
La belleza de Salma Hayek corre pareja con su talento. Sus actuaciones y sus producciones, por lo general, integran ambas esferas. A los 54 de su tiempo, la mexicana de Coatzalcoalcos, Veracruz, es una estrella de cartel grande que pasa de largo el típico de la actriz latina. Hija de Sami Hayek y Diana Jiménez, empresario pero también político de origen libanés y cantante lírica de abuelos españoles, respectivamente, ella es pequeña y perfecta desde los pies a la cabeza. Con un gran pelo negro, siempre será una figura sexy y, a la par, empática, seductora. Hay que resistir esa sonrisa y la cara que el cine en producciones eclécticas y siempre ganadoras no han dejado de generar admiración y sensualidad desde que empezó a hacerse famosa con el culebrón de tele Teresa, un éxito de esos que paran la comida para ver y escuchar a la heroína. Fueron varias temporadas. Salma se avecina desde entonces a las grandes de México. Pongamos Dolores del Río. Pongamos María Félix. En otra onda, puede ser, pero hacia la misma devoción y en paisajes distintos.
Salma se va para arriba.
Con “El callejón de los milagros”, un gran film de Jorge Fons que traslada al Distrito Federal desde El Cairo y la novela de Naguib Mahfouz, Premio Nobel egipcio, Salma hizo el papel de una chica con poco que perder, divina y sin mayores obstáculos para conseguir lo que sea. Así, dio el gran salto. Estados Unidos, el vecino, llamó: “Vení, Salma”. Y fue. Ya había ido y vuelto varias veces: estudios de arte dramático, mímesis gringa necesaria, inglés, pero no se deja de reconocer -de vez en cuando- un acentito de los que van bajo la piel. Del acento zafaron bien Javier Bardem y Antonio Banderas -zafaron es la palabra- y ridiculizó a Gardel. Claro que hizo prueba de calidad ganadora en “El coronel no tiene quien le escriba”, en cine por Arturo Ripstein, con la novela corta y admirable de García Márquez. A pura y contenida actuación, con el valor agregado de todo lo que lleva el cuerpito humano que le han dado el destino y la genética. Quiero decir que Salma Hayek va bien tanto para un roto como para un zurcido. Los directores llamemos intelectuales o el regocijo pop y lleno de tabasco y marcha de Robert Rodríguez, su Mariachi, su guitarra, su pistolón y a vivir que son tres días. Lo mismo para “Wild Wild West”, con Will Smith. O la segunda parte de “El otro Guardaespaldas”, con Ryan Reynolds y Samuel Jackson, donde, volvemos a los 54, por decisión de incluir de su iniciativa iniciar al personaje, Sonia Kincaid –estafadora audaz y valiente, muy de armas llevar- que pasa su período de menopausia durante la trama.
Toda una discusión acerca del tema, que impuso como parte productora: “Se trata de una mujer en todo sentido”, cerró cualquier argumento. Desde hace tiempo maneja el aspecto de arte y el industrial de sus asuntos. En poco tiempo se la verá en “Eternals”, producción de superhéroes inmortales de Disney, mientras dedica a su marido y a Valentina, la hija de los dos.

Marido
Lleva Salma Hayek está casada con Francois-Henri Pinault hace quince años (si se cuentan cinco de convivencia experimental). Es uno de los hombres más ricos del mundo. Se conocieron en el palacio Pissi de Venecia y flechazo sin más. El gran casamiento fue en el teatro La Fenice, restaurado después de un incendio, y fue literalmente todo el mundo. Pinault, que es un tipo cordial y de carácter amable, está a la cabeza del grupo que preside y reúne las marcas de mayor prestigio en el negocio del lujo: Yves Saint Laurent, Gucci, Alexander McQueen, Stella McCartney, pónganle ustedes, y agreguen la clásica revista Le Point, parte importante del diario Le Monde, el canal RTF1, numerosas tiendas, un museo (el Palazzo Rissi, donde se conocieron), la totalidad de Puma: 30.000 millones de dólares. Francois-Henri tienen gestos notables: 100.000.000 fueron para reconstruir la catedral de París, Notre Dame, en gran medida dañada tal vez por un ataque terrorista. No se queda atrás con sigilo Salma con ayudas a inmigrantes. Después de superar su covid en la casa de Londres, no deja de salir al ruedo por su marido: “Hay un prejuicio y discriminación sobre los ricos por serlo, no importan sus virtudes, sus esfuerzos”.
Es cierto. Siempre fue así, con excepción de los Estados Unidos, donde el rico es admirado y respetado. Mentes distintas. Con ganas de leer un libro que lo lleve a meterse en las páginas, descansar y estar con la menor angustia posible al acecho. Salma Hayek trascurre estas horas. Con su matrimonio en armonía, los ricos también lloran pero menos, lo sabe. Y la poderosa atracción que lleva consigo en las puertas de sus fantásticos calendarios, es la victoria del fruto maduro.
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