La Diáspora Argentina

Cómo transformamos una tierra de promesas en una patria expulsadora

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Se dice que seis de cada diez jóvenes se quieren ir a buscar un mundo nuevo
Se dice que seis de cada diez jóvenes se quieren ir a buscar un mundo nuevo

No hay partida sin dolor y si bien, la esperanza, que nunca es vana, diría Jorge Luis Borges, seguramente mitigará en algo la herida del dejar, solo el tiempo y quizás el olvido podrán llenar ese agujero dejado en el alma. Marcharse contiene una cuota de fracaso personal, pero sin duda y más aún, es fruto y consecuencia de un marasmo colectivo. Nadie partiría a un nuevo lejano si lo que tiene en el cercano le daría contención y prosperidad. Irse significa no solo dar la espalda a sus lealtades y cariños, sino que es también cortar en miles de pedacitos su corazón y dejarlo así esparcido por su tierra, que no es otra en la que usted se formó y seguramente sus anteriores también.

Siempre me cautivaron los movimientos migratorios. Para los que se espantan de manera obtusa acerca de los que se van del país en estos tiempos, les ruego que tomen un poco de distancia y observen los grandes cambios de las poblaciones en los últimos 500 años, por tomar una simple referencia. El planeta y sus hombres jamás estuvieron quietos. Pensar en un mundo estático es ser parte de un conservadorismo cavernícola. Es extremadamente difícil encontrar habitantes (en casi cualquier parte del mundo) que tengan más de tres o cuatro generaciones en una misma comarca. Es un círculo virtuoso, donde primero llegaron nuestros abuelos (por tomar un punto de partida) se establecen y es así, como buscando el progreso, dejan atrás seguramente carencias y lugares sin destino. Nacen entonces sus hijos que crecen y prosperan desde ese pobre y escaso basamento, alcanzando seguramente estudios mayores. Todo hasta el momento en que en la tercera o cuarta generación se da cuenta que el ciclo ya está cumplido y es hora de partir nuevamente.

Dicen algunas estadísticas que 1.200.000 argentinos han emigrado en los últimos años, pero poco se dice que un número similar ha inmigrado a nuestra tierra, básicamente de Paraguay, Bolivia, Venezuela, Perú. ¡Oh! Que escándalo no vienen a radicarse aquí ni suizos ni noruegos, ni altos ni esbeltos de ojos azules. Tampoco eran nórdicos los que llegaron a finales del 1.800 o comienzos del 1.900. Más bien eran tanos, gallegos y judíos que terminaban amontonándose en conventillos o zonas marginales de las grandes ciudades. Por supuesto que hubo excepciones. Sus trabajos iniciales no eran precisamente de alto valor calificado y más aún, y aunque nos moleste, eran tratados como ciudadanos de segunda ya que no pertenecían a la elite que llevaba en el país no mucho más que 50 o 100 años. En este párrafo no puedo dejar de marcar que las familias patricias de ese entonces eran fruto de europeos llegados a principios del 1.800, que ejerciendo el comercio (y su primo hermano, el contrabando) fueron creciendo para luego expandirse de la mano del trabajo, del esfuerzo y alguna que otra ayuda de los gobernantes de turno, hacia una Argentina agrícola.

Fue cuando las Pampas dejaron de ser malezas para pasar a ser maizales, las vías de trenes se perdían entre horizontes buscando recoger la riqueza de nuestros húmedos y fértiles llanos. La rica Argentina de hace más de 100 años fue justamente el resultante de una apertura al mundo y de un crisol de razas que entremezclados pusieron al país de pie. Nuestro país es y será siempre, un gigantesco mosaico de castas. Ser argentino es una mescolanza de toda esa historia. Somos tierra de paso por más que nos duela. Estamos muy lejos geográfica, social y económicamente de todas las naciones ricas. Sumado a esto, los continuos agudos problemas de estabilidad nos convierten (y seguirán convirtiendo) en un maravilloso trampolín hacia otras regiones. Sumergidos en un 50% de pobreza y en una decadencia sin salida, aún así, somos un país que exporta talento. Es claro que se van los más preparados ya que en los países de arribo serán buenos y de bajo costo. Al mismo tiempo y hacia aquí llegan compadres latinos que escapan también de la pobreza.

Muchos escandalizados dirán que “vienen para votar o para que le den un plan”. No todo es tan así. Tengo la edad y los conocimientos suficientes para saber que nuestros antepasados también fueron recibidos con alguna ayuda y que luego los hacían votar… al caudillo del momento.

Nuestros emigrantes marchan básicamente para España o Italia, en una gentil y sutil devolución de nuestros abuelos y también por ciertas facilidades de visados. Pero la gran meca sigue siendo Estados Unidos de América, sin duda la Tierra de las Oportunidades, pero también munida de sólida protección fronteriza. Me pregunto últimamente si USA tendrá necesidad de profesionales de alto nivel a los cuales debiera pagar (en su suelo) arriba de los U$D 100.000 anuales, cuando con el trabajo a distancia los puede tener en Latinoamérica por no mucho más de la mitad o menos. Donde algunos ven una amenaza, este humilde escritor ve una enorme oportunidad. Si Usted es bueno en lo que hace, es constante y es barato, le aseguro que le irá bien aquí y en cualquier lugar del mundo.

El crecimiento y la riqueza luego vendrán solos. Un mundo integrado por las telecomunicaciones acelera la globalización y empieza a ser cierta la aseveración de Alvin Toffler, cuando afirmaba que el concepto Patria-Nación-Estado entraría en crisis en el Siglo XXI. Nuestros hijos saben más del Barcelona o del PSG que de sus clubes locales y es ya un desafío enorme determinar cual es el “Ser Argentino”. En términos estadísticos, según Banco Mundial, entre el 2% al 4% de la población de un país emergente siempre está en actitud movilizadora de migrar. Cuando un país ya cayó en la pobreza y en la desesperanza, esa cifra sube al 5%-6%. Es entonces cuando vemos desgarradoras imágenes de balsas, conteiner que llevan muertos en vida o escapes de familias con niños a través de custodiadas fronteras. La pobreza busca resguardo y nuevos caminos. Es así desde que el mundo es mundo.

Hoy estamos presenciando que la tasa del “raje” (perdón por la frase barrial) está en ese 6% indicado y peor aún, se dice que seis de cada diez jóvenes se quieren ir a buscar un mundo nuevo. Seguramente, hoy están intentando migrar los más preparados ante el infortunio que tienen delante. En términos prácticos todos somos migrantes o descendientes de alguien. A lo largo de la historia hemos tenido diásporas judías, africanas, gallegas, palestinas, armenias, vascas, chinas, cubanas, venezolanas, turcas, moriscas, griegas. Casi no ha habido región del mundo que esté libre de no ver partir a parte de sus habitantes. El “Nadie es Profeta en su Tierra”, pareciera que fue pensado para nosotros mismos pero es una verdad universal. Nuestros médicos, ingenieros, profesionales de cualquier paleta suelen triunfar en otras regiones donde aquí no lo lograrían y en el caso en que lo hagan, serían mirados con recelo y desconfianza (“en algo raro andaba”). Pero atención, al igual que nuestros abuelos cuando llegaron por aquí, con ellos también parte una porción de nosotros mismos. En miles de estos pibes pusimos enseñanza, ejemplos y códigos que hoy deberán validar en otras tierras. Tienen con que dar batalla y eso no es poco. Buscar saciar su hambre de desarrollo hará el resto.

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