“Que se rompa para que yo me salve”: la perversa ética de la “Reina” Cristina

Desde hace mucho, la Vicepresidenta no es la dueña de los votos. Pero como mucho lo creen, entonces lo es

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner

Llovido sobre mojado

El domingo 12 de septiembre, en lo que ya parece una eternidad, el oficialismo perdió las PASO por guarismos preocupantes. Como suele repetirse en clave admonitoria: la voz del Pueblo habló. El problema es que la determinación del mensaje suele correr más por el lado de antojadizas hermenéuticas de cabotaje que por el de elaborar un razonable mapa de posibilidades.

En efecto, las razones de la derrota pueden ser múltiples, variadas y disímiles. Ciertamente -verdad de Perogrullo- la voz del Pueblo se inclinó más por opciones opositoras que oficialistas. Pero resulta arbitrario y ficcional suponer que, tal como pretende Cristina Kirchner, el único mensaje fue que el Gobierno debía cambiar su plan (o ausencia de plan) económico por otro hecho a la medida del Instituto Patria. Ciertamente, si la situación económica hubiera sido mejor, el resultado hubiera sido diferente. Pero -¡chocolate por la noticia!- eso corre tanto para este gobierno como para el de Mauricio Macri o el de cualquier otro.

La verosimilitud de lo anterior no invalida suponer que la voz del Pueblo quizás pueda también haber expresado que no le gustaba la sombra de Cristina sobre el gobierno de Alberto. Ese permanente aliento en la nuca horadando día tras día la autonomía y la investidura de un Presidente que, más allá de pactos electoralistas, fue legítimamente votado por ese mismo Pueblo que habló en las PASO.

Tampoco puede descartarse que la voz del Pueblo pueda haber pedido también que el Presidente honre la promesa de “volver para ser mejores”. Y ser mejores en aquel contexto quizás fue escuchado por ese Pueblo como: menos beligerantes, menos facciosos, menos fundamentalistas, menos negadores, menos soberbios, menos mesiánicos, menos hegemónicos o menos agrietados. Es decir: menos kirchneristas. O menos cristinistas.

Porque si el apotegma de la unidad que coronó el éxito electoral de 2019 fue “Sin Cristina no se puede, pero con Cristina no alcanza” significaba que Alberto era quien debía sumar no solo lo que faltaba, sino lo que Cristina restaba. Ante lo cual surge la pregunta obligada: ¿Por qué se sorprendería Cristina de un resultado donde el factor que debía sumar fue prolijamente seccionado por los loteos de su gobierno, por el control de las cajas estatales y por un aquelarre de voces que pretendían marcar la cancha de una gestión sobre la que declamaban estar unidos?

El domingo 12 de septiembre la derrota había sido suficiente para que en el Frente de Todos primara, sino la calma, al menos la sabiduría ante la adversidad.

Pero lo que sobrevivió fue una exacerbación de la primigenia herida, donde la cara del poder real detrás del formal se manifestó con salvaje vehemencia.

Si fuerzas algo hacia un fin, se produce lo contrario. Adagio popular

Luego de cinco días frenéticos decantó una salida: el Gobierno del Presidente Alberto Fernández ha sido intervenido y colonizado por la voluntad de la vicepresidente Cristina Kirchner.

Lamentablemente para la institucionalidad del país, la palabra del Presidente expresada el día jueves voló por el aire al día siguiente.

Alberto Fernández había dicho entonces: “La gestión de gobierno seguirá como yo estime conveniente, para eso fui elegido”.

Pero, horas después Cristina Kirchner envió la carta que terminó desencadenado que el Presidente diseñe su gabinete básicamente a imagen y semejanza de su vice (aunque con los disimulos lógicos para que la intervención no parezca alevosa)

La síntesis es tan austera como certera: ganó Cristina. La pregunta es tan sencilla como obligada ¿Qué es lo que ganó? Lo cual conduce a una tesis mayor en clave de paradoja: acaso Cristina ganó la batalla contra un Presidente jaqueado a quien se le cerraron los caminos; pero, ironía del destino, transcurrida la primera de las 8 semanas que restaban para las elecciones generales, el deshilachado Frente tiene ahora menos tiempo y quizás mayor distancia para remontar en noviembre.

