Benedicto XVI: el intelectual que llegó a ser Papa

El papa emérito, el tímido teólogo alemán que intentó reanimar el cristianismo en una Europa secularizada y que será recordado como el primer pontífice que renunció al cargo en 600 años, falleció el sábado pasado. Tenía 95 años

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Benedicto XVI, durante una misa en el Vaticano, en 2013 (AP Foto/Gregorio Borgia, Archivo)
Benedicto XVI, durante una misa en el Vaticano, en 2013 (AP Foto/Gregorio Borgia, Archivo)

El 19 de abril de 2005, el cardenal Joseph Ratzinger, que acababa de presidir el funeral de Juan Pablo II, fue elegido como el 265 sucesor de San Pedro. Consagrado el segundo día del cónclave, tras apenas 24 horas de sesión, su elección desafió una conocida máxima vaticana, ”aquél que ingresa como Papa sale como cardenal”, en el sentido de que los candidatos más obvios no suelen triunfar. Pero dado su respetado perfil como teólogo y clérigo, descontada su cercanía con Juan Pablo II y la certeza de que él continuaría el sendero tradicional del previo pontífice, surgió como una opción natural. Fue el primer papa alemán en cinco siglos y el más viejo (a la edad de 78 años) desde Clemente XII, 1730-40. Su hermano, Georg, narró en su obra del 2011, “Mi hermano, el Papa”, que Joseph era muy escéptico en torno a la misión que se le había encomendado:

“Cuando, poco a poco, la tendencia de la votación me llevó al entendimiento de que, para decirlo con simpleza, el hacha iba a caer sobre mí, mi cabeza comenzó a girar. Estaba convencido de que ya había llevado a cabo el trabajo de mi vida y podía esperar con ansías finalizar mis días pacíficamente. Con profunda convicción dije al Señor: ¡No me hagas esto!”.

No obstante, debió asumir las riendas de una institución antigua, global y seguida por 1.200 millones de fieles.

Joseph Aloisius Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en un pueblo rural, Marktl am Inn, en Alemania. Fue el tercero y último hijo del matrimonio compuesto por Joseph Ratzinger, comisario de gendarmería, y María Peintner. Vivió sus primeros años en Traunstein, localidad cercana a la frontera con Austria, a treinta kilómetros de Salzburgo.

Durante los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, a sus dieciséis años, fue reclutado por el ejército alemán como auxiliar de artillería antiaérea y soldado de infantería. Previamente había integrado las Juventudes Hitlerianas. Tras la muerte de Adolf Hitler, desertó y regresó a su casa. Fue capturado por las tropas norteamericanas y enviado al campo de prisioneros de Bad Aibling; el mismo al que fue trasladado otro soldado alemán, el futuro Premio Nobel Gunter Grass, al día siguiente. Décadas más tarde, cuando sea consagrado Papa, el hecho de haber vestido el uniforme de la Wehrmacht ocasionará un gran debate. “Humo blanco, pasado negro”, anotó críticamente el diario israelí Yediot Ahronot.

Entre 1946 y 1951 estudió filosofía en la Universidad de Frisinga y teología en la Universidad de Múnich. Recibió la ordenación sacerdotal en 1951 y dos años después se doctoró en teología con una tesis sobre San Agustín. Fue docente en las universidades de Frisinga, Múnich, Bonn, Munster, Tubinga y Ratisbona, donde también fue vicepresidente. A lo largo de su carrera académica, Ratzinger escribió numerosas obras teológicas que le valieron el respeto de sus colegas. Su sapiencia motivó al arzobispo de Colonia, cardenal Joseph Frings, a designar a Ratzinger como asesor experto (perito) durante las sesiones del Concilio Vaticano II. Integró además la Conferencia Episcopal alemana y la Comisión Teológica internacional y, en 1972, junto a otros teólogos prominentes, fundó la revista Communio.

En 1977, el papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Múnich y Frisinga, y poco después fue creado cardenal. En 1978 – recordado en la iglesia como “el año de los tres papas” – tras la muerte de Pablo VI, Ratzinger formó parte del cónclave que eligió a su sucesor, Albino Luciani (Juan Pablo I), quién murió 33 días después, y del cónclave que eligió entonces a Karol Wojtyla (Juan Pablo II) como nuevo pontífice. En 1981, el nuevo papa nombró a Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (nuevo nombre del Santo Oficio de la Inquisición), cargo que ocupó por dos décadas; y ofició también de asesor de Juan Pablo II, con quien compartía la experiencia de haber vivido bajo un régimen totalitario: comunista en un caso, fascista en el otro.

Ratzinger detentó varios cargos durante su derrotero clerical e intelectual. Hasta el año 2000 había recibido doctorados honoris causa de universidades de Estados Unidos, Perú, Alemania, Polonia, España e Italia. También fue comandante de la Legión de Honor de Francia.

