
Hay un cine hecho de forma artesanal, hilvanado con el sacrificio y el esfuerzo de un director que trabaja casi en soledad, filmado en lugares extremos, a veces con temperaturas bajo cero, donde la trama se mezcla con la realidad y tiene una única testigo: la realizadora visual, que con la cámara al hombro busca captar escenas verdaderas que serán las protagonistas de la historia. Así es el cine documental.
A eso se dedica la directora Franca González (49), quien si bien desde muy chica descubrió su vocación, recién pudo materializarla a partir de 2006 cuando empezó a producir películas: Atrás de la Vía (2006); Liniers, el trazo simple de las cosas (2010); Tótem (2013); Al Fin del Mundo (2014) y la última, Miró, las huellas del olvido (2018).
"Voy por la vida buscando historias que me conmuevan para mis próximas películas, así que me voy dejando contaminar por la gente, pero también leo e investigo un montón", cuenta.
Y ese es sólo el principio de su trabajo, porque la película pasa de inicio a fin por su ojo crítico en cada momento de la producción: ella es quien escribe la historia, investiga, viaja al lugar, entrevista, selecciona los personajes y, recién después, trabaja codo a codo con el montajista.

"Es un proceso en solitario al principio y a medida que tenés los fondos para llevarlo adelante se convierte en un trabajo más grupal", dice. Finalmente, ella es quien decide el armado de la historia y su edición.
"Hacer cine no es absolutamente relajado y placentero. Disfruto, pero también sufro porque estoy terriblemente involucrada en la historia", agrega Franca, que ahora está orgullosa de Miró, película que fue filmada en un pueblito olvidado y desaparecido de la provincia de La Pampa.
-¿Cómo llegó a vos la historia de Miró, las huellas del olvido?
-Leí la historia de un pueblo, a 100 km de La Pampa, de donde soy oriunda, que había sido descubierto enterrado bajo unas plantaciones de soja. Lo más notorio era que había algo muy fuerte en relación al olvido, nadie lo recordaba. Enseguida me puse en contacto con los arqueólogos que estaban trabajando, con el CONICET y con gente que vivía ahí cerca.
-¿Por qué elegís hacer un documental y no una ficción basada en esa historia?
-Porque la realidad me genera un espacio de libertad desde la puesta en escena y también me da ese cachetazo de lo inesperado. En mis películas las personas actúan de sí mismas y están, de algún modo, ficcionando sus vidas. Me maravilla lo que pasa en ese mundo real.

-A la hora de trabajar, entonces, ¿el documental es más sacrificado?
-Sí, empezando porque yo no puedo vivir de esto solamente, hago cosas relacionadas –formó parte del Comité de Evaluación de proyectos documentales del INCAA y da clases en diferentes instituciones–. Los financiamientos son mucho menores que los de la ficción y el lanzamiento es a pulmón. No hay plata para publicidad y queda mucho sobre mis espaldas.
NON FICTION. "Siempre tuve la claridad de que me encantaba contar historias, pero creía que el cine era para otros mejor posicionados económicamente", cuenta González, oriunda de General Pico, La Pampa.
Estudió Artes en la UBA, Periodismo, y orientó su formación hacia el cine documental, perfeccionándose con guionistas y realizadores. A pesar de que hizo documentales para televisión, sentía que no podía lograr "profundidad en el relato". Hasta que descubrió que este formato también podía ser cinematográfico.

La primera vez que conoció ese "universo fascinante" fue a los 18 años en París, cuando trabajó en una casa de familia cuidando chicos mientras estudiaba francés. Y tuvo la suerte de que en esa casa vivía un director de cine.
"A esa familia la atravesaba el cine y pude ver que era una forma de expresión donde podían crecer, desarrollarse y aprender", se acuerda. Pero fue mucho más tarde, en Buenos Aires, cuando descubrió a través del Festival Internacional Doc Buenos Aires, que existía el cine documental. "Descubrí que se podía hacer una obra de arte desde lo real y me dije: 'esto es lo que estuve buscando durante tanto tiempo'".
-¿Qué es lo más lindo de un documental?
–Llegar al alma de los personajes sin ningún artificio externo como la música o un primer plano de alguien llorando. También lograr que la emoción del espectador venga de la identificación con la historia.
-¿Descartás por completo hacer ficción alguna vez?
– No le tengo miedo. Creo que cada vez más en mis películas hay situaciones que están todo el tiempo en el límite de la ficción. Y creo que si en algún momento me animo a hacerlo va a ser muy cercano al cine de lo real, porque sigue siendo el espacio que más me maravilla.
Textos Candela Urta (curta@atlantida.com.ar)
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