Quizás el presidente Alberto Fernández tuviera razones valederas para suponer que era mejor realizar cambios sustantivos después de noviembre y no ahora. No era descabellado suponer que cualquier cambio ejecutado podría no alcanzar para remontar un resultado adverso en noviembre y, por ende, quedaría obsoleto y obligando a un relanzamiento que nacería desgastado.

Quizás la Vicepresidente tuviera razones para suponer que era mejor realizar los cambios ahora, porque de esperar a noviembre se corría el riesgo de perder por inercia.

Quizás lo más sensato y saludable era que ambas estrategias políticas confrontadas fueran razonablemente dirimidas y consensuadas. Pero, una vez más prevaleció la autosuficiente ira de Cristina.

Entonces, entre marchas y contramarchas, se perdió una valiosa semana, solo para terminar conformando un gabinete incomprensible que expresa más una formación de compromiso entre una postal del pasado y la amortiguación de daños del presente, que una síntesis superadora capaz de avanzar con solvencia hacia un rumbo cierto que, por lo demás, continúa ausente.

Cristina Kirchner: entre el capricho y la temeridad

En abril de 2020 hubo un presidente que, junto a enfermeros y médicos, era aplaudido y vivado por la ciudadanía todas las noches. Ese presidente aclamado que aparecía con un perfil dialoguista, responsable y sereno llegó a tener un 80% de aprobación pública. Y podía referir con naturalidad que el Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta era su amigo.

Pero, ya lo sabemos, los momentos felices suelen ser fugaces. Porque la realidad adversa siempre acecha a la vuelta de la esquina. Al fin y al cabo, nadie tenía una receta clara para afrontar una pandemia. Y por si eso no fuera poco, apareció Cristina. O el sello de Cristina. O su sombra.

La privatización de Vicentín, la reforma de la Justicia, la toma de fondos de CABA para atender crisis policiales de la provincia de Buenos Aires, las críticas arteras a la ciudad opulenta gobernada por su ahora ex amigo prontamente devenido en blanco opositor, etc. Entonces la sombra de Cristina dejó de ser una entelequia espectral para constituirse en una realidad fáctica.

Ciertamente sería injusto atribuir los errores del gobierno a la injerencia de Cristina. Es claro que el Vacunatorio VIP y el Olivos Gate fueron de cosecha propia. Pero no es menos cierto que, día a día, mes a mes, el Presidente Alberto Fernández se fue “kirchnerizando”. Sea en nombre de la Unidad, sea por necesidad o por mero instinto de supervivencia, lo cierto es que Alberto ya no volvió a ser aquel presidente aplaudido, sino el socio minoritario de una coalición cuya voz más potente se hacía escuchar.

En la historia Bíblica, el Rey Salomón debe dirimir el reclamo de dos mujeres que se disputan la maternidad de un niño, en el marco donde a una de ellas se le había muerto un hijo. Cada mujer argumenta ser la verdadera madre del niño vivo. El Rey Salomón pide una espada para sacrificar al niño y conceder así una mitad a cada mujer. La verdadera madre, para salvar a su hijo, miente y consiente en entregarlo a la falsa madre. Entonces Salomón le otorga el niño a la primera luego de concluir que solo la verdadera madre podría renunciar en aras de salvaguardar a su hijo. Siglos después, Sigmund Freud, reinterpreta esa historia de un modo inverso: Salomón podría haber llegado a la misma conclusión identificando a la falsa madre. Solo una madre que acaba de perder a su hijo podría consentir la muerte del ajeno, regida por una lógica de hierro: “Si yo he perdido a mi hijo, entonces que ella también pierda el suyo”. Parafraseado la historia de modo simple: “Si algo no será para mí, hasta arriesgaría llegar a perderlo”.

¿Por qué Daniel Sicioli no fue electo presidente en 2015? Como con todo contrafáctico no habrá respuesta contundente. Por aquellos años solía afirmarse que Cristina tenía una profunda subestimación hacia el motonauta gobernador. Para un alma narcisista no hay nada peor que el triunfo de alguien al que se valora como inferior. “Si no es para mí, entonces que no sea para nadie”. Menos para un mediocre. A veces, para poder ganar después, es necesario perder antes. ¡Sobre todo cuando quien pierde es otro!