Al momento de ascender al trono de Pedro, Ratzinger tenía ya treinta obras publicadas, y muchas más se sucederían durante su pontificado, en particular tres volúmenes celebrados sobre Jesús de Nazaret. Publicó tres encíclicas, las que son consideradas elevadas expresiones del magisterio pontificio. Ellas fueron Deus caritas est (2005), Spe salvi (2007) y Caritas in veritate (2009); para el 2013 había elaborado una cuarta que no alcanzó a publicarse antes del fin de su pontificado. Sus exhortaciones apostólicas post-sinodales Sacramentum caritatis (2007) y Verbum Domini (2010) son considerados documentos muy importantes. Pronunció a su vez una gran cantidad de mensajes, bulas y discursos durante los casi ocho años de su pontificado, entre los que merecen subrayarse, en la opinión del periodista y sacerdote español Antonio Pelayo, su Lectio magistralis en la Universidad de Ratisbona (2006) y ponencias ante Westminster Hall (Londres, 2010) y el Reichstag (Berlín, 2011). Según la Agencia Católica de Noticias, la cantidad aproximada de libros que había en su biblioteca personal llegaba a los veinte mil ejemplares, lo que da crédito a un perfil de lector erudito.

Ratzinger fue apodado “el Rottweiler de Dios” por sus posiciones conservadoras, y su gestión le valió el aplauso de los sectores tradicionalistas y la crítica de los espacios progresistas. Su hostilidad al relativismo moral sea posiblemente la insignia de su pontificado. Se le atribuyó promover cierto supremacismo católico por sobre otras denominaciones cristianas, especialmente tras la publicación de Spe salvi, “al subrayar la prerrogativa del Vaticano de representar a la única Iglesia derivada del mandato de Jesús a sus apóstoles de propagar por el mundo su mensaje” conforme describió Deutsche Welle. Su devoción por su iglesia lo expuso a roces con otras religiones. El bautismo público en 2008 del famoso apóstata egipcio-italiano islámico Magdi Alam ofendió a la grey musulmana, en tanto que el levantamiento de la excomunión que pesaba sobre el obispo británico lefrevista, antisemita y negacionista Richard Williamson, en 2009, causó estupor entre los judíos. Sus años papales estuvieron sacudidos por numerosos escándalos, externos e internos. De manera destacada, la filtración de documentos vaticanos secretos que expuso hechos de corrupción en 2012, conocida como Vatileaks, y el destape, dos años antes, de múltiples y graves casos de abusos sexuales sacerdotales de vieja data.

Ratzinger, como cardenal o pontífice, dio la impresión de alguien inclinado hacia la provocación. Entre sus pronunciamientos más polémicos se recuerdan hacer propia, en 1990, la afirmación del filósofo Paul Feyerabend, quien sostuvo que “en la época de Galileo la iglesia fue mucho más fiel a la razón que Galileo, y el juicio que la iglesia le hizo a Galileo fue razonable y justo”; su declaración durante un viaje a Brasil en 2007 para inaugurar la V Asamblea de la Conferencia Episcopal Latinoamericana que “el anuncio de Jesús y de su evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña […] Cristo era el salvador que anhelaban silenciosamente [los indígenas de América]”; y asegurar en 2009 durante su primera visita pontificia a África -donde veintidós millones de personas estaban entonces contagiadas de HIV y reunía al 90% de los niños infectados a nivel mundial- que “no se puede solucionar el problema del SIDA con la distribución de preservativos”.

“Joseph Ratzinger puede ser un gran teólogo, pero Benedicto XVI resulta ser un político mediocre”, señaló el sociólogo francés Éric Fassin. “O por lo menos, esta fue la convención social…”. La difunta escritora italiana Oriana Fallaci, famosa por su ateísmo y denuncia del islam radical, afirmó: “Me siento menos sola cuando leo los libros de Ratzinger”. Su biógrafo preeminente Peter Seewald, observó: “El mundo está profundamente dividido sobre como entender a Benedicto XVI. Él es considerado uno de los pensadores más inteligentes de nuestra era. Al mismo tiempo ha sido una figura controvertida”.

Pero incluso sus detractores podían reconocer su agudeza mental, su erudición teológica, su excelencia académica y su lealtad a sus principios. También se le reconocieron sus varios talentos, como políglota o pianista con afición por Mozart (“la música de Mozart encierra toda la tragedia de ser hombre” afirmó en La sal de la Tierra), y su fidelidad al legado de la Iglesia católica. Su pasión religiosa se expresó en formas inesperadas cuando firmó un contrato con Geffen Records -el mismo sello de Nirvana- para grabar sus oraciones a la Virgen María, las que se editaron en el álbum navideño “Alma Mater” en noviembre de 2009.

El 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI sorprendió al mundo al anunciar su renuncia al papado. Dirigiéndose en latín a los cardenales en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico, afirmó:

“… Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario también el vigor, tanto del cuerpo como del espíritu; vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.

Fue un acontecimiento histórico, con antecedente semejante seis siglos atrás. Por fortuna para Ratzinger, su salida fue menos dramática que la primera renuncia papal, la de San Clemente I, quien abdicó en el año 96 y al año siguiente fue arrojado al Mar Negro encadenado a un ancla. A lo largo de la historia ocho pontífices renunciaron al ejercicio papal, indica la Enciclopedia Católica online. Su estatus de Papa emérito se terminó extendiendo más que la duración de su pontificado.

“Sabéis que para mí este es un día distinto de otros anteriores. Ya no soy Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Todavía lo seré hasta las ocho de esta tarde, después ya no”, dirá poco más de dos semanas después, desde el balcón de la residencia pontificia de Castel Gandolfo, en su última alocución como Papa. “Soy simplemente un peregrino que empieza la última etapa de su peregrinación en esta tierra”.

Ese peregrinaje llegó a su destino final. Perdurarán sus enseñanzas, sus reflexiones y su legado; tan criticado como celebrado.

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