No es nada seguro que el dólar se tranquilice. O las habilidades de Luis Caputo, ducho en el universo financiero, más la ayuda de los principales banqueros sirvan para frenarlo. Dios dirá.
Que el dólar haya llegado adonde está ha paralizado la actividad productiva. Nadie puede fijar un precio de referencia porque el vendaval se lo puede llevar puesto. Hay que imaginar un proveedor que depende de terceros para darle forma a un producto y tiene que facturar a 30 días. Prefiere no vender en medio de un dólar embravecido antes de seguir perdiendo. La parálisis, así, se extiende. No sorprende que la construcción privada y de viviendas esté con los brazos caídos, a la espera de un número seguro al cual aferrarse. No en vano en las últimas horas incluso los defensores del "dólar flotante", que es el que rige, piden acción oficial para condicionar un "dólar fijo y creíble".
El préstamo del Fondo no ha calmado las ansiedades. No es seguro que el galope del dólar se deba solamente a la impericia o a la suma de desconfianza que cargaba Federico Sturzenegger, que debió alejarse del Banco Central con todo su equipo de colaboradores. Su gestión fue errática, sin firmeza, pero no hace a todo el fondo de la cuestión.
Es creíble que el eje pase, por sobre todo, por la desconfianza del Gobierno en general, sean quien sean los altos funcionarios. Se dice que el dólar trepó incluso después de conocerse la carta de intención, porque había demanda pero pocos vendedores, encerrados en sus despachos. Así las cosas: las vallas que tienen que sortear los gobernantes de ahora en más son muchas y difícil es alcanzar el éxito.
Por sobre todo están los tironeos y los empujones sociales. El bache entre el nivel de los salarios y el proceso inflacionario que se estima que bordeará el 30% anual es muy grande y en un futuro no muy lejano habrá que llamar a paritarias otra vez. Vienen nuevos paros. Bien se sabe que los paros no resuelven el fondo de la cuestión, pero los dirigentes tienen que hacer movidas para contentar a las bases.
Es un clima de desánimo, desasosiego, que también se trasmite a la clase media, cuyos presupuestos vienen siendo limados por la inflación y la carga de las tarifas. En medio de la batahola, los proveedores de gas han pedido hace unos días un incremento del setenta por ciento. Algo no funciona en su comprensión de la realidad y el estado general de carencia.
La pequeña y mediana empresa, que es la columna vertebral de gran parte de la producción, está atónita y no sabe a qué atenerse, mientras enfrenta una presión impositiva descomunal, unos descuentos bancarios astronómicos y la falta de comprensión de los que manejan el Estado.
En el sector externo las exportaciones vienen cayendo mientras las importaciones crecen y acrecientan una competencia agotadora con la producción nativa. ¿Podrá en estas circunstancias el Gobierno ofrecer alicientes a la industria nacional? ¿Alguien está pensado en la sustitución de importaciones? Más allá de ello, hay que ganar nuevos mercados para la colocación de nuestra producción. Las embajadas tendrán que tener los motores afinados para dedicarse también a la venta de aquello que el país, a duras penas, logra con gran esfuerzo.
De ahora en más seremos estrechamente controlados por los auditores del Fondo, que ya están enterados de los pagos de deuda que debe hacer la Argentina este año y el manejo de los bonos.
¿Políticamente en cuántos frentes deberá estar presente el Gobierno? En el acuerdo con el Fondo Monetario, la reducción de los subsidios energéticos y el transporte llevan de inmediato a la suba de los servicios afectados. El Gobierno reducirá las transferencias a las provincias de recursos "discrecionales", por fuera de la coparticipación federal de impuestos y leyes especiales. ¿Los gobernadores guardarán silencio?