La demagogia del gallinero y la intolerable perpetuación del fracaso de un país que no encuentra el rumbo

El voto argentino como una explicación del fracaso de la dirigencia política

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Alberto Fernández anunció nuevas medidas contra el coronavirus desde la quinta de Olivos
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Tigre Blanco es una película india nominada al Oscar 2021 por su guión. Describe un panorama muy duro de la realidad de esa nación, pero que tiene ciertas semejanzas con la realidad nacional y popular que habitualmente no vemos, o no queremos ver. India y Argentina son dos naciones muy distintas, pero tienen puntos de contacto que explican las diversas realidades de cada país. La demagogia, la corrupción, la falta de valores, el gobierno para la perpetuación del poder, son algunas de las similitudes que reflejan las desigualdades sociales de ambos pueblos. La película alude al “gallinero” como una manera de identificar a la sociedad, donde las gallinas representan a los ciudadanos de a pie, los que no tienen privilegios. Las desigualdades son tan intensas como las que vivimos en nuestra aldea empobrecida por décadas de desaciertos de la dirigencia, hoy enfocada en las elecciones de medio término, no en la reparación de una nación al borde del precipicio.

En el gallinero de la demagogia debemos recordar a Mencken (1880-1956): “Un demagogo es aquél que predica doctrinas que sabe que son falsas, a personas que sabe que son idiotas”. Mencken fue un periodista y crítico social, influyente en la primera mitad del siglo pasado en EEUU. Uno de los problemas que debemos enfrentar, para luego comenzar a desenredar la madeja del gallinero es que una gran parte de la sociedad no busca estar informada, sino “afirmada” en sus propias conclusiones, lo que nos convierte un poco en idiotas (en palabras de Mencken) o en las gallinas del gallinero. Así las medias verdades obtienen el certificado de certeza tan característico del negocio de la grieta “Nac&Pop”.

Puertas adentro, en el gallinero de la demagogia, las medias verdades son verdades absolutas, que permiten discutir y contradecir verdades inobjetables, como por ejemplo los bolsos que el Sr. López tiro por encima de los muros de un convento no son producto de actos de corrupción. Son otra cosa. En el mejor de los casos un delito cometido por una sola persona. La demagogia del gallinero es una artimaña frecuente que utiliza nuestra clase dirigente para obtener el poder político apelando a la distorsión de la realidad mediante la estructuración del propio relato, que, a su vez, es amplificado por la orquesta de los relatores del relato como modo de expandir su alcance. Luego de votados, el único norte es su propia agenda y la perpetuación en el poder de su proyecto político. Llama la atención que los críticos feroces del pasado, los que prometieron poner entre rejas a los corruptos que malversaron las arcas del estado, hayan desistido de tan nobles promesas, pasando a formar parte de ese mismo sector de la política nacional que otrora denostaron ferozmente. El prestigio no es un bien que se pueda comprar en el kiosco de la esquina. Se tiene o no se tiene.

El voto argentino es la comida del gallinero de la demagogia en el cual hemos elegido “colectivamente” vivir. La forma en que los argentinos votamos es una rara avis, casi inentendible, donde variables importantes ni siquiera son consideradas por la gran mayoría de los ciudadanos que concurren a las urnas (por ejemplo la corrupción entre las más destacables). El espíritu democrático nacional tiene un fuerte contenido ideológico, en gran medida a consecuencia de la recuperación de la democracia de manos de la dictadura. El voto es una elemento esencial de la democracia republicana. El acto de votar es una ceremonia en sí misma que consagra la vida en democracia y la igualdad de los ciudadanos. Lamentablemente en la demagogia del gallinero se ve empañada por el clientelismo político y el uso (y abuso) de un sector importante de la población que son llevados a las urnas como gallinas al matadero, para votar un modelo de gobierno que solo les asegura que serán sostenidos en el mismo lugar sin posibilidad alguna de asenso social. Tan triste como real es la perpetuación del gallinero nacional y popular.

La vinculación actual entre la forma de votar y la democracia como forma de gobierno no es una relación sana. Las mejores democracias se presentan en las sociedades donde el voto es libre y voluntario, no obligatorio. Va a votar el que quiere hacerlo. La calidad de las instituciones democráticas en nuestro país es hoy paupérrima. Todo esto redunda en un debilitamiento del sistema democrático argentino. En un país altamente democrático como EEUU, donde el voto es voluntario, se registró un nivel record de votantes a consecuencia del efecto Trump, donde se llego incluso a tomar el capitolio en un hecho sin antecedentes en la historia del país del norte, como consecuencia de la división y fanatismo que generó el propio ex presidente en sus seguidores. La situación social en el gallinero que se ha convertido nuestra nación es un síntoma de alarma en punto a los niveles de pobreza que el INDEC dio a conocer días atrás. Las consecuencias de la pobreza las podremos observar en vivo y en directo en las próximas elecciones.