Ya lo decían en el barrio: para ser un triunfador te la tenés que creer. No existe ningún animal político que, de algún modo, no se piense a sí mismo como superior. Y si uno se cree superior, los otros serán siempre subordinados. Meros actores de reparto de una gran trama tejida por hilos de egolatría.

El poder se expresa de múltiples maneras. A veces, como emanación de un ego inflado.

“Patear el tablero” es una buena metáfora de la temeridad. Durante las últimas horas, varios analistas políticos refirieron que Cristina Kirchner pateó el tablero. En algunos juegos de los vínculos interpersonales no siempre gana el más inteligente, ni el más ecuánime, ni el más sabio, sino el más temerario.

El poder se expresa de múltiples maneras. A veces, en la temeridad.

“Cristina es la dueña de los votos”. O de las mitologías que nos determinan

Alguna vez Cristina Kirchner sacó un 54% de los votos. Sin duda, fue un resultado magistral. Néstor Kirchner había fallecido hacía poco. Por aquella época, el consultor Jaime Durán Barba sugería a Mauricio Macri que desistiera de su candidatura presidencial. Su consejo era minimalista: es imposible ganarle a una viuda.

Sin duda, el 54% de los votos de Cristina no fue porque era una viuda sino porque era una gran política. Aunque no es menos cierto que una gran política que no hubiera enviudado quizás habría obtenido algo menos.

Una vez más, se trata de contrafácticos incontrastables. Pero la realidad de aquel 54% instauró una serie de mitos que aún acechan la política argentina bajo la realidad del mal entendido. Cristina era invencible. Cristina era eterna. Cristina era entonces (y para siempre) la dueña de los votos.

Cuando la dama regresó en 2017 mostró que aún podía seguir dando muchas batallas. Pero fue más aquel mito que el austero 37% finalmente obtenido lo que infló su verdadera competividad. Y esa inflación mitológica le sirvió para -“Sinceramente”- convencer al vasto universo peronista ávido de mitos, que el verdadero regreso era posible.

Entonces, aunque los números no le daban, su inteligencia estratégica pergeñó la alquimia necesaria para consumar el regreso. Alberto y Cristina. La magia de la Unidad. La continuación del mito.

Quien escribe está líneas midió al menos en 10 ocasiones (entre abril de 2020 hasta hoy mismo) qué desempeño tendrían Cristina Kirchner y Alberto Fernández si compitieran en una hipotética elección. Invariablemente ganó el presidente. En Abril de 2019, la proporción era de 70 a 30. Hoy es de 55 a 45 (con la salvedad de que Cristina Kirchner suele oscilar entre 15 y 20 puntos, mientras que Alberto Fernández alcanzó los 50 puntos en abril de 2020 y hoy apenas llega a 17).

Invariablemente los resultados de esos estudios nunca generaron la más mínima curiosidad mediática, todas las veces que fueron difundidos. Como sostuviera el psicólogo Jerome Bruner: cuando una hipótesis es muy fuerte, se necesita mucha información contraria para refutarla. Y los mitos son algo más que hipótesis fuertes. Hipótesis tan fuerte como los paradigmas, que producen una ceguera que impide pensar más allá de los mismos.

Como los paradigmas, el poder es en última instancia una atribución colectiva. Si todos piensan que alguien tiene el poder, entonces ese alguien tiene el poder. Desde hace mucho, Cristina Kirchner no es la dueña de los votos. Pero como mucho lo creen, entonces lo es.

Cristina kirchner cantó 33 de mano y no siquiera alcanza a 20. No importa. Muchos le creen. O le temen. O porque le temen, le creen. Vaya uno a saber.

Como la vida, la política es también una expresión del mal entendido.

Como en la vida, en la política suelen ganar los más audaces. Aunque a veces sean los más temerarios.

Como en la vida, cuando en la política se juntan la egolatría y la temeridad, se está dispuesto a patear el tablero de todos para salvar la vanidad propia.

Extraña paradoja en quien alguna vez ha predicado que “La Patria es el otro”.

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