El Gobierno exhibe debilidades y el mercado busca forzar el ajuste ortodoxo

Las discusiones dentro del oficialismo son cada vez más abiertas. No son sólo tensiones por los errores o cambios en el gabinete. Antes, deben definir las medidas frente a la crisis. Y eso remite a la sustentabilidad económica, pero también a la política y social

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(Gustavo Gavotti)
(Gustavo Gavotti)

De tanto repetirlos, los términos confianza y credibilidad se han impuesto como una marca, pero sin especificar su contenido. ¿Cómo se traduciría el reclamo que el mercado le hace al Gobierno para que tome medidas que regeneren confianza? Los que abandonan los eufemismos hablan sin vueltas de shock de ajuste y da la impresión de que los mercados ya comenzaron a ejecutarlo: es en parte el efecto inmediato de la escalada del dólar -síntoma y a la vez factor de peso- y de su impacto inflacionario. Un sacudón que coloca la reducción abrupta del déficit en el primer renglón del listado político. ¿Cierra?

A esta altura parece infantil hablar sólo del fin del gradualismo económico, pieza presentada como central por Mauricio Macri y deshilachada por distintos factores. En primera fila fue destacado el cierre de puertas para el acceso al crédito externo, recurso asumido como diagonal para estirar en el tiempo el ordenamiento de la economía y apostar a un crecimiento modesto pero persistente. Un modelo que entró en crisis no sólo por las malas condiciones internacionales, sino también por errores propios en materia económica y más aún, por una concepción de la política que hoy padece el Gobierno en gran escala.

La historia comenzó el primer día de gobierno, con el entusiasmo de la elección ganada, un capital político que le permitió avanzar incluso sin mayorías legislativas y agregó el triunfo en la elección legislativa del año pasado. Hubo evaluaciones exageradas sobre ese resultado -frente a una oposición peronista fragmentada y sin liderazgo sólido- que afirmaron la decisión de buscar sólo entendimientos políticos puntuales, con expresión en el Congreso.

El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, al llegar ayer a la quinta de Olivos (Julieta Ferrario)
El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, al llegar ayer a la quinta de Olivos (Julieta Ferrario)

Suele decirse también de manera repetida que el error inicial fue no haber expuesto la gravedad del cuadro económico heredado. Una crítica que en esa lectura aparece mezclada con los cuestionamientos a su política de comunicación. El problema, en rigor, sería más grave y complejo.

En aquel momento, y con impronta duranbarbista, se explicaba que había que apostar al efecto optimista del cambio de gestión, pero no como elemento únicamente político, sino como factor económico. Dicho linealmente, la posición dominante en el Gobierno sostenía que exponer la gravedad del caso podría conspirar contra el arranque de la economía.

Curioso, porque era sabido que los propios objetivos del gobierno –por ejemplo, ir podando los subsidios a los servicios-, terminarían colocando a todo el mundo frente una realidad bastante más áspera.

Pero el problema es que aquella táctica inicial era a su vez reflejo de una base conceptual más cerrada, que alimentó decisiones de gestión en continuado, hasta ahora, y provocó algunas de las tensiones internas más conocidas. Dos elementos se destacan en ese plano.

El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne
El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne

El primero está constituido por la idea de una "nueva" política que de entrada pareció congelar a Cambiemos como limitada construcción electoral, es decir, con escasa proyección práctica como coalición de gobierno, al mismo tiempo que descreía de los acuerdos políticos más allá de las necesidades del día a día. Las referencias al trabajo en equipo y a la búsqueda de consenso terminaron girando así alrededor de una tradicional concepción presidencialista, con el inevitable círculo estrecho de decisiones, sin objetivos de articulación entre partidos o fuerzas políticas frente a la crisis apenas amortiguada.

El segundo, ampliación del anterior, partió de cierta subestimación de la crisis o, más precisamente, del modo unilateral de abordarla. El objetivo de lograr sustentabilidad económica fue entendido casi exclusivamente como receta económica –con fuerte peso del Banco Central, que sirvió otros tragos amargos-, sin valorar la sustentabilidad política como componente necesario.

El presidente del Banco Central, Luis Caputo
El presidente del Banco Central, Luis Caputo

Tal vez también hubo, como suele decirse en algunos ámbitos intelectuales, un preconcepto con sentido clasista, que suponía cierta sintonía asegurada con los sectores económicos por el origen personal del Presidente. Eso, además del rechazo a los pactos basado en el viejo supuesto de que expresan debilidad.

Como sea, una a una fueron rechazadas las propuestas de algún tipo de acuerdo que ampliara el sustento político para enfrentar el visible cuadro de deterioro y desajuste económicos. En ese ejercicio, se fue vaciando hasta transformar en bumerán el recurso de expresar optimismo.

El mensaje presidencial difundido el miércoles pasado anotó un punto quizá de quiebre para esa inercia discursiva. De manera inexplicable, Macri terminó expuesto a un desgaste enorme al hablar menos de dos minutos para expresar algo así como un título sin letra que lo sostuviera. Puro costo: el dólar siguió disparado y la tensión interna en el Gobierno fue evidente como nunca antes.

Fuentes legislativas y de Gobierno expresaron con crudeza sus críticas a la decisión de emitir aquel mensaje. Algunos utilizaron como escudo la explicación según la cual se habría tratado de una decisión personal de Macri. Está dicho: la aceptación acrítica de las decisiones presidenciales no parece un buen argumento en los días difíciles. Menos, para los fusibles.

Los cuestionamientos internos son en estas horas extendidos. No sólo circulan entre legisladores de primera línea, sino que fueron audibles en algunos despachos ministeriales, entre ellos Interior y Hacienda, y por boca de figuras macristas de peso. Ese mensaje fu enviado por María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, entre otros.

Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, en una foto del año pasado
Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, en una foto del año pasado

El debate sobre qué hacer no está agotado, pero el intento de realizar una lectura realista de la crisis frente a una sociedad conmocionada y angustiada también diferenció posiciones y reavivó especulaciones sobre cambios en el gabinete que alcanzaron a la primera línea, empezando por Marcos Peña.

Sobre ese conjunto de debilidades golpearon los mercados. Preocupa el deterioro de los papeles argentinos en el exterior. Y también, la tensión que genera el dólar en términos prácticos y por su impacto social. El cóctel del dólar incluye reacciones razonables, sobreactuaciones, negocios rápidos y algunas oscuridades. Con todo, el dato saliente parece haber sido potenciar la idea del ajuste sin escalas.

En paralelo, circulan dichos y reclamos implícitos sobre cambios de gabinete, junto a versiones sobre medidas que apuntarían a bajar drásticamente el déficit con la poda de rubros presupuestarios pero también rediscutiendo ingresos, como las retenciones, y otras medidas. El temario aún no estaría cerrado, aunque debería estarlo antes del lunes. Todo, en medio del intento de acelerar la renegociación del acuerdo con el FMI, para asegurar el oxigeno financiero del año próximo.

La ecuación es difícil, pero resulta claro que un simple cambio de gabinete, aún en el máximo nivel, no podría funcionar sin definiciones políticas previas. El ajuste duro se abre paso entre las debilidades propias y la presión de los mercados. Pero en las internas de estas horas, asomaría también alguna reflexión sobre la necesidad de entender la sustentabilidad económica como un todo que no puede prescindir de sustentabilidad política y social. De eso se trata lo que está en juego.

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