Según el INDEC, la pobreza llegó al 42%
Según el INDEC, la pobreza llegó al 42%

Vuelvo a recurrir una vez más a mi gran amigo psiquiatra, quién en su afán de entender esto que nos pasa me acercó la siguiente idea: Gramsci, conocido en algunos espacios como el “marxista de las superestructuras”, atribuyó un papel central a los conceptos de infraestructura (base real de la sociedad que incluye fuerzas de producción y relaciones sociales de producción) y superestructura (“ideología”, constituida por las instituciones, sistemas de ideas, doctrinas y creencias de una sociedad), a partir del concepto de “bloque hegemónico”, según el cual poder de las clases dominantes sobre las dominadas en el modo de producción capitalista, no está dado simplemente por el control de los aparatos represivos del Estado; dicho poder está dado fundamentalmente por la “hegemonía” cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de estos medios las clases dominantes “educan” a los dominados para que estos vivan su sometimiento y la supremacía de las primeras como algo natural y conveniente, inhibiendo su potencialidad revolucionaria. Así, por ejemplo, en nombre de la “nación” o de la “patria”, las clases dominantes generan en el pueblo el sentimiento de identidad con aquellas, de unión sagrada con los explotadores, en contra de un enemigo y en favor de un supuesto “destino nacional”. Se conforma así un “bloque hegemónico” que amalgama a todas las clases sociales en torno a un proyecto.

La demagogia del gallinero une a Mencken con Gramsci, dos figuras tan opuestas entre sí como los dilemas electorales que nos toca afrontar a todos los argentinos y argentinas en las próximas elecciones de ¿octubre? La orquesta amplificada de los relatores del relato hace su parte, alcanza con recordar el relato épico del primer vuelo que despegó de estas tierras australes con destino a Rusia en busca de las primeras dosis de la vacuna para entender acabadamente la lógica de epopeya que se le pretendió imprimir al relato. El demagógico gallinero de la Argentina es un país netamente presidencialista, donde resulta una anomalía, desde la teoría del poder, que quien ocupe el segundo lugar en la escala del poder formal elija al primero, además de un hecho inédito en la historia de nuestra nación. Esa maniobra tuvo por finalidad el armado de una coalición capaz de recobrar el poder que habían perdido por la impericia en el armado de su propio espacio en la elección de 2015.

Las próximas elecciones de medio término son de una importancia trascendental para la historia futura de nuestra nación, donde lo importante no será ya la lista que se vote, sino el modelo de gobierno que se elija, más allá de que lo único que está formalmente en juego son cargos legislativos. Los ciudadanos concurriremos a las urnas para elegir en un menú de opciones modelo comida de avión: Pasta o Pollo. Esa polarización del electorado, tiene como lógica consecuencia que el armado de las coaliciones sea lo más amplio posible a fin de llegar a un mayor sector de los votantes. No son coaliciones que se armen para generar un proyecto de país como principal objetivo, sino para ganar una elección.

Valga como ejemplo la chicana de complicar a los votantes que residen en el extranjero quienes no podrán hacerlo por correo sino que deberán concurrir personalmente, como una forma de analizar la manera en que se saca punta al lápiz electoral, ya que generalmente los votantes del extranjero no son los seguidores de la coalición que actualmente gobierna el gallinero. Sumemos a lo anterior el uso político de la vacuna, algo que fue advertido tempranamente y se terminó convirtiendo en una realidad. No en todos los vacunatorios, pero sí en muchos se evidenciaron cierto tipo de conductas reñidas con la ética cívica en punto al uso ideológico del acceso a la vacuna. Y esa realidad del uso político de la vacuna en medio de una pandemia, no hace más que ponernos frente a frente con la inmoralidad que convivimos como si fuera algo normal y habitual. Y, precisamente, esa falta de sanción moral a la hora de votar, es lo que nos ubica en el lugar de una aldea pobre del fin del mundo y alejada de todo lo bueno, pero muy cerca de todo lo malo.

