
En muy poco tiempo, tanto el ministro de Economía, Luis Caputo, como el presidente Javier Milei salieron con entrevistas y notas periodísticas, a decir que no hay atraso cambiario y, por supuesto, descalificando a los economistas que pensamos diferente, en ambos casos utilizaron argumentos típicos del kirchnerismo y de Guillermo Moreno.
Caputo dijo: “el tipo de cambio no está atrasado” (más adelante demostraré conceptualmente por qué efectivamente lo está) y agregó que el problema es que los precios están adelantados.
Por su parte, Milei cargó contra los empresarios, afirmando que él les bajó la carga tributaria y que ahora ellos tienen que ser competitivos. Textualmente, dijo: “las empresas deben empezar a trabajar en aumentar su productividad reduciendo los costos de operación y mantenimiento. Deben entender que están en una Argentina distinta y que las tasas de retorno son más bajas”.
Esto mismo decía Néstor Kirchner cuando, desde la tribuna, afirmaba que los empresarios debían bajar los precios. “No les pido que pierdan, les pido que ganen un poquito menos”, decía el presidente, al igual que ahora lo hace Milei.
Milei entra en la misma línea de argumentación, señalándolos como responsables de que los precios sean elevados en Argentina, el mismo argumento que utilizó Caputo al decir que había precios adelantados.

Pero el Presidente fue más allá y, para descalificar el Índice Big Mac, que muestra que Argentina es el segundo país con la moneda más sobrevaluada luego de Suiza, afirmó que los costos de alquileres y otros gastos encarecen el precio de la clásica hamburguesa.
De este modo, utilizó el mismo argumento de Guillermo Moreno, quien sostenía que los costos determinaban los precios, cuando en economía está demostrado que son los precios los que determinan los costos de producción en que pueden incurrir las empresas.
Más aún, los precios que están dispuestos a pagar los consumidores por bienes y servicios determinan los salarios que pueden abonar las empresas y los precios que pueden pagar por los insumos. Se llama teoría de la imputación.
Para demostrar que el tipo de cambio está atrasado, no recurriré a comparaciones históricas ni a cálculos matemáticos o econométricos. Simplemente utilizaré lo más elemental del análisis económico.

El gráfico muestra las curvas de oferta y demanda. En el ejemplo, se observa que al precio de 1.000, el mercado tiene una demanda de C1. En ese nivel, el mercado está en equilibrio. A ese precio, la demanda está satisfecha. No hay faltantes.
La pregunta que surge es: cuando se establece un precio máximo, ¿se fija en el mismo nivel en que opera el mercado (en este caso, en 1.000), por encima (por ejemplo, en 1.500) o por debajo (en 800)?
Fijar un precio máximo en 1.000 no tiene sentido porque a ese nivel ya opera el mercado. Establecerlo en 1.500 tampoco es lógico porque el mercado opera por debajo de ese precio. Sólo tiene sentido fijar un precio máximo por debajo del nivel en que opera un mercado libre. En el ejemplo, en 800 pesos por dólar.
Al establecer el precio máximo en 800, la oferta se contrae a C2 porque los empresarios ofrecen menos bienes a ese precio artificialmente bajo, y la demanda se expande a C3 porque la gente quiere comprar más de algo que está artificialmente barato.
Un ejemplo es la energía. El kirchnerismo atrasó tanto las tarifas de los servicios públicos que la oferta se contrajo y la demanda aumentó. La gente usaba la ventana como regulador de temperatura: en lugar de bajar la estufa cuando hacía calor, abría la ventana.
El tipo de cambio oficial es un precio máximo, fijado arbitrariamente por el burócrata de turno.
Al establecer un precio máximo para el tipo de cambio, la oferta se contrae, la demanda se expande y se genera un faltante, que en el gráfico es la diferencia entre C2 y C3. Es lo mismo que ocurre cuando se fijan precios máximos y en el supermercado faltan productos: como la oferta no es suficiente a ese precio, se racionan las ventas por persona.
Restricciones cambiarias
El cepo es exactamente eso: el racionamiento de divisas como ocurre con los productos en los supermercados cuando hay controles de precios.
En una nota publicada el viernes pasado en un medio gráfico, Javier Milei afirmó: “Nadie puede determinar el vector de precios de equilibrio general intertemporal de donde se deriva la afirmación de que el tipo de cambio está atrasado, ya que su cálculo implica conocer las preferencias, la tecnología y las dotaciones, tanto de la economía local como de la mundial, y no sólo en el presente, sino también para el futuro”. Esta afirmación es correcta, pero se contradice al fijar a dedo el tipo de cambio.

Cuando el Presidente le indicó a Luis Caputo y al presidente del Banco Central, Santiago Bausili, que no fijara el tipo de cambio oficial en $600 sino en $800 como una de las primeras medidas de gobierno, estaba pretendiendo conocer el vector de precios de equilibrio general intertemporal. Más contradictorio, imposible.
El mismo Milei, en este párrafo, está diciendo que su decisión de fijar el dólar en $800 a mediados de diciembre de 2023 es un grave error de política y teoría económica. Si el tipo de cambio fijado entonces fuera de equilibrio, ¿por qué no lo libera? No pasaría nada.
Salvo que se argumente que hay una demanda reprimida de giros de utilidades y dividendos al exterior, y que una liberación del tipo de cambio haría que el dólar se dispare. Si ese fuera el caso, entonces el tipo de cambio actual no es de equilibrio porque está contenido por el gobierno y no responde al libre mercado.
En síntesis, el Presidente y su equipo económico está usando el tipo de cambio como ancla para contener la inflación y llegar a las elecciones con una tasa baja. Nada distinto a lo que hicieron otros gobiernos: poner la economía al servicio de sus necesidades políticas, aunque eso implique cierre de empresas y desempleo.
Como frutilla del postre, si Javier Milei se considera con poderes especiales para definir cuándo el mercado debe ser libre, también podría restablecer el cepo si así lo decide. Con estas decisiones, está demostrando no respetar la propiedad privada al obligar a los exportadores a vender sus dólares al BCRA por debajo del valor de mercado y generando incertidumbre porque el tipo de cambio depende de sus condiciones arbitrarias, no del libre mercado.
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