
[N. del E: "¿En qué momento se jodió Argentina?" es una serie de reflexiones a cargo de los más reconocidos pensadores de nuestro país que Infobae publicará todos los domingos]
La pregunta de cuándo se jodió este país (que teniéndolo todo parece incapaz de nada) ya envejeció un poco ante otra perplejidad: "¿Otra vez? Antes los derrapes ocurrían cada diez años". Ahora pasamos sin respiro del kirchnerismo al desastre liberal-financierista y al drama social nunca visto.
Empezamos a preguntarnos si los males no son causados por una enfermedad pandémica y terminal, prácticamente incurable. Ahora ya falla la producción elemental y básica, para el trabajo y la alimentación. Como un baldado vivimos esperando el giro del exterior, mientras los políticos pasan el día tramando alianzas y triunfos electorales a espaldas de toda realidad. El oficialismo trata de silenciar el tendal que deja a su paso noches tristes, indignas, de comedores de caridad.
Alberdi paseaba por el Sena y entre los libros usados de un bouquinista, encontró una Constitución francesa y la compró y la tradujo. Hoy día, vista nuestra historia, su esfuerzo parece un acto Dadá o surrealista. Pero al menos nos dio buenos retazos de civilización democrática: de Mitre a Roca, Irigoyen, Alvear, Perón, Frondizi, Illia, Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde. Los golpes militares, incruentos y benignos, salvo el último, se desearon y aceptaron por ciudadanos también benignos, que nunca sintieron la Constitución alberdiana como programa indispensable e irrenunciable de vida en común. Los porteños nunca dramatizaron la necesidad de orden y ley. Prefieren estacionar mal y la libertad efímera de tirar los puchos por la ventanilla. En ese gesto borran todos los sueños de Jefferson, Jay, Alberdi, Montesquieu y hasta del gaucho Urquiza.
Pero, volviendo a la pregunta: ¿Cuándo se jodió Argentina? Hay una respuesta cipaya que se difundió mucho: les parece un error cuando se nos ocurrió vencer, con el francés Liniers, a los ingleses que nos invadían. Si fuera lo contrario, seríamos todos kelpers o culturalmente irrelevantes y aburridos como canadienses, australianos… Nunca entendimos que al abrir tan generosamente las puertas del desierto a "la gente de buena voluntad de todo el mundo", Dios se apiadó de nuestra imprudencia y nos mandó flotando por el Atlántico un islote con gracia y vitalidad del Mediterráneo (cultura francesa, y España e Italia en carne viva de inmigrantes, que reencontraron y restablecieron aquí su felicidad de pastas, paellas, aceite de oliva, ajo, su religión benigna y su sentido de la familia como escudo de toda adversidad).
La respuesta mayoritaria (pese a la minoría radical) es: "Desde el golpe militar del 30. ¡Ahí terminó Argentina!". Como siempre, gran parte de la ciudadanía apoyó el golpe. Los militares habían apuntado hacia la fundación de un fascismo mussoliniano, pero se equivocaron y terminaron a la altura de Callao, y en el eficaz y realista gobierno del general Agustín P. Justo (que tuvo una biblioteca privada admirable).
Ahora abunda la respuesta del advenimiento del peronismo como una gran destrucción de un estilo democrático imaginario (si se piensa que el radical Roberto Ortiz, figura extraordinaria, asumió el gobierno de 1938 merced al "fraude patriótico"). Tanto Yrigoyen como Perón afirmaron con la neutralidad la soberanía nacional. Era difícil en esos años de convulsión prebélica mundial. El pacto con Gran Bretaña (Julito Roca-Runciman) sintetizó una adaptación obligatoria desde nuestra marginalidad geopolítica.
Un periodista ingenuo habló de la "década infame" por la del 30. Eso se repite estúpidamente como un juicio serio. La década infame corría por el hemisferio norte. Argentina era el paraíso al que todos querían llegar. Vivíamos en algo así como una isla del Pacífico sur sin palmeras ni mosquitos. Nuestra mayor desgracia pública fue la muerte de Gardel, el suicidio de De la Torre y un tranvía que cayó de punta por el puente entreabierto al Riachuelo.
La infamia estaba en esta enumeración que cubre el 30 hasta 1945, con 80 millones de muertos: los años más criminales de Stalin, con el Gulag y los procesos infames del 37, todo ante el silencio del izquierdismo europeo. Alemania nazi, desde 1933 en el poder hasta los exterminios, incluida la misma Alemania. La Italia del manganello y el ricino. El millón de muertes fraternales en España del 36 al 39. Las carnicerías en la China de Chiang Kai-shek enfrentada a la Larga Marcha de Mao. Estados Unidos pasó en esa década las peores miserias y las quiebras, y los suicidios de la crisis de 1929.
Nosotros estuvimos en un colegio pago, un kindergarten lejos del mundo. (Tal vez recién ahora nos están expulsando).
Hacia fines de la década infame, mi padre me llevó por primera vez al fútbol. Desde entonces me quedó el recuerdo de dos propagandas de los micrófonos durante el entretiempo: "Use casimires ingleses Camper" y "Si quiere que ella lo quiera, ¡aféitese con Legión Extranjera!".
Pero hay, sin dudas, una reiteración de la incapacidad administrativa asombrosa en un país que tiene todos los dones humanos y de riquezas naturales. Hemos perdido el orgullo y la dignidad de ser fundacionales de lo nuestro. Traicionamos el sentido de patria que tuvieron Roca, Irigoyen Perón o Frondizi. Es como languidecer sin voluntad de ser. Y se nos humedecen los ojos de emoción cuando, por un instante, en el teatro Colón (¡joya inaugurada en 1908!) recordamos el coraje que tuvieron para cabalgar aquella patria no del todo perdida.
Ahora estamos en una catástrofe. Pero reviviríamos convocándonos a la aventura de protagonizar no politiquerías sino un renacimiento de la Argentina y el fin de nuestra quejosa melancolía.
Vamos hacia la dependencia total con la concesión de las soberanías y culturas en nombre de una anónima globalización economicista y sin rostro.
En sus actuales desastres, Argentina, Brasil y México podrían dar el "no" e ingresar en su demorada mayoría de edad de esta Latinoamérica de pantalón corto que brega por salir de su propio ser para ingresar en el condenado ser-para el nihilismo moral y la demolición industrial tecnológica y biológica del mundo.
El autor es embajador y escritor.
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