Reunión con referentes de la oposición para postergar un mes las PASO
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Con todo este escenario llama la atención que funcionarios, legisladores y encumbrados intendentes del conurbano bonaerense hagan ostensible el uso y abuso de sus “privilegios” donde se realizó una fiesta de casamiento para 150 personas en la Costa, violando todos los protocolos de seguridad, distanciamiento social y normas de prevención de la pandemia. Deberían ser los primeros en dar el ejemplo y no los primeros en incumplir con sus propias normas. Valga ese ejemplo como otro tipo de conductas que no son tenidas en cuenta a la hora de emitir el voto en el gallinero de la demagogia. A los argentinos se les pidieron esfuerzos “económicos”, a los laburantes se les hizo un ajuste feroz de sus ingresos a consecuencia, entre otras cosas de la inflación, los que no pudieron abrir sus negocios o empresas tuvieron que “bancar” con sus ahorros, a los “ricos” se les impuso el impuesto a la riqueza. ¿La dirigencia política no piensa en bajarse sus dietas como una forma de dar el ejemplo y acompañar con menores costos al pueblo sufriente que paga los impuestos que los mantienen? Sigue siendo una duda que encuentra aún una sola respuesta lógica que justifique tamaño acto demagogo. Pero si hay fondos para viajar en el avión de Messi. Nada de todo esto tiene sentido.

Ya no votamos individuos sino sistemas de gobierno. República vs. Autocracia. Esa es la gran diferencia y a la vez, el inmenso desafío que enfrentamos como sociedad de cara al próximo turno electoral. Y, precisamente, al no votar individuos, sino sistemas de gobierno, la creación de empleo genuino es también una consecuencia directa de lo que vamos a votar la próxima vez que concurramos a las urnas. La implosión de la actividad económica y la falta de empleo formal, también se decide en las urnas, ya que terminan siendo los daños colaterales de la riña de gallos. En un país sin rumbo las inversiones brillan por su ausencia.

El “nihilismo político”, según Ignacio Ramírez, es entendido como la actitud mediante la cual los votantes perciben de manera homogénea y negativa al conjunto de la clase dirigente. Se trata de una variable con dos caras, ya que incorpora tanto un aspecto individual, el cinismo político y el escepticismo, como un aspecto contextual vinculado con escenarios políticos de mayor o menor polarización. Bajos niveles de “nihilismo político” significan que la mayoría de los ciudadanos percibe que los políticos no son todos iguales, es decir, que los ciudadanos reconocen contrastes en la oferta electoral. Por el contrario, un escenario fuertemente teñido de “nihilismo político” alude a un contexto de desafección ciudadana aguda que suele distinguirse por una mirada homogénea a la clase dirigente, en la que no se identifican contrastes. Por ejemplo, la crisis de representación política que experimentó la Argentina en 2001 fue condensada por una consigna muy elocuente: “que se vayan todos”. Para la sociedad argentina de entonces no existían diferencias dentro de su clase dirigente.

¿Cuáles deberían ser las prioridades de un gobierno cuyo país, en promedio ha generado 2.000 nuevos pobres por día en promedio de los últimos cinco años? El próximo turno electoral será entonces una clara manifestación de si hemos vuelto a la Argentina modelo 2001, o si somos capaces de dar un paso al frente y crecer como sociedad y salir finalmente del gallinero. Por caso, las elecciones internas del justicialismo bonaerense tienen una fecha prevista para su realización, el 2 de mayo ¿se postergarán a consecuencias de la segunda ola? ¿o la postergación sanitaria solo vale para las PASO?

El plan de vacunación se ha desmoronado. Los intentos erráticos de comunicación no suplen los graves yerros en que ha incurrido la dirigencia política en la gestión de la crisis. Antes el dilema fue salud vs. economía. Un año después con la economía en el quinto subsuelo el nuevo relato es salud, economía y educación. La caída del PBI no era más importante que un fallecido, hoy llegando a la triste cifra de 60.000 decesos, y el PBI por el suelo, el problema es mayor. Desde Vicentín en adelante el gobierno viene dando pasos para atrás. Un gobierno que hoy es sostenido por la orquesta amplificada de los relatores del relato, pero que no encuentra un rumbo para palear la crisis (“palear” no es lo mismo que “salir”, esto sería, dadas las circunstancias actuales un lujo).

A la hora de votar recordemos: toda persona debe mirar a lo largo de su vida en cuatro direcciones: 1) Adelante, para saber a dónde se dirige. 2) Detrás, para recordar de dónde viene. 3) Debajo, para no pisar a nadie. 4) A los lados, para ver quién lo acompaña en los momentos difíciles.

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