Disrupción versus transformación: la inversión apuntada hacia el futuro

Daniel Melhem

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Una de las palabras más frecuentes hoy en día en importantes diarios del exterior y revistas especializadas, como The Economist, Wired y Time, es la palabra "disruptiva", referida en general a una empresa o una tecnología que está cambiando una industria, un producto o inclusive el comportamiento del propio consumidor de un modo fundamental. Fintech, por ejemplo, está amenazando a la industria financiera. Una aplicación móvil, en muchos casos, está reemplazando o compitiendo cabeza a cabeza con los grandes bancos que hasta hace poco dominaban la industria de servicios financieros. En otras áreas relacionadas con la tecnología vemos cómo las impresoras 3D avanzan sobre la fabricación de nuevas viviendas o cómo la industria rápidamente adopta la tecnología digital en la utilización de robótica colaborativa, drones, sistemas ciberfísicos, realidad virtual, inteligencia artificial, Big Data y Blockchain, entrando así de lleno a la cuarta revolución industrial.

El término "disruptivo", en mi opinión, está perdiendo sentido por la sobreutilización. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo de cambios constantes, donde las nuevas tecnologías y nuevas industrias devoran aquellas de un pasado reciente a la velocidad de la luz, cambiando para siempre el modo en el que vivimos, trabajamos y cómo interactuamos entre nosotros. La realidad es que, detrás de esta palabra, hay cambios inevitables que se están dando en el mundo y que van a tener un impacto profundo en forma positiva o negativa ( si no nos preparamos) en nuestras vidas.

Quizás una mejor manera para definir estos cambios es la palabra "transformación", ya que alude a una conversión más profunda. La transformación hace al conjunto y, a su vez, tiene un importante impacto sobre la inversión.

La transformación, en todos sus aspectos, será el factor que determinará si un país tendrá o no éxito en atraer inversiones. Algo es realmente transformador cuando tiene un impacto positivo en las condiciones más críticas de nuestras vidas, en la sociedad y hasta en la huella que esta deja en nuestro planeta. A diferencia de algo disruptivo, que rompe en un solo orden, la transformación cambia sustancialmente las metas y aborda los desafíos claves a los cuales nos enfrentamos como sociedad.

Muchos de estos desafíos no son exclusivos de la Argentina, sino globales. Un ejemplo es que el mundo se está quedando sin combustibles fósiles, esto es una realidad y no importa cuántos nuevos depósitos como Vaca Muerta se descubran o qué tan eficientes sean las tecnologías para sustraerlos. Tarde o temprano no habrá más petróleo o gas para generar energía. Otro desafío es el cambio climático, ya que estamos contaminando el planeta a tal velocidad que mucho del daño realizado a la fecha ya es irreversible. Una consecuencia directa de esto es la frecuencia y la escala sin precedentes de catástrofes naturales que el mundo está experimentando.

Por último, está el crecimiento de la población mundial. Thomas Malthus lo anticipó hace más de doscientos años, cuando, en 1798, predijo que la población mundial estaba condenada debido a que aumentaba a una velocidad mayor a la cual la agricultura podía abastecer. Si bien Malthus tuvo razón al comprender que la población crecía en forma geométrica mientras que la producción de alimentos lo hacía en forma aritmética, no consideró los avances que la tecnología traería durante el siglo XIX. Aun así, el Banco Mundial estima que la población mundial alcanzará 9,8 mil millones de habitantes en 2050. Sin duda será difícil alimentar a toda esta población con las técnicas actuales en la producción de alimentos.

¿Qué debemos hacer como país ante estos desafíos? Hay tres maneras de responder ante estas situaciones. La primera es ignorarlas, pretender que no existen o incluso negarlas. La segunda es aceptar que estos desafíos existen y tratar de hacer lo mejor para no empeorar aún más las cosas. Por último, la opción más compleja de todas, que implica no solo aceptarlos sino resolverlos, tomando el liderazgo e invirtiendo en desarrollar soluciones innovadoras para contrarrestarlos. Los países que generalmente se vuelcan de lleno a esta tercera opción y ponen como objetivo superarlos son la excepción. Pero son estos países, en definitiva, los que van a hacer una diferencia no solamente cualitativa en el estándar de vida de sus ciudadanos, sino también van a mejorar sus economías maximizando su capacidad de generar mayores ingresos. ¿Cómo? Creando nuevas oportunidades comerciales, atrayendo inversión, generando nuevos y mejores puestos de trabajo y transformando así sus economías.

Un ejemplo de esto son los automóviles eléctricos. Hace tan solo una década se sabía poco de estos autos. Comenzaron a aparecer en California como una nueva tecnología para satisfacer a un pequeño nicho del mercado. Hoy parece que los autos eléctricos están en todos lados, uno puede tomar un taxi Tesla en París o en Dubai. Sin embargo, es China —y no los Estados Unidos— el país que hoy está a la vanguardia de esta transformación, y la razón es sorprendentemente simple. China impuso nuevas regulaciones que han transformando su industria automotriz. Esto, a su vez, ha provocado una ola de inversiones en nuevas plantas industriales y en nuevos centros de investigación y desarrollo. De los tres millones de automóviles eléctricos que hoy circulan en el mundo, dos tercios de ellos se encuentran en China. La clave fue que China los impuso de forma compulsiva: en los próximos 5 años, 25% de las nuevas patentes tienen que ser para vehículos eléctricos. Esto significa que entre 25 y 30 millones de nuevos vehículos eléctricos entrarán en circulación. China, por decreto, se está transformando en el líder de la nueva industria automotriz.

Alemania, por otro lado, fue el primer país desarrollado que instrumentó un plan para transformar su dependencia de energías convencionales a energías renovables. En su momento fue una importante apuesta, pero hoy Alemania es uno de los países que más inversión y nuevos empleos atrajo para el desarrollo de estas nuevas tecnologías. El país posee más de 23 mil turbinas eólicas y 1,4 millones de sistemas fotovoltaicos. Para finales del año 2017, el 36,2% del consumo de energía del país resultó de este sector.

¿Qué es lo que Argentina debe hacer ante estos nuevos desafíos? ¿Vamos a ser un país que únicamente exporte el litio de nuestro noroeste para que otros fabriquen baterías de iones de litio? ¿O vamos a convertir estos desafíos en oportunidades para crear nuevas industrias y ser líderes en las nuevas tecnologías del futuro? ¿Qué estamos haciendo, como escribe Ruchir Sharma, para lograr un nuevo milagro económico? Esta es la única pregunta que seriamente debemos hacernos. Todo lo demás parte desde de esta base.

El autor es presidente del Consejo Argentino de Inversión.