Nuevo gabinete, mismas contradicciones

La llegada de Massa, junto a el recambio de funcionarios en algunas áreas, introduce nuevos condimentos. Pero el Presidente ya firmó su obsolescencia y la vicepresidenta sigue enfocada en la Justicia. Los problemas económicos no se resolverán por arte de magia

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Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa
Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa

Hallar una pizca de continuidad y coherencia en esta etapa del kirchnerismo es una tarea prácticamente irrealizable. En apenas dos años y medio de gestión, han roto límites y puesto a prueba la capacidad de asombro de una sociedad que conoce mucho de vaivenes e incertidumbre, pero que desde el retorno de la democracia no había experimentado semejante nivel de desorientación en el Gobierno.

Mucho se dijo y se escribió sobre la conducción bicéfala de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Al primero le pusieron delante una candidatura inesperada; la segunda hace muchos años que prioriza los beneficios electorales sobre la responsabilidad institucional. El desequilibrio macroeconómico y la conflictividad social en ascenso son los resultados tangibles de esa dinámica imposible.

La Constitución de 1994 introdujo algunas modificaciones para atenuar el hiperpresidencialismo que no tuvieron los efectos buscados. La figura presidencial continúa concentrando un amplio poder de decisión, a expensas de la división de poderes. Allí está, quizás, el inconveniente político elemental de la Argentina: el Presidente -por la combinación de su incapacidad propia y el sabotaje de sus aliados- está muy lejos de cumplir lo que se espera de su investidura.

La llegada de Sergio Massa al gabinete introduce nuevos condimentos a una receta inédita. Un Presidente que firmó su obsolescencia; una vicepresidenta enfocada en la Justicia, moviendo el tablero para desestabilizar en caso de que reciba una condena por el juicio de la obra pública; y un Ministro que va tomando la gestión con la esperanza de llegar al 2023 como la opción más razonable del peronismo.

Es curiosa y notable la metamorfosis de los objetivos generales del Frente de Todos. De la convocatoria a la unidad y a un nuevo contrato social en diciembre de 2019, al crudo y realista “que esto no nos explote a nosotros” de las últimas semanas. Queda un largo recorrido para llegar a las elecciones presidenciales y, sin lugar a dudas, las condiciones en las que el próximo gobierno asumirá sus funciones serán muy complejas.

En los primeros días de Massa podemos advertir un reconocimiento mayor de la gravedad de la crisis. Sin embargo, ni exponer intenciones y lineamientos, ni renovar funcionarios, equivale a implementar medidas concretas. La expectativa que despertó su llegada al Gobierno motivada en gran parte por su mismo entorno deberá tener un correlato en un programa económico.

En otras palabras, el tigrense es un interlocutor más agradable para los mercados y los organismos multilaterales que sus predecesores y la reconfiguración del Gabinete invita a pensar que se reducirá en algún grado la descoordinación gubernamental. Sin embargo, la sangría de dólares del Banco Central, la inflación y la incertidumbre política no van a ceder por arte de magia.

Un interrogante clave es cómo el Gobierno va a respaldar políticamente el giro a la ortodoxia económica que representa el nuevo ministro. Grabois ya puso en duda la continuidad de su espacio en el Frente de Todos. La CGT y las organizaciones piqueteras no se quedan atrás con sus reparos. En el Congreso quedó demostrado en más de una oportunidad que el bloque oficialista no ofrece garantías.

Este también es un mensaje categórico para la oposición. Si buena parte del problema es político, evidentemente la solución tiene que venir por ese lado. La construcción de una nueva mayoría social, en torno a un rumbo viable para la Argentina, no es una proclama electoral, sino una obligación republicana. La fuerza política que, con empatía y determinación, asuma como propio ese desafío, picará en punta para llegar al poder el año que viene.

Hay que sacarse miedos y prejuicios anacrónicos para salir a incorporar nuevos sectores que adhieran a la visión de un país moderno, con un Estado eficaz, confiable y promotor de la iniciativa privada. El próximo Gobierno no tendrá una primavera de 100 días; inmediatamente deberá restablecer la autoridad presidencial, reparar el vínculo entre la Nación y las provincias, y hacer de la educación y el conocimiento los ejes principales de las décadas venideras.

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