Alberto y la Corte: ¿ponen en peligro a la República?

Comenzó su mandato dialogando con todos, concediendo entrevistas y brindando conferencias de prensa. Hoy lo crispan esos mismos periodistas o cualquiera que disienta. A nueve meses de iniciada su gestión, el Presidente ya no es el Alberto que dijo ser

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Cuando asumió el 10 de diciembre volaban sobre Alberto Fernández algunos fantasmas oscuros. ¿Gobernaría él o Cristina? Si lo hacía él, ¿sería el presidente del diálogo y el consenso que había prometido o un clásico continuador de la grieta y la escucha cero? ¿Sostendría el respeto hacia las minorías políticas y la división de poderes o volvería al “formen un partido y ganen las elecciones” y al “juez que disiente, juez que se aparta”?

A 9 meses de la gestación de su mandato, las respuestas parecen indicar -sospecha fundada y bastante, diría él mismo, usando un vocabulario penal que le es propio- que eligió darle vida a los peores de aquellos fantasmas. Hace política con la grieta, adjetiva descalificando a los que disienten y aparta jueces que no se adecúan a sus conceptos.

Hubo, es cierto, un momento en el que el presidente Fernández hizo lo que dijo en campaña. Convocó y escuchó a la oposición y, cuando estalló la pandemia, se convirtió en un líder ejemplar que se puso delante de la realidad y la condujo de la mano de expertos y de la oposición que le reconoció el grado de “capitán del barco”, como dijo el radical Mario Negri. Alberto Fernández desintegró el fantasma de su vice imponiendo su criterio, se concentró en lo urgente y no en las obsesiones del ala dura del kirchnerismo y gobernó con altísimo grado de consenso popular.

Ahora, a casi 300 días de su asunción, ya no más. El Presidente se recostó en algunas obsesiones que, ya se sabe por el psicoanálisis, lo develan en sus síntomas.

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Obsesión uno: construir con la grieta. Él la cristalizó con el manotazo a los fondos de la Capital atropellando para hacerlo el silogismo más elemental por él mismo esgrimido. Se quejó de que Macri actuó de forma ilegal al dar por decreto (el destacado no es antojadizo) fondos excesivos a la Capital. Sin ponerse colorado, por decreto (igual de ilegal) se los quitó. Como si fuera poco, dividió entre salvadores de la vida y asesinos a propios y macristas. Desde la opulenta Buenos Aires, sin la menor referencia al interior del país definido por él como unitario dijo: “Con el coronavirus la solución que me traen es que se contagien y se mueran los que tengan que morirse. Eso es el macrismo”. Puro consenso y permeabilidad a la crítica emitida, también es cierto, muchas veces desde una dirigencia opositora mezquina, sin autocrítica y sin brújula.

Obsesión dos: Los jueces. El jefe de Estado supo decir que la reforma judicial era uno de los proyectos que quería dejar en la historia de su mandato. Su ministra de Justicia se encargó de repetir que la ley enviada al Congreso era propia. Con sólo leer el articulado se percibe un fuera de época que no ayuda al sistema penal vigente y sí una obsesión por reacomodar los juzgados que “osaron” investigar la presunta corrupción K. La coronación de esto es la comisión presidencial para analizar la Corte Suprema, integrada por el abogado personal de su compañera de fórmula, que casualmente está litigando en ese mismo Tribunal supremo sobre el que opinará. ¿Hay más? Claro que sí. El embate judicial del oficialismo contra el procurador general Eduardo Casal apunta contra el hombre que tendrá la supervisión de lo que hacen los fiscales en los procesos impulsados por ellos. ¿Más? Más. El tratamiento exprés en el Senado -con mayoría peronista- del traslado de tres jueces que revisaron causas de corrupción K.

El procurador Eduardo Casal, uno de los funcionarios judiciales que está entre las obsesiones del Gobierno (Nicolás Stulberg)
El procurador Eduardo Casal, uno de los funcionarios judiciales que está entre las obsesiones del Gobierno (Nicolás Stulberg)

Es de una superficialidad inadmisible decir que la justicia es una obsesión de Cristina Fernández y no del Fernández presidente. Claro que a la vicepresidente le importan esos temas por puro instinto de supervivencia. Pero el que firma con el sello de Rivadavia es Alberto Fernández.

Aburre liberar de responsabilidad al funcionario más importante del país aduciendo su pertenencia a una coalición política. Alberto creó la “Comisión Beraldi”, ejecutó por decreto el desplazamiento de Bruglia, Bertuzzi y Castelli, fraguado en una especie de comité de campaña cristinista integrado por amanuenses con título de senadores de la Nación y asiste en silencio al atropello contra el procurador Casal. Alberto Fernández sabe que entre los posibles sucesores de los jueces desplazados aparece otro ex abogado de Cristina, hoy al frente de un juzgado.

Esta obsesión podría ser frenada por la Corte Suprema de Justicia. Corre ya el rumor en palacio de que los supremos jueces se esconderían tras razones formales para no intervenir en el caso. ¿La Corte favorecería los deseos del Gobierno apelando a las formas? Permitir el desplazamiento de estos tres jueces (¿hace falta explicar que el resto de los jueces trasladados no fue siquiera analizado por el Senado?) con ese gesto pequeño de formalidad, sería habilitar que se desconozca la división de poderes a gusto y piacere del Ejecutivo y de la presidencia del Senado. No hay lugar ni para la tibieza en el análisis ni mucho menos en la asunción de responsabilidades. La Argentina mira a la Corte en este caso.

Los jueces del supremo tribunal deberían recordar a sus predecesores que crearon la figura del excesivo ritual manifiesto como modo de ser arbitrarios. En un memorable fallo del siglo pasado, la Corte dijo que, quedarse aferrado a las formas en exceso era injusto y arbitrario, abriendo un caso más de la inconstitucionalidad. ¿Piensan Rosenkrantz, Lorenzetti, Highton, Maqueda y Rosatti que la ciudadanía avispada que saca banderas y protagoniza ruidazos no sabrá que ellos no asumieron la responsabilidad de fondo de las cosas? ¿Suponen que no se notará que los supremos juegan a internas por presidencias formales amparándose en lavados de manos formales?

(Nicolás Aboaf)
(Nicolás Aboaf)

Obsesión tres: las críticas y los periodistas. El Presidente comenzó su mandato dialogando con todos, concediendo entrevistas y conferencias de prensa. Hoy lo crispan esos mismos periodistas o los portadores de disensos. Ametrallamiento de noticias malintencionadas, fake news, el adjetivo imbéciles para los que opinan distinto de la meritocracia, surgen de su presidencia. Otro Alberto que el que él mismo dijo que era.

La más moderna y exitosa creadora de fantasmas literarios es J.K. Rowling, la madre de Harry Potter. Imagina seres oscuros llamados Deméntors (nótese la raíz etimológica) que llegan volando a apoderarse de la inteligencia, los sentimientos positivos y dichosos de los magos que persiguen el bien como el mismo Potter. Para aventarlos, los chicos con sus varitas pueden crear un escudo protector con el truco del “expecto patronum”. Si no lo consiguen, los Deméntors absorben, chupan el cerebro, cualquier signo de positividad y de inteligencia.

En la Argentina no hay magos. Quizá sí haya funcionarios y jueces que permitan que no se succione la inteligencia de la división de poderes pensada en la República. Los fantasmas, lamentablemente, sobrevuelan este tiempo y se los ve con claridad.

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