perdió la intendencia por 50 votos. A esa altura, junto a su amigo Florencio Randazzo, de Chivilcoy, representaban un sector renovador del peronismo que no se llevaba demasiado bien con la estructura bonaerense de Eduardo Duhalde. El eco de aquella noción de romper las estructuras repercutiría en ambos durante el kirchnerismo. Pero antes, en las de 1999 cayó otra vez, ahora por 100 votos. Lección para el futuro, lo liquidó la Alianza entre el radicalismo y una escisión “progresista” del peronismo llamada Frepaso.

Después de dos intentos fallidos, Emilio Monzó finalmente ganó las elecciones para intendente de Carlos Tejedor en 2003; en la foto abraza a su madre Gema Gardiner, de quien, dice, heredó la vocación de "hacer por el otro"
Después de dos intentos fallidos, Emilio Monzó finalmente ganó las elecciones para intendente de Carlos Tejedor en 2003; en la foto abraza a su madre Gema Gardiner, de quien, dice, heredó la vocación de "hacer por el otro"

Finalmente consiguió la intendencia de Carlos Tejedor en 2003, después de pasar por el ministerio de Modernización bonaerense en el gobierno de Solá, y al lado de Randazzo. Una vez cumplido su mandato de jefe comunal, Monzó, fiel a sí mismo, respetó la norma de los peldaños. Fue diputado provincial hasta que Daniel Scioli lo convocó al ministerio de Asuntos Agrarios con el objetivo de que apague el incendio con “el campo”, pero Monzó se consideraba una pieza residual del menemismo, un outsider del mundo K.

Monzó observó que el kirchnerismo concentraba el poder de la Provincia y no abría el juego y se sintió a disgusto. La disputa por la resolución 125 detonó las diferencias. Desde adentro, y como interlocutor entre las partes, expresó su distancia con la idea de las retenciones. Su cabeza rodó. “Me dejó afuera del peronismo, pero el peronismo que yo viví no tiene nada que ver con el kirchnerismo. Creo que hay un proceso general, también pasó con el PRO, donde la política se ha concentrado en la conducción, la política del ‘90 y del 2000 del peronismo, era mucho más federal”, insiste.

Un triunfante De Narváez lo contrató para lograr lo que finalmente consiguió con su empleador siguiente, Macri. Ambos, candidatos demasiado porteños, querían nacionalizarse como candidatos. Néstor Kirchner, amigo de la transversalidad, conocía el talento de cazador oculto de Monzó y en 2010, unos meses antes de su muerte, lo llamó para que volviera.

Le dijo que era fundamental para el armado político. “Yo mido 28 puntos”, le explicó y le mostró sus encuestas. “Si vos me ayudás con el sector del centro, yo puedo llegar 34 puntos y puedo ser presidente de la Nación nuevamente”, cuenta que le dijo Kirchner. Para el santacruceño, el armado de la Provincia tenía cuatro ases: Randazzo, Massa, Julián Domínguez y él.

Enterados del “no” a Kirchner, Diego Santilli y Fernando Niembro fueron a buscar a Monzó para el gran objetivo de Macri, originalmente puesto en 2011. Emilio pidió soga y poder. Para tanta responsabilidad, tanta autoridad. Se la dieron.

"A mí me gusta ir y encontrar la persona que legitima en el lugar, me encanta ir a buscarla, me encanta convencerla de que participe en la política", dice Monzó, que agitó el desembarco político del humorista Miguel Del Sel y ahora acompaña la candidatura del médico Facundo Manes
"A mí me gusta ir y encontrar la persona que legitima en el lugar, me encanta ir a buscarla, me encanta convencerla de que participe en la política", dice Monzó, que agitó el desembarco político del humorista Miguel Del Sel y ahora acompaña la candidatura del médico Facundo Manes

A mí me gusta ir y encontrar la persona que legitima en el lugar, me encanta ir a buscarla, me encanta convencerla de que participe en la política y por supuesto, me encanta después que producto de esa búsqueda, haya un resultado electoral que testimonie ese concepto”, explica Monzó. Así Miguel Del Sel transmutó en humorista chabacano a serio candidato a gobernador por Santa Fe. La experiencia, inspirada en la lógica menemista del político de cara conocida, dio resultado y Monzó se convirtió en el gran estratega político del PRO.

La historia que siguió se conoce. Macri expresó el sentimiento de una parte de la sociedad que se había cansado del kirchnerismo y tomó el poder gracias a los votos que sumó en alianza con la UCR. Inmediatamente después de que Cambiemos ganara las elecciones, Monzó pasó a ser un gerente sin poder. Logrado el objetivo, ya nadie escuchó sus ideas. Sintió que le pasaba lo mismo que con el kirchnerismo. “Macri empieza a gobernar y se pone extremo. La política se concentró en la conducción y dejó de ser federal”, reflexiona.

Fuera del juego, otra vez, Monzó busca ahora reencausar su talento de armador en la temporada alta de rosca. En el puesto 3 de candidatos a diputados dentro de la interna de “Juntos” (sin “por el Cambio” ya) acompaña a Facundo Manes en la disputa del electorado bonaerense antiK. El cazador de candidatos elige ahora al neurocientífico. La cara conocida. Esta vez un radical. Pero la regla es la de siempre: pragmatismo en el contexto. Monzó intuye el discurso que cuaja. Su verdadero territorio es menos el bonaerense que donde se disputa el “sentido común”. En esa fisura ve la luz de las próximas elecciones.

Monzó con sus padres Gema y Emilio y las tres hijas que tuvo con su segunda pareja, Karen Sánchez, al asumir como presidente de la Cámara de Diputados: "De mi mamá saqué la perseverancia, la resiliencia, no bajar los brazos, y de mi padre, la empatía"
Monzó con sus padres Gema y Emilio y las tres hijas que tuvo con su segunda pareja, Karen Sánchez, al asumir como presidente de la Cámara de Diputados: "De mi mamá saqué la perseverancia, la resiliencia, no bajar los brazos, y de mi padre, la empatía"

- Lo que me referencia de Manes es la rebeldía de la política territorial del que legitima, frente a la conducción que es muchas veces prepotente desde la ciudad, desde liderazgos quizás más mediáticos. A mí me alegra esto que pasa con el partido radical, es como que volvió la UCR, como si volviera mañana el partido peronista que conocí. Yo quiero volver a la vieja normalidad.

- ¿Qué tiene Manes del viejo radicalismo?

- Digo del viejo en las formas, vos tenías diferencias pero te podías encontrar en un bar. Hoy las diferencias, ese antagonismo, esa polarización que tiene mucho rédito político, nos está llevando a una polarización improductiva. Yo quiero al abrazo de Perón y Balbín, quiero volver al Menem-Alfonsín, quiero volver a ese país.

Del liberalismo ortodoxo de Alsogaray a Menem. De Kirchner a De Narváez y de allí a Macri, vuelve al principio del juego. Esta vez, el cazador oculto buscará desafiar lo imprevisible con otro candidato emergente. Emilio Monzó sabe hace propio el pensamiento de Ortega y Gasset: es él, pero también y su circunstancia